Lucifer fue conocido en la antigüedad como el nombre del planeta Venus, en Babilonia llamado Lucero, hijo de la Aurora. En el versículo 12, capítulo 14 de Isaías, Antiguo Testamento, se hace alusión a la caída en desgracia de un Ángel, que para algunos ha sido conocido como Satán, el Demonio o el Diablo, al aludir a la expulsión de los cielos del Lucero de la Aurora, los Padres de la Iglesia comenzaron a identificarlo con el término descriptivo de Lucifer. A Satán se le conoce como el Diablo, un ser sobrenatural, espíritu o fuerza capaz de influir en las vidas humanas, por medios malignos y hacia acciones dolorosas e indignas. El Diablo está conformado por demonios, presentes en la mayoría de las religiones, así como en la mitología y en la literatura. Para explulsar estos demonios se recurre al exorcismo, practicado por numerosas religiones a través de una figura dotada de una autoridad especial. En el marco teorético-teológico, el estudio de los demonios recibe el nombre de demonología.
Los pueblos primitivos aceptaban como verdadero la existencia de los demonios, los cuales dominaban todos los elementos de la naturaleza; los espíritus malignos o demonios, proceden de espíritus de los antepasados que traían la desgracia a la gente. Las sociedades hacen de la practica común el culto a los antepasados, pretendiendo influir en las acciones tanto de los buenos como de los malos espíritus; en Egipto y Babilonia (hoy Irak), se creían que los espíritus tenían poder en las funciones del cuerpo humano y que provocaban ciertas enfermedades, hasta acciones alocadas que los hacían destruir y autodestruirse. Los seres demoníacos han tenido importancia en el hinduismo, religión de la India. Las escrituras hindúes, llamadas Veda, escritas alrededor del año 1000 a.C., se describen diversos seres malignos, como los asuras y los panis, que hacen daño a las personas y se enfrentan con los dioses hindúes.
El término demonio, viene del griego daimon, que se refiere a seres dotados de poderes especiales y los cuales se encuentran insertos entre los humanos y los dioses. La palabra viene, del latín eclesiástico daeminium, que significa calumnioso, utilizado también en griego clásico como un nombre que identifica a una persona como un calumniador. El término se utilizó, según nos dice Jean-Paul Sartre (1956), en la traducción griega de la Biblia, la Septuaginta, no para referirse a los seres humanos sino más bien como traducción del ha-satan hebreo, expresión utilizada al principio como título de un miembro de la corte divina que actuaba de espía errante de Dios recogiendo información de los humanos en sus viajes por la Tierra. No es de sorprender que el Diablo es también un personaje que intenta provocar la sedición punible allí donde no hubiera ninguna, actuando así como un adversario de los seres humanos para separarlos de Dios.
El Diablo y sus espíritus han sido considerados como entidades capaces de mejorar las vidas de la gente o de ejecutar los castigos de los dioses. Las principales creencias cristianas, según Luther Blissett (2001), con respecto a los demonios tienen su origen en las alusiones a seres malignos o “espíritus impuros” que aparecen en el Antiguo Testamento. En la Edad Media, la teología cristiana elaboró una complicada jerarquía de ángeles, relacionados con Dios, y de ángeles caídos o demonios, liderados por Satán. En la mayoría de las versiones inglesas de la Biblia el término demonio se traduce como diablo, y en el Nuevo Testamento el demonio se identifica como un espíritu maligno.
En la religión islámica, nos dice Ángel Cappelletti (1988), aparecen numerosos demonios; se describe a un grupo de espíritus malignos llamados jinn, que causaban la destrucción, tomando como suyos los lugares en los que esos espíritus se desenvolvían en actividades malignas. El primer jinni fue Iblis, expulsado por Alá por negarse a venerar a Adán, el primer hombre. Los demonios forman parte de la voz popular de los pueblos, teniendo como características especiales su familiaridad con simbolismos del entorno humano que dan sensación de temor y misterio. Entre ellos se encuentra la familia de los vampiros, que chupan la sangre de sus víctimas, el oni japonés, que provoca las tormentas, y en la Escocia legendaria los kelpies acechan los lagos para ahogar a los viajeros incautos.
En las creencias hebreas, cristiana e islámica, el Diablo es el espíritu supremo del mal que durante un tiempo inmensurable ha regido el universo de los espíritus del mal y es una oposición constante a Dios.
EL Diablo está ligado al "impulso del mal”, personificándolo en su máxima expresión y generalizándolo en los seres humanos por la vía de fuerzas malévolas distintas a las presentes en la conciencia social de los seres humanos. Así, tanto en el judaísmo como en el cristianismo, se piensa que las entidades humanas pueden estar "poseídas" por el demonio o por sus servidores, cuando las personas pierden el norte de la fe y se ciñen a principios de maldad y castigo, no aprobados por el Dios supremo. En el siglo XII, el Diablo jugó papel importante en el arte y la cultura popular, siendo casi siempre visto como un animal humano perverso e impulsivo, con una cola y cuernos, acompañado, algunas veces, por espíritus malignos.
Se ha tenido la idea de que estos espíritus penetran en los cuerpos y las almas de los seres humanos indicando una conducta o aptiud sobre natural, desviando el cauce de las vidas que siendo el producto de un Dios divino, tienden a involucrarse con energías perversas que aspiran destruir la armonía de las comunidades humanas.
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