ENTREVISTA
“¿Dónde está el jefe?” exclama Richard Ford mientras espera a Jorge Herralde. El editor de Anagrama hace acto de presencia y, dirigiéndose a los periodistas, señala al escritor: “En Francia le llaman el Clint Eastwood de la literatura...” “Pues lo siento por Clint”, replica Ford.
“Canadá”, su séptima novela, se abre con una frase de aquellas que invitan a seguir leyendo: “Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres...” Nada hacía pensar que aquella pareja treintañera de Great Falls, Montana, acabaría de tan mala manera: un padre exaviador, corpulento y atractivo y una madre bajita menuda e introvertida –su contrafigura- que trabaja de profesora, escribe poemas y lleva un diario… Con los padres en la cárcel, Dell y su hermana Barne emprenden el camino de un exilio que coincidirá con su adolescencia años sesenta. El chico acabará en Canadá, a merced de un sujeto que esconde bajo su personalidad enigmática una fría capacidad de matar.
El “Canadá” de Ford comenzó a cartografiarse en 1989 y se desplegó en 2008 en una pequeña habitación de Maine: acababa de publicar “Acción de gracias”, tercer título de la trilogía del periodista deportivo Frank Bascombe. Durante ese tiempo, el escritor había ido anotando ideas en papelitos que iba guardando en un sobre: “Como no tenía nada nuevo para escribir, abrí el sobre y ensamblé esos cientos de notas”, recuerda. El encaje de aquellos elementos desiguales dio la historia de Dell, el chico de dieciséis años que traspasa tres fronteras: la que franquea la edad adulta, la frontera física de Canadá y la frágil separación entre la normalidad y la desviación.
Una novela con protagonista adolescente de un escritor que no tiene hijos: “Es mejor escribir de los niños que tenerlos, pero aquí hay truco”, matiza. “El 'child' de mis novelas -que en inglés significa 'niño' o hijo'- no es un niño, sino un adulto que posa como niño. No olvidemos que la novela es artificio”. Ford se compara a un ventrílocuo que admiró en su infancia: “Mis personajes son como sus muñecos; abres la caja y existen”. El luto adolescente no le resulta ajeno: su padre murió en sus brazos cuando él tenía dieciséis años: “Es una forma dramática de cruzar la frontera de la edad... y también el momento de tomar decisiones. La vida es complicada: conjuga dolor y oportunidad”.
Para el autor de “Canadá” escribir es una labor más artesanal que artística, aunque a veces surge un relámpago de magia: “A quienes me identifican con Eastwood díganles que soy un romántico de la literatura”, bromea. Como escritor, Ford se sitúa en medio de las cosas: “Estoy orgulloso de ser americano y me considero un patriota, pero eso no significa que esté de acuerdo con todo. Ser patriota no debe hacerte perder tu capacidad crítica y tu inteligencia”. Y aludiendo al título de su novela, afirma que Canadá es un buen país: tolerante y menos agresivo que Norteamérica. Y pone un ejemplo: “Cuando cazo faisanes, si me meto en una propiedad americana, llaman a la policía; si haces eso mismo en Canadá, te saludan”.
FUENTE:http://www.abc.es/cultura/libros/20130905/abci-richard-ford-canada-201309051650.html
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“La sombra de Poe” de Matthew Pearl
Una antigua creencia, ya transformada en mito, señala que la genialidad se presenta asociada de manera casi inevitable a la locura. Muchos destacados creadores, de las más diversas disciplinas, a su innegable talento suelen acompañar comportamientos excéntricos, que a veces están en el límite del desvarío.
La lista de famosos intelectuales que cruzaron la línea de la cordura es extensa. Sin mayor esfuerzo desfilan por el recuerdo gigantes de la talla del compositor Robert Schumann, la escultora Camille Claudel, los pintores Francisco de Goya y Vicent Van Gogh. y también escritores como Guy de Maupassant y Ernest Hemingway. Son tantos que una relación completa se haría interminable.
Aunque estudios científicos han demostrado que existe cierta correlación entre el talento extremo y algunos trastornos neurológicos o psiquiátricos, aún continua siendo un tema de encendidos debates si estas conductas, que sobrepasan el límite de la normalidad, son una condición necesaria para acceder al territorio de la genialidad. Ya antiguas culturas creían que los artistas eran un instrumento de los dioses, y el favor de las musas exigía un pesado tributo a los elegidos.
Hay quienes opinan que es inevitable que las personas dotadas del don de la creación, posean características emocionales especiales. Sólo gracias a su desarrollada sensibilidad pueden dar un paso más allá de lo establecido, y tienen la fortaleza para derribar paradigmas e imponer nuevas formas de pensar y sentir.
Pesadillas
Todo este preámbulo esta relacionado con el libro “La sombra de Poe” de Matthew Pearl. Se trata de una novela histórica que recrea la etapa final de la vida de Edgar Allan Poe (1809-1849), a quien se considera el creador del cuento de terror psicológico y que dio nuevos bríos al género policial y a la literatura fantástica. Pero que, por sobre todo, se le evoca por su vida trágica, marcada por la depresión y la melancolía.
Nuestro escritor nació en el seno de una familia de cómicos ambulantes. Siendo aún un niño pierde a sus padres y es puesto al cuidado de familiares. Esta situación fue tan determinante en el desarrollo emocional del pequeño, que uno de sus biógrafos llegó a decir: “la muerte de sus seres queridos ensombreció pronto su corazón; soportó privaciones y humillaciones que habrían de ser más dolorosas para quien poseía una muy susceptible altivez de carácter”.
Después de una adolescencia difícil, plagada de malentendidos con su mentor, cumple un sueño largamente acariciado: logra publicar un volumen de poesías. Aunque se siente cómodo con la lírica, circunstancias económicas lo obligan a explorar otros géneros y comienza a escribir cuentos, obras muy cotizadas por las revistas literarias de la época.
De su pluma surgen piezas inmortales, como “El gato negro”, “La caída de la casa Usher” y “El escarabajo de oro”. Es notable que a pesar del tiempo transcurrido sus relatos no han perdido vigencia y siguen cautivando a un público devoto que valora la forma como transformó al miedo, al terror, a la noche y a la oscuridad en elementos protagónicos, de historias que son capaces de proyectar las peores pesadillas humanas.
Su vida tuvo períodos de normalidad, pero algunas tragedias familiares como la muerte de su joven esposa y frecuentes problemas económicos provocaban el retorno de cuadros depresivos, cuyas primeras manifestaciones se remontan ya a la niñez. Una salud mental debilitada, unido a un alcoholismo descontrolado, transformaron su existencia en un tobogán que se precipitaba entre la razón y la locura.
En septiembre de 1849 decide casarse por segunda vez y celebra el acontecimiento. Pero inexplicablemente a los pocos días es encontrado semiconsciente y en condiciones físicas deplorables, según el diagnóstico médico afectado de delirium tremens. Aunque es hospitalizado, un cuadro febril incontrolable lo sume en profundas alucinaciones y fallece cuatro días después. Sus últimas palabras fueron “…que Dios ayude a mi pobre alma”.
Las circunstancias de su muerte han sido, por mucho tiempo, un profundo misterio. ¿Se trató simplemente, del triste e inevitable final de un alcohólico consuetudinario? O como en el argumento de muchos de sus cuentos, hay oculto un enigma. Es aquí donde interviene Matthew Pearl quien, intenta una explicación desconocida, pero a la vez verosímil, a su prematura muerte. Como es esperable en una novela, en la teoría expuesta hay mucho de especulación, pero el autor trata de ceñirse a los acontecimientos históricos de la forma más fidedigna posible.
Hay que destacar que el relato no se refiere sólo a los últimos días del escritor, y que la recreación histórica lograda es notable permitiéndonos acceder a detalles desconocidos de su vida y época. También seremos testigos de cómo la presencia de un espíritu especialmente sensible, unido al abuso del alcohol y estupefacientes, puede dar lugar a una personalidad atormentada.
El libro de Matthew Pearl, nos permitirá también reflexionar sobre el difuso límite que separa a la razón de la demencia. Edgar Allan Poe reconocía sus alteraciones mentales, pero también tenía conciencia de lo especial de su talento. Esta dicotomía lo llevó a decir “la ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es, o no es, lo más sublime de la inteligencia”.
Título: La Sombre de Poe
Autor: Matthew Pearl
Editorial: Seix Barral (2006)
FUENTE:http://www.tauzero.org/2009/01/la-sombra-de-poe-de-matthew-pearl/
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