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Cartas de amor a Albertina Rosa: Pablo Neruda

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Por: Magda Díaz y Morales

Pablo Neruda, no es de mis poetas más admirados. Sin embargo, su libro Cartas de amor a Albertina Rosa, me gustó mucho. Trae varias fotografías de Neruda, desde niño hasta adulto, de su padre y su “mamadre”, como él llamaba a la esposa de su padre ya que su madre había muerto cuando él tenía dos o tres meses de edad, de su hermanastra Laura, de Temuco, de Santiago, de García Lorca, de Gabriela Mistral, y de las cartas originales. Leemos en el libro que de las cuatro estaciones en que Edmundo Concha clasifica la obra nerudiana, las dos primeras, que van desde Crepusculario, 1923, hasta Residencia en la tierra, 1925-35, de alguna manera reciben la inspiración de Albertina Rosa Azócar, una de las musas de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (los poemas tienen más musas). Neruda, escribe a Albertina: “Estoy arreglando los originales de mi libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Hay allí muchas cosas para mi pequeña lejana”. Las cartas fueron conservadas por la destinataria, hasta que desaparecieron de su casa:


Según relata el periodista Juan Ignacio Poveda, que fue corresponsal de la agencia Efe en Santiago de Chile entre 1981 y 1983, "un pariente de Albertina halló las misivas amorosas en el domicilio de ella e intentó venderlas a un anticuario chileno". Poveda tuvo noticia de la existencia de las cartas a través de una sobrina de Albertina, Juanita Azócar. "Me preguntó si quería conocer a una novia de Neruda. Le dije que sí y me presentó a su tía; ella me contó aquella historia de amor, apenada por la pérdida de su correspondencia con el poeta". Entonces, Poveda, provisto de un poder notarial rubricado y autorizado por Albertina, entabló un pleito ante la justicia de Chile y consiguió recuperar las cartas, que fueron depositadas en el Banco Exterior de España en Chile. "Enterado del depósito Francisco Fernández Ordóñez, entonces presidente de la entidad bancaria, viajó a Chile, donde le presenté a Albertina Azócar". Y añade Poveda: "Congeniaron muy bien y él decidió hacer una publicación restringida de las cartas, como regalo del banco a sus accionistas". Siendo ya ministro español de Asuntos Exteriores, Fernández Ordóñez volvió a editarlas (El país, 12.12.2004).
La correspondencia habla de ese amor en secreto que hubo entre los dos, eran muy jóvenes. Un amor apasionado, tierno, a veces inocente, candoroso. El joven poeta, llama a su amada de varias maneras: mocosa mía, netocha, mujercita adorada, Arabella, chiquilla, pequeñuela, muñeca adorada. Le dice cosas como: “Es natural, que si la revolución termina, nos vamos los dos a México, a querernos libremente, aunque vivamos con pobreza” o “sucede que cuando más necesidad tengo de ti, de tu recuerdo, de tus cartas, te alejas de mí por tu propia voluntad. Malo, mi niña, porque me siento muy fatigado y a veces amanezco con deseos de olvidarte” o “Te amo, Arabella. Esto lo oirás a las tres de la mañana, si estás dormida” o “me ocupas como el aire ocupa las salas vacías…”. Una de las cartas que más me gusta, es esta:


Pequeña, ayer debes haber recibido un periódico, y en él un poema de la ausente (tú eres la ausente). ¿Te gustó, pequeña? ¿Te convences de que te recuerdo? En cambio tú. En diez días, una carta. Yo, tendido en el pasto húmedo, en las tardes, pienso en tu boina gris, en tus ojos que amo, en ti. Salgo a las cinco, a vagar por las calles solas, por los campos vecinos. Sólo un amigo me acompaña, a veces.

He peleado con las numerosas novias que antes tenía, así es que estoy solo como nunca, y estaría como nunca feliz, si tu estuvieras conmigo. El 8 planté en el patio de mi casa un árbol, un aromo. Además traje de las quintas, pensando en ti, un narciso blanco, magnífico. Aquí, en las noches, se desata un viento terrible. Vivo solo, en los altos, y a veces me levanto, a cerrar la ventana, a hacer callar a los perros. A esa hora estarás dormida (como en el tren) y abro una ventana para que el viento te traiga hasta aquí, sin despertarte, como yo te traía.

Además elevaré mañana, en tu honor, un volantín de cuatro colores, y lo dejaré irse al cielo de Lota Alto. Recibirás, querida, un largo mensaje, una de estas noches, a la hora en que la Cruz del sur pasa por mi ventana (...) A veces, hoy, me da una angustia de que no estés conmigo. De que no puedas estar conmigo, siempre.

Largos besos de tu Pablo.
Sin duda, nada hay más maravilloso que el amor, invaluable regalo de la vida. Y los amores imposibles, como el de esta pareja, tienen embrujo.