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“La sombra de Poe” de Matthew Pearl

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Una antigua creencia, ya transformada en mito, señala que la genialidad se presenta asociada de manera casi inevitable a la locura. Muchos destacados creadores, de las más diversas disciplinas, a su innegable talento suelen acompañar comportamientos excéntricos, que a veces están en el límite del desvarío.

La lista de famosos intelectuales que cruzaron la línea de la cordura es extensa. Sin mayor esfuerzo desfilan por el recuerdo gigantes de la talla del compositor Robert Schumann, la escultora Camille Claudel, los pintores Francisco de Goya y Vicent Van Gogh. y también escritores como Guy de Maupassant y Ernest Hemingway. Son tantos que una relación completa se haría interminable.

Aunque estudios científicos han demostrado que existe cierta correlación entre el talento extremo y algunos trastornos neurológicos o psiquiátricos, aún continua siendo un tema de encendidos debates si estas conductas, que sobrepasan el límite de la normalidad, son una condición necesaria para acceder al territorio de la genialidad. Ya antiguas culturas creían que los artistas eran un instrumento de los dioses, y el favor de las musas exigía un pesado tributo a los elegidos.

Hay quienes opinan que es inevitable que las personas dotadas del don de la creación, posean características emocionales especiales. Sólo gracias a su desarrollada sensibilidad pueden dar un paso más allá de lo establecido, y tienen la fortaleza para derribar paradigmas e imponer nuevas formas de pensar y sentir.

Pesadillas

Todo este preámbulo esta relacionado con el libro “La sombra de Poe” de Matthew Pearl. Se trata de una novela histórica que recrea la etapa final de la vida de Edgar Allan Poe (1809-1849), a quien se considera el creador del cuento de terror psicológico y que dio nuevos bríos al género policial y a la literatura fantástica. Pero que, por sobre todo, se le evoca por su vida trágica, marcada por la depresión y la melancolía.

Nuestro escritor nació en el seno de una familia de cómicos ambulantes. Siendo aún un niño pierde a sus padres y es puesto al cuidado de familiares. Esta situación fue tan determinante en el desarrollo emocional del pequeño, que uno de sus biógrafos llegó a decir: “la muerte de sus seres queridos ensombreció pronto su corazón; soportó privaciones y humillaciones que habrían de ser más dolorosas para quien poseía una muy susceptible altivez de carácter”.

Después de una adolescencia difícil, plagada de malentendidos con su mentor, cumple un sueño largamente acariciado: logra publicar un volumen de poesías. Aunque se siente cómodo con la lírica, circunstancias económicas lo obligan a explorar otros géneros y comienza a escribir cuentos, obras muy cotizadas por las revistas literarias de la época.

De su pluma surgen piezas inmortales, como “El gato negro”, “La caída de la casa Usher” y “El escarabajo de oro”. Es notable que a pesar del tiempo transcurrido sus relatos no han perdido vigencia y siguen cautivando a un público devoto que valora la forma como transformó al miedo, al terror, a la noche y a la oscuridad en elementos protagónicos, de historias que son capaces de proyectar las peores pesadillas humanas.

Su vida tuvo períodos de normalidad, pero algunas tragedias familiares como la muerte de su joven esposa y frecuentes problemas económicos provocaban el retorno de cuadros depresivos, cuyas primeras manifestaciones se remontan ya a la niñez. Una salud mental debilitada, unido a un alcoholismo descontrolado, transformaron su existencia en un tobogán que se precipitaba entre la razón y la locura.

En septiembre de 1849 decide casarse por segunda vez y celebra el acontecimiento. Pero inexplicablemente a los pocos días es encontrado semiconsciente y en condiciones físicas deplorables, según el diagnóstico médico afectado de delirium tremens. Aunque es hospitalizado, un cuadro febril incontrolable lo sume en profundas alucinaciones y fallece cuatro días después. Sus últimas palabras fueron “…que Dios ayude a mi pobre alma”.

Las circunstancias de su muerte han sido, por mucho tiempo, un profundo misterio. ¿Se trató simplemente, del triste e inevitable final de un alcohólico consuetudinario? O como en el argumento de muchos de sus cuentos, hay oculto un enigma. Es aquí donde interviene Matthew Pearl quien, intenta una explicación desconocida, pero a la vez verosímil, a su prematura muerte. Como es esperable en una novela, en la teoría expuesta hay mucho de especulación, pero el autor trata de ceñirse a los acontecimientos históricos de la forma más fidedigna posible.

Hay que destacar que el relato no se refiere sólo a los últimos días del escritor, y que la recreación histórica lograda es notable permitiéndonos acceder a detalles desconocidos de su vida y época. También seremos testigos de cómo la presencia de un espíritu especialmente sensible, unido al abuso del alcohol y estupefacientes, puede dar lugar a una personalidad atormentada.

El libro de Matthew Pearl, nos permitirá también reflexionar sobre el difuso límite que separa a la razón de la demencia. Edgar Allan Poe reconocía sus alteraciones mentales, pero también tenía conciencia de lo especial de su talento. Esta dicotomía lo llevó a decir “la ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es, o no es, lo más sublime de la inteligencia”.

Título: La Sombre de Poe
Autor: Matthew Pearl
Editorial: Seix Barral (2006)

FUENTE:http://www.tauzero.org/2009/01/la-sombra-de-poe-de-matthew-pearl/

"La Sociedad de la Ignorancia y otros ensayos"

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Por:
Juan José de Haro /http://juanjo.posterous.com/comentario-a-la-sociedad-de-la-ignorancia-y-o

Acabo de leer el opúsculo: La sociedad de la Ignorancia y otros ensayos. Escrito por Antoni Brey, Daniel Inneraty y Gonzçal Mayos, postulan que la pretendida sociedad del conocimiento no es en realidad más que una sociedad de la ignorancia. El libro ayuda a la reflexión profunda sobre el conocimiento, así como a ser conscientes de nuestra relación entre la sociedad y el conocimiento. Es una obra que recomiendo encarecidamente para reflexionar sobre la sociedad del conocimiento.

Es indudable que las ideas contenidas en el opúsculo requieren de reflexiones mucho más amplias y profundas que las que voy a realizar, pero hay algunas de ellas que me han asaltado la mente nada más leerlas y sobre ellas voy a decir unas pocas cosas.

El libro en general deja un regusto apocalíptico y amargo a quien lo lee. Según sus autores la cultura se está perdiendo, cada vez hay más expertos y "masa" en detrimento del auténtico conocimiento que implica tener una visión amplia del mundo que nos rodea, lo que permite conocerlo en profundidad. El exceso de información de la sociedad en red crea la imposibilidad de estar al día en cualquier disciplina y sólo los expertos pueden saber algo de un campo que es tan especializado que el efecto es del de mantenerlos al margen del resto de la sociedad.

Esta visión me parece demasiado subjetiva y parece la impresión que obtiene uno que se acerca desde el mundo anterior a la Segunda Edad Contemporánea (como llaman, creo que muy acertadamente, a la era que se está gestando) a esta nueva época de la información y el conocimiento.
Es la idea que tendría alguien que se aproxima a las nuevas formas de comunicación desde un mundo donde todo estaba escrito y catalogado en los libros y en determinadas personas de vasta cultura y saber enciclopédico, auténticas autoridades del saber. Las fuentes de información actuales, casi infinitas, producen una angustia en la persona debido a la imposibilidad de abarcarlo todo. Esta angustia lleva a la nostalgia de los tiempos donde todo lo que se sabía estaba claro, bastaba con consultar unas pocas fuentes autorizadas y se sabía con exactitud el conocimiento que existía sobre aquello que interesaba. Ahora es incluso difícil saber el estado del conocimiento de determinadas áreas debido a que cambian con tal rapidez que los conocimientos adquiridos por un medio pueden haber quedado obsoletos por otro.

Ante estos hechos, que se dan por supuesto que son una consecuencia del mundo que hemos creado de forma involuntaria los seres humanos, el libro transmite la idea de que es algo negativo que nos lleva cada vez más a una ignorancia, desconocimiento e incultura (cada una de las 3 partes de las que consta el libro). Quizás los autores no se han parado a pensar lo suficiente en que el problema no es el de la sobreinformación actual, sino más bien el anterior, el tipo de conocimiento que existía hace 25 años. Donde se tenía una falsa ilusión del auténtico conocimiento y sabiduría que no era más que un profundo desconocimiento de la realidad.

La pretendida ignorancia puede ser un falso efecto debido al crecimiento exponencial de la información, ya que su volumen exagerado hace que la relación Volumen de información / Volumen de conocimiento tienda a infinito, lo que puede hacer parecer que el conocimiento está disminuyendo. Pero es sólo una impresión relativa, debido a la acumulación de información, lo que hace que cuando se compara la cultura al estilo antiguo (de carácter enciclopédico y multidisciplinar) ésta parece insignificante con respecto a lo que se tendría que haber asimilado hoy en día para ser equiparable.

Pero, el hecho de que el conocimiento sea con respecto a la información mucho más pequeño que en tiempos anteriores, ¿significa que caminamos hacia una cultura de la ignorancia? Quizás hablando en términos academicistas sea así, pero no en términos reales. El número de personas que actualmente tienen una cultura igual o más amplia que hace 100 años probablemente sea mucho mayor hoy que entonces. Lógicamente antes esta cultura abarcaba una gran parte del conocimiento del momento, dando la falsa ilusión de tener una visión general del mundo que les rodeaba. Pero la situación actual es mucho más realista que la de antaño, aunque el número de las personas que realmente saben sea mayor que antes, la impresión es que prácticamente no existen, debido al inmenso volumen de información que se dispone hoy en día.

La cantidad de información del universo no cambia a lo largo del tiempo. Este hecho tan simple es el que nos permite comprender mejor que la situación de la cultura en tiempos anteriores era totalmente irreal, y donde lo que sucede es que los límites del conocimiento humano se amplían hasta el punto de que el hombre se hace consciente de sus auténticas limitaciones cognitivas y de su propia pequeñez.

Podríamos definir el grado de conocimiento que tiene una una persona como la información que ha sido asimilada por un ser humano en particular dividida por la cantidad información existente en el universo:
Cantidad de conocimiento individual = Volumen de información asimilada / Volumen de información total
Esta división dará como resultado 1 cuando se está en posesión y se comprenda absolutamente todo lo que encierra nuestro universo (situación ideal, reservada únicamente a la deidad suprema) y dará como resultado 0 cuando no se conozca absolutamente nada.

El problema está en que la segunda cantidad se ha ido incrementando a lo largo del tiempo, no porque sea una cantidad variable (hemos dicho que la cantidad de información total existente es invariable) sino porque el hombre está ampliando sus límites de conocimiento y cada vez tiene una percepción más real de la auténtica naturaleza del mundo que nos rodea. Esto crea el efecto de que la cantidad de conocimiento está aparentemente disminuyendo, cuando no es así. En realidad la cantidad de información asimilada y comprendida por las personas también crece, pero a un ritmo muy inferior a la ampliación de los límites del conocimiento. Hace 500 años el mundo conocido en Europa era mucho más restringido de lo que lo fue tras el descubrimiento de América y se tenía la falsa impresión de que había mucho menos que explorar que lo que la realidad exigía. Algo parecido sucede con el conocimiento. Los horizontes se amplían a medida que pasa el tiempo y el hombre se siente cada vez más insignificante en relación al todo.

La visión nostálgica y negativa de la cultura, la sabiduría y el conocimiento no conduce a ningún lado. Es necesario conocer las características del conocimiento actual (mucho más rico, amplio y variado que antaño) para evitar caer en el derrotismo y saber reconducir la educación ante las nuevas necesidades.

La teoría de la Justicia Revolucionaria

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La teoría de la Justicia Revolucionaria tiene un sentido claro: justicia social. ¿Cómo se reconoce a un revolucionario? A través de su actuación justa, leal, solidaria; hay muchos revolucionarios vestidos de consignas, pero muy pocos con las consignas tatuadas en el alma. A muchos les importa las palabras del comandante, siempre y cuando ataquen a competidores e intereses de los oligarcas; pero a muy pocos, y me incluyo, nos importa las palabras del comandante para unir piezas y construir, de poquito a poquito, un sueño de sociedad fraternal, autogestionaria, en el que lo principal sea el ser humano como única entidad que transciende en la historia. Esos muchos ayudan a mantener el proceso, es cierto, pero no apuestan a un proyecto sustentable; y los pocos, son la columna vertebral de la ética y moral revolucionaria, y son los llamados a edificar una cultura de masas en la cual la justicia revolucionaria se imponga y se alcance un proyecto que perdure en el tiempo y sea perfectible.

La justicia se distingue por estar condicionada por la virtud, en expresión de Aristóteles. La justicia conmutativa, nombre que los Escolásticos dan a la justicia «correctiva» de Aristóteles, regula el intercambio de bienes entre particulares y de un modo especial el respeto a los bienes privados de cada uno.

La denominada justicia distributiva, por su parte, regula el reparto equitativo de bienes y cargas en la sociedad; la injusticia está en que el reparto no se haga teniendo en cuenta las necesidades y los méritos de cada uno. En la actualidad esta justicia distributiva se denomina justicia social, y los criterios actuales de distribución, o redistribución, de la riqueza constituyen el verdadero núcleo de la problemática y la política social, que ha de concordar en lo posible la libertad con la igualdad.

Tomás de Aquino, inspirado en las ideas de Aristóteles, aunque diferenciando la sociedad de su época con la sociedad antigua en donde Aristóteles dio cuerpo a su pensamiento, formula un planteamiento de una sociedad democrática, la cual tienda a disminuir las desigualdades legales existentes, que darían derecho a una distribución más equitativa.

El término justicia, intentando definirlo en su contexto universal, es de difícil acepción concreta, dado la multiplicidad de significados que se extienden desde el ámbito religioso (justicia como «justificación» por la fe), al social (justicia legal, distributiva, social), al privado (justicia como virtud), al público e institucional (justicia como poder judicial).

Como concepto, el término justicia abarca los diversos enfoques con que se ha tratado a lo largo del tiempo, tendiendo a modelarse en una orientación social de lo justo: teoría de la justicia que viene a ser una teoría de la sociedad justa. En un sentido general, el término justicia se asocia a la actitud del hombre de vida moral recta, al hombre que llamamos «bueno».

Platón recurre al sentido de identidad de lo bueno para relacionar la justicia con el Bien: es justo el hombre que, bajo la idea del Bien, ordena su vida, igual como es justa la ciudad que, bajo la guía del gobernante que conoce el Bien, ordena a las clases que la componen al cumplimiento de su fin.

Por su parte Aristóteles, que de alguna manera encontró el puente entre lo justo y lo social, se refiere a la justicia como virtud; una virtud total, que engloba todas las demás virtudes éticas, y consiste en la observancia de la ley (justicia legal) y virtud parcial, que divide en justicia distributiva y correctiva o conmutativa. La primera regula la distribución de cargas y premios en la sociedad, y la segunda las relaciones personales. La justicia legal aristotélica se aleja de la idea platónica del Bien y se orienta, sin resonancias religiosas, al bien común de la sociedad.

Ulpiano, en el 223 d.C., define el derecho como el arte de lo bueno y de lo justo, enumera las características de este tipo de vida: vivir de forma honrosa y acreditada, no perjudicar a los demás y dar a cada uno lo suyo. Ya Tomás de Aquino, había expuesto en su filosofía escolástica medieval los fundamentos de una justicia legal (social) en la que la ley eterna esté amparada por una ley terrenal que tenga su espíritu y por ende su “don de justo”.

Las nuevas teorías sobre el derecho natural mantienen los dos aspectos básicos de la justicia, virtud social y virtud personal, en la razón humana, o en lo que se ha dado en llamar un orden natural que la razón humana acepta y entiende. En ambos casos, se mantiene el antiguo principio formal, expresado por Ulpiano y los Escolásticos, de que justicia es dar a cada uno lo que le es debido.

Las modernas teorías de la justicia se formulan en el campo de lo social, donde asumen en todo rigor una identidad con el término «equidad», el cual viene a ser la distribución de cargas y beneficios sociales, remitidas a la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, buscando la aplicación de la justicia, entendida como procedimiento judicial, así como la materialización de la ideologización de los criterios reales con que ha de procederse en la sociedad a la distribución de los bienes sociales.

La teoría de justicia de John Rawls y la de Norbert Nozick, parte de la noción de justicia distributiva que rechaza atenerse a criterios de distribución: justo es lo que se obtiene mediante una conducta legítima, y este autor hace de la libertad de elección uno de los fundamentos de la justicia.

Según Rawls, la idea de justicia, en el marco de la aplicación material de un contrato social, como fundamento de la sociedad, no es justa; lo «justo» sería que los ciudadanos, en una situación que denomina «la posición original», decidan mantener como principios fundamentales de la sociedad la igualdad básica de todos, así como la minimización de las diferencias que entre los diversos grupos sociales. Rawls sintetiza sus aportes en dos principios de la justicia: Primer principio: Cada persona ha de tener un derecho igual al más amplio sistema total de libertades básicas, compatible con un sistema similar de libertad para todos. Y segundo principio: Las desigualdades económicas y sociales han de ser estructuradas de manera que sean para: a) mayor beneficio de los menos aventajados, de acuerdo con un principio de ahorro justo, y b) unido a que los cargos y las funciones sean asequibles a todos, bajo condiciones de justa igualdad de oportunidades.

Los bienes sociales primarios, libertad, igualdad de oportunidades, renta, riqueza, y las bases de respeto mutuo, entre otros, han de ser distribuidos de un modo igual, a menos que una distribución desigual de uno o de todos estos bienes redunde en beneficio de los menos aventajados.

Para mediados de los sesenta, del siglo XX, el auge de los movimientos por los derechos civiles y del feminismo, así como un mayor interés por los problemas de los países en vías de desarrollo, fueron un buen síntoma para una mayor atención a las desigualdades y a lo que se empezó a denominar, ya a título formal, como justicia social.

La justicia social consiste entonces en la armonía entre las distintas clases de la sociedad. El estado ideal de una mente sana en un cuerpo sano requiere que el intelecto controle los deseos y las pasiones, así como el estado ideal de la sociedad requiere que los individuos más sabios controlen a las masas buscadoras de placer. Para Platón, la verdad, la belleza y la justicia coinciden en la idea del bien. Por lo tanto, el arte que expresa los valores morales es el mejor. Los justo es lo que nos permite reaccionar en razón de un colectivo, no en razón de una individualidad.

Esto nos lleva a retratar el valor real del concepto de justicia en el ámbito de la Sociedad venezolana. ¿Podemos hablar de una justicia social en el sistema institucional del aparato Estado? Es una gran incógnita, puesto que para muchos las ideas acá plasmadas, reminiscencia de destacados autores y autoridades en el área, no son más que pura teoría, puro “bla-bla”, no tiene trascendencia. Y ciertamente no están equivocados, dado que el recurso económico es lo que materializa en esta sociedad moderna el hecho social y lo justo, en virtud de que subsana una necesidad o una carencia social, pero mirar el asunto desde la simple apreciación materialista es como alimentarnos y no saber para qué lo estamos haciendo; peor aún, actuar simplemente porque otros actúan: ser manipulables. La justicia social no puede ser manipulada, ni producto de un entorno político de turno, tiene que ser un acto de conciencia, y es acá donde esta teoría que hoy expongo es válida, porque nos enseña, de manera pedagógica, de donde viene el asunto y qué premisas éticas y morales lo han de guiar en esas tumultuosas relaciones en Sociedad. La Justicia Social es un claro acercamiento a la Justicia real que requieren los pueblos para combatir la impunidad y el delito; la Justicia Social es Revolucionaria desde el mismo instante en que las normas y leyes son entendidas como peldaño para conservar la dignidad de los pueblos y por ende su libertad.


*.- ramonazocar@yahoo.com

Sobre El Critón de Platón a través de Sócrates

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El libro trata de que Sócrates esta en la cárcel y Critón unos de sus discípulos y amigos va a visitarlo y se lo encuentra dormido pero Critón no lo despierta porque a él, no le hubiese gustado que le despertasen siendo ésta es la razón que le da a Sócrates cuando se levanta.

Ya despierto Sócrates, Critón le dice que pronto, cuando venga el navío de Delos, será cuando muera pero, Sócrates, no se puso nervioso sino que se alegró por que sería la voluntad de los dioses y le agradeció que no le hubiese despertado ya que había tenido un sueño en le que se le acerca una mujer alta y le dice que pasado mañana llegará a los campos fértiles de Ptia.

Critón ve que Sócrates no hará nada para vivir e intenta convencerlo diciendo que si él muere, Critón, se verá afectado ya que ellos dos son muy amigos y la gente creerá que Critón habrá preferido el dinero a un amigo. Éste es le primer argumento que usa.

Sócrates le dice un pensamiento antidemocrático diciéndole que la opinión de la mayoría no debe de importar pero Critón usa su segundo argumento y le dice que sí, pues por eso Sócrates está en la cárcel y le pregunta por qué no quiere que sus amigos le ayuden a escapar y que si teme de que les ocurra algo, que no tema puesto que están dispuestos a correr riesgos mayores.

Sócrates le contesta que es por ellos y por otras razones por la que no quiere escapar. Puesto que en caso de que Sócrates dijese de escapar, sería desterrado y, Critón usa su tercer y cuarto argumento, respectivamente, diciéndole que no se preocupase de rehacer su vida fuera de Atenas, porque él, tenía deudos en Tesalia y también le dijo que si moría dejaba a sus hijos huérfanos. Sócrates le contesta diciendo que no lo iba a asustar igual que a un niño con pérdidas o con suplicios y las buenas opiniones las tenían los hombres de buen sentido y le puso el ejemplo de un gimnasta y de lo que pasaría si no hiciese caso a la alimentación que su entrenador le diese por que la gente la criticase y Critón le contestó que poco a poco se dañaría el cuerpo. Sócrates siguió diciendo que por eso no hacía caso a lo que la multitud dijese sino a la persona capaz de juzgar y, lo mismo que se decía antes, se daña con la injusticia y se fortalece con la justicia y no se podría vivir con un cuerpo dañado pero el poder de la multitud también podría matar y esto no haría que sus opiniones perdieran valor.

Sócrates le demuestra que prefiere morir a hacer injusticia y que si tenía alguna buena razón que se la dijese o sino que dejase de intentar convencerlo por que lo que le importaba era: que aprobase su conducta contra la idea de Critón y que le contestase a unas preguntas sinceramente, que no se debe pagar la injusticia con injusticia, que no se debe faltar a la palabra que uno de y, para que lo entienda mejor, personifica a las leyes y al estado y entabla un diálogo en el que éstos últimos dicen que si Sócrates se escapa, sería injusto y le haría daño a ellas y al estado puesto que las leyes son lo que lo sostiene y no se les debía hacer daño porque ellas, casaron a sus padres que fueron los que le concibieron y los que le dieron educación puesto que había leyes que trataban sobre los cuidados de los niños y, que por eso, Sócrates, le pertenecía y no podía hacer lo que quisiese porque era esclavo de ellas y había que honrar más a las leyes y al estado que a un padre o a una madre.
Sócrates las aceptó porque, en caso hubiera sido lo contrario, se habría podido marchar de Atenas y es más no la abandonó, nada mas para ir al istmo y no quería irse de allí porque podía irse a Tesalia y poder rehacer su vida, pero al aceptarlas, se comprometió a cumplirlas.

Sócrates comienza a dar respuesta a los argumentos, en voz de las leyes, que Critón le dio anteriormente sobre cómo sería su vida en Tesalia diciéndole que tendría mala fama ya que a inflingido la ley y respecto a sus hijos le dijo que algún día se lo podrían echar en cara el no haberse criado en Atenas o que Sócrates podía pensar de que sus hijos iban a estar mejor cuidados con él que con sus a amigos.

Sócrates dijo de nuevo en voz de las leyes que cuando él valla al Hades que allí expusiese su conducta y la justificase pero si moría dejaba la vida condenado injustamente y no por las leyes sino por los hombres, pero si haces lo contrario contradiciéndote y haciéndonos daño, pues estas siendo injusto, y no te querríamos nosotras ni las del hades y dijo Sócrates que por eso no podía hacer caso de Critón pues estaba comprometido y endeudado con las leyes y no quería ser injusto por eso decidió morir a ser injusto.

2.- Contexto histórico filosófico

Autor: Platón nació en el seno de una familia aristocrática en Atenas. De joven, tuvo ambiciones políticas pero se desilusionó con los gobernantes de Atenas. Más tarde se hizo discípulo de Sócrates, aceptó su filosofía y su forma dialéctica de debate: la obtención de la verdad mediante preguntas, respuestas y más preguntas.

En el año 387 Platón fundó en Atenas la Academia, institución a menudo considerada como la primera universidad europea. Ofrecía un amplio plan de estudios, que incluía materias como astronomía, biología, matemáticas, teoría política y filosofía. Aristóteles fue su alumno más destacado.

Sócrates: nació en el año 4 de la Olimpíada 77 (469 a d Cristo), en el día 6 del mes Targelión, era hijo de una mujer excelente que se llamó Fenarete. Esta había estado casada, en un matrimonio anterior, con un tal Queredemo, y con el cual había tenido un hijo llamado Patrocles. Al enviudar se casaría con el que fue padre de Sócrates, Sofronisco.

Sofronisco, el padre de Sócrates, era un escultor de taller que no trataba con los señores que constituían la aristocracia del pueblo. Sócrates era del demo de Alopece, barrio que estaba situado en el camino de Atenas al Pentélico, lo que explica que allí viviera, como otros del oficio de su padre.

Sócrates, nació de buena constitución, sano y fuerte, y no hay nada que diga que hubiese tenido alguna enfermedad en toda su vida. Desde pequeño le gustaba hacer ejercicios físicos.

Sócrates, aunque no emparentado con las clases adineradas de Atenas, pudo recibir educación. Fue a la escuela, donde recibió enseñanzas de la lectura de los poetas tradicionales, cálculo elemental, música y gimnasia. Esto último era fundamental con vistas al servicio militar.

Posiblemente fue la gran revolución del arte la que redujo a Sócrates a desencantarse de la tradición familiar.

Sócrates, que debió encontrar las nuevas alternativas demasiados individualistas y racionales, se dio prisa en dejar el cincel. Si había que teorizar para ejercer el oficio de cantero, bien se podía ampliar el horizonte de la teoría y dedicarse a la especulación filosófica, a la investigación de la verdad.

En su juventud, Sócrates debió recibir la educación normal de un ciudadano libre sin muchas ambiciones ni deseos de destacar en la vida económica o política de la ciudad. Poco más se sabe de su juventud

Al llegar a la Madurez de Sócrates tenemos que depender esencialmente de la multitud de anécdotas sobre esta parte de su vida. Tales anécdotas se refieren a los últimos años de la vida del maestro y, sucede que, además de hacernos pensar que Sócrates ni tuvo infancia ni juventud, si se las quitásemos nos quedaríamos en la ignorancia más completa sobre su vida.

En su madurez Sócrates se nos aparece, ante todo como un hombre moderado y solicitando de los atenienses también moderación, en una época proclive a excesivos entusiasmos y locuras colectivas. Fue esa moderación la que le permitió, según Jenofonte, liberarse de los terribles efectos de las pestes que asolarán Atenas, especialmente la de los años 430-426.

Sócrates, se nos aparece, como un hombre moderno y progresista frente a ideales agónicos de tipo homérico que, intentaban destapar algunos miembros de la “2ª sofística”. Si perdemos de vista esta perspectiva histórica y situamos a Sócrates en el contexto de ideas posteriores (sobre todo de tipo cristiano) acerca de las pasiones y su control, estaríamos interpretando muy desacertadamente el contenido real de las ideas de Sócrates sobre estos temas.

Además de hombre moderado y con control sobre sus pasiones, Sócrates se sintió muy unido a los avatares históricos, políticos y militares de su ciudad. Sócrates permanece fijo en Atenas y, frente a otros filósofos, viajeros incansables, él defenderá la necesidad de que la vida personal discurra al unísono con la de su amada Atenas, tanto para bien como para mal. Su carrera militar nos demuestra de modo claro este hecho.
Sabemos que Sócrates era también un hombre pobre, (aunque no de solemnidad) cuando muy posiblemente, podría, incluso con sus enseñanzas, como hacían los sofistas, hacerse rico. Pero en él (a pesar de los testimonios de los “peripatéticos” que nos lo presentan como usurero y deseoso de dinero) hallamos un ascético desprecio por las riquezas.

Critón: era uno de los mejores amigos de Sócrates que intenta convencerlo de que se escape y el único con el que habla en el fragmento de este libro

Atenas: es unas de las ciudades con mas historia del mundo y fue desarrollada entre los siglos ocho y siete antes de cristo, está situada en

ANÁLISIS

Se platea el problema de elegir entre el hacer el mal y vivir o hacer el bien y morir y a las consecuencias que contrae cada caso, por ejemplo, hacer le mal, por no cumplir la condena, las consecuencias serían que Sócrates, tendría que irse de Atenas y, que fuese donde fuese, lo iban a tratar como un incumplidor de leyes puesto que ha escapado y, al de hacer el bien, Sócrates moriría pero cumpliría las leyes, dado que esta comprometido a ello, y sus hijos se quedarían huérfanos

Otros problemas que se plantean son las argumentaciones que Critón da a Sócrates sobre lo que debería hacer y son como las que imagen tendría Critón al no haber ayudado a uno de sus mejores amigos, el que pasaría con sus hijos, el temor que podría tener Sócrates por sus amigos o qué ocurriría si lo desterraban y a todos estos argumentos Sócrates le encontraba alguna razón para invalidarlos y demostrarle a Critón que la ley está por encima de todo ya que es el estado y el estado lo es todo

El libro me ha gustado un poco porque es muy corto pero un poco difícil de entender porque algunos ejemplos no los entendía o algunas palabras antiguas pero la historia que cuenta ha estado bien.

Sócrates me pareció valiente y un poco cabezón por la decisión que tomo porque fue capaz de morir por no ser injusto, aunque ya le quedase poco tiempo para vivir porque tenía muchos años, pero murió del veneno, cumpliendo su condena y no escapando a ella como Critón hubiese querido que hiciera

Actividades para la próxima clase:

1.- Después de leer El Critón, contestar el cuestionario que encontrarán en el portal: http://www.paginasobrefilosofia.com/html/questio7.html; contesten las preguntan y se apliquen la calificación y me informan cuánto sacaron; y

2.- En una cartulina, tipo carta, dibujen (utilizando cualquier técnica) el escenario y los actores que intervienen en el diálogo El Critón; un ejercicio de imaginación de lo que ustedes visualizan en abstracto fue ese ambiente donde Sócrates y Critón dialogaron. Tendrán un 10% de valor estas actividades.

Se nos fue muy en silencio Saramago

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Por: Axel Bugge e Inmaculada Sanz

El escritor José Saramago, primer premio Nobel portugués de Literatura, falleció el viernes 18 de junio del 2010, en su vivienda de la isla canaria de Lanzarote a los 87 años; escéptico y pesimista empedernido, Saramago combinó el realismo mágico con la acerba crítica política, levantando la voz en numerosas ocasiones contra las injusticias, el conservadurismo, la Iglesia y los grandes poderes económicos, a los que veía como las grandes enfermedades de su tiempo.

La Fundación Saramago dijo que el escritor, que ganó el Nobel de Literatura en 1998 y que era miembro del Partido Comunista, había muerto de un fallo multi-orgánico tras una enfermedad prolongada. El primer ministro portugués, José Sócrates, expresó: "Creo que es una gran pérdida para la cultura portuguesa…Sus obras han enorgullecido a Portugal, su muerte vuelve a nuestra cultura más pobre". El presidente luso, Anibal Cavaco Silva dijo que Saramago "…siempre será un punto de referencia en nuestra cultura".

Sus enfrentamientos con las autoridades portuguesas fueron bastante frecuentes, lo que podría explicar por qué su popularidad era mayor en el extranjero que en su propia tierra. Natural de Azinhaga, en el centro de Portugal, se autoexilió en 1992, después de que el Gobierno portugués excluyera su novela "El evangelio según Jesucristo", de una lista de recomendaciones para un premio literario. Desde entonces, residió en Lanzarote, donde vivía con su esposa, la traductora y periodista Pilar del Río. La fama le llegó en la última etapa de su carrera, pero es indiscutiblemente la figura portuguesa más conocida de la literatura moderna, y sus obras han sido traducidas a 25 idiomas. Al pedirle en una ocasión, en una entrevista con Reuters, que explicara su éxito al convertirse en el escritor vivo más conocido del país, movió la cabeza fatigado: "No soy un genio- respondió-sólo hago mi trabajo". Su estilo literario puede resultar difícil en ocasiones, al jugar con la gramática y la puntuación tradicionales, pero tiene sus raíces en un sentimiento profundo por el lenguaje y sus ritmos.

UNA RESPUESTA INTELIGENTE A MI “STEPHEN HAWKING ME DEJÓ PREOCUPADO”

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Por: Roberto Lavieri


Entiendo su preocupación por lo expresado por Stephen Hawking (me refiero al artículo de opinión “Stephen Hawking me dejó preocupado”, parecido en la red el 27 de abril del 2010, cuyo autor es Ramón E. Azócar A.), quien aparte de sus tendencias políticas que muchas veces se acercan tangencialmente a las de los eco-socialistas no es, sin duda, ningún diletante en nada de lo que expresa. Pero déjeme explicarle por qué no comparto sus apreciaciones.

Quizás estamos solos, lo que haría la vida en La Tierra algo excepcionalmente digno de ser conservado. Podría ser también que no lo estemos, aunque hay mucha controversia sobre la posibilidad de vida extraterrestre. De haberla, no hay elementos claros para pensar que no está basada en la química del ADN: nuestro planeta ha tenido suficiente tiempo como para ensayar otras posibilidades y no hay evidencias del éxito de otras secuencias en el propósito vital, sin embargo no podemos asegurar nada. Mucho más difícil que la existencia de algunas formas de vida es que existan otras civilizaciones conformadas por seres inteligentes, pero de existir, es muy poco probable que estén a la par nuestra en desarrollo tecnológico, 500 años de diferencia, por ejemplo, es demasiado en cuanto a tecnología, pero es un lapso de tiempo ínfimo en un proceso evolutivo que lleve la vida a la condición de producir seres inteligentes. De existir otros seres inteligentes, el razonamiento lógico lleva a pensar que deberían ser mucho más atrasados que nosotros o mucho más adelantados, siendo mucho más probable esto último, pues la vida lleva aquí unos 4000 millones de años, pero en muchos otros lugares podría llevar de 4500 millones a 5000 millones o aun algo más, si es que la vida puede surgir rápidamente después de consolidadas las condiciones mínimas para la vida en algún planeta, como parece que ocurrió en el nuestro.

De haber otros seres inteligentes por ahí, es muy poco probable que se parezcan a nosotros, la secuencia de casualidades que condujo a la humanidad es casi imposible que ocurra en otro lugar, pero algunas características nuestras o de algunas otras especies terrícolas podrían estar presentes en dichos seres, por ventajosas como para evolucionar a seres racionales: el sexo, indispensable para la diversidad genética conducente a necesarias mutaciones frecuentes (y luce práctico que sea de a dos, de a tres o más se pueden generar dificultades para la selección de individuos procreativos y resulta impráctico, aunque no es descartable la posibilidad); tendrían grandes cerebros y muy posiblemente sentidos como la vista en algún espectro y quizás otros sentidos como los nuestros, alguno más, alguno menos. Tendrían muy probablemente extremidades, más probablemente en mayor número que nosotros, que favorecieran su eficiente desplazamiento y manipulación de objetos, requisito importante para la evolución a especie dominante y posiblemente una forma corpórea adaptada al medio, aunque hay fuertes razones para pensar que es improbable que sean algo parecido a humanos verdes y chiquitos, como los marcianos de nuestras fantasías.

No podemos ya pasar desapercibidos; si hay seres más inteligentes que nosotros, nos detectarán tarde o temprano. La Tierra es, desde principios de los 90, un objeto estelar interesante: en ciertas frecuencias del espectro radioeléctrico somos más brillantes que el sol, y en pocos años seremos uno de los cuerpos más brillantes de la galaxia en dichas bandas. Nuestra evidencia viaja a la velocidad de la luz en forma de ondas de radio y televisión, y no podemos echarla hacia atrás. Cualquier civilización inteligente que haya desarrollado al menos la radioastronomía o alguna otra técnica superior, sabrá que la radiación observada en nuestro sistema solar no tiene otra explicación física que la de estar siendo producida por seres vivos relativamente inteligentes.

Por las mismas razones, una civilización avanzada debe haber desarrollado la comunicación radioeléctrica hace mucho y sus planetas serían muy brillantes, tanto como para detectarlos si están relativamente cerca de nosotros. De acuerdo a este razonamiento, si existen están muy lejos o han desarrollado otras formas más sofisticadas de comunicación a distancia. Pero aun así deberían haber desarrollado métodos para captarnos, porque la radiación radioeléctrica es normal y digna de estudio para entender el universo, es casi fundamental. Algún estudio del efecto Doppler o algo más sofisticado les indicaría que tal radiación no se produce en nuestro sol, sino en un pequeño planeta que gira en torno al mismo a una distancia propicia para temperaturas adecuadas para la vida basada en ADN. Si estuvieran cerca de nosotros, digamos a menos de 100 años luz, cosa que no parece probable porque posiblemente los habríamos detectado nosotros, podrán tener la posibilidad de visitarnos, pues si fueran tan sólo un poco más avanzados que los seres humanos, la posibilidad de viajes interestelares a estrellas cercanas no es nada descartable. Analizarán las anormales emisiones de ondas, y aun si son sólo un poco más avanzados que nosotros, podrán filtrarlas del ruido solar. Por el patrón y las diferencias en la magnitud de las emisiones, sabrán que el día aquí tiene el equivalente a unas 24 horas nuestras, y pronto entenderán que las diferencias se deben a desigualdades en nuestras civilizaciones. Analizarán y filtrarán otras ondas del espectro de luz en la zona de la órbita terrestre, y descubrirán que hay agua en abundancia. La alta concentración de oxígeno les dirá que hay vida abundante aquí, y un análisis espectral atmosférico les dará pistas sobre el sistema ecológico nuestro. Sabrán inmediatamente que algunas especies terrestres son muy abundantes, por la fuerte raya de metano en el espectro. Les costará bastante entender nuestros extraños patrones de emisión, pero con ayuda de sus razonablemente supuestas supercomputadoras podrán diferenciar ondas, escuchar o decodificar emisiones de radio y TV. También con ayuda cibernética podrán entender que hay muchos idiomas, pero mediante asociación de patrones a imágenes televisivas y textos e imágenes de Internet y con ayuda de supercomputadoras podrán entender, al menos a modo grueso, lo que se dice y se ve (nosotros casi podríamos hacerlo, una civilización más avanzada no tendría problemas).. Aquí viene la pena ajena: verán los noticieros de TV y LOS ENTENDERAN, sabrán de nuestras guerras, de muchos de nuestros infames sistemas políticos, de nuestras estupideces y del atentado ecológico suicida de nuestra especie. Buscando patrones muy repetitivos en muchas emisiones provenientes de distintos puntos, tengo el razonable temor que la imagen de G.W.Bush, cuando llegue, no pasará por debajo de la mesa. Comprenderán quién es, o era, y entenderán lo que dice y se dice de él y finalmente la conclusión a la que llegarán, tras un análisis global y comparativo, es perfectamente previsible: “Si este sujeto es o fue el líder (-por lo demás electo de alguna manera-) del grupo dominante -a nivel imperial- de la especie dominante -también a niveles imperiales allá-, no debe haber vida inteligente en ese planeta”.

Usted quizás estará ya, al igual que Stephen Hawking, aterrorizado pensando que prepararán planes para invadirnos, como es costumbre hacer aquí con los pueblos considerados “muy inferiores”. Que se apoderarán de nuestros hábitats y los considerarán de su propiedad, como hacemos aquí con las poblaciones de humanos, animales y plantas “menos avanzados”. Que contaminarán nuestro planeta produciendo vainas tóxicas para el único “provecho relativo” de algunos de ellos, como hacemos nosotros los humanos. Que nos pondrán en zoológicos o nos llevarán a circos sádicos, algo así como nuestras corridas de toros. Podría al menos pensar usted que nos criarán en minúsculas jaulas y nos impedirán el movimiento y nos atiborrarán de algún alimento ligado con mierda para engordarnos, algo así como hacemos con nuestros pollos y gallinas a las que quebramos las patas y les ponemos música a todo volumen y luces altas día y noche para que no puedan dormir y se dediquen tan sólo a enloquecer, crecer y llenarse de grasa rápidamente. Si usted de verdad cree que esto puede suceder, creo que debe pensar un poco más dos de las premisas fundamentales que establecimos como hipótesis o que deducimos razonablemente: 1.-) Deben estar muy lejos y no pueden llegar pronto. 2.-) son extraterrestres y MÁS AVANZADOS QUE NOSOTROS. Aun si pudieran comernos, cosa altamente improbable, creo no harían tal cosa y nos dejarían en paz, o al menos nos tratarían con el mínimo respeto necesario para que preservemos, en lo posible, nuestra dignidad, y le explicaré mis razones. Tenemos, por lo demás, armas y actitudes muy agresivas que significarían siempre un peligro para ellos, aun siendo avanzados. Nosotros, sin ir muy lejos, nos cuidamos todavía de una araña viuda negra o de alguna medusa. Pero sobre todo, si esos seres son más avanzados que nosotros y LOGRARON SOBREVIVIR, deben haber entendido ya, por una fuerte convicción ecologista producto del análisis profundo que resultaría natural a su propia evolución, o quizás por amargas experiencias a lo largo de su historia, que toda forma de vida merece un mínimo de respeto y que, en líneas generales, la vida es una deliciosa melodía en el Cosmos y que con ella, mi querido amigo, no se juega.

Stephen Hawking me dejó preocupado

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Uno de los científicos más destacados del siglo XX, y de lo que va del siglo XXI, es Stephen Hawking, nacido en 1942, de origen inglés, quien en una reciente participación en un documental de Discovery Channel argumentó que considera "perfectamente racional" que pueda existir vida inteligente en otros planetas; el asunto no estriba en decir que eso pueda ser cierto, sino en la advertencia que nos da: “…ahora bien, el hombre debe evitar el contacto con extraterrestres, pues de lo contrario las consecuencias serían perjudiciales".

Según Hawking, el descubrimiento de vida extraterrestre inteligente sería un acontecimiento sólo comparable con la llegada de Cristóbal Colón a América, pero de un tino e impacto mucho más trascendental, porque sería un accionar que superaría las películas de ficción que hasta el momento hemos podido ver. Ya en el 2008 Hawking se había pronunciado en este sentido, destacando que debe "…haber vida inteligente en alguna parte"; claro, con su humor muy inglés acompañó su posición esgrimiendo que si existiera otras formas de vida no estarían muy cerca de nuestro planeta, puesto que, de lo contrario, "…habríamos visto sus programas de televisión…"

Aunque parezca una postura tremendista no hay que apreciarla superficialmente; la avaricia es uno de los pecados más incipientes en los seres humanos y ello nos puede jugar una mala hora al llegar a sentirnos, algunos de nosotros, atraídos por estas formas de existencia y pongamos en peligro de exterminio la vida humana.

Esta percepción, tal cual lo asomó Hawking, tiene en el ejemplo inmediato de la llegada de Colón al continente Americano un buen retrato. ¿Fue un descubrimiento o una conquista? Fue una conquista; una sangrienta conquista. El corresponsal norteamericano de Science, Charles Mann, en su obra “1491” (2006), nos lo describe magistralmente: “Ganaron los europeos. Los historiadores atribuyen en parte la victoria a la reticencia de los indios a igualar la táctica europea de masacrar poblados enteros. Otra de las razones del triunfo de los recién llegados es que para entonces eran más numerosos los nativos. Grupos como los narragansett, que se habían salvado de la epidemia de 1616, fueron diezmados por una epidemia de viruela que se propagó en 1633. Entre la tercera parte y la mitad de los indios que quedaban en Nueva Inglaterra murieron entonces. El Pueblo de la primera Luz podía rehuir la tecnología europea o podía adaptarse a ella, pero ninguna de las dos opciones existía en el caso de las enfermedades europeas. Sus sociedades fueron destruidas por armas que sus adversarios no controlaban. Ni siquiera eran concientes de tenerlas…”

En tal sentido, los europeos nos dominaron con sus gérmenes, armas y acero, como dice Jared Diamond, la pregunta en este nuevo tiempo sería: ¿con qué nos dominaría una civilización igual o superior a la nuestra? Ya llevamos más de quinientos años aceptando esta carga cultural y observamos como los países heridos en su cultura aborigen hoy más que nunca buscan reivindicar su legado: ¿Cuántos siglos de lucha nos costaría salvaguardar nuestra especie? ¿Cuántas guerras internas aún faltan por librarse para homogeneizar la conciencia humana y respetar los límites de la libertad?

Problemas en la transición y consolidación democrática

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Desde la segunda guerra mundial las principales economías latinoamericanas han vivido hasta la crisis de la deuda, al comienzo de los años 80, un rápido crecimiento económico, que sin embargo no ha permitido en la mayor parte de los casos superar una profunda dualidad social, en la que, junto a sectores dinámicos y de niveles de vida tolerables o altos, se mantenía una extensa realidad socialmente marginal y económicamente estancada.

Este hecho -la incapacidad del crecimiento para poner fin a la dualidad social- fue considerado por gran parte del pensamiento latinoamericano, durante muchos años, como el principal punto débil de un modelo dependiente de capitalismo. La dependencia era el mal originario, la dualidad su consecuencia.

Pero a la hora de la verdad el talón de Aquiles de las economías latinoamericanas ha resultado ser otro: la fundamental orientación del crecimiento hacia el mercado interno, siguiendo la dinámica de la llamada industrialización para la sustitución de importaciones. Esta orientación mercado internista -si se puede usar un término semejante- ha sido la clave de una incapacidad para dar continuidad al crecimiento en el marco de la nueva división internacional del trabajo que trajo consigo la crisis de los años 70, aunque en realidad la crisis sólo supuso el estallido, bajo el impacto de la elevación de los precios del petróleo en 1973, de desequilibrios cuyas raíces venían de la década anterior.

Como es bien sabido, en los años 60 se había hecho patente una notable internacionalización de la economía mundial, puesta de relieve por ejemplo en el creciente estudio (y crítica) de las llamadas empresas multinacionales, pero que implicaba de hecho la creciente imposibilidad de estrategias de crecimiento concebidas para funcionar en economías (nacionales) cerradas.

Ahora bien, la estrategia mercado internista sólo era viable precisamente en economías cerradas, protegidas frente a las importaciones industriales de los países más desarrollados o centrales en el sistema capitalista mundial.

Vayamos por partes. El crecimiento económico latinoamericano se había apoyado hasta la primera guerra mundial en las llamadas exportaciones tradicionales (agropecuarias o extractivas) en las que la región poseía impecables ventajas comparativas desde la más ortodoxa perspectiva ricardiana. Las caídas del comercio internacional que trajeron las dos guerras mundiales y la crisis de los años 30 crearon condiciones favorables a una industrialización destinada al mercado interno, hasta entonces abastecido de bienes manufacturados a través de las importaciones, y que además se expande en este medio siglo a consecuencia del crecimiento numérico de las clases medias que es fruto inevitable del propio desarrollo de la urbanización y de la administración del Estado, y otra de cuyas manifestaciones es la crisis de las democracias oligárquicas.

Se suele atribuir a las oligarquías agroexportadoras una oposición frontal a la industrialización interna. En realidad los procesos son bastante diferentes de país a país. La oligarquía terrateniente mexicana es desmantelada por la revolución, especialmente en el período cardenista, la brasileña encuentra una fórmula para coexistir beneficiosamente con la industrialización (la explícita exclusión de los trabajadores rurales de la legislación social introducida en la industria), y la argentina se mantiene decididamente opuesta a una industrialización que, junto con una importante redistribución de ingresos a favor de los trabajadores y clases medias urbanas, se financia fundamentalmente a partir de aranceles sobre las exportaciones (es decir, a expensas de las rentas de la propia oligarquía agropecuaria).

Lo que sí parece indiscutible es que las viejas clases propietarias no demostraron el deseable espíritu empresarial, sino que se limitaron a una lógica económica feudal (como la analizara en su momento W. Kula), por lo que la industrialización latinoamericana no pudo partir de inversiones de capital endógeno suficientes para desarrollar desde el primer momento estrategias de competición en el mercado mundial. La industria nació en América Latina para cubrir limitados mercados locales, contando con una protección de facto ante la competencia internacional, a consecuencia de la guerra o de otros factores coyunturales.

El problema es que esa industria mercado internista creó a su vez sus propios intereses sociales e impuso a medio plazo su propia dinámica económica. A la altura de la segunda guerra mundial, cuando el modelo político de los principales países de América Latina se hallaba en un momento de definición (como lo estaba en Europa, aunque aquí el juego entre democracia, fascismo y comunismo se estuviera decidiendo por la fuerza), los actores sociales en auge eran los procedentes de la industrialización para la sustitución de importaciones. No es extraño que los gobernantes, en un momento de equilibrio inestable, trataran de apoyarse en una alianza con estos actores.

El resultado fue una fórmula vaga y sin embargo descriptivamente eficaz: el populismo. Un gobierno que se apoya en los sectores de empresarios y trabajadores vinculados a la industrialización y en las clases medias que se benefician de ella, especialmente los funcionarios y profesionales que dependen del Estado. Quedan fuera los grandes propietarios de la tierra, el campesinado que depende de ellos, y profesionales liberales que no dependen (o creen que no dependen) de ese proceso de modernización.

Así como la existencia y definición del populismo son temas muy polémicos, el análisis de las fuerzas políticas que lo apoyaron o se opusieron a él, y de sus bases sociales, son cuestiones ya ampliamente discutidas y sobre las que merece la pena volver, pero aquí sólo se pretende esquematizar un resultado político y social. Un Estado que dependía en su apoyo social de la continuidad del crecimiento mercado internista, o que debía optar por enfrentarse a la mayor parte de las clases urbanas (las más activas políticamente) y apoyarse en la oligarquía y en sus clientelas.

Ahora bien, parece necesario admitir que ese dilema no es solamente característico de los regímenes que formalmente podemos llamar populistas, como Argentina, México o el Brasil anterior a 1964. En realidad es propio de lo que se puede denominar una matriz de centralidad estatal (Cavarozzi, 1991) que articula las relaciones económicas, sociales y políticas. Esta matriz implica una dependencia de los actores sociales emergentes (clase trabajadora industrial, burocracia estatal, clases medias urbanas ligadas a la industrialización) respecto a la actuación del Estado, a la vez que éste depende de dichos actores para el mantenimiento de sus políticas, pues de ellos recibe su legitimidad.

Cavarozzi subraya que la legitimidad del Estado en estas sociedades depende de un mito fundacional o de su capacidad para ofrecer resultados (redistribuir ingresos), o de una combinación de ambas posibilidades. El caso mexicano puede mostrar que la legitimidad fundacional se erosiona rápidamente cuando no va acompañada por resultados materiales: las elecciones de 1988 se pueden entender como un intento del frente cardenista para arrebatar la legitimidad fundacional al PRI, apoyándose en el descontento social provocado por la política de ajuste llevada a cabo durante el período de De la Madrid1. En general se puede pensar que toda legitimidad se erosiona rápidamente en períodos de ineficacia estatal.

Pero lo que pretende subrayar Cavarozzi, a mi juicio correctamente, es la ausencia en estos países de una tradición o una cultura política de legitimidad del Estado por las reglas de procedimiento que se siguen en la selección de gobernantes y en la toma de decisiones; esto es, la ausencia de una tradición de legitimidad legal-racional del Estado democrático. A lo que eso nos conduce es a un doble vínculo de dependencia: el Estado depende en su legitimidad de su capacidad para ofrecer mejoras económicas a un conjunto de actores sociales que, a su vez, dependen del Estado sustancialmente para mantener su posición económica y social

Esta matriz de articulación política y social centrada en el Estado puede verse sin embargo como consecuencia de un régimen social de acumulación (Nun, 1987) que se asienta a partir de la dinámica de la industrialización para la sustitución de importaciones, en la medida en que esta dinámica crea actores con preferencias y estrategias que favorecen aquella matriz.

No pretendo sostener que la economía explique siempre la política, pero parece que en este caso, dadas las condiciones de partida, era muy poco probable que los actores sociales y políticos pudieran actuar de forma radicalmente distinta a aquella en que de hecho lo hicieron. El punto clave es, a mi juicio, la apuesta por una industria protegida frente a la competencia exterior. No es difícil comprender que, partiendo de situaciones de baja capitalización, la apuesta contraria (por una industria competitiva) implicaba inicialmente moderación salarial, lo que no sólo habría contado inicialmente con la oposición de los trabajadores, sino también de los propios industriales, a los que se exigiría hacer crecer las inversiones más rápidamente que la rentabilidad, ya que sin crecimientos salariales significativos el mercado interno sólo registraría una lenta expansión. Es más, cuando el modelo contó con la posibilidad de inversiones extranjeras éstas diseñaron sus estrategias sobre situaciones casi de monopolio en el mercado interno, y sólo secundariamente para la exportación. Una vez puesta en marcha esta dinámica, era muy difícil que cualquier actor, social o político, pudiera corregirla.

En este sentido, el populismo es sólo una de las configuraciones políticas que podían cristalizar en un régimen social de acumulación mercado internista. Si cabe dar alguna definición de populismo, ésta debe incluir un doble vínculo por el cual el Estado favorece la inclusión y movilización de los sectores populares a la vez que crea mecanismos caudillistas y autoritarios para el control de esos mismos sectores. Se puede decir que en este punto se parecen el peronismo, el Brasil anterior a 1964 y el régimen mexicano posterior a Cárdenas.

Pero estos rasgos no se dan en Chile ni en Uruguay, y sin embargo en estos países el régimen social de acumulación se mantiene dentro de la misma dinámica.

Resulta interesante señalar algunos equívocos frecuentes que surgen en el análisis de este problema. El primero y más frecuente es culpar al dirigismo estatal de los males del modelo.

Esta crítica se ha planteado sobre todo desde los años 70, en un momento en que la administración y las empresas públicas ya no eran financiables, y al mismo tiempo la capacidad del Estado para cambiar la dinámica del modelo era mínima por la relación misma de los gobiernos con los actores sociales.

Ahora bien, este mismo hecho lo que revela es que el Estado no era demasiado fuerte, sino que había llegado a ser demasiado grande (para sus posibilidades financieras reales) precisamente porque era demasiado débil, es decir, porque carecía de la autonomía precisa, respecto a los actores sociales, para corregir el régimen social de acumulación. El Estado no era dirigista, sino seguidista: arrastrado por la dinámica de la sustitución de importaciones, era cautivo de los actores sociales surgidos de ésta, y crecía para satisfacer sus demandas, no según un proyecto autónomo de sociedad o de crecimiento económico.

A su vez, esto se hace patente en los intentos de las dictaduras militares de los años 70 de conseguir autonomía estatal para cambiar el régimen social de acumulación2: reprimiendo a los actores sociales y suprimiendo a los actores políticos, los gobiernos militares pretenden salir del círculo vicioso en que ha desembocado el crecimiento mercado internista. Pero aquí de nuevo surge un equívoco: el de que la salida vendrá dada por la simple retirada del Estado de la economía y la consiguiente ampliación del papel del mercado como regulador social.

Parece evidente, a partir del ejemplo de la política económica argentina con Martínez de Hoz, que el abandono del proteccionismo y el ultraliberalismo no bastan para llegar a un nuevo régimen social de acumulación. En Chile, en cambio, la apuesta (desde el Estado) por un modelo no sólo abierto, sino competitivo hacia el exterior, sí parece haber cristalizado.

No cabe analizar aquí el precio social que impusieron las dictaduras, en términos de represión y de dualización social; por otra parte son cuestiones sobradamente conocidas. El punto es que en Argentina esos costes sociales se pagaron por nada, pero en Chile condujeron a un nuevo régimen social de acumulación, que al menos de momento parece más viable que el anterior, y que en principio debería poder corregirse en un sentido más redistributivo sin poner en peligro la viabilidad del crecimiento económico. Y lo que interesa subrayar es que el cambio de modelo exigió autonomía del Estado y apuesta por una integración competitiva en el mercado internacional, con políticas dirigidas específicamente a este fin.

Dicho de otra forma: en los años 80 se cierra en América Latina un ciclo determinado por la lógica del crecimiento mercado internista, que llega a hacerse inviable, como régimen social de acumulación, por la caída de los precios y cuotas de mercado de las exportaciones tradicionales y la falta de competitividad internacional de una industria dirigida exclusivamente al mercado interno. El régimen social de acumulación entra en quiebra al no poder financiar la redistribución interna que era la clave del crecimiento: la consecuencia es un déficit creciente y estructural de la balanza de pagos. Este déficit se enmascara durante la década de los 70 gracias al crédito fácil que genera la inyección de petrodólares en los mercados financieros, pero a comienzos de los 80 la política de altos tipos de interés que trae la presidencia de Reagan en Estados Unidos hace estallar la crisis de la deuda y revela dramáticamente que América Latina ha vivido casi una década por encima de sus posibilidades.

El problema se ha agravado por el recurso a la inflación como mecanismo redistributivo a corto plazo para satisfacer las contrapuestas demandas de los actores sociales en una situación que objetivamente constituye un juego de suma nula. La deuda y la inflación sumadas crean las condiciones macroeconómicas de inestabilidad en las que la región debe afrontar el calvario de los años 80.

Pero, volviendo al razonamiento anterior, la salida a la crisis exigía una reconversión del régimen social de acumulación que sólo podían poner en marcha Estados fuertes y con un proyecto claro de reinserción competitiva en el mercado internacional. Y lo que revela el fracaso de la mayor parte de América Latina en afrontar esa reconversión es la debilidad objetiva del Estado: un Estado hipertrofiado respecto a la sociedad civil, pero que es cautivo de las demandas de los actores para mantener su legitimidad, en ausencia de una tradición de legitimidad democrática legal-racional, procedimental. Un Estado grande pero débil en cuanto carente de autonomía, dependiente de unos actores sociales con fuerte capacidad de veto pero dependientes a su vez para sobrevivir del mantenimiento de ciertas políticas estatales. Parafraseando a Gramsci, tenemos una extensa sociedad civil gelatinosa frente a un Estado que enmascara su debilidad en la hipertrofia.

Para escapar del círculo vicioso, como se señalaba antes, el Estado debe lograr una esfera de autonomía. La dictadura puede ser una fuente de autonomía, pero Chile es el único caso en que el régimen militar (en una segunda fase, desde 1984) aprovecha su oportunidad. En los demás casos el enorme coste social de la dictadura no sirve para salir de la espiral. En México, el pacto corporativo (personalizado en la sobrevivencia de Fidel Velázquez) permite un ajuste económico para la reconversión, aunque el régimen ve desafiada su legitimidad desde 1988. Pero el pacto corporativo no es una forma moderna de concertación, sino un residuo tradicional de la capacidad del régimen para controlar a los actores sociales cooptando a sus cúpulas dirigentes en el aparato del poder. No sería imitable ni aunque se creyera que es un modelo a imitar. Existe un tercer ejemplo de Estado que alcanza autonomía para salir del círculo infernal: Bolivia.

Lo que singulariza el caso boliviano son dos rasgos peculiares. El primero es que el Estado se libera de su dependencia respecto a los actores sociales gracias a un gobierno de amplio consenso. La legitimidad de la democracia representativa es esgrimida frente a la capacidad de veto de los actores sociales (y en especial la COB), y logra imponerse a ella (Palermo, 1990). El segundo es que el resultado económico es un simple equilibrio a la baja: un marco de estabilidad sin una perspectiva inmediata de redistribución.

El caso boliviano abre varios interrogantes. El primero es si la eficacia en la resolución de problemas (en hallar una salida a la crisis económica, en este caso), no podrá ser sustituida como fuente de legitimidad por la simple efectividad, por la simple capacidad de aplicar un programa y fijar reglas de juego estables para los actores sociales y económicos (Linz, 1987). El segundo es saber si el ejemplo boliviano podría apuntar hacia una matriz de articulación de sociedad y Estado en la que el sistema de partidos se institucionalizara como mediador de intereses, rompiendo la dualidad entre la representación corporativa ante el Estado (propia del populismo) y la representación democrática.

La crisis de unos actores

Ambas interrogantes remiten en apariencia a problemas distintos (las expectativas sociales respecto al gobierno y la capacidad de intermediación de los actores sociales y políticos). Puede pensarse sin embargo que estos dos problemas responden a una misma variable: la crisis de los propios actores sociales. Para adelantar mis conclusiones, se diría que el repetido fracaso de los actores sociales en cumplir su papel tradicional de mediación de intereses concede a corto plazo autonomía al sistema de partidos y al Estado. Al sistema político, en suma. Pero no es nada evidente que esto baste para crear una nueva legitimidad democrática, basada en las reglas de procedimiento, si el sistema político no es capaz de garantizar su efectividad y si a medio plazo no logra eficacia en la resolución de los problemas estructurales.

El punto de partida es lo que se apuntaba como segunda hipótesis de este trabajo: con el final del ciclo de crecimiento hacia adentro, mercado internista, los actores sociales que le impulsaron y que recibían su fuerza de él están condenados a desaparecer o a modificar sustancialmente sus estrategias. Tras haber demostrado en repetidas ocasiones su capacidad de veto ante alternativas concertadas de transformación del régimen social de acumulación (como las de Siles Zuazo en Bolivia o de Alfonsín en Argentina4), mientras la situación económica y social se deterioraba imparablemente, los actores se ven impotentes frente a una coalición parlamentaria (Bolivia), o frente a una mayoría elegida con un discurso populista y que pone en juego una implacable política de desmantelamiento del régimen social de acumulación en crisis (Argentina, Perú o Brasil).

Una posible excepción a esta regla podría darse en Chile, donde la prioridad de consolidar la democracia favorecería estrategias posibilistas de los actores sociales. No es fácil decir, sin embargo, cuánto puede durar el período de gracia: la experiencia española es equívoca al respecto, ya que la incertidumbre creada por el intento de golpe del 23 de febrero de 1981 prolongó la moderación negociadora de los agentes sociales. Pero la huelga general del 14 de diciembre de 1988 mostró que (tras tres años de recuperación económica) los actores sociales pueden sentir una preferencia por la liquidez incompatible con criterios de prioridad para la creación de empleo o la creación de condiciones de crecimiento sostenido (Paramio, 1990). Pero lo más importante es advertir que el porvenir inmediato parece traer una profunda crisis de los actores sociales. Pedir a éstos que modifiquen sus estrategias es pedirles que impongan a sus bases prioridades globales a costa de restricciones individuales. Podrían contar para hacerlo con el repetido fracaso de las estrategias tradicionales para ofrecer resultados positivos a lo largo de los 80, pero ello exigiría una profunda renovación de su discurso, y probablemente también de su liderazgo. Cabe temer que ésos sean procesos demasiado largos para los rápidos movimientos que impone la profundidad actual de la crisis. Y en todo caso hay que contar con que los actores sociales se ven perjudicados por un profundo desencantamiento de sus bases, que les resta fuerza para imponer giros drásticos en sus estrategias. Es probable así que las direcciones opten por una lealtad sin salida, los grupos más lúcidos por una voz que será poco escuchada, y amplios sectores por la salida (Hirschman, 1977).

Todo apunta, por consiguiente, a un proceso de desarticulación de la acción colectiva popular. Se podría pensar entonces en un paso a primer plano del sistema político democrático como mecanismo de representación de intereses. La crisis de los actores populistas abriría así el paso a la política de ciudadanos, a actores sociales modernos, que a la vez podrían articularse en grupos de interés desligados ya del doble vínculo con el Estado propio de la matriz de centralidad estatal. Ese podría ser el final feliz de la historia, aunque a un alto precio, como el desmantelamiento del Estado en nombre del neoliberalismo podría ser el precio para la futura constitución de Estados pequeños pero fuertes en un escenario económico distinto. No cabe descartar tal posibilidad, pero se puede decir que hoy por hoy las tendencias a corto plazo no van en esa dirección.

En efecto, la posibilidad de un Estado democrático depende de la credibilidad de los actores políticos (el sistema de partidos) y del Estado (de su efectividad y su eficacia). Dadas las circunstancias actuales, cabe temer que en general esta credibilidad sea crecientemente erosionada por la ausencia de expectativas de salida de la crisis económica. El mismo problema que afecta a los actores sociales (incapacidad para obtener resultados) afecta también a los políticos: una década de ajustes caóticos sin perspectivas de salir del túnel, y a menudo con alternancia de las principales opciones políticas en el gobierno, ha disminuido seriamente la credibilidad de los partidos tradicionales como mecanismos de selección de liderazgo y como canales de representación de los intereses populares.

No es extraño que, en este contexto, los únicos actores políticos que vean aumentar su credibilidad sean opciones nuevas que parecen capaces de cambiar el sistema tradicional de partidos: la Alianza Democrática M-19 en Colombia sería un ejemplo. Pero la rápida erosión del PRD cardenista en México parece mostrar pautas de lo que se podría llamar consumo político vertiginoso (Cavarozzi, 1991): las nuevas opciones pierden rápidamente credibilidad si no obtienen resultados, con mayor rapidez aún que las tradicionales, y una vez ensayadas éstas (por ejemplo, en Argentina, tras el balance negativo de la gestión económica de Alfonsín y los sucesivos escándalos del gobierno de Menem), cabe pensar en candidaturas personalizadas, definidas ante todo por su rechazo de la política tradicional (candidatos que se definen por no ser políticos), y probablemente de duración efímera. Mal material, en todo caso, para consolidar un mapa estable y eficaz de mediaciones partidarias.

Si este problema parece difícil de superar a corto plazo, para la credibilidad del Estado en cuanto tal las expectativas no son mucho más halagüeñas. En primer lugar, las Constituciones presidencialistas que son la norma en América Latina hacen que casi inevitablemente la pérdida de credibilidad de un gobierno afecte a la propia jefatura del Estado: no existe ese delicado pero útil fusible que en los regímenes parlamentarios o semipresidencialistas representa el primer ministro o presidente del gobierno. Por tanto el fracaso de un gobierno aparece a los ojos de la sociedad como el fracaso del Estado: éste no es un proceso que se pueda repetir demasiado sin poner en peligro la propia legitimidad democrática, más aún si aceptamos que en la tradición política latinoamericana esta legitimidad proviene más de los resultados materiales que de los procedimientos para la toma de decisiones y selección de gobernantes.

Pero es que, además, lo que puede ser la principal fuerza de la legitimidad democrática ante una situación de fracaso de los actores sociales es, precisamente, la caída de las expectativas sobre los resultados exigibles a un gobierno. Como veíamos en el caso boliviano, la afirmación de la mayoría parlamentaria ante las reivindicaciones de los agentes se traduce en la creación de un marco de certidumbres para la acción social y económica, un equilibrio de mínimos. Esta puede ser una situación de credibilidad del Estado (que demuestra efectividad), pero no es una situación que favorezca la participación y el apoyo al régimen democrático.

De hecho, fomenta precisamente lo contrario: la resignación y la apatía ante la democracia entendida como mal menor. Se acepta la democracia ante la ausencia de caudillos que ofrezcan soluciones milagrosas, o ante el descrédito de toda una sucesión de soluciones milagrosas: pero no existe una adhesión activa a los valores democráticos.

En teoría se puede racionalizar el diagnóstico anterior pensando que unos electores cada vez más racionales castigan a los partidos por su ineficacia o muestran poco apoyo a regímenes democráticos minados por la corrupción. Pero ésta es una falsa salida: el problema es tratar de imaginar qué opciones políticas podrían mostrar mayor eficacia en un sistema político de tan alta volatilidad del voto. En efecto, un programa capaz de dar salida a la situación terminal del régimen social de acumulación heredado exigiría un alto consenso social (incluyendo la mayoría parlamentaria) mantenido durante el tiempo suficiente para fijar certidumbres mínimas, impulsar una recuperación de la confianza y, al mismo tiempo, modificar sustancialmente las reglas de juego en la sociedad y en la economía. No parece nada fácil que puedan conseguir un apoyo de este tipo formaciones políticas nuevas o aquellas que, por ser tradicionales, están obligadas si quieren ser realistas a modificar su proyecto anterior y tratar de modificar las expectativas de sus seguidores.

A esto se une el problema de la reforma del Estado. Es bastante obvio que la prolongada decadencia del modelo mercado internista ha creado pautas de rapiña en las burguesías locales y en buena parte del personal político y la administración pública. No es útil, en una situación de permanente incertidumbre económica, lamentarse de que la burguesía evada capitales o se dedique a la especulación financiera o simplemente monetaria en busca de ganancias. Pero de la misma forma, no parece fácil convencer a un número significativo de funcionarios de que, en ausencia de posibilidades reales de solucionar la crisis o gestionar eficazmente, no conviertan su paso por el poder en un apresurado pillaje que consolide su situación económica personal.

Cuando, como sucede en bastantes países, la corrupción pública es casi una tradición, sólo cabe esperar que la tendencia se acelere en momentos de descomposición. Y, sin embargo, con un sistema de partidos inestable, y quizá premodernos, una alta volatilidad del voto, y una administración pública minada por la corrupción, la tarea prioritaria en la búsqueda de salidas para América Latina parece pasar por la reforma del Estado. Si aceptamos que uno de los rasgos fatales de la matriz de centralidad estatal era la existencia de un Estado hipertrofiado, débil por su carencia de autonomía frente a los actores sociales, pero demasiado grande para sus posibilidades reales de actuación eficaz, parece obvio que en la búsqueda de un nuevo régimen social de acumulación es preciso avanzar en la construcción de un Estado pequeño y fuerte, capaz de influir realmente en la orientación de la inversión y en la fijación de certidumbres económicas, y a la vez capaz de impulsar políticas de redistribución y expandir el mercado interno por un mecanismo distinto del reparto de rentas estatales.

Referencias

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Un texto de Elias Canetti inédito: “Libro de muertos”, Apuntes 1942-1988

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Por: WINSTON MANRIQUE SABOGAL –el pais.com/ Madrid - 05/04/2010

"Apuntes contra la muerte. Aquí doy comienzo por fin al libro que me había propuesto escribir hace años y decenios". Así empieza Elias Canetti su cuaderno de notas, el 1 de noviembre de 1983. Un proyecto literario que se le ocurrió en los en los años treinta, después de Auto de fe (1935), y que no llegó a concluir, pero que a partir de mañana verá la luz en una edición en primicia mundial bajo el título de Libro de los muertos. Apuntes 1942-1988, editado por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, que llega a las librerías esta semana. Pero un avance de esos escritos del premio Nobel lo ofrece hoy Babelia, la revista cultural de este diario, en exclusiva en la edición digital de EL PAÍS

Durante cada día de noviembre y diciembre de aquel 1983, el autor de Masa y poder trató de enderezar, como él mismo dice, ese proyecto que lo acompañó casi toda su vida y donde deja clara su posición en contra de la muerte. La de un intelectual de origen búlgaro pero nacionalizado británico y que escribía en alemán. Aforismos, frases, ideas, pensamientos, oraciones en cuyo género y registro halló Canetti un arma eficaz para ahondar en los vericuetos y resortes del comportamiento humano. Apuntes sabios, reflexivos, geniales, inquietantes, tiernos, inequívocos, tristes, irónicos o alegóricos...

Irónicos: "El currículo antes, el currículo después de la muerte".

Inquietantes: "¡Oh, edad, edad!, ¿habrías muerto con más esperanza antes?"

Revolucionarios: "La mariposa como fantasma de la oruga".

Combativos: "El derecho a hacer que regrese un muerto, uno solo".

Angustiosos: "Él pidió una prórroga a Dios. Éste le dio una hora".ó".

Frases e historias mínimas como estas del Libro de los muertos estuvieron a punto de ser publicadas en Alemania hasta que se descubrió un material nuevo. Entonces se optó por aplazar la edición a fin de investigar, descifrar y estudiar más dichos textos. En vista de que es una labor que no se sabe cuando terminará, la editorial española, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, ha decidido avanzar para el mundo hispanohablante ese esperado libro póstumo, con la autorización del editor alemán y de los herederos de Elias Canetti (Bulgaria, 1905-Suiza, 1994). Un volumen donde se aprecia el pensamiento de unos de los escritores e intelectuales fundamentales del siglo XX. El libro consta de varios capítulos con aforismos escritos a los largo de media vida, entre los que destaca el relacionado con sus Apuntes contra la muerte de 1983, cargados de múltiples sentidos.

Son anotaciones de un autor al que Babelia dedicará unas páginas especiales el próximo sábado. Además del análisis de este importante legado inédito de Canetti, sobre su obra y trascendencia general escriben los filósofos y escritores Fernando Savater y José Luis Pardo y la poeta, narradora y filósofa hispano-belga Chantal Maillard. Tres artículos que ayudan a comprender mejor a uno de los pensadores que más ha influido en el mundo contemporáneo. Savater recuerda unas palabras clarificadoras del propio Canetti: "El objetivo serio y concreto, la meta declarada y explícita de mi vida es conseguir la inmortalidad para los hombres". Y en este volumen a través de "apuntes", que como escribe Maillard, "es probablemente la forma literaria que mejor le conviene a la posmodernidad", al condensar en muy pocas palabras historias, pensamientos, ideas, sentimientos, sentidos e intenciones diversas. Y Elias Canetti no olvidó el secreto que compartimos casi todos: "Desaparecer y no ser encontrado. Gran tentación".

1491. Una nueva historia de las Américas antes de Colón, de Charles C. Mann*

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Reseña del Libro




Éste es un libro fruto de la curiosidad y el entusiasmo. De la curiosidad que le produjo al autor un viaje a la península del Yucatán, y del entusiasmo que le provocaron los vestigios de civilizaciones desconocidas hasta entonces para él. Curiosidad azuzada por la polémica que estos restos suscitaron entre los científicos a los que acompañaba como reportero. Ese viaje fue el inicio de una serie de investigaciones y de encuentros con las culturas precolombinas.

LOS INDIOS

Norteamericano, Mann conocía el término "indio" desde pequeño. Los libros de historia que había estudiado le habían enseñado que los indios eran unos seres tribales de pasado inmóvil, para los que los siglos habían ido pasando sin que sus vidas cambiaran lo más mínimo. Seres ajenos a la civilización y al progreso. Lo que Mann nos va mostrando en este libro es una América precolombina rica en civilizaciones diferentes, que se fueron superponiendo y sucediendo entre conflictos y avatares, como cualquier otra civilización objeto de interés para los historiadores, arqueólogos y antropólogos que trabajan en otras latitudes.

Después de mucho escuchar, viajar, documentarse y reflexionar, Mann se pregunta por qué los avances en el conocimiento de lo que fueron las culturas anteriores a la llegada de Colón a América, siguen siendo conocidos solamente por una minoría de expertos. Por eso escribió este libro en el que, con una agilidad y una honestidad intelectual sorprendentes, nos acerca lo que se sabe y lo que aún se ignora de nuestros vecinos de ultramar.

La agilidad le viene al autor de su habilidad como periodista científico y de su calidad de escritor, que es capaz de dar vida a personajes, paisajes y episodios con los que crea relatos que se fijan en la memoria por su vigor, su color y su claridad. Y la honestidad la muestra desde las primeras páginas, en las que no oculta ni su inclinación por una de las interpretaciones, ni los argumentos que pesan contra ella.

EL DEBATE SOBRE EL DESARROLLO DE LA AMÉRICA PRECOLOMBINA

La esencia del debate es si, antes de Colón, América era un territorio casi virgen, próximo al paraíso terrenal, o era, al contrario, un territorio densamente poblado, en el que los humanos habían manipulado la naturaleza.

Es curioso que esta segunda hipótesis, que es la que el autor presenta con mayores avales, sea rechazada sobre todo por los ecologistas e indigenistas, quienes ven en ella la refutación de su imagen idílica de un continente en el que, antes de la llegada del hombre blanco, los indios vivían en armonía perfecta con la naturaleza virgen. Al contrario, incluso en zonas que hoy consideramos vírgenes, los sistemas de colonización de las tierras eran entonces tan sofisticados o más que los que sus coetáneos utilizaban en Europa.

EL ERROR DE HOLMBERG

En nuestra percepción de la América precolombina seguimos anclados en lo que Mann denomina "el error de Holmberg". Holmberg fue un investigador que llegó a Bolivia en los años cuarenta y entró en contacto con uno de los pueblos nativos, los sirionós, una pequeña población de poco más de un centenar de personas que al científico le parecieron supervivientes de un periodo ancestral, como "petrificaciones de nuestro pasado". La comunidad científica aceptó las hipótesis de Holmberg y se reafirmó en el convencimiento de que América era un continente sin pasado, en el que simplemente los siglos habían transcurrido sin que los grupos humanos evolucionaran y sin que el ser humano tuviera ninguna curiosidad ni pulsión innovadora.

Veinte años después, la visión de los sirionós cambió completamente. Nuevas investigaciones, con técnicas más modernas, mostraron que el escaso número de sirionós se debía a un "cuello de botella genético", que se produce cuando hay una gran reducción de población en un periodo muy breve. Una epidemia de gripe y viruela había reducido en más del 95% la población de sirionós, justo unos años antes de que Holmberg entrara en contacto con ellos. Además, el ejército boliviano pretendía desalojarlos de sus lugares tradicionales de vida, donde la presión de los ganaderos era cada vez mayor. Lo que Holmberg calificó de nómadas de la selva sin recursos propios para subsistir, no eran restos del paleolítico, sino supervivientes que trataban de seguir sobreviviendo en condiciones muy adversas.

Estos mismos sirionós que sirvieron para alimentar el mito del salvaje permanente, poblaban las llanuras del Beni, una zona del interior de Bolivia muy llana, que se inunda completamente durante la época de lluvias. En estas llanuras todavía se aprecia, al sobrevolarlas, que los habitantes habían construido un sistema de diques, montículos y pasos elevados que les permitían no solamente vivir en ellas todo el año, sino también sacar el máximo partido al sistema de inundaciones. Por los restos hallados y por la magnitud de la obra, necesariamente tuvo que ser un pueblo numeroso y con una organización social sofisticada.

EL DESCONOCIMIENTO PERDURA

Éste es solamente un ejemplo de hasta qué punto hemos desconocido y mal interpretado la historia de América. Es cierto que todavía no se sabe exactamente cuándo se pobló América. Las hipótesis coinciden en que fue en un pasado relativamente reciente, que oscila entre treinta mil y trece mil años. Ni tampoco se sabe si la emigración llegó solamente por el norte, a través del estrecho de Bering, o también por el sur, a las costas de Chile, donde se han encontrado restos de hace treinta mil años.

El libro rebate ideas muy afianzadas: la escasa población, su carácter predominantemente nómada, la simpleza de sus civilizaciones, la pobreza teológica de sus religiones, que contesta reproduciendo un diálogo entre monjes franciscanos y sacerdotes mexicas, o su espíritu sanguinario, que compara eficazmente con las prácticas europeas del momento, desde la tortura hasta las crueles ejecuciones en la plaza pública, que entusiasmaban a los numerosos espectadores.

PERSPECTIVAS DIFERENTES

Mann nos abre perspectivas diferentes, y lo hace apelando a nuestra imaginación tanto como a nuestro raciocinio. Su habilidad y su fuerza como narrador van en paralelo con los requisitos de credibilidad y de solvencia que debe tener un ensayo. La introducción concluye con una visita guiada por el continente a vuelo de pájaro, una visita por el espacio y por el tiempo. En ella entramos en contacto con pueblos míticos que construían, antes del año 1000, ciudades mayores de lo que París era en aquel momento, con sistemas de alcantarillado y diseños urbanos mucho más limpios que cualquier urbe europea, y que, antes de que los conociéramos, perecieron o desaparecieron por las guerras y sobre todo, según se cree, por fenómenos climáticos como los llamados "mega Niño", periodos en los que la gran corriente del Pacífico produjo sequías y olas de calor mucho más intensas de las que se vivieron en 1925, y que acabaron con muchas civilizaciones del alto Amazonas y de Perú.

Este vuelo nos sitúa en condiciones de recorrer la América de 1491 y de tratar de descubrir lo que realmente se encontraron los conquistadores, y por qué desapareció en tan pocos años tras su desembarco.

PRIMERA PARTE. ¿NÚMEROS CAÍDOS DEL CIELO?

Ésta es una historia de América antes de Colón, y sus protagonistas son los indios que vivieron en primera persona las relaciones con los recién llegados.

TISQUANTUM

Tisquantum, un wampanoag de la costa de lo que hoy conocemos como Nueva Inglaterra, trabajó como intérprete y asesor para los Peregrinos del Mayflower que llegaron en 1621. Tisquantum conocía la lengua inglesa porque años antes había sido apresado por el capitán John Smith, el de Pocahontas, y trasladado a Inglaterra, donde había vivido como atracción en casa de un noble.

A modo de relato de aventuras, la vida de Tisquantum, su alianza con los Peregrinos y su conspiración fallida contra el sachem (jefe) de su propio pueblo le sirven al autor para irnos contando lo que ahora se sabe sobre los Massachusett, los Wampanoag, los Nauset y los Narragansett, los pueblos que habitaban la costa este. Eran numerosos, hermosos, sanos y mucho más limpios que los europeos recién llegados, a los que consideraban bastante tontos. El relato concluye con la práctica desaparición de los pueblos de la costa, exterminados no por las armas de los recién llegados, sino por la viruela. Los cálculos más recientes estiman que el 90 por ciento de la población murió por esta enfermedad.

¿POR QUÉ CAYÓ EL IMPERIO INCA?

Algo parecido sucedió entre los incas de Atahualpa, coincidiendo prácticamente con la llegada de Pizarro. El gran imperio inca, equiparable en extensión, organización y riqueza a cualquiera de los que han existido en la historia, se había desarrollado durante siglos, extendiéndose territorialmente, provocando numerosas migraciones internas, promoviendo una lengua común y estructurando la sociedad de forma eficaz, en el sentido de conseguir una riqueza generalizada y que no hubiera hambre en el imperio.

¿Por qué cayó ante menos de doscientos recién llegados? Mann desmiente que fueran las armas de fuego, poco precisas y menos eficaces que las hondas incendiarias o las flechas de los indios, ni tampoco los caballos, que, tras el susto inicial, los indios aprendieron a abatir con las bolas enlazadas por cuerdas que lanzaban contra sus patas. La superior tecnología metalúrgica de los recién llegados es un argumento que también contesta el autor: los incas trabajaban el metal con tanta o más sofisticación que los europeos, pero con otros objetivos: no buscaban la resistencia, la dureza y el afilado, sino la plasticidad, la maleabilidad y la contundencia. No fabricaron acero no porque no tuvieran hierro ni la tecnología para hacerlo, sino porque preferían trabajar el oro y la plata.

Las razones que Mann suscribe para la rápida caída de los incas fueron la desunión interna en el momento de la llegada de Pizarro, con una verdadera guerra de sucesión en marcha, y, de nuevo, las enfermedades: la viruela y la hepatitis. Entre 1533 y 1565 están documentadas varias epidemias de viruela, además del tifus y la gripe, y, años después, la difteria y el sarampión. En menos de un siglo, las epidemias acabaron con nueve de cada diez habitantes de la "Tierra de las cuatro regiones", como los incas llamaban a su imperio.

EL EFECTO DE LAS EPIDEMIAS

La devastación causada por las epidemias plantea otro interrogante: ¿por qué estas enfermedades se cebaban en los indios, mientras que los europeos eran prácticamente inmunes a ellas?

Las hipótesis más creíbles hablan de una vulnerabilidad genética que tiene dos causas: los indios no habían estado expuestos antes a los agentes patógenos y, por eso, no habían desarrollado la inmunidad de los portadores europeos, y su homogeneidad genética era mayor que la de los europeos, lo que acentúa el efecto de las epidemias.

A ello se añadió que, sin conciencia de epidemia, los indios tampoco aplicaban las prácticas de cuarentena y aislamiento de los europeos, con lo que las enfermedades se propagaban a gran velocidad. Y, en fin, los patógenos no solamente se contagiaban de los humanos, sino también de los animales domésticos que los conquistadores llevaban consigo.

SEGUNDA PARTE: HUESOS MUY ANTIGUOS

La segunda parte trata de los orígenes de los habitantes de América, y de cómo se formaron las civilizaciones que los europeos encontraron a su llegada. Los protagonistas, en este caso, no son los indios, sino los arqueólogos y antropólogos que, en Perú y en México sobre todo, llevan más de un siglo especulando, discutiendo y enfrentándose, sin haber conseguido llegar todavía a un consenso mínimo.

DIFERENCIAS ENTRE ESTUDIOSOS

Estas diferencias son tan virulentas que trascienden el ámbito académico y, quizás por eso, cada hipótesis y contrahipótesis, cada teoría y la polémica que la acompaña, o la interpretación dispar de cada nuevo yacimiento excavado, dan pábulo a todo tipo de charlatanes que aprovechan la circunstancia para llenar el mercado de best sellers que se asemejan, en sus argumentos, a las novelas de ciencia ficción.

Mann resume e ilustra "el progreso realizado en la compresión de la antigüedad, la diversidad, la complejidad y la sofisticación tecnológica de las sociedades indias". Sin caer en la tentación de dar por cierto lo que aún es dudoso, proporciona elementos clave para comprender que, a las cuatro civilizaciones que siempre hemos estudiado que conformaron el mundo que conocemos (la sumeria, la egipcia, la india y la china), habría que añadir la americana.

La resistencia a aceptarlo se debe probablemente al menor conocimiento que tenemos de ella; en parte a que nos ha sido ajena, en el sentido de que no se ha interrelacionado con la cultura europea como las otras; y en parte, a que era una civilización totalmente diferente. Por ejemplo, la agricultura no se desarrolló principalmente para la alimentación, sino también para el vestido: el cultivo fundamental del Pacífico era el algodón. La cultura del maíz contribuye a esa visión diferente, porque el maíz no era, como el trigo o el arroz, una planta que creciera en estado salvaje y que el hombre aprendiera a cultivar y mejorar. El maíz es una "creación" del propio humano y se cultivaba en pequeños campos acompañada de cultivos complementarios como las habas y las calabazas, proporcionando una visión completamente diferente a la que los habitantes del delta del Nilo podían tener de las enormes extensiones de tierra convertida en alimento.

Otra diferencia sustancial es que no son civilizaciones surgidas alrededor de grandes ríos, sino al borde del mar y en los pantanos, con todo lo que esto implica para la percepción del tiempo, de la tierra y de la vida. Esto explica también que, conociendo la rueda, la utilizaran para realizar juguetes y no la desarrollaran para el trabajo: en los pantanos las ruedas no son útiles, y sin animales de tiro, tampoco.

Así, sucesivamente, el autor va desgranando los elementos de unas civilizaciones fascinantes, tan ricas y diversas que consiguen abrumar a los propios arqueólogos. Y al lector, que no sale de su asombro al comprender el manejo de los tres calendarios que utilizaban en Mesoamérica o al situar allí el primer uso que se conoce del cero como concepto matemático.

TERCERA PARTE: PAISAJE CON FIGURAS

Una que vez que Mann ha desmontado, o al menos sembrado dudas, sobre el escaso número de pobladores de la América precolombina y sobre la pobreza de sus civilizaciones, en la tercera parte Mann discute el tercer lugar común: que los indios vivían en la naturaleza, pero no intervenían en ella. Lo hacían, y de tal forma que, en ocasiones, esta intervención es una de las causas fundamentales del declive o la desaparición de una determinada civilización.

TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA

En América del Norte, la idea de que los indios se limitaban a cazar los bisontes que vivían en las praderas es un espejismo. Los indios conservaban y creaban praderas mediante el fuego, realizando grandes quemas con las que generaban ciclos de destrucción de bosques y propiciaban, al mismo tiempo, su regeneración posterior. Actuaban como reguladores, como lo hace la propia naturaleza con los rayos o las erupciones volcánicas, pero también como diseñadores, dirigiendo el fuego y planificando las quemas en función de sus intereses y sus necesidades.

Además del fuego, realizaron obras de ingeniería hidráulica de las que se tiene certeza en los alrededores de San Luís, desviando ríos con consecuencias muy desfavorables a largo plazo, sobre todo porque estas obras se unieron a la deforestación y provocaron inundaciones y avalanchas que arruinaron las poblaciones. Resulta llamativo, como señala Mann, que esos mismos errores los sigamos cometiendo todavía.

Los mayas tampoco se privaron de intervenir sobre el territorio. Al contrario, una de las causas de la desaparición de la civilización maya en el sur del Yucatán parece ser que estriba en que su vida dependía de la irrigación y las canalizaciones gracias a las que mantenían los cultivos; un largo periodo de guerras hizo imposible mantener estas infraestructuras y la consecuencia fue una hambruna tal que las grandes ciudades desaparecieron.

Pero quizás la mayor trasgresión de Mann está en su alineamiento con quienes defienden que la Amazonia tiene también mucho de paisaje artificial. Cuando Orellana descendió por primera vez el río, su expedición dejó constancia de grandes poblamientos en las riberas, con soldados acompañados de músicos que atacaban según el sonido de los instrumentos, con canoas, trajes, adornos y armas. Sus testimonios, entre los que incluían a las amazonas guerreras, no fueron tenidos en cuenta, y siglos después los científicos los refutaron claramente al elaborar la teoría de la "limitación ecológica", según la cual los escasos pobladores del Amazonas solamente podían practicar rudimentarias técnicas de quema y desbrozado en pequeñas parcelas que la selva cubría de nuevo al cabo de dos o tres cosechas.

LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS

Esto excluía cualquier posibilidad de que hubieran existido civilizaciones amplias y perdurables. Mann defiende, por el contrario, que los pobladores que ahora conocemos son producto de una regresión ecológica provocada al huir de las zonas que habitaban tradicionalmente ante la presencia de los colonizadores y sus enfermedades.

Los indicios en que se apoya son los restos arqueológicos y el análisis de las tierras y los árboles, que demuestran que los indios habían desarrollado técnicas de plantación de frutales que contenían el avance de la jungla y eran capaces de enriquecer los suelos fabricando la llamada terra preta, una especie de carbón vegetal. En su opinión, el prejuicio generalizado ante la deforestación nos está impidiendo reconocer las vías originales mediante las que las culturas ancestrales actuaron sobre la naturaleza sin destruir por eso la riqueza amazónica. Al contrario, generaron una diversidad que permitía al ser humano vivir en ese entorno.

La llegada de los europeos tuvo, a corto plazo, dos efectos simultáneos sobre el ecosistema en términos biológicos: la práctica desaparición de los indios, "especie clave" para la regulación de la naturaleza, y la importación de especies hasta entonces desconocidas en el continente.

Algunas de estas especies no se adaptaron, pero otras lo hicieron con tal ímpetu que transformaron por completo el ecosistema. En realidad, eso es lo que ha ido pasando en todo el planeta a lo largo de los siglos. Lo que sucede hoy día es que cada vez más seres humanos se espantan de la destrucción que han generado. Y, al mismo tiempo, esos seres humanos son precisamente los que viven en Londres, París o Nueva York, o incluso en Brasilia o Sao Paulo, igualmente alejados de esos otros humanos que conviven con la naturaleza y la necesitan para vivir.

CONCLUSIÓN

La conclusión que Mann extrae es que "si hay una lección que tener muy en cuenta es que, si queremos pensar como los habitantes originales de estas tierras, no debemos poner nuestras miras en reconstruir un entorno del pasado, sino en concentrarnos en dar forma a un mundo en el que sea posible habitar en el futuro".

*.- Fuente: http://www.ojosdepapel.com/Blogs/ojosdepapel/Blog/Charles-C-Mann-1491-Una-nueva-historia-de-las-Americas-antes-de-Colon-Taurus-2006