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Definición de CIENCIA: ¿Que es Ciencia? ¿Que significa Ciencia? Definir Ciencia. Concepto de Ciencia

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Foto: Algunos textos publicados por Ramón E. Azócar A. desde 1998, donde se trata de una manera u otra, el concepto de ciencia y sus características

1a. Definición de Ciencia: Conjunto de conocimientos objetivos sobre ciertas categorías de hechos, de objetos o de fenómenos, que se basa en leyes comprobables y una metodología de investigación propia.

2a. Definición de Ciencia: Rama de ese conjunto de conocimientos.

3a. Definición de Ciencia: Saber, sabiduría, erudición.

Concuerdo de Género: no se aplica

Forma Plural: ciencias

Sobre el concepto de ciencia

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El concepto de ciencia puede ser abordado desde diferentes ángulos conceptuales y pragmáticos. Lo anterior se debe al amplio espectro tanto teórico como práctico que abarca esta actividad de la creatividad humana. Por lo tanto, en un trabajo monográfico sobre este tema, se pudieran coleccionar decenas de definiciones. Ud. mismo de acuerdo a su experiencia podría intentar concebir una. Veamos algunas de ellas.
Popper, (1971, p 180) respecto a este concepto declara: "La ciencia consiste en dar explicaciones satisfactorias de todo aquello que nos parece precisar una explicación" y agrega: "Por explicación ( o explicación causal) se entiende un conjunto de enunciados mediante los cuales se describe el estado de la cuestión a explicar (el explicandum) sirviéndose para ello de otros, los enunciados explicativos, que constituyen la "explicación en sentido estricto (el explicans del explicandum).
Alexis González (1983, p15) dice: "la ciencia es el resultados concreto de la actividad organizada de quienes hacen investigaciones con fines al esclarecimiento de lo oculto dentro del aparente caos o de lo realmente manifiesto de los fenómenos naturales, síquicos, sociales o virtuales, para los cuales, en un primer momento, no tenemos una respuesta obvia que ofrecer".
Wartofsky (1975, p16) señala: "Experimentar, descubrir, medir y observar. Ocuparse del como y del porqué de las cosas, inventar técnicas y herramientas, proponer y disponer, hacer hipótesis y ensayar; hacerle preguntas a la naturaleza y obtener repuestas; hacer conjeturas, refutar, confirmar o no confirmar; separar lo verdadero de lo falso, lo que tiene sentido de lo que no tiene; hacer lo que queremos hacer, indicarnos como llegar a donde queremos llegar".
En fin, la la ciencia es un conjunto de juicios elaborados sistemáticamente por el hombre a partir de la observación, valiéndose de las más variadas herramientas que consigue poner a su servicio, para establecer correspondencia con los referentes empíricos (los objetos) que generaron estos juicios.
Sin esta correspondencia, la actividad científica compromete su propia esencia, se desvirtúa y pierde validez.
Diferencia entre ciencia y filosofía.
Etimológicamente, el término ciencia proviene del latín scietia, que significa saber cierto acerca de los principios y las causas que explican las cosas, a diferencia del saber filosófico, que en griego quiere decir amigo de la sabiduría, que se entiende como la explicación de la esencia de éstas.
Las "cosas" materiales son observables directa o indirectamente por el investigador, mientras que la "cosa filosófica" se deduce de premisas normalmente no observables, aunque también se puede partir de observaciones materiales. En consecuencia, cuando se hace ciencia, se dirigen las acciones de la investigación a la búsqueda de la verdad fáctica, las leyes que rigen su existencia, mientras que cuando se filosofa, se busca la verdad transcendente. El más allá de lo aparentemente manifiesto.
La primera, la ciencia, demuestra sus enunciados buscando correspondencia entre las ideas del sujeto que investiga con las propiedades del objeto de estudio. Promueve pruebas observables y medibles de sus afirmaciones. Como dice Popper, trata de falsear con las demostraciones lo que en su mente es una sugerencia de explicación audaz acerca de un fenómeno.
Las segundas, las filosóficas, buscan la relación entre el ser y el pensamiento. La coherencia interna del razonamiento para dar cuenta de principios general casi nunca demostrables por el método de la ciencia.
La filosofía se nutre de la ciencia, ya que ésta le aporta datos, principios, axiomas y leyes a partir de las cuales se arman explicaciones filosóficas.
Cuando los científicos desean encontrarle el sentido transcendente a las cosas que observan, no les queda otra alternativa que recurrir a la filosofía. Por ejemplo. La teoría del Big Bang, acerca del origen del universo (con sus categorías de tiempo y espacio) a partir de una expansión vertiginosa del universo, se soporta en una gran cantidad de evidencias observables recolectadas por los físicos y astrónomos durante décadas, pero cuando el físico se detiene para preguntarse el para qué y el por qué de este universo, debe abandonar el campo de la ciencia y entrar en el mundo de las especulaciones filosofías.
La ciencia no se ocupa del sentido final de las cosas materiales.
Características del trabajo científico.
Definida la ciencia por su finalidad, nos corresponde ahora conocer cómo logra la ciencia alcanzar sus objetivos a través del trabajo científico..
1.. Se plantea objetivos realizables.
Un objetivo de la ciencia puede ser formular una teoría que explique el porqué de un hecho. Por ejemplo: que se expliquen las causas de las diferencias observadas en términos de una calificación obtenida en los exámenes por un grupo de estudiantes que dedican igual tiempo de estudio. Este trabajo dará lugar a la construcción de una teoría que se llamaría técnicamente, por ejemplo: "Teoría de la percepción semántica". o "Teoría del tiempo en el aprendizaje semántico". Esta teoría explicaría las relaciones observables entre el tiempo dedicado al estudio y el subsecuente aprendizaje. Para este objetivo se requerirá de observaciones sobre las variables involucradas: a saber: a) tiempo de exposición a los contenidos de un tema y b) percepción significativa de esos contenidos.
Por supuesto que dependiendo de las correlaciones obtenidas se inferirán consecuencias y se deducirán las causas que las explique.
Cuando nos referimos a los objetivos observables queremos decir, que se deberá determinar claramente cuales variables serán observadas y medibles, y que esta acción pueda ser, en efecto, llevada a cabo con un grado de confiabilidad aceptable. Las consecuencias que se puedan extraer de estos temas dependerá de la creatividad del investigador.
Un objetivo será más fácilmente alcanzable o realizables si se basa en teorías existentes ampliamente aceptadas y en las tecnologías disponibles, esto antes que proponerse a crear grandes teorías y nuevas tecnologías que generalmente se toman años en concretarse.
2. Se vale de un método confiable.
La principal herramienta de la ciencia es el método científico, éste le proporciona los principios rectores generales que deben guiar la actividad científica. Entre ellos se encuentran.
La objetividad, que significa ajustar nuestros juicios a lo observado y excluir nuestras opiniones infundados, estimuladas por valores que se puedan tener al respecto. Por ejemplo, nos puede parecer chocante aceptar que , pero esto no nos puede conducir a planificar una investigación con la finalidad preconcebida de demostrar lo contrario sin tener aún pruebas para ello. Lo correcto es, primero, comprender el problema y luego, buscar evidencias para ver que logran probar. Debemos aceptar humildemente los resultados, aún si chocan con nuestras creencias.
La verificabilidad. Básicamente significa, que la investigación planeada debe ser susceptible de poner a prueba las hipótesis confrontándolas con la realidad. Existen numerosas técnicas estadísticas estandarizadas para cumplir con esta finalidad.
La sistematicidad. La ciencia persigue sus objetivos de una forma ordenada. Si es una investigación de carácter experimental, irá de lo particular a lo general realizando observaciones e infiriendo consecuencias. Si persigue explicar hechos a partir de teorías disponibles existentes, se parte de axiomas, leyes o principio aceptados de forma general y se deducen consecuencias particulares coherentes con esos principios.
3. Diálogo entre la teoría y la práctica.
En las teorías encontramos las explicaciones de los hechos. En ellas reposan los conocimientos que la humanidad tiene sobre el mundo. Es su banco del conocimiento acumulado. Pero igualmente la satisfacción de las necesidades materiales de la sociedad, así como su continua adaptación al crecimiento poblacional es altamente estimado por la sociedad. La ciencia crece en base al continuo diálogo entre el teórico y los datos que le aportan los laboratorios. Igualmente los empíricos buscan en la teoría las explicaciones a los datos que provienen de sus observaciones.
4. Uso intensivo de tecnología.
Producto del diálogo laboratorio y teóricos, se ha logrado una sinergía de recursos que han permitido desarrollado un instrumental que a su vez han permitido crear nuevos conocimientos y nuevos instrumentos. La aparición del computador ha provocado un ahorro impresionante de trabajo en paralelo con las posibilidades de la creación de modelos que sugieren nuevas hipótesis que demandan nuevas teorías, que demandan nuevos datos. Es el circulo del crecimiento exponencial que la ciencia está experimentado desde mediado del siglo XX.

5. Colaboración interdisciplinaria e internacional.


6. Es tenaz e incansable en la prosecución de sus objetivos, sin embargo, el tesista a diferencia de un investigador cuyos objetivos sea diferentes, por ejemplo conseguir una vacuna contra la enfermedad del cáncer, debe buscar una investigación que no le demande un tiempo mayor que el que dispone para realizar sus tesis.

7. Es éticamente responsable ante la sociedad tanto en el "que", como en el "como" y el "para que" obtiene sus conocimientos, así como las aplicaciones que de estos puedan derivarse. No siempre la ciencia ha reparado en estos aspectos lo que ha traído conflictos con la sociedad al sacudir sus cimientos éticos y morales.

Se nos fue John Updike...

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Agencias | Washington

El escritor estadounidense John Updike, conocido sobre todo por sus crónicas de los suburbios, ha fallecido a los 76 años, según ha confirmado su editor al diario 'The New York Times'.

Nacido en Shilligton, Pennsylvania (EEUU), el 18 de marzo de 1932, estudió en la Escuela Superior de Shillington y en el Harvard College, y desde 1955 a 1957 fue reportero de la revista 'New Yorker'. Allí desarrolló un estilo punzante y sarcástico con el que describía los vicios y virtudes de la vida cotidiana americana.

Desde 1957 vivió en Ipswich, Massachusetts, y se dedicó a escribir. En 1960 publica la primera novela 'Corre Conejo', que más tarde se convertiría en la primera de una serie. En ella aborda la problemática del 'hombre medio', Harold Angstrom, apodado 'Conejo', un ex jugador de baloncesto que pretende adaptarse a la vida diaria, más doméstica.

Los otros títulos son: 'El regreso de Conejo', 'Conejo es rico' y 'Conejo en paz'. En 'El Centauro' (1963), explica a través de un adolescente las sensaciones y sentimientos provocados por una enfermedad como la psoriasis.

En 1967 fue galardonado con el premio O'Herry Story, y en 1982 con el del Círculo Nacional de Críticos Literarios, pero uno de los más importantes fue el Premio Pulitzer, que consiguió ese mismo año, con 'Conejo es rico'. Y por segunda vez, en 1991, con 'Rabbit at rest'.

En febrero de 1991 recibió el premio 1990 del Círculo de la Crítica Literaria de EEUU, en la categoría de ficción, por 'Rabbit at Rest' (Conejo en paz), la última novela de la serie 'Rabbit' (Conejo) donde la enfermedad y muerte del personaje central, Harry Angstrom, ilustra el declive de EEUU.
Parejas de los 60

En 1996, se reeditó en España 'Parejas' que en los años 60 permaneció bastante tiempo entre las listas de los libros más vendidos. En esta novela analiza el comportamiento de algunas parejas de los 60, pioneras en la frontera del sexo y la promiscuidad.

En 1997 terminó la novela 'Toward the end of time' ('Hacia el final de los tiempos'). Poco después, escribió las primeras líneas de un libro en Internet, bajo el título 'Murder makes the magazine', que continuaron escritores anónimos durante 43 días.

En 1998, edita 'La belleza de los lirios', donde una vez mas muestra a la clase media norteamericana, a lo largo de cuatro generaciones de una misma familia y con el mundo del cine como telón de fondo. A lo largo de varios años ha figurado su nombre entre los candidatos al Premio Nobel.

Entre sus obras destacan: 'La feria del asilo' (1959), 'Corre conejo' (1960), 'El Centauro' (1963), 'En torno a la granja' (1965), 'Parejas' (1968), 'El regreso del conejo' (1971), 'Cásate conmigo' (1976), 'Golpe de Estado' (1980), 'Conejo es rico' (1981), 'Las brujas de Eastwick' (1984) (que fue llevada al cine), 'S' (1988), 'La versión de Roger' (1989), 'El libro de Bech', 'Rabbit at Rest' (1990), 'Brasil' (1994), 'Hacia el final de los tiempos' (1997), 'La belleza de los lirios' (1998); 'Hacia el final del tiempo' (1999), 'Gertrudis y Claudio' (2000), 'Conejo en el recuerdo y otras historias' (2003), y 'Busca mi rostro' (2004).

Estaba casado en segundas nupcias con Martha Ruggles, desde 1977. Su primera mujer fue Mary Pennington, con la que contrajo matrimonio en 1955. Tenía dos hijas y dos hijos.

El Museo del Prado concluye que "El Coloso" no es obra de Francisco de Goya

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Fuente: EFE. 26.01.2009 - 20:05h

La "pobreza" de la técnica de El Coloso, así como de su luz, colorido y su marcada diferencia con obras maestras de atribución documentada de Francisco de Goya, han llevado, entre otros aspectos, al Museo del Prado a asegurar en un estudio publicado hoy que este cuadro no fue realizado por el maestro aragonés.

En el informe El Coloso y su atribución a Goya Manuela Mena, jefa de Conservación de Pintura del siglo XVIII y Goya, realiza una extensa investigación.

En ella se contempla el análisis de documentación y bibliografía desde que el cuadro llegó al Prado en 1931 hasta sus características técnicas, con la incorporación de los análisis del laboratorio, y su estilo, composición y significado, comparándolo con obras seguras de Goya.

En el estudio, Mena hace referencia a la reciente identificación de las iniciales "AJ", de ahí la hipótesis de que sea obra del pintor valenciano Asensio Juliá, conocido a partir de los últimos años del siglo XVIII como ayudante principal del taller de Goya.

A lo largo de su investigación, la experta señala que el modo de estar pintado El Coloso, el uso que su autor había hecho de pinceladas "es técnicamente opuesto al modo de trabajar del maestro". Eso unido a las incorrecciones de la perspectiva y de las proporciones y expresividad de las figuras, lo alejaban de Goya.

La figura masculina de espaldas, las características del paisaje en su disposición y técnica, y las figuras que corren, junto a coches y animales muy variados permitieron establecer comparaciones con la interpretación que Goya hizo de detalles similares en sus obras seguras, mostraron también sus diferencias con el maestro.

La pincelada

El cuadro presenta desde su misma base "un modo de trabajo distinto al de Goya, revelando por comparación con sus obras, una mano y concepción de las figuras y el espacio diferente a la suya".

En opinión de Manuela Mena, está realizado de modo superficial y acumulativo, con una cantidad innecesaria de pinceladas sin la fluidez que parece desprenderse de su técnica. "Ese modo de hacer indica un proceso de creación lento e indeciso, no directo ni sabiendo de antemano lo que se pretende".

El dominio que tenía Goya de la anatomía humana, de los animales o de la forma de los objetos y su materia, así como la posición en el espacio y la perspectiva, "fue excepcional".

En cambio, el autor de El Coloso muestra dificultad para dominar la fisonomía y la expresión que fue lo que obligó, tras dos intentos fallidos y posiblemente alguno más, a situar la figura de espaldas, con el rostro de perfil semioculto.

"La pobre anatomía de El Coloso no admite comparación con los desnudos masculinos, bellos y realistas, conocedores en profundidad de la belleza del desnudo clásico y barroco, de Goya, que se inician ya en su período juvenil".
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En el mundo hay cada vez menos pobres

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Antes de entrar en detalles, convengamos en que, contrariamente a la visión apocalíptica de muchos latinoamericanos, según la cual la globalización está aumentando la pobreza, lo que está ocurriendo a nivel mundial es precisamente lo contrario. La pobreza en el mundo —si bien continúa a niveles intolerables— ha caído dramáticamente en los últimos años en todos lados, menos en América latina. La globalización, lejos de aumentar el porcentaje de pobres en el mundo, ha ayudado a reducirlo drásticamente: tan sólo en los últimos veinte años, el porcentaje de gente que vive en extrema pobreza en todo el mundo —con menos de 1 dólar diario— cayó del 40 al 21 por ciento. Y la pobreza genérica —el número de gente que vive con menos de 2 dólares por día— a nivel mundial ha caído también, aunque no tan dramáticamente: pasó del 66 por ciento de la población mundial en 1981, al 52 por ciento en 2001. De manera que, en general, el mundo está avanzando, aunque no tan rápidamente como muchos quisiéramos.

Pero, lamentablemente para los latinoamericanos, casi toda la reducción de la pobreza se está dando en China, India, Taiwan, Singapur, Vietnam y los demás países del Este y Sur asiático, donde vive la mayor parte de la población mundial. ¿Por qué les va tanto mejor a los asiáticos que a los latinoamericanos? En gran parte, porque están atrayendo muchas más inversiones productivas que América latina. Hace s décadas, los países asiáticos recibían sólo el 45 por ciento del total al de las inversiones que iban al mundo en vías de desarrollo. Hoy en a, el porcentaje de inversión en Asia ha subido al 63 por ciento, según ras de las Naciones Unidas.5 Y en América latina el fenómeno ha o a la inversa: las inversiones han caído dramáticamente. Mientras países latinoamericanos recibían el 55 por ciento de todas las invernes del mundo en desarrollo hace tres décadas, actualmente sólo reciben el 37 por ciento.

Hay un monto limitado de capitales en el mundo, y el grueso de s inversiones en los países en vías de desarrollo se está concentrando China y otras naciones de Asia, los países de la ex Europa del Este, y algunos aislados de América latina, como Chile. Y a pesar de que hubo un repunte de las inversiones en Latinoamérica en 2004, China recibiendo más inversiones extranjeras que todos los 32 países latinoamericanos y del Caribe juntos. En efecto, China, sin contar Hong Kong, está captando 60 mil millones de dólares por año en inversiones extranjeras directas, contra 56 mil millones de todos los países latinoamericanos y caribeños7 Si sumamos la inversión extranjera directa en Hong Kong, China capta 74 mil millones de dólares anuales, y la diferencia con América latina es aun mayor. Y, lo que es más triste, las inmensas familiares que envían los latinoamericanos que viven en el exterior están a punto de superar el monto total de las inversiones extranjeras en la región.

No hay que ser ningún genio, entonces, para entender por qué a China le está yendo tan bien: los chinos están recibiendo una avalancha de inversiones extranjeras, lo que les permite abrir miles de fábricas nuevas por año, aumentar el empleo, hacer crecer las exportaciones y reducir la pobreza a pasos agigantados. En las últimas dos décadas, desde que se abrió al mundo y se insertó en la economía global, China logró sacar de la pobreza a más de 250 millones de personas, según cifras oficiales. Y mientras ese país ha estado aumentando sus exportaciones a un ritmo del 17 por ciento anual en la última década, América latina lo ha venido haciendo a un ritmo del 5,6 por ciento anual, según estimaciones de la Corporación Andina de Fomento. A medida que corre el tiempo, China está ganando más mercados y desplazando cada vez más a sus competidores en otras partes del mundo. En 2003, por primera vez, desplazó a México como el segundo mayor exportador a los Estados Unidos, después de Canadá.

¿Qué hacen los chinos, los irlandeses, los polacos, los checos y los chilenos para atraer capitales extranjeros? Miran a su alrededor, en lugar de mirar hacia adentro. En lugar de compararse con cómo estaban ellos mismos hace cinco o diez años, se comparan con el resto del mundo, y tratan de ganar posiciones en la competencia mundial por las inversiones y las exportaciones. Ven la economía global como un tren en marcha, en el que uno se monta, o se queda atrás. Y, tal como me lo señalaron altos funcionarios chinos en Beijing, en lugar de enfrascarse en interminables discusiones sobre las virtudes y los defectos del libre comercio, o del neoliberalismo, o del imperialismo de turno, China se concentra en el tema que considera prioritario: la competitividad. Y lo mismo ocurre en Irlanda, Polonia o la República Checa, que ya son parte de acuerdos de libre comercio regionales pero saben que la clave del progreso económico es ser más competitivos que los demás. A diferencia de muchos países latinoamericanos, que están enfrascados en debates sobre el libre comercio como si éste fuera un fin en sí mismo, los países que más crecen no pierden de vista el punto central: que de poco sirven los tratados de libre comercio si un país no tiene qué exportar, porque no puede competir en calidad, en precio ni en volumen con otros países del mundo.

“Aquí todavía se puede vivir muy bien”

Cuando les comenté a varios amigos dedicados al análisis político en América latina que estaba escribiendo este libro, tratando de comparar el desarrollo de Latinoamérica con el de otras regiones del mundo, muchos me dijeron que estaba perdiendo el tiempo. Era un ejercicio inútil, decían, porque partía de la premisa falsa de que hay grupos de poder en la región que quieren cambiar las cosas. Aunque muchos miembros de las élites latinoamericanas saben que sus países se están quedando atrás, no tienen el menor incentivo para cambiar un sistema que les funciona muy bien a nivel personal, me decían. ¿Qué incentivos para cambiar las cosas tienen los políticos que son electos gracias al voto cautivo de quienes reciben subsidios estatales que benefician a algunos, pero hunden a la sociedad en su conjunto? ¿Por qué van a querer cambiar las cosas los empresarios cortesanos, que reciben contratos fabulosos de gobiernos corruptos? ¿Y por qué van a querer cambiar las cosas los académicos y los intelectuales “progresistas” que enseñan en universidades públicas que se escudan detrás de la autonomía universitaria para no rendir cuentas a nadie por su ineficiencia? Por más que digan lo contrario, ninguno de estos sectores quiere arriesgar cambios que podrían afectarlos en el bolsillo, o en su estilo de vida, encogían de hombros mis amigos. Mi esfuerzo era bienintencionado pero totalmente inútil, decían.

No estoy de acuerdo. Hay un nuevo factor que está cambiando la ecuación política en América latina, y que hace que cada vez menos te esté conforme con el statu quo: la explosión de la delincuencia. En o, la pobreza en América latina ha dejado de ser un problema exclusivo de los pobres. En el pasado, los niveles de pobreza en la región eran altísimos, y la distribución de la riqueza era obscenamente desigual, pero nada de eso incomodaba demasiado la vida de las clases s pudientes. La gente sin recursos vivía en las periferias de las ciudades y —salvo esporádicos brotes de protesta social— no alteraba la cotidiana de las clases acomodadas. No era casual que los turistas americanos y europeos que visitaban las grandes capitales latinoamericanas se quedaran deslumbrados por la alegría de vida que se piraba en sus barrios más pudientes. ‘QLos latinoamericanos sí que n vivir!”, exclamaban los visitantes. Las vacaciones de cuatro semanas, los restaurantes repletos, el hábito de la sobremesa, las reuniones familiares de los domingos, el humor ácido sobre los gobernantes de turno, la pasión compartida por el fútbol, la costumbre de tomarse un café con los amigos, la riqueza musical y el paseo por las calles le daban a la región una calidad de vida que no se encontraba en muchas partes del mundo. Quienes tenían ingresos medios o altos decían, orgullosos: “A pesar de todo, aquí todavía se puede vivir muy bien”. Aunque América latina tenía una de las tasas de pobreza más altas del mundo, y la peor distribución de la riqueza del planeta, su clase dirigente podía darse el lujo de vivir en la negación. Los pobres estaban presentes en el discurso político, pero eran invisibles en la realidad cotidiana. La pobreza era un fenómeno trágico, pero disimulable detrás de los muros que se levantaban a los costados de las autopistas.

Esa época llegó a su fin. Hoy día, la pobreza en América latina ha incrementado al 43 por ciento de la población, según cifras de las Naciones Unidas. Y el aumento de la pobreza, junto con la desigualdad y la expansión de las comunicaciones, que está llevando a los hogares mas humildes las imágenes sobre cómo viven los ricos y famosos, están produciendo una crisis de expectativas insatisfechas que se traduce en cada vez más frustración, y cada vez más violencia. Hay una guerra civil no declarada en América latina, que está cambiando la vida cotidiana de pobres y ricos por igual. En las “villas” en la Argentina, las “favelas” n Brasil, los “cerros” en Caracas y las “ciudades perdidas” en Ciudad de México, se están formando legiones de jóvenes criados en la pobreza, sin estructuras familiares, que viven en la economía informal y no tienen la menor esperanza de insertarse en la sociedad productiva. En la era de la información, estos jóvenes crecen recibiendo una avalancha de estímulos sin precedentes que los alientan a ingresar en un mundo de afluencia, en un momento histórico en que —paradójicamente— las oportunidades de ascenso social para quienes carecen de educación o entrenamiento laboral son cada vez más reducidas.

La región más violenta del mundo

La combinación del aumento de las expectativas y la disminución de las oportunidades para los sectores de menor educación es un cóctel explosivo, y lo será cada vez más. Está llevando a que progresivamente más jóvenes marginados estén saltando los muros de sus ciudades ocultas, armados y desinhibidos por la droga, para adentrarse en zonas comerciales y residenciales y asaltar o secuestrar a cualquiera que parezca bien vestido, o lleve algún objeto brillante. Y a medida que avanza este ejército de marginales, las clases productivas se repliegan cada vez más en sus fortalezas amuralladas. Los nuevos edificios de lujo en cualquier ciudad latinoamericana ya no sólo vienen con su cabina blindada de seguridad en la entrada, con guardias equipados con armas de guerra, sino que tienen su gimnasio, cancha de tenis, piscina y restaurante dentro del mismo complejo, para que nadie esté obligado a exponerse a salir al exterior. Tal como ocurría en la Edad Media, los ejecutivos latinoamericanos viven en castillos fortificados, cuyos puentes —debidamente custodiados por guardias privados— se bajan a la hora de salir a trabajar por la mañana, y se levantan de noche, para no dejar pasar al enemigo. Hoy, más que nunca, la pobreza, la marginalidad y la delincuencia están erosionando la calidad de vida de todos los latinoamericanos, incluyendo a los más adinerados.

En estos momentos, hay 2,5 millones de guardias privados en América latina.8 Tan sólo en Sáo Paulo, Brasil, hay 400 mil guardias privados, tres veces más que los miembros de la policía estatal, según el periódico Gazeta Mercantil. En Río de Janeiro, la guerra es total: los delincuentes matan a unos 133 policías por año —un promedio de dos por semana, más que en todo el territorio de los Estados Unidos— y la policía responde con ejecuciones extrajudiciales de hasta mil presuntos sospechosos por año. En Bogotá, Colombia, la capital mundial de secuestros, hay unos siete guardias privados por cada policía, y es-prosperando varias industrias relacionadas con la seguridad. Un empresario llamado Miguel Caballero me contó que está haciendo una tuna diseñando ropa blindada de última moda. Ahora, los empresarios y los políticos pueden vestir guayaberas, chaquetas de cuero o trajes forrados con material antibalas, cosa de que nadie se percate. “Hemos desarrollado una industria pionera”, me señaló con orgullo Caballero. empresa vende unas 22 mil prendas blindadas por año, de las cuales una buena parte son exportadas a Irak y varios países de Medio Oente. “Ya tenemos 192 modelos. Y estamos desarrollando una línea femenina, de uso interior y exterior”, agregó el empresario. América latina es actualmente la región más violenta del mundo Ya se ha convertido en un chiste habitual en conferencias internacionales sobre la delincuencia decir que uno tiene más probabilidades ser atacado caminando por la calle de traje y corbata en Ciudad de Mexico o Buenos Aires que haciéndolo en Bagdad disfrazado de solo norteamericano.

Según la Organización Mundial de la Salud, _Ginebra, la tasa de homicidios en América latina es de 27,5 víctimas por cada 100 mil habitantes, comparada con 22 víctimas en África, 15 en Europa del Este, y 1 en los países industrializados. “Como región, América latina tiene la tasa de homicidio más alta del mundo me dijo Etienne Krug, el especialista en violencia de la OMS, en á entrevista telefónica desde Ginebra. “Los homicidios son la séptima causa de muerte en América latina, mientras que son la causa número 14 en África, y la 22 a nivel mundial.” Y las posibilidades de e un homicida o un ladrón vaya a la cárcel son reducidas: mientras la población carcelaria en los Estados Unidos —una de las más altas 1 mundo— es de 686 personas por cada 100 mil habitantes, en la Argentina es de 107 personas por cada 100 mil habitantes, en Chile de , en Colombia de 126, en México de 156, en Perú de 104 y en Venezuela de 62.12 En otras palabras, la mayoría de los crímenes en Américalatina permanecen impunes.

Fuente Consultada: Cuentos Chinos de Andrés Oppenheimer

"Soy un contador de historias, todo lo demás da igual"

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ENTREVISTA: ENTREVISTA - SALMAN RUSHDIE

Por: EDUARDO LAGO 25/01/2009, El País-Madrid-


Madrugada de invierno de un año sin precisar, unos minutos antes del amanecer. Un jumbo de Air India secuestrado por un grupo terrorista islámico estalla en pleno vuelo sobre el Canal de la Mancha. Mientras caen en picado sobre una playa de la costa inglesa, dos pasajeros que han sobrevivido milagrosamente al atentado comentan despreocupadamente la insólita situación en que se encuentran... Así arranca Los versos satánicos, una de las novelas más polémicas de todos los tiempos. El nombre de su autor, Salman Rushdie, adquirió una notoriedad sin precedentes entre millones de personas de Oriente y Occidente que jamás llegarían a abrir el libro. ¿La razón? Que en ciertos pasajes figuran alusiones a una religión que se asemeja al islam, cuyo libro sagrado retoca por su cuenta un escriba imaginario que responde al nombre de Salman. Lo que sucedió tras la publicación de la novela es de sobra conocido: algunos líderes religiosos musulmanes interpretaron literalmente la estratagema novelística de Rushdie, juzgando que su obra constituía una blasfemia contra el islam. El Gobierno iraní presidido por el ayatolá Jomeini promulgó una fetua (condena de muerte) contra el autor, ofreciendo una cuantiosa recompensa a quien ejecutara la sentencia. El libro fue prohibido en numerosos países y quemado en diversos actos de repudia pública, desencadenándose violentos disturbios y manifestaciones que costaron la vida a varias personas en tres continentes.

Siguieron años de dificultad extrema para el autor, que se vio obligado a vivir en rigurosa reclusión, cambiando constantemente de domicilio, rodeado día y noche de una escolta de policías secretos. En 1993 se ratificó la fetua. Tres personas relacionadas con la publicación del libro sufrieron atentados. El traductor de la novela al japonés fue asesinado. El Gobierno iraní suspendió oficialmente la condena en 1998, aunque diversos grupos radicales se negaron a acatar la decisión. Hoy Rushdie recibe ocasionalmente notas que le recuerdan la fatídica sentencia. En 2005 el ayatolá Ali Jamenei declaró que la condena seguía en vigor. En 2007, la reina Isabel II lo nombró Caballero de la Orden del Imperio Británico, gesto que desató una nueva oleada de furia contra Rushdie en amplias zonas del mundo islámico.

Durante todo este tiempo, el autor angloindio ha procurado mantenerse fiel a sus principios éticos y estéticos. Entre 2004 y 2006 ejerció como presidente del PEN American Center, organización que desde su sede neoyorquina vela por la libertad de expresión y la independencia de los escritores de todo el mundo.

Rushdie puede despertar sentimientos encontrados entre sus compañeros de oficio. Dos autores de gran prestigio que han escrito desde perspectivas muy distintas sobre el islam se pronunciaron contundentemente en su día sobre la suerte del escritor. El egipcio Naghib Mafouz, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1988, reaccionó a la fetua dictada contra Rushdie acusando de terrorismo intelectual a Jomeini, para ulteriormente matizar que nadie tiene derecho a ofender las creencias de los demás. La visión de Salman Rushdie es diametralmente opuesta: "Sin el derecho a ofender", observó en una ocasión, "no se puede hablar de libertad de expresión". En otro momento apostilló: "No hay nada más fácil que impedir que un libro nos ofenda. Basta con cerrarlo". Haciendo alarde de su ácido sentido del humor, V. S. Naipaul, premio Nobel de Literatura en 2001 y autor de Viaje al islam, resumió de modo lapidario el affaire Rushdie, sosteniendo que la fetua pronunciada contra él era un caso de crítica literaria llevada a sus extremos.

Tanta humareda nos puede hacer olvidar un dato esencial: Salman Rushdie es uno de los narradores con mayor talento de nuestra época. En opinión de Christopher Hitchens, el controvertido autor de Dios no es bueno, de no haber sido por la fetua, hace tiempo que le habrían concedido el Premio Nobel de Literatura. Ingenioso, inventivo y versátil; caracterizado por un rigor y solidez poco comunes; capaz de saltar entre la realidad y la fantasía con asombrosa agilidad, así como de hibridar tradiciones y géneros aparentemente irreconciliables, el corpus novelístico de Salman Rushdie -cuya última novela, El encanto de Florencia (Mondadori), se publica a finales de febrero en España- sorprende por la brillantez de su lenguaje, por la audacia de sus planteamientos narrativos y por su destreza técnica.

En persona, Salman Rushdie desborda vitalidad. Dotado de un talento inusual para la narración oral, su conversación es tan versátil, amena, ágil, torrencial e imaginativa, como el sinfín de historias que se cruzan vertiginosamente en las páginas de sus libros.

Una de las características más acusadas de toda su obra literaria parece ser su habilidad para desenvolverse con idéntica facilidad en el plano de la realidad y el de la fantasía. De pequeño, devoraba libros de ciencia-ficción. Era la edad de oro del género: Ray Bradbury, Philip K. Dick, Isaac Asimov, Stanislav Lem, aunque muchos de los autores que leía eran francamente malos. Eran los años de la carrera espacial, cuando los rusos lanzaron los primeros Sputniks, a finales de los cincuenta. La ciencia-ficción es un vehículo perfecto para la novela de ideas. Uno de mis relatos favoritos de todos los tiempos es Los 9.000 millones de nombres de Dios, de Arthur C. Clarke. En él se cuenta la historia de dos científicos que por encargo de unos lamas tibetanos construyen un ordenador cuyo fin es programar todas las permutaciones posibles del nombre de Dios. Cuando concluyan la tarea, sobrevendrá el fin del mundo. Es un cuento enigmático y magistral. Pero no todo lo que leía era así. Por lo general, eran libros muy mal escritos. Los personajes no eran creíbles: científicos que llevaban bata y mujeres extraordinariamente atractivas que tenían unos pechos descomunales [risas]. En cuanto a mi interés por la fantasía, me parece importante subrayar algo fundamental, que a veces se nos olvida: la frontera entre la realidad y la imaginación no es algo fijo. El realismo es sólo una forma más de describir el mundo, y no es necesariamente la mejor ni la más interesante. Yo nací en un país donde la fantasía lo envuelve a uno desde el momento de nacer. La mitología india es de una riqueza portentosa, y no me refiero sólo a las leyendas religiosas, sino a la tradición narrativa que tiene su origen en Las mil y una noches, muchas de cuyas historias surgieron en India antes de traducirse al persa y al árabe. Crecer escuchando la historia de Simbad el Marino, de Alí Babá o Aladino deja una impronta imborrable en la imaginación de un futuro escritor. El realismo no es más que una convención. Si es necesario, recurro a ella, pero no es el único recurso ni mucho menos.


¿Podría evocar algunos recuerdos de su familia? Tanto mi familia paterna como la materna eran oriundas de Cachemira, aunque las dos ramas llevaban bastante tiempo afincadas en India cuando yo nací. Mi abuelo materno era un hombre muy religioso. Peregrinó a La Meca y a lo largo de toda su vida cumplió escrupulosamente con el precepto de orar cinco veces al día. Sus nietos nos reíamos de él viéndole darse de frentazos contra la alfombra, claro que los niños nunca se han caracterizado por ser muy respetuosos. Mi abuelo no se lo tomaba a mal. Tenía muy buen carácter. Todo lo contrario que mi abuela, una mujer feroz que nos inspiraba un miedo terrible. Vivían en una casa muy grande, en un lugar llamado Nadi Garu, y allí se reunía toda la familia dos o tres veces al año. Mi abuelo fundó una escuela de medicina en Aligarh, en las afueras de Nueva Delhi. Había allí una universidad islámica muy importante. En la escuela de mi abuelo se simultaneaba el estudio de la medicina occidental con la tradicional del Ayurveda. Mi madre llegó a ser una gran experta en hierbas medicinales y cuando caía enfermo me daba una pócima estúpida que tenía un sabor repugnante y no me hacía ningún efecto, mientras que a mis compañeros de clase les daban antibióticos y enseguida se curaban [risas]... Mi familia era muy variada, había de todo. La hermana mayor de mi madre era profesora en la Universidad de Karachi, y la pequeña se casó con un general pakistaní que tenía mucho poder [risas]. Luego estaban mis tíos, uno era un funcionario de alto rango y el otro trabajaba de guionista en Bollywood. Creo que llegó a dirigir alguna película. Su esposa era actriz y bailarina. En mi familia el cine era algo muy importante.

Usted nació en Bombay, ¿cuándo se trasladaron sus padres allí? Mis padres y mis abuelos vivían en Delhi. Mi padre era hijo único. Su padre, mi abuelo, tenía mucho dinero, era propietario de una fábrica de tejidos. Mis padres se casaron en Nueva Delhi en 1946. Era una época muy tensa. La independencia de India era inminente. La idea era dividir el país en dos partes, una hindú, India propiamente dicha, y otra musulmana, Pakistán. Mis padres eran musulmanes, pero no ejercían. Lo más que hacían era abstenerse de comer carne de cerdo, en eso consistía para nosotros el islam [risas]. Tenían clarísimo que no querían vivir en un Estado islámico como Pakistán. Por otra parte, no les hacía ninguna gracia la idea de vivir en Delhi, porque el ambiente que se respiraba era verdaderamente peligroso. Había una tensión insoportable entre hindúes y musulmanes y el conflicto podía estallar en cualquier momento, como efectivamente ocurrió. Mi abuelo paterno murió antes de nacer yo. Mi padre decidió vender la fábrica e irse a vivir con mi madre a Bombay, que gozaba de la reputación de ser una ciudad mucho más cosmopolita y tolerante, mucho menos explosiva. Cuando se fueron de Delhi, mi madre estaba embarazada de lo que resultaría ser yo, de modo que se puede decir que fui a Bombay con ellos [risas]. Yo nací en 1947, ocho semanas antes de la independencia del país.

¿Cómo era el Bombay de su infancia? Bombay era la ciudad más moderna y cosmopolita de India, el gran puerto occidental del país, por el que entraba directamente la influencia del resto del mundo. En Bombay siempre ha habido muchos extranjeros, gente llegada de todos los confines de la tierra. Las demás grandes ciudades de India eran mucho más uniformes. En Nueva Delhi todo el mundo era indio. En Calcuta todo el mundo era bengalí, y en Madrás, sureños, mientras que Bombay era una gran metrópolis que atraía a gente de todos los rincones de India. El ambiente que reinaba en la ciudad era muy cosmopolita y tolerante. El Bombay en que yo crecí era una urbe secularizada y no violenta, lo cual me hizo suponer que el mundo era así. Desde niño me acostumbré a ver cómo convivían entre sí diversas sectas y religiones sin que ello supusiera ningún conflicto. Nos llevábamos bien con los que tenían otras creencias, celebrábamos los festivales de las otras religiones. Sectas muy distintas entre sí vivían en perfecta armonía. Mi infancia en Bombay marcó de manera muy profunda mi modo de percibir el mundo.

¿Qué edad tenía cuando lo enviaron a estudiar a Inglaterra? Trece años y medio. Estuve interno en Rugby, una escuela pública muy prestigiosa. A los 18 me matriculé en el King's College de Cambridge. Estudié historia, en contra de la voluntad de mi padre, que quería que estudiara económicas. De aquellos años me quedó el molde del método que aplican los historiadores en su disciplina, una manera de mirar el mundo buscando el sentido profundo de los hechos, jerarquizándolos conforme a su importancia. Mi verdadera pasión era la literatura, pero jamás la estudié de manera formal. No se me pasó por la cabeza que fuera posible hacer nada semejante. Desde la adolescencia fantaseé con la idea de ser escritor, pero la idea de estudiar literatura no tenía nada que ver con ello. Para mí, leer no podía ser una asignatura, sino una forma de placer. Cuando me metía en una librería, salía cargado con un botín de libros; luego me encerraba a devorarlos como si fueran golosinas.

¿Qué leyó durante los años que pasó en la universidad? Recuerdo que tenía una novia que estaba haciendo una tesis doctoral sobre Finnegans Wake, la endiablada obra final de Joyce. Se titulaba algo así como James Joyce y el nouveau roman francés. Por aquella relación me tocó leer a autores experimentales como Michel Butor y Alain Robbe-Grillet... Me tuve que leer Finnegans Wake dos veces. Fue el precio que tuve que pagar por estar enamorado [risas]. En fin, sí, toda la novela del siglo XVIII, libros como Tristram Shandy, de Lawrence Sterne, y Tom Jones, de Henry Fielding, me impactaron mucho. También leí mucha literatura americana. Por entonces descubrí a Pynchon.

Otro autor complicado... Ahora ya se me ha pasado, pero cuando lo descubrí de joven sentí veneración absoluta por él. Tiene una novela titulada V. que me pareció sencillamente maravillosa. El resto de su obra me interesó menos, pero V. me pareció fascinante. Las ideas de Pynchon son sumamente interesantes. Tiene un sistema dual en el que por una parte está el concepto de paranoia y por otra el de entropía. Según Pynchon, el mundo tiene un significado, sólo que es inaccesible porque hay ciertas fuerzas que se encargan de mantenerlo oculto. Tan sólo un círculo selecto de gente posee el secreto del significado del mundo, aunque por lo menos se sabe que lo tiene. Por otra parte, está la idea de la muerte del universo, que es algo que acaece lentamente... Para Pynchon la vida es como una fiesta que se va apagando poco a poco [risas] y su sentido final se nos escapa, de modo que libertad y ausencia de significado son equivalentes.

En 1981 publica 'Hijos de la medianoche', considerada su obra más importante. Lo empecé a escribir sin saber muy bien dónde iba a parar. Cuando pienso en el lío en que se metió el joven que era yo entonces me asusto. Hay que ser muy joven y muy estúpido para atreverse a escribir un libro tan arriesgado, sobre todo teniendo en cuenta que mi primera novela no había ido lo que se dice precisamente bien. Al principio sólo quería escribir una novela sobre la infancia. Luego se me ocurrió la idea de los 1.001 niños dotados de poderes mágicos y tuve que aceptar las consecuencias de tal decisión. Los poderes mágicos de los niños se derivan del hecho de que su nacimiento coincide con el de India como nación independiente. En aquel momento comprendí que tenía que escribir un libro de una escala mucho mayor, por haber añadido una dimensión histórica a la narración.

¿Le resultó difícil escribir 'Vergüenza', tras un éxito tan fulminante? El destino de ese libro fue de lo más curioso. Pasó inadvertido, aplastado entre el éxito de Hijos de la medianoche y el escándalo que se desató en torno a la publicación de Los versos satánicos. Han tenido que pasar muchos años para que la gente se fijara en él. Hoy día, de todos mis libros, seguramente es el que más atención recibe en cursos universitarios, debido a la actualidad de los temas que aborda: el poder militar, el fanatismo religioso, el choque de civilizaciones. En cierto modo fue un libro premonitorio, ya que esos temas son hoy mucho más urgentes y relevantes que cuando lo escribí.

A estas alturas supongo que aborrecerá que le pregunten por 'Los versos satánicos'. Podemos hablar del libro desde el punto de vista literario, para variar [risas]. Todo el mundo tiene una opinión muy contundente sobre esa novela sin haberla leído.

Casi se podría decir lo mismo de usted. El mártir ha eclipsado al escritor. La fetua arrasó con todo lo demás.

¿Qué le llevó a escribir un libro así? Es una novela sobre gente que emigra a Occidente desde el sureste asiático: India, Pakistán y Bangladesh. Ése es un aspecto importante: el tema de la inmigración y sus consecuencias. Por otra están las múltiples historias que se entrecruzan en el libro, vertebradas por la figura del Arcángel Gabriel. Veo el libro como una serie de instantáneas que permiten seguir la carrera del Arcángel Gabriel [risas], una especie de biografía que no respeta el orden cronológico. Me pareció una idea divertida. Aún no había descubierto que tener ideas divertidas puede costarte caro: corres el riesgo de que se te acuse de blasfemo. Los ataques contra el libro fueron tan virulentos que nadie se percató de sus aspectos humorísticos. Los versos satánicos es esencialmente una novela cómica. Todos los procedimientos que utilizo son cómicos, aunque el efecto acumulativo final no lo sea. Es algo que aprendí de Kafka. El Castillo es una sucesión de escenas cómicas, aunque el efecto de conjunto no sea cómico. Mi mayor frustración fue ver que nadie pensaba en Los versos satánicos como libro. La gente veía en él un alegato, un eslogan, un panfleto. Se decían cosas de la novela que me dejaban estupefacto. La obra de que hablaban simplemente no existía. Decían cosas que no figuraban en ninguna parte. Yo no me cansaba de repetir: "¿Dónde está el libro del que dicen todo eso? Por favor, que alguien me enseñe las páginas donde aparecen las cosas que se dicen". Era rarísimo, y conmigo ocurría algo parecido. El Salman Rushdie del que hablaba la gente no tenía nada que ver con mi persona. De modo que toda la animadversión y la violencia extrema que exhibía la gente iban dirigidas contra algo que no existía. Ahora que han pasado 20 años desde que se publicó, es un alivio ver que por fin se habla del libro que escribí, no de una entelequia. Siento que he recuperado la novela. La gente lee un libro real, y reacciona como se reacciona normalmente ante un libro: hay gente a la que le gusta mucho y gente a la que no le gusta nada, y entre uno y otro extremo, todos los matices intermedios. Ése es el destino común de todos los libros.

¿Le cogió por sorpresa la reacción que se desató tras su publicación? Totalmente. Es decir... todos mis libros habían sido mal vistos por quienes sustentan opiniones religiosas ortodoxas islámicas. Hijos de la medianoche no les gustó, Vergüenza no les gustó, así que cuando publiqué Los versos satánicos di por hecho que tampoco les gustaría. Lo que no me esperaba era una reacción tan virulenta. De no haber intervenido Jomeini, decretando mi condena a muerte, el libro hubiera tenido una trayectoria normal.

¿Le resultó muy difícil mantenerse fiel a sus principios como escritor y tratar de seguir adelante después de la 'fetua'? Mucho, sobre todo al principio. Hubo un momento, unos meses después del ataque, en que creí que no sería capaz de seguir adelante. Estaba molesto, herido, a punto de perder el equilibrio. Me salvó pensar que no era ni mucho menos el primer escritor que padecía una persecución así. La historia de la literatura está plagada de episodios trágicos, como el Gulag. Dostoievski llegó a estar frente a un pelotón de fusilamiento... Ovidio murió en el exilio, Jean Genet escribió gran parte de su obra en la cárcel. La lista es muy larga. Me dije que si ellos habían tenido la entereza de resistir frente a las dificultades, yo estaba obligado a hacer otro tanto. Quizá le parezca una afirmación grandilocuente, pero tengo un concepto muy elevado de la literatura, y si quería ser un digno representante del arte literario, tenía la obligación de no desmoronarme. Así que tomé la firme determinación de ser fiel a mí mismo y aguantar con la dignidad que tantos escritores habían sabido tener en circunstancias iguales o peores que las que padecía yo.

¿Los años de reclusión afectaron de manera íntima al proceso creativo? Lo primero que escribí fue un libro para niños, Harún y el mar de las historias. Es un libro extraño, una especie de cápsula de tiempo que flota entre el silencio y el lenguaje. La imagen embrionaria es muy poderosa: raptan a una princesa con intención de coserle la boca. La imagen procede de un relato muy breve, que había escrito hacía años, y no sabía qué uso darle. Tenía algunos otros relatos y decidí construir con ellos un libro para que lo leyera mi hijo, que entonces tenía 11 años. Me sentí como quien mete un mensaje en una botella, sabiendo que nadie lo leerá hasta dentro de mucho tiempo. Quería que después de haberlo disfrutarlo de niño, mi hijo lo volviera a leer siendo adulto, porque entonces descubriría un libro totalmente diferente.

'El último suspiro del moro' es un proyecto muy distinto. Me dio miedo escribirlo, porque era el primer libro para adultos que publicaba tras Los versos satánicos y puse mucho empeño en el esfuerzo. En él regreso a mi ciudad natal, sólo que es un Bombay que no tiene nada que ver con el de Hijos de la medianoche. El Bombay de El último suspiro del moro es una ciudad tenebrosa, que ha perdido las cualidades de las que hablé antes. La tolerancia, la capacidad de abrirse a los demás, se habían perdido o dañado. Se puede ver como la continuación de Hijos de la medianoche. Es la misma ciudad sólo que vista a través de los ojos de un adulto, no de un niño de diez años. Ese libro marca el comienzo de lo que se ha convertido en mi mayor preocupación: mostrar elementos comunes a distintas culturas. Hijos de la medianoche y Vergüenza dan cuenta de lo que ocurre en el subcontinente indio. Incluso Harún y el mar de las historias es así. Con El último suspiro del moro intenté transmitir otro mensaje: No podemos vivir aislados, cada uno en su parcela del tiempo o del espacio. Lo que nos pasa a nosotros le ha pasado antes a otra gente. Muchas veces he pensado que el detonante de la llegada de Occidente a las Indias Meridionales, la razón que motivó la llegada de Vasco de Gama a Oriente, que es un momento crucial de la historia, no obedeció a un prurito de conquista ni a un afán de dominación. La razón por la que Oriente y Occidente acabaron por encontrarse fue la sed de dar con algo tan precioso como las especias. Cuando caí en la cuenta, me pareció fascinante. Pensé que si toda la historia de Oriente y Occidente se basa en el deseo de pimienta [risas], entonces tenía que poner pimienta en el centro del libro, de modo que toda la novela tenía que crecer a partir de un grano de pimienta, y así fue como surgió.


Hablemos de su última novela, 'El encanto de Florencia', que Mondadori editará en España en febrero. La crítica ha dicho que supone el regreso de Rushdie a sus orígenes, un poco como si se hubiera restaurado el equilibrio anterior a todo lo que sucedió con motivo de su 'fetua'. Al principio de la conversación hablábamos de las historias que logran alcanzar el blanco de la verdad sirviéndose de medios fantásticos, historias en las que la narración pura se constituye en un objetivo por sí mismo. Eso es lo que me propuse con este libro: recrear al desnudo el placer de narrar. El libro supone un despojamiento de cuanto es superfluo para descender a la esencia pura y rutilante del arte de contar historias, sin más. Puse mucho cuidado en evitar que el libro fuera demasiado largo. El mundo que se describe en El encanto de Florencia es de tal riqueza y complejidad que si lo hubiera escrito como si se tratara de una novela histórica convencional habría necesitado, qué sé yo, 1.200 páginas. Pero no era ésa la clase de libro que quería escribir.

Hay también una celebración de la palabra primigenia, un canto al lenguaje en cuanto tal. Si hay algo que he aprendido a lo largo de mis años como escritor es a sentirme cada vez más cerca de los lectores. Intento ponerme en su lugar y tratar de comprender cómo se acercan al texto. El encanto de Florencia es una novela ambientada en una época en la que los referentes literarios son nada menos que Ariosto, Cervantes y Shakespeare. Así que me dije que podía darme permiso para imprimirle al lenguaje una riqueza de la que carece el lenguaje del siglo XXI. Me propuse escribir la clase de libro que les hubiera gustado leer a los personajes de mi novela. Si se fija, la manera de narrar la historia no es muy distinta a la forma de ficción narrativa que se cultivaba en India y la Europa de aquel tiempo. Otra cosa que quería conseguir es dotar al libro de un sentimiento de plenitud, la idea de que la vida es muchas cosas a la vez. No hay por qué elegir entre ser realista o visionario. No es necesario elegir entre el sueño y la vigilia, la vida es algo más complejo y más completo, no hay que segmentarla en sus componentes. Y la literatura de aquella época -no nos olvidemos de que estamos hablando de los contemporáneos de Shakespeare y Cervantes- corresponde a un momento de máxima plenitud histórica. Todo estalló a la vez.


¿Se puede hablar de un adiós a la política? En el sentido de que me cansé de que la gente me viera como a una figura pública. Por supuesto que hay política en la novela, en parte el libro versa sobre el poder. Hay personajes como Maquiavelo y el Emperador Akbar, dos figuras históricas fascinantes, una que representa a Occidente y otra a Oriente. Hay mucho que decir acerca de los dos. Me interesaba reivindicar a Maquiavelo, que ha sido objeto de muchos malentendidos... Pero sí, hay un intento deliberado por alejarme de los temas que aparecen a diario en los periódicos. Es como si me hubieran dado la posibilidad de presentarme al mundo por primera vez y mi respuesta hubiera sido: Salman Rushdie es un contador de historias, todo lo demás da igual.

La historia de un cuadro: El niño que llora....

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Estuvo en la casa de las familias chilenas hasta hace pocas décadas. Pero detrás de esta iconografía ochentera, se escondía un mito. Uno que hizo que esas mismas familias terminaran llevándolo a la hoguera.

Indiscutiblemente triste, el cuadro de aquel llorón rubiecito y de ojos azules, por alguna razón gustaba mucho a los clientes de las ferias y había semanas en que se vendía como pan caliente. Durante años, la imagen del pequeño de las lágrimas peleó codo a codo en el ranking de ventas contra el rey del pop, Michael Jackson y contra la entonces promesa de la balada latina, Luis Miguel. Pero esa conmovedora sensación que inspiraba el pequeño, se esfumó de un minuto a otro. Un rumor empezó a correr, poderoso e imparable, y terminó por convertirse en mito. Y como tal, mientras más se ventilaba, más versiones generaba:

1. El cuadro, del que también se vendían reproducciones en óleo en la Plaza de Armas y en algunas pinacotecas, traía mala suerte. Las familias que lo llevaban para decorar sus casas, se peleaban o vivían catástrofes.

2. De medianoche, el que quisiera, podía hacer pacto con el mismísimo diablo. Había que invertir el cuadro para lograrlo.

3. Si el cuadro se giraba en 90 grados, era posible ver a una figura monstruosa que aparecía devorando al pequeño. Esto demostraba supuestamente el carácter maléfico de la pintura.

4. La mejor forma de terminar con la maldición del cuadro, era quemándolo.

A comienzos de los 90 ya casi no había señales de la imagen.

Según la leyenda, este cuadro nació en España -curiosamente en los ´50, en la era de Franco- y se habría extendido a otros países como Turquía, Argentina y Chile. Pero sobre el supuesto autor se sabe muy poco.

Sitios en internet señalan que lo habría pintado Bruno Amadio, alias Bragolin, pero no aparecen elementos biográficos de tal autor, solo se sabe que es un pintor de fama algo extraña. Nacido en Sevilla, es el supuesto creador de una serie de dibujos conocidos como los Niños Llorones.

Según la leyenda, este pintor, frustrado por su nula fama como artista, habría hecho un pacto con el Diablo para que sus pinturas fueran bien recibidas por la sociedad. Después de eso, realizó una serie de trabajos en los que destacaba la presencia de niños llorando.
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Uno de esos cuadros fue realizado a un niño que vivía en un orfanato. Más tarde, el orfanato se incendió con el niño adentro, y desde entonces se ha dicho que ese cuadro en especial adquirió el espíritu del niño.
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En los 50 se dieron muchos casos de casas incendiadas donde se encontraba una reproducción de dicho cuadro, quemándose todo, incluido cadáveres, y lo curioso de todo esto es que el cuadro permanecía colgado en la pared sin un solo rasguño.
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Los que investigaron el caso no hallaron una explicación a este fenómeno, solo lo llamaron La maldición del niño llorón. Segun como se observe el cuadro se puede ver el rostro de un demonio en el, para ello hay que darle la vuelta 90º en sentido de las agujas del reloj.

Se dice que al ver el cuadro, uno siente como el niño de ojos llorosos y mirada tierna te sigue con la mirada, se siente un ambiente que te pone los pelos de punta.
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Mucha gente posee este cuadro, pero dice que solo ataca a aquellos que descubren que el cuadro esta encantado, en la noche se escuchan lamentos lejanos, el niño sale del cuadro sube a tu habitación y te quita la vida, si es que no mueres antes de la impresión al ver su rostro endemoniado. Luego incendia la casa con todos adentro y borra así la evidencia de su crimen.

El Gabinete de Obama hasta el momento...

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Utopía tópica del pensamiento científico

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Iustración: Dibujo de Abraham Naim López, joven artista de Acarigua-edo,Portuguesa, 2009

Utopía tópica de la visión paradigmática



Hay diversas formas y maneras de apreciar la Ciencia. Para algunos científicos es una “sistematización del conocimiento positivo” (Wallace, 1976); para otros “una serie de conceptos interrelacionados y de esquemas conceptuales que se originan de la experimentación y la observación y que dan como fruto mayores experimentos y observaciones”.(Según J.B. Conant, citado por Wallace, 1976, p.12)

Pero quien apreciamos más cercano a nuestra idea de ciencia es a Morris Cohen: “Al referirnos a la ciencia, hacemos mayor hincapié en sus métodos que en sus resultados. En efecto, en una época de expansión científica, no sólo constituyen los métodos los rasgos más permanentes de la ciencia, sino que los supuestos resultados no son, a menudo, sino convenciones popularizadas, altamente equivocadas para aquellos que ignoran los procesos por los cuales han sido obtenidos”. (Wallace, 1976, p.23)

Porque la ciencia, reitera Cohen, comienza con el asombro o con la curiosidad activa, alcanzando espacios que se atiborran de preguntas y problemas, de allí salen los eventos de estudio, los cuales el investigador, valiéndose de un orden personal, intenta descifrarlos y determinarlos en razón de tareas que contribuyan a crear fundamentos válidos que identifiquen modelos de pensamiento.

En este sentido Régis Jolivet (1967) dice: “El término ciencia se dice desde un punto de vista objetivo y desde un punto de vista subjetivo. Objetivamente, la ciencia es un conjunto de verdades lógicamente encadenadas entre sí, de modo que formen un sistema coherente…Subjetivamente, la ciencia es conocimiento cierto de las cosas por sus causas o por sus leyes…En otro sentido, la ciencia es una cualidad que perfecciona intrínsecamente a la inteligencia en un dominio del saber, y le permite obrar en él con facilidad, seguridad y gozo”. (pp.150-151)

Para Luis Damiani el concepto de ciencia no sólo tiene que ver con un proceso de investigación y exposición del conocimiento, sino con “…el establecimiento de las generalizaciones que gobiernan el comportamiento del mundo…frente al sentido común y a la filosofía, un saber acreditado y determinante: el científico es el que posee las claves auténticas de lo real”. (Damiani, 2005, p. 18)

Deminani deja en claro que en el campo de la ciencia el mundo no es uno sólo sino muchos; el esfuerzo por crear un ideal de ciencia universal y un método, ha fracasado, se impone la diversidad y la búsqueda de la unidad temática en razón de criterios particulares de análisis que puedan tener no sólo interrelación con otros, sino que puedan auto-construirse y determinarse.

En este sentido el pensamiento de Niklas Luhmann ayuda considerablemente. Luhmann expresa que la garantía de que un conocimiento, en particular un conocimiento científico, es que pueda mantenerse en contacto con la realidad. La observación como procedimiento trata de producir conocimiento, por tanto de establecer una conexión válida con aquello a lo que llamamos realidad. “…Esa garantía –dice Luhmann- no se deposita en los sistemas psíquicos, sino en los sistemas sociales; este planteamiento nos separa de las teorías transcendentales, cuya técnica consistía en descubrir en la conciencia de los sistemas psíquicos la certeza de un conocimiento trascendentalmente válido, ya fuera bajo la forma de reglas, ya bajo la forma de certezas objetivas inmediatamente fenomenológicas” (Luhmann, 1991, p.479). La posición de Luhmann asume la observación, bajo determinadas circunstancias, como el procedimiento más fiable de acceso a la realidad. Pero la observación nunca puede ser exterior al sistema. La modernidad supone la no operatividad de un observador divino (independientemente de la cuestión de su existencia) como garantía epistemológica de la posibilidad del conocimiento intramundano.

Esto nos lleva a considerar la influencia de corrientes de pensamiento que determinan la orientación científica que ha de asumir un investigador. En su concepción de estudio no sólo influye su entorno local, sino la inclusión de sus razonamientos en razón de relaciones condicionadas por el paradigma en el cual se formó, así como por las necesidades más prioritarias en su localidad académica. En esta visión personal del investigador aparecen los primeros rasgos de lo que potencialmente pudiera ser su investigación científica. Una suerte de circunstancias que le llevan de la curiosidad a la selección de vías más expeditas para el financiamiento o el acceso a la información.

En este sentido se presenta la modernidad, la cual es un fenómeno europeo, pero la emergencia, extraversión y expansión de Europa le confirieron una dimensión mundial a través de la presencia y la interacción de los europeos con otras civilizaciones de ultramar. La palabra moderno describe una transformación social y cultural lenta pero en ascenso continuo. La idea que hizo calificar de moderna una época que para algunos parte de mediados del siglo XVII, era que el pasado se había agotado y en consecuencia había que crear un nuevo futuro.

Pero en la medida, expone Roger Scruton (1999) , que fue evolucionando la modernidad de forma gradual, los modernistas más importantes empezaron a comprometerse con el pasado que con el futuro, insistiendo que habría que rescatar las formas y procedimientos que dan emblema civilizatorio a la humanidad, para crear condiciones de tradición y alcanzar los máximos niveles de perfección en la búsqueda de una relación más directa entre la “razón y la naturaleza”.(pp.504-505)

El modernismo comenzó con un repudio del pasado; pero después, este repudio fue a su vez repudiado por algunos modernistas quienes trataron de hacer prevalecer en el proyecto modernista una reafirmación de lo que antes éste había rechazado... (Scruton, 1999, p.505)

Para Jürgen Haberman, lo que ha persistido es un abandono de la ideología de progreso y de la idea de emancipación, para tornarse hacia la aceptación de la cultura occidental como la única cultura que podemos tener. (Scruton, 1999, p.505)

En el siglo XX, y ya en buena parte del siglo XXI, la modernidad se ha vista influenciada por nuevas formas de ver la realidad del hombre en sus relaciones con sus semejantes y con la naturaleza; a esta nueva búsqueda de relaciones se le ha llamado “post-modernidad”, con cuyo calificativo se intenta describir una nueva doctrina filosófica o estética que reemplace al estéril culto del futuro visualizado por los primeros modernistas.

En percepción del filósofo francés Jean-François Lyotard, (citado por Scruton, 1999, pp.505-506), la condición postmoderna se originó en dos importantes revoluciones: 1.- el colapso la literatura de legitimación de la sociedad occidental desde la época de la ilustración; y 2.- el surgimiento de la tecnología de la informática que con una nueva proyección de las relaciones en el entorno y la sociedad, pasó a ocupar el lugar que antes había ocupado la cultura tradicional.

Se podría intuir que la postmodernidad no va plagada de creencias y tradiciones, sino de emancipaciones ante la percepción de razonamientos impuestos como verdades universales. Los postmodernos no aceptan un método; asumen métodos, experiencias y relaciones que rompen el esquema de la regla. En este mismo sentido, pero en una posición más fatalista, el propio Lyotard expone:

…puede resumirse en su más simple expresión (la postmodernidad), como la filosofía de las comas invertidas. Como en las nuevas condiciones postmodernas, sólo la gente no sofisticada puede tener creencias, valores y significado, los filósofos deben colocar todo eso entre comillas. En esa forma usamos la condición postmoderna para lograr una especia de emancipación de las narrativas del poder. (Scruton, 1999, p.506)

Esta condición de orientación e influencia del pensamiento humano, nos lleva a la consideración de los modelos o esquemas estructurados para propiciar un razonamiento verdadero en determinadas relaciones del hombre y su medio natural. Nos referimos a los paradigmas y a la forma de verlos no sólo como unidad de una diversidad de causas y efectos, sino como nudos de definición acerca de cómo un investigador se ha de relacionar con su evento de estudio, condionando la aceptación de sus conclusiones científicas a verdades inherentes a los grupos a favor del modelo que escogiera para elaborar su estudio, así como apreciado, desde el punto de vista de la contradicción, por quienes no perteneciendo a ese paradigma, ven en el esfuerzo científico elementos de coherencia y conceptualización que son válidos para la ciencia. Porque podrán persistir diversidad de paradigmas, pero sólo la ciencia como investigación y exposición de los eventos estudiados, permite unificar criterios y crear márgenes de tolerancia inscritos en el uso adecuado de métodos y enfoques analíticos.

Fritjof Capra (1999) , en su obra “El punto Crucial”, describe vivamente como se inició en el siglo XIX ese cambio paradigmático: “En la medida en que el electromagnetismo destronó a la mecánica newtoniana como teoría de mayor validez sobre los fenómenos naturales, surgió una nueva corriente de pensamiento que iba más allá de la imagen del mundo/máquina newtoniana y que llegaría a dominar no sólo las ideas del siglo XIX, sino también todo el pensamiento científico posterior: la evolución, es decir, la idea de cambio, crecimiento y desarrollo. La noción de evolución había surgido por primera vez en geología. Después de estudiar minuciosamente los depósitos de fósiles, los científicos llegaron a la idea de que el actual estado del mundo era el resultado de un desarrollo continuo causado por la actividad de las fuerzas naturales a lo largo de inmensos períodos de tiempo. La teoría del sistema solar propuesta por Immanuel Kant y con Pierre Laplace se basaba en un pensamiento evolutivo o desarrollista; la evolución era un punto crucial de las teorías políticas de Hegel y de Engels; a lo largo del siglo XIX, tanto poetas como filósofos se interesaron profundamente en el problema evolutivo”. (pp. 75-76)

De la ciencia clásica que tomó cuerpo a través del pensamiento de Descartes, analizando el mundo desde una perspectiva reduccionista y disponiendo de las partes de acuerdo con ciertas leyes causales, se pasó a la imagen de elementos aislados que existen de manera independiente y en cuyos efectos o reacciones no influye para nada los criterios de causalidad y determinismo, sino la dinámica y el relativismo, en donde la teoría científica es entendida como una aproximación a los criterios de verdad, quedando sus fines circunscritos a una descripción satisfactoria de la realidad, obligando a seguir buscando teorías explicativas de los eventos, a efecto de ampliar y mejorar las aproximaciones al conocimiento.

Los paradigmas, según Fernando Mires (2002), están permanentemente sujetos a un cambio. “No existe…ningún paradigma puramente objetivo, pues aquello que llamamos objetividad de un paradigma no es más que el resultado de un proceso ínter subjetivo de comunicación transferencial. De tal modo que cuando un paradigma está cambiando…no es él el que cambia, somos nosotros mismos quienes cambiamos, y con ello el o los paradigmas que hemos construido para establecer relaciones entre nosotros y la realidad. Eso significa que cada paradigma es un juego de relaciones múltiples, y sus modificaciones o cambios no son sólo de relaciones abstractas o teóricas, sino de actores que se relacionan continuamente entre sí”. (pp. 190-191)

En la comunidad científica se ha expresado mucho que hay una “crisis del paradigma”, pero lo que realmente hay es una “crisis de la comunicación” de esas ideas creadas desde puntos de vista de paradigmas que intentan explicar de múltiples formas un evento de estudio. Esta crisis de comunicación es una crisis del lenguaje, por lo cual, y en ello se inscriben las reflexiones de Fernando Mires, fuera del paradigma no hay comunicación, tampoco objetividad ni subjetividad; se necesita unificar un lenguaje, no perder la relación en el camino recorrido, crear significantes o conceptos que de un alcance a otro de la investigación, hagan posible la unidad cualitativa de los elementos constitutivos de un evento de estudio.

El sistema paradigmático desconoce a los agentes externos y da valor a sus propios agentes internos que crean sus laberintos e interpretaciones, no existiendo verdad objetiva fuera de sus límites, porque ellos han sido impuestos por un modo de razonamiento, y no por una aproximación sistemática de análisis y profundización del evento estudiado.

Un paradigma, siguiendo un tanto la propuesta de Thomas Kuhn, es una constelación y un modelo (Mires, 2002, pp. 185-186); una constelación porque se dan cambios internos evolutivos, independientes y radicales, que modifican la forma de relacionarnos con la realidad y su entorno; y un modelo, porque busca tomar un perfil externo que sirva de orientación para la ciencia en cuanto a cómo encarar las relaciones válidas en el contexto del interés científico de la investigación.

Fernando Mires (1999), en un acto de “tremendura intelectual”, da su definición de paradigma sustentándose en las propuestas de Popper y Kuhn: “…un estilo de ver, percibir, conocer y pensar, que es configurado predominantemente en el interior de las comunidades científicas, que recoge creencias anidadas en el pensar colectivo que no es científico, que se traduce en palabras principalmente escritas, consagradas oficialmente por manuales, y que se establece institucionalmente en organizaciones que se forman a su alrededor”.(pp. 185-186)

El paradigma positivista separa lo que en realidad está unido, aprecia que las cosas existen y punto, son inmutables y eternas; ignora el movimiento a favor del reposo, el cambio a favor de lo idéntico. Clasifica de una sola vez todas las cosas; si no hay una explicación verificable y comprobable, las cosas no existen. Mantiene la tesis de que los contrarios no pueden existir al mismo tiempo.

En una palabra, es un paradigma que niega el cambio, la separación de lo que es inseparable, la exclusión sistemática de los contrarios, y la despersonalización del investigador de su evento de estudio, lo que hace del proceso de investigación un camino desprendido de la motivación y el interés que mueven, definitivamente, los valores en un estudio científico.

Por esta razón, la opción más acertada a lo que debería ser una investigación en el ámbito de las ciencias de la educación, es la dialéctica. Desde esta percepción metodológica es posible profundizar los elementos inmersos en el evento de estudio, apreciando no sólo su razón de ser inmediata, sino sus cambios y etapas evolutivas que permitan contemplar en el reposo un aspecto relativo de la realidad, en donde el movimiento es absoluto y los contrarios se complementan. Es la dialéctica un instrumento del paradigma fenomenológico, pero a su vez es un método que permite tomar mecanismos de análisis del paradigma positivista, generándose la complementariedad básica para alcanzar en una investigación no sólo una perspectiva de forma adecuada, sino de fondo clara y concreta desde donde ir abordando soluciones y generando nuevas incógnitas.

Para Marcelo Arnold y Fernando Robles (2000), el conocimiento es el resultado de operaciones que acontecen en un sistema y la construcción de la realidad es una de sus consecuencias. Por ello, toda observación es auto referencial, siempre designa algo a lo que se pertenece. Desde el constructivismo no se duda que exista el entorno (realidad externa) y mucho menos que sean posibles contactos reales con éste, pero su distinguibilidad aparece de la mano de las distinciones que un observador dispone y en ese caso el mundo, inevitablemente se modifica. Estas afirmaciones incorporan, esgrimen Arnold y Robles, dos importantes referencias cruzadas entre sí: La diferencia entre conocimiento y objeto, que es una distinción inmanente al conocimiento; y los sistemas cognoscentes, a través de observaciones, producen conocimiento como sistemas reales en un mundo real y suponen operaciones empíricas que les implican transformaciones. Por ello, no pueden existir sin mundo, pues sin él no tendrían nada que conocer.

Es en este aspecto que el positivismo es apreciado con interés por parte de nuestra investigación; antes que nada el positivismo es un sistema de filosofía basado en la experiencia y en el conocimiento empírico de los fenómenos naturales. El propio Augusto Comte, uno de los precursores de esta línea de pensamiento, expresó en su Discurso sobre el espíritu positivo, que: “El único carácter esencial del nuevo espíritu filosófico que no está todavía indicado directamente por la palabra positivo, consiste en su tendencia necesaria a sustituir en todo lo absoluto por lo relativo. Pero ese gran atributo, a la vez científico y lógico, es tan inherente a la naturaleza fundamental de los conocimientos reales, que su consideración general no tardará en ir íntimamente unida a los diferentes aspectos que esta fórmula combina ya, cuando el moderno régimen intelectual, hasta ahora parcial y empírico, pase generalmente a estado sistemático…Se concibe, en efecto, que la naturaleza absoluta de las nuevas doctrinas, tanto teológicas como metafísicas, daba por resultado inevitable que cada una de ellas fuera negativa con relación a todas las demás, so pena de degenerar en un absurdo eclecticismo. Por el contrario, la nueva filosofía, en virtud de su genio relativo, puede siempre apreciar el valor propio de las teorías más opuestas a ella, sin por eso llegar nunca a ninguna vana concesión susceptible de alterar la claridad de sus puntos de vista y la firmeza de sus decisiones. Hay, pues, motivos para suponer, según el conjunto de tal apreciación especial, que la fórmula empleada aquí para calificar habitualmente esta filosofía definitiva recordará en lo sucesivo a todas las buenas inteligencias la completa combinación efectiva de sus diversas propiedades características”. (Comte, 1984, pp.137-138)
Esto nos lleva a resaltar el sentido de complementariedad que desde sus inicios como reflexión filosófica ha tenido el positivismo; el propio Comte lo resaltó en el párrafo anteriormente citado: “Hay…motivos para suponer…que la fórmula empleada aquí para calificar habitualmente esta filosofía (la positiva) definitiva recordará en lo sucesivo a todas las buenas inteligencias la completa combinación (aquí esta el llamado) efectiva de sus diversas propiedades características…” Es decir, sus propiedades, métodos e instrumentos de indagación, están al servicio de un proceso de reflexión y concatenación de ideas en el proceso investigativo, pero, y aquí es crucial leer a fondo el sentido planteado por Comte, de “completa combinación”, es decir, asumiendo la totalidad del discurso positivista y no fragmentándolo.
Ello nos lleva a considerar la complementariedad como el producto de etapas del proceso de investigación, no así como la construcción “combinada” de enfoques, puesto que esta percepción desvirtúa el sentido científico de orden y coherencia en el discurso.
Las limitaciones del enfoque positivista están enmarcadas en su radical posición de no aceptar como válido y/o científico, aquellas conclusiones de estudios que no surjan de investigaciones confirmatorias de verificación empírica. Este punto tendría discusión, puesto que el propio Comte nos menciona que su interés en proponer ese espíritu positivista es en crear una tendencia necesaria que sustituya en el todo lo absoluto por lo relativo, y si no nos falla nuestra apreciación crítica, la posición de los seguidores del positivismo ha sido en criterios de lo “absoluto” y no en el marco de “lo relativo” como escenario cambiante que puede llegar a conclusiones determinadas en un momento histórico y otras de total diferencia bajo otras condiciones de temporalidad.
Lo cierto –nos expresa Jacqueline Hurtado de Becerra (2000)- es que la multiplicidad de estilos, las contradicciones entre autores y la manera de concebir los paradigmas como rígidos, contradictorios e irreconciliables, propias de las propuestas de investigación desarrolladas en el siglo XIX y XX, han ocasionado más confusión entre los investigadores, que vías prácticas para abordar el proceso de investigación… (p.8)
Si se asume la condición de que sólo lo que está dentro de la concepción positivista es válido y científico, “…toda la labor que se encarga del desarrollo de teorías, las descripciones, taxonomías y los estudios proyectivos, por ejemplo, quedaría descartada del quehacer científico. Igualmente si se considera como lo único válido, al paradigma estructuralista, la experimentación y la confirmación también quedarían fuera.” (p.8)
El investigador en la actualidad necesita integrar las diversas perspectivas y/o enfoques, para lo cual requiere de una estructura de condensación que sin “combinación de partes”, tome la totalidad de las propuestas y las lleve hasta sus conclusiones finales de manera integral y complementaria en el grado de conocimientos adquiridos. Una propuesta en este aspecto lo constituye la investigación holística, la cual…
…surge como una necesidad de proporcionar criterios de apertura y una metodología más completa y efectiva a las personas que realizan investigación en las diversas áreas del conocimiento. Es una propuesta que presenta la investigación como un proceso global, evolutivo, integrador, concatenado y organizado. La investigación holística trabaja los procesos que tienen que ver con la invención, con la formulación de propuestas novedosas, con la descripción y la clasificación, considera la creación de teorías y modelos, la indagación acerca del futuro, la aplicación práctica de soluciones, y la evaluación de proyectos, programas y acciones sociales, entre otras cosas.” (Hurtado de Barrera, 2000, p.16)

En otro sentido, los racionalistas se han inclinado a pensar que las creencias basadas en la experiencia estaban infectadas por el error. Para ellos, no se puede obtener el entendimiento del mundo mediante la percepción sensible, que es confusa, sino mediante la especulación metafísica.

Si la ciencia teórica era indefinible a base de términos observacionales y no susceptible de prueba a base de enunciados observacionales, entonces, la ciencia teórica no era más que sofistería e ilusión y, por ende, el conocimiento científico era una empresa imposible e inútil. Si bien era verdad que ninguna teoría científica podía ser probada, era igualmente verdad que las teorías tenían un grado de probabilidad. Pero muy pronto resultó que, dado el número infinito de casos posibles respecto del número en extremo limitado de casos reales, la probabilidad de toda teoría era cero.

En este estado de cosas, hace aparición el llamado falsacionismo dogmático o naturalista. El falsacionismo dogmático admite la falibilidad de todas las teorías científicas sin cualificaciones, pero retiene una clase de base empírica infalible. Es estrictamente empirista sin ser inductivista; niega que la certeza de la base empírica pueda se transmitida a las teorías. (Scruton, 1999, pp.186-188)

El falsacionismo dogmático aceptando que ninguna teoría científica es justificable, pues todas son por igual indemostrables e improbables, afirma que todas ellas son conjeturales y que si bien no se puede demostrar su verdad, si se puede demostrar su falsedad mediante una base empírica infalible. No obstante, los supuestos sobre los que se asienta y su criterio de demarcación, hacen del falsacionismo dogmático una respuesta insostenible.

Para Karl Popper toda observación involucra expectativas; Bajo la concepción de Popper, sin embargo, el progreso científico se cifra en una tendencia asintótica hacia la verdad. Su posición, conocida a veces como racionalismo deductivo, está basada en el empleo sistemático del método hipotético-deductivo como instrumento de progreso del conocimiento científico. Lo que pasa es que Popper también formula un modelo de ciencia, un modelo de cambio científico. Propone un modelo de construcción de la ciencia sobre la base del constructivismo, y por lo tanto actualiza otra manera de interesarse por el fenómeno de la ciencia, enfatizando sus ideas en las ideas del contexto del descubrimiento, no tanto ya en la justificación del modelo propiamente tal.

La obra de Popper significa un avance significativo respecto al empirismo lógico radical (Damiani, 2005, pp.7-23). Reconoce la necesidad de las teorías más que de las observaciones indicando que las teorías científicas son convencionales. Popper agrega que las Teorías son conjeturas que deben ser falseadas y se han de poner a prueba para observar su validez y confiabilidad, aún cuando este método resulte un tanto absurdo, porque los científicos no trabajan así en la realidad, es decir no están falseando sus ideas hipotéticas a cada momento. A diferencia de los empiristas, Popper se interesa por la evolución del pensamiento científico, insistiendo en el poder explicativo de la lógica. Renuncia a justificar las teorías a partir de los fenómenos observables, por métodos inductivos.

Popper aceptaba el criterio de Hume de que la inducción basada en la confirmación de una relación causa/efecto, o confirmación de una hipótesis, nunca ocurre; planteó que el conocimiento sólo se acumula mediante la falsación. Según este punto de vista, las hipótesis acerca del mundo empírico nunca son probadas con la lógica inductiva, pero pueden ser desaprobadas, es decir, falsadas. La estrategia consiste en formularlas mediante la intuición y la conjetura, usar la lógica deductiva para inferir predicciones sobre ellas y comparar las observaciones con esas predicciones deducidas. Es decir, el concepto de falsación consiste en: si conseguimos demostrar mediante la experiencia que un enunciado observable es falso, se sigue deductivamente, por modus tollens, que la proposición universal es falsa.

Popper rechazaba también el abandono de la causalidad. Argumentaba vigorosamente que una filosofía de la ciencia que fuera indeterminista únicamente podría tener consecuencias negativas sobre el desarrollo del conocimiento, y que el “principio de incertidumbre” de Heisenberg no ponía límites estrictos al descubrimiento científico. Para Popper, el creer en la causalidad era compatible con la incertidumbre, puesto que las proposiciones científicas no están probadas: son sólo explicaciones tentativas, que serán sustituidas al final por otras mejores, cuando las observaciones las falseen.

La filosofía de la ciencia de Popper (Damiani, 2005, pp.7-23) tiene muchos adictos, pero los filósofos científicos recientes atemperan el falsacionismo estricto que él proponía. Para Brown (1977) cita tres objeciones fundamentales al punto de vista popperiano: 1) la refutación no es un proceso cierto puesto que depende de las observaciones, que pueden ser erróneas; 2) la deducción puede permitir predicciones a partir de las hipótesis, pero no existe estructura lógica mediante la que comparar las predicciones con las observaciones, y 3) la infraestructura de las leyes científicas en que las nuevas hipótesis están insertadas es, en sí misma, falsable, de forma que el proceso de refutación se reduce sólo a una elección entre refutar la hipótesis o refutar la infraestructura de la que surgen las predicciones.

Este último punto es el esencial de los filósofos postpopperianos, que argumentan que, en ciencia, la aceptación o rechazo de una hipótesis se produce a través del consenso de la comunidad científica y que los puntos de vista prevalentes en el seno de ésta, a los que Kuhn se ha referido como “ciencia normal”, sufren ocasionalmente cambios de gran envergadura que llegan a ser revoluciones científicas.

Thomas Kuhn dividió la evolución de la ciencia en dos tipos de periodos, llamados respectivamente ciencia normal y revoluciones (Mires, 2002, pp. 185-203). En estos periodos, Kuhn lo que hace articular un paradigma, es decir, resolver problemas utilizando los elementos de la matriz disciplinar. En esta evolución intrateórica, sea en la concepción kuhniana o en otras, hay algo que permanece.

Se van cambiando tal vez leyes especiales, o aplicaciones concretas, pero no los principios fundamentales ni, sobre todo, las aplicaciones paradigmáticas. El proceso, por tanto, es progresivo en un sentido claro: se va mejorando y ajustando el paradigma o la teoría, y se va incrementando su capacidad explicativa. En cuanto a su racionalidad, depende de si la elección primera del paradigma ha sido racional, esto es, depende de la racionalidad o no de los cambios ínter teóricos.

De acuerdo con Kuhn (Mires, 2002, pp. 185-203), en los cambios revolucionarios los paradigmas no se abandonan porque sean falsados y después son sustituidos por otros, sino que llega un momento en el que un problema se convierte en anomalía, aparece un nuevo paradigma que promete dar cuenta de ella, y poco a poco los científicos van convirtiéndose al nuevo paradigma. Entre ambos paradigmas, por así decirlo, se abre un abismo, de tal modo que la nueva teoría es inconmensurable con aquella a la que sucede.

La doctrina kuhniana muy explotada en las comparaciones postkuhnianas que se han querido hacer entre la evolución de la ciencia y la de las humanidades, el arte o incluso la moda. Podemos, en cualquier caso, dudar de algunas afirmaciones del propio Kuhn como que Kepler y Tycho Brahe veían cosas distintas al observar una puesta de Sol: Kepler y Tycho, parece plausible sostener, percibían las puestas de sol de idéntico modo, a pesar de sus teorías astronómicas contradictorias.

En la estructura científica que propuso Kuhn mantiene que como en las revoluciones políticas, en la elección de paradigmas no hay un estándar más alto que el asentimiento de la propia comunidad y que para argüir en la defensa de ese paradigma cada grupo utiliza su propio paradigma. Esta postura inicial de Kuhn ha llevado, como se ha comentado en otras ocasiones, a pensar que los cambios teóricos no tienen fundamento racional, sino que se deben a factores y controversias sociales, o simplemente, sucesiones de modas.

Kuhn intentó desmarcarse de interpretaciones más o menos extremas de sus teorías, y propuso cinco criterios para la aceptación racional de teorías, a saber, precisión, consistencia, alcance, simplicidad y productividad. Seguramente, no es cierto que cada teoría sucesora sea más precisa, consistente, etc. Que su antecesora.

A menudo se ha pasado de una teoría de gran alcance (física aristotélica) a una de alcance restringido (dinámica galileana), pero es posible defender que las teorías sucesoras puntúan siempre más alto que las antecesoras en alguno de esos parámetros, y que teniendo en cuenta otras cuestiones, sea racional tomar decisiones a partir de un balance total no siempre meridianamente favorable a la nueva teoría.

Los sucesores de Kuhn, como Lakatos, han intentado dar con una idea de progreso y racionalidad aplicable a los cambios interteóricos. Lakatos, en lugar de teorías, hablaba de “programas de investigación”, consistentes en un núcleo y un “cinturón protector” de hipótesis auxiliares. El núcleo del programa lo vértebra y le confiere unidad, y lleva asociada una heurística que determina dos tipos de reglas metodológicas: hay una heurística negativa (qué no hay que hacer), y una positiva (qué senderos hemos de seguir). Según Lakatos (Scruton, 1999), llega un momento en que esta práctica puede convertirse en lo único que se hace en el programa: en ese momento el programa de investigación se vuelve un programa estancado. El contraste se produce con los programas progresivos, que se caracterizan por sus éxitos predictivos. En una palabra, un programa progresivo predice, mientras que uno estancado postdice.

En resumen, es importante destacar en qué sentido conceptual Khun nos habló de sus estructuras científicas: Paradigma, es el que coordina y dirige la resolución de problemas y su planteamiento. Es el modelo de hacer ciencia que orienta la investigación científica y bloquea cualquier presupuesto, método o hipótesis alternativa. El paradigma es el soporte para la ciencia normal. Consta de leyes y supuestos teóricos, así como de aplicaciones de esas leyes y el instrumental necesario para las mismas. De fondo, aparece también un principio metafísico, una concepción de la realidad y las cosas; Ciencia normal, es actividad de resolver problemas (teóricos o experimentales) gobernada por las reglas de un paradigma. Sólo desde el paradigma se logran los medios adecuados para resolver problemas. Los fenómenos inexplicados son anomalías, responsabilidad del científico, no de la teoría.

El científico “vive” en el paradigma. La presciencia se caracteriza por la falta de acuerdo en lo fundamental, por el “debate” sobre las leyes principales y los principios rectores. La ciencia normal, por el contrario, se sustenta en un modelo compartido, en un acuerdo que sirve como punto de partida para la investigación científica; Crisis, es la existencia de anomalías no implica una crisis. Sólo si afecta al fundamento del paradigma y no es superado, sería el fenómeno una crisis. Las anomalías conducen a una crisis también cuando haya necesidades o exigencias sociales, tiempo escaso, o acumulación de anomalías. La crisis produce “inseguridad profesional marcada”: surge la duda, la discusión, e incluso terminará formándose un paradigma rival; Revolución, es un cambio, pero un cambio promovido por “la crisis”; la crisis puede dar lugar a un cambio, a un “nuevo mundo”.

Lakatos, como discípulo de Kuhn y de Popper, trata de solventar los problemas del falsacionismo desde el historicismo de Kuhn. Su concepto central es el de programa de investigación, el cual concibe como una estructura que sirve de guía a la futura investigación tanto de modo positivo como negativo.

La filosofía de Lakatos de la ciencia empieza con una premisa simple con todo profunda: no que hay conocimiento, lo que hay es crecimiento del conocimiento; procurando especificar sistemáticamente porqué esta premisa debe ser verdad. Él prevé un programa de investigación sano que nada positivamente en las anomalías. Todas las teorías son falsas, pero algunas son mejores que otras en que explican todos los viejos resultados y predicen nuevos. Una teoría no se puede rechazar en base de la observación a menos que exista una teoría alternativa superior; una sucesión de tales teorías se llama un programa de investigación, que es lo que precisamente aludimos en el párrafo anterior.

Mientras el falsacionismo ingenuo de Popper mantiene que el cambio de ideas tiene lugar cuando se comprueba que estas son falsas, Lakatos sostiene que el cambio ocurre cuando existe un programa mejor.

La novedad de Lakatos es que propone tres criterios para decidir si un programa de investigación es mejor que otro: 1. La nueva teoría debe explicar todo lo que explicaba la teoría anterior; 2. La nueva teoría debe tener un exceso de contenido empírico con respecto a la teoría anterior, es decir, la nueva teoría debe predecir hechos nuevos que la teoría anterior no predecía; y 3. La nueva teoría debe ser capaz de orientar a los científicos para que puedan comprobar empíricamente una parte al menos del nuevo contenido que ha sido capaz de predecir.

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