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UNA RESPUESTA INTELIGENTE A MI “STEPHEN HAWKING ME DEJÓ PREOCUPADO”

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Por: Roberto Lavieri


Entiendo su preocupación por lo expresado por Stephen Hawking (me refiero al artículo de opinión “Stephen Hawking me dejó preocupado”, parecido en la red el 27 de abril del 2010, cuyo autor es Ramón E. Azócar A.), quien aparte de sus tendencias políticas que muchas veces se acercan tangencialmente a las de los eco-socialistas no es, sin duda, ningún diletante en nada de lo que expresa. Pero déjeme explicarle por qué no comparto sus apreciaciones.

Quizás estamos solos, lo que haría la vida en La Tierra algo excepcionalmente digno de ser conservado. Podría ser también que no lo estemos, aunque hay mucha controversia sobre la posibilidad de vida extraterrestre. De haberla, no hay elementos claros para pensar que no está basada en la química del ADN: nuestro planeta ha tenido suficiente tiempo como para ensayar otras posibilidades y no hay evidencias del éxito de otras secuencias en el propósito vital, sin embargo no podemos asegurar nada. Mucho más difícil que la existencia de algunas formas de vida es que existan otras civilizaciones conformadas por seres inteligentes, pero de existir, es muy poco probable que estén a la par nuestra en desarrollo tecnológico, 500 años de diferencia, por ejemplo, es demasiado en cuanto a tecnología, pero es un lapso de tiempo ínfimo en un proceso evolutivo que lleve la vida a la condición de producir seres inteligentes. De existir otros seres inteligentes, el razonamiento lógico lleva a pensar que deberían ser mucho más atrasados que nosotros o mucho más adelantados, siendo mucho más probable esto último, pues la vida lleva aquí unos 4000 millones de años, pero en muchos otros lugares podría llevar de 4500 millones a 5000 millones o aun algo más, si es que la vida puede surgir rápidamente después de consolidadas las condiciones mínimas para la vida en algún planeta, como parece que ocurrió en el nuestro.

De haber otros seres inteligentes por ahí, es muy poco probable que se parezcan a nosotros, la secuencia de casualidades que condujo a la humanidad es casi imposible que ocurra en otro lugar, pero algunas características nuestras o de algunas otras especies terrícolas podrían estar presentes en dichos seres, por ventajosas como para evolucionar a seres racionales: el sexo, indispensable para la diversidad genética conducente a necesarias mutaciones frecuentes (y luce práctico que sea de a dos, de a tres o más se pueden generar dificultades para la selección de individuos procreativos y resulta impráctico, aunque no es descartable la posibilidad); tendrían grandes cerebros y muy posiblemente sentidos como la vista en algún espectro y quizás otros sentidos como los nuestros, alguno más, alguno menos. Tendrían muy probablemente extremidades, más probablemente en mayor número que nosotros, que favorecieran su eficiente desplazamiento y manipulación de objetos, requisito importante para la evolución a especie dominante y posiblemente una forma corpórea adaptada al medio, aunque hay fuertes razones para pensar que es improbable que sean algo parecido a humanos verdes y chiquitos, como los marcianos de nuestras fantasías.

No podemos ya pasar desapercibidos; si hay seres más inteligentes que nosotros, nos detectarán tarde o temprano. La Tierra es, desde principios de los 90, un objeto estelar interesante: en ciertas frecuencias del espectro radioeléctrico somos más brillantes que el sol, y en pocos años seremos uno de los cuerpos más brillantes de la galaxia en dichas bandas. Nuestra evidencia viaja a la velocidad de la luz en forma de ondas de radio y televisión, y no podemos echarla hacia atrás. Cualquier civilización inteligente que haya desarrollado al menos la radioastronomía o alguna otra técnica superior, sabrá que la radiación observada en nuestro sistema solar no tiene otra explicación física que la de estar siendo producida por seres vivos relativamente inteligentes.

Por las mismas razones, una civilización avanzada debe haber desarrollado la comunicación radioeléctrica hace mucho y sus planetas serían muy brillantes, tanto como para detectarlos si están relativamente cerca de nosotros. De acuerdo a este razonamiento, si existen están muy lejos o han desarrollado otras formas más sofisticadas de comunicación a distancia. Pero aun así deberían haber desarrollado métodos para captarnos, porque la radiación radioeléctrica es normal y digna de estudio para entender el universo, es casi fundamental. Algún estudio del efecto Doppler o algo más sofisticado les indicaría que tal radiación no se produce en nuestro sol, sino en un pequeño planeta que gira en torno al mismo a una distancia propicia para temperaturas adecuadas para la vida basada en ADN. Si estuvieran cerca de nosotros, digamos a menos de 100 años luz, cosa que no parece probable porque posiblemente los habríamos detectado nosotros, podrán tener la posibilidad de visitarnos, pues si fueran tan sólo un poco más avanzados que los seres humanos, la posibilidad de viajes interestelares a estrellas cercanas no es nada descartable. Analizarán las anormales emisiones de ondas, y aun si son sólo un poco más avanzados que nosotros, podrán filtrarlas del ruido solar. Por el patrón y las diferencias en la magnitud de las emisiones, sabrán que el día aquí tiene el equivalente a unas 24 horas nuestras, y pronto entenderán que las diferencias se deben a desigualdades en nuestras civilizaciones. Analizarán y filtrarán otras ondas del espectro de luz en la zona de la órbita terrestre, y descubrirán que hay agua en abundancia. La alta concentración de oxígeno les dirá que hay vida abundante aquí, y un análisis espectral atmosférico les dará pistas sobre el sistema ecológico nuestro. Sabrán inmediatamente que algunas especies terrestres son muy abundantes, por la fuerte raya de metano en el espectro. Les costará bastante entender nuestros extraños patrones de emisión, pero con ayuda de sus razonablemente supuestas supercomputadoras podrán diferenciar ondas, escuchar o decodificar emisiones de radio y TV. También con ayuda cibernética podrán entender que hay muchos idiomas, pero mediante asociación de patrones a imágenes televisivas y textos e imágenes de Internet y con ayuda de supercomputadoras podrán entender, al menos a modo grueso, lo que se dice y se ve (nosotros casi podríamos hacerlo, una civilización más avanzada no tendría problemas).. Aquí viene la pena ajena: verán los noticieros de TV y LOS ENTENDERAN, sabrán de nuestras guerras, de muchos de nuestros infames sistemas políticos, de nuestras estupideces y del atentado ecológico suicida de nuestra especie. Buscando patrones muy repetitivos en muchas emisiones provenientes de distintos puntos, tengo el razonable temor que la imagen de G.W.Bush, cuando llegue, no pasará por debajo de la mesa. Comprenderán quién es, o era, y entenderán lo que dice y se dice de él y finalmente la conclusión a la que llegarán, tras un análisis global y comparativo, es perfectamente previsible: “Si este sujeto es o fue el líder (-por lo demás electo de alguna manera-) del grupo dominante -a nivel imperial- de la especie dominante -también a niveles imperiales allá-, no debe haber vida inteligente en ese planeta”.

Usted quizás estará ya, al igual que Stephen Hawking, aterrorizado pensando que prepararán planes para invadirnos, como es costumbre hacer aquí con los pueblos considerados “muy inferiores”. Que se apoderarán de nuestros hábitats y los considerarán de su propiedad, como hacemos aquí con las poblaciones de humanos, animales y plantas “menos avanzados”. Que contaminarán nuestro planeta produciendo vainas tóxicas para el único “provecho relativo” de algunos de ellos, como hacemos nosotros los humanos. Que nos pondrán en zoológicos o nos llevarán a circos sádicos, algo así como nuestras corridas de toros. Podría al menos pensar usted que nos criarán en minúsculas jaulas y nos impedirán el movimiento y nos atiborrarán de algún alimento ligado con mierda para engordarnos, algo así como hacemos con nuestros pollos y gallinas a las que quebramos las patas y les ponemos música a todo volumen y luces altas día y noche para que no puedan dormir y se dediquen tan sólo a enloquecer, crecer y llenarse de grasa rápidamente. Si usted de verdad cree que esto puede suceder, creo que debe pensar un poco más dos de las premisas fundamentales que establecimos como hipótesis o que deducimos razonablemente: 1.-) Deben estar muy lejos y no pueden llegar pronto. 2.-) son extraterrestres y MÁS AVANZADOS QUE NOSOTROS. Aun si pudieran comernos, cosa altamente improbable, creo no harían tal cosa y nos dejarían en paz, o al menos nos tratarían con el mínimo respeto necesario para que preservemos, en lo posible, nuestra dignidad, y le explicaré mis razones. Tenemos, por lo demás, armas y actitudes muy agresivas que significarían siempre un peligro para ellos, aun siendo avanzados. Nosotros, sin ir muy lejos, nos cuidamos todavía de una araña viuda negra o de alguna medusa. Pero sobre todo, si esos seres son más avanzados que nosotros y LOGRARON SOBREVIVIR, deben haber entendido ya, por una fuerte convicción ecologista producto del análisis profundo que resultaría natural a su propia evolución, o quizás por amargas experiencias a lo largo de su historia, que toda forma de vida merece un mínimo de respeto y que, en líneas generales, la vida es una deliciosa melodía en el Cosmos y que con ella, mi querido amigo, no se juega.

Stephen Hawking me dejó preocupado

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Uno de los científicos más destacados del siglo XX, y de lo que va del siglo XXI, es Stephen Hawking, nacido en 1942, de origen inglés, quien en una reciente participación en un documental de Discovery Channel argumentó que considera "perfectamente racional" que pueda existir vida inteligente en otros planetas; el asunto no estriba en decir que eso pueda ser cierto, sino en la advertencia que nos da: “…ahora bien, el hombre debe evitar el contacto con extraterrestres, pues de lo contrario las consecuencias serían perjudiciales".

Según Hawking, el descubrimiento de vida extraterrestre inteligente sería un acontecimiento sólo comparable con la llegada de Cristóbal Colón a América, pero de un tino e impacto mucho más trascendental, porque sería un accionar que superaría las películas de ficción que hasta el momento hemos podido ver. Ya en el 2008 Hawking se había pronunciado en este sentido, destacando que debe "…haber vida inteligente en alguna parte"; claro, con su humor muy inglés acompañó su posición esgrimiendo que si existiera otras formas de vida no estarían muy cerca de nuestro planeta, puesto que, de lo contrario, "…habríamos visto sus programas de televisión…"

Aunque parezca una postura tremendista no hay que apreciarla superficialmente; la avaricia es uno de los pecados más incipientes en los seres humanos y ello nos puede jugar una mala hora al llegar a sentirnos, algunos de nosotros, atraídos por estas formas de existencia y pongamos en peligro de exterminio la vida humana.

Esta percepción, tal cual lo asomó Hawking, tiene en el ejemplo inmediato de la llegada de Colón al continente Americano un buen retrato. ¿Fue un descubrimiento o una conquista? Fue una conquista; una sangrienta conquista. El corresponsal norteamericano de Science, Charles Mann, en su obra “1491” (2006), nos lo describe magistralmente: “Ganaron los europeos. Los historiadores atribuyen en parte la victoria a la reticencia de los indios a igualar la táctica europea de masacrar poblados enteros. Otra de las razones del triunfo de los recién llegados es que para entonces eran más numerosos los nativos. Grupos como los narragansett, que se habían salvado de la epidemia de 1616, fueron diezmados por una epidemia de viruela que se propagó en 1633. Entre la tercera parte y la mitad de los indios que quedaban en Nueva Inglaterra murieron entonces. El Pueblo de la primera Luz podía rehuir la tecnología europea o podía adaptarse a ella, pero ninguna de las dos opciones existía en el caso de las enfermedades europeas. Sus sociedades fueron destruidas por armas que sus adversarios no controlaban. Ni siquiera eran concientes de tenerlas…”

En tal sentido, los europeos nos dominaron con sus gérmenes, armas y acero, como dice Jared Diamond, la pregunta en este nuevo tiempo sería: ¿con qué nos dominaría una civilización igual o superior a la nuestra? Ya llevamos más de quinientos años aceptando esta carga cultural y observamos como los países heridos en su cultura aborigen hoy más que nunca buscan reivindicar su legado: ¿Cuántos siglos de lucha nos costaría salvaguardar nuestra especie? ¿Cuántas guerras internas aún faltan por librarse para homogeneizar la conciencia humana y respetar los límites de la libertad?

Problemas en la transición y consolidación democrática

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Desde la segunda guerra mundial las principales economías latinoamericanas han vivido hasta la crisis de la deuda, al comienzo de los años 80, un rápido crecimiento económico, que sin embargo no ha permitido en la mayor parte de los casos superar una profunda dualidad social, en la que, junto a sectores dinámicos y de niveles de vida tolerables o altos, se mantenía una extensa realidad socialmente marginal y económicamente estancada.

Este hecho -la incapacidad del crecimiento para poner fin a la dualidad social- fue considerado por gran parte del pensamiento latinoamericano, durante muchos años, como el principal punto débil de un modelo dependiente de capitalismo. La dependencia era el mal originario, la dualidad su consecuencia.

Pero a la hora de la verdad el talón de Aquiles de las economías latinoamericanas ha resultado ser otro: la fundamental orientación del crecimiento hacia el mercado interno, siguiendo la dinámica de la llamada industrialización para la sustitución de importaciones. Esta orientación mercado internista -si se puede usar un término semejante- ha sido la clave de una incapacidad para dar continuidad al crecimiento en el marco de la nueva división internacional del trabajo que trajo consigo la crisis de los años 70, aunque en realidad la crisis sólo supuso el estallido, bajo el impacto de la elevación de los precios del petróleo en 1973, de desequilibrios cuyas raíces venían de la década anterior.

Como es bien sabido, en los años 60 se había hecho patente una notable internacionalización de la economía mundial, puesta de relieve por ejemplo en el creciente estudio (y crítica) de las llamadas empresas multinacionales, pero que implicaba de hecho la creciente imposibilidad de estrategias de crecimiento concebidas para funcionar en economías (nacionales) cerradas.

Ahora bien, la estrategia mercado internista sólo era viable precisamente en economías cerradas, protegidas frente a las importaciones industriales de los países más desarrollados o centrales en el sistema capitalista mundial.

Vayamos por partes. El crecimiento económico latinoamericano se había apoyado hasta la primera guerra mundial en las llamadas exportaciones tradicionales (agropecuarias o extractivas) en las que la región poseía impecables ventajas comparativas desde la más ortodoxa perspectiva ricardiana. Las caídas del comercio internacional que trajeron las dos guerras mundiales y la crisis de los años 30 crearon condiciones favorables a una industrialización destinada al mercado interno, hasta entonces abastecido de bienes manufacturados a través de las importaciones, y que además se expande en este medio siglo a consecuencia del crecimiento numérico de las clases medias que es fruto inevitable del propio desarrollo de la urbanización y de la administración del Estado, y otra de cuyas manifestaciones es la crisis de las democracias oligárquicas.

Se suele atribuir a las oligarquías agroexportadoras una oposición frontal a la industrialización interna. En realidad los procesos son bastante diferentes de país a país. La oligarquía terrateniente mexicana es desmantelada por la revolución, especialmente en el período cardenista, la brasileña encuentra una fórmula para coexistir beneficiosamente con la industrialización (la explícita exclusión de los trabajadores rurales de la legislación social introducida en la industria), y la argentina se mantiene decididamente opuesta a una industrialización que, junto con una importante redistribución de ingresos a favor de los trabajadores y clases medias urbanas, se financia fundamentalmente a partir de aranceles sobre las exportaciones (es decir, a expensas de las rentas de la propia oligarquía agropecuaria).

Lo que sí parece indiscutible es que las viejas clases propietarias no demostraron el deseable espíritu empresarial, sino que se limitaron a una lógica económica feudal (como la analizara en su momento W. Kula), por lo que la industrialización latinoamericana no pudo partir de inversiones de capital endógeno suficientes para desarrollar desde el primer momento estrategias de competición en el mercado mundial. La industria nació en América Latina para cubrir limitados mercados locales, contando con una protección de facto ante la competencia internacional, a consecuencia de la guerra o de otros factores coyunturales.

El problema es que esa industria mercado internista creó a su vez sus propios intereses sociales e impuso a medio plazo su propia dinámica económica. A la altura de la segunda guerra mundial, cuando el modelo político de los principales países de América Latina se hallaba en un momento de definición (como lo estaba en Europa, aunque aquí el juego entre democracia, fascismo y comunismo se estuviera decidiendo por la fuerza), los actores sociales en auge eran los procedentes de la industrialización para la sustitución de importaciones. No es extraño que los gobernantes, en un momento de equilibrio inestable, trataran de apoyarse en una alianza con estos actores.

El resultado fue una fórmula vaga y sin embargo descriptivamente eficaz: el populismo. Un gobierno que se apoya en los sectores de empresarios y trabajadores vinculados a la industrialización y en las clases medias que se benefician de ella, especialmente los funcionarios y profesionales que dependen del Estado. Quedan fuera los grandes propietarios de la tierra, el campesinado que depende de ellos, y profesionales liberales que no dependen (o creen que no dependen) de ese proceso de modernización.

Así como la existencia y definición del populismo son temas muy polémicos, el análisis de las fuerzas políticas que lo apoyaron o se opusieron a él, y de sus bases sociales, son cuestiones ya ampliamente discutidas y sobre las que merece la pena volver, pero aquí sólo se pretende esquematizar un resultado político y social. Un Estado que dependía en su apoyo social de la continuidad del crecimiento mercado internista, o que debía optar por enfrentarse a la mayor parte de las clases urbanas (las más activas políticamente) y apoyarse en la oligarquía y en sus clientelas.

Ahora bien, parece necesario admitir que ese dilema no es solamente característico de los regímenes que formalmente podemos llamar populistas, como Argentina, México o el Brasil anterior a 1964. En realidad es propio de lo que se puede denominar una matriz de centralidad estatal (Cavarozzi, 1991) que articula las relaciones económicas, sociales y políticas. Esta matriz implica una dependencia de los actores sociales emergentes (clase trabajadora industrial, burocracia estatal, clases medias urbanas ligadas a la industrialización) respecto a la actuación del Estado, a la vez que éste depende de dichos actores para el mantenimiento de sus políticas, pues de ellos recibe su legitimidad.

Cavarozzi subraya que la legitimidad del Estado en estas sociedades depende de un mito fundacional o de su capacidad para ofrecer resultados (redistribuir ingresos), o de una combinación de ambas posibilidades. El caso mexicano puede mostrar que la legitimidad fundacional se erosiona rápidamente cuando no va acompañada por resultados materiales: las elecciones de 1988 se pueden entender como un intento del frente cardenista para arrebatar la legitimidad fundacional al PRI, apoyándose en el descontento social provocado por la política de ajuste llevada a cabo durante el período de De la Madrid1. En general se puede pensar que toda legitimidad se erosiona rápidamente en períodos de ineficacia estatal.

Pero lo que pretende subrayar Cavarozzi, a mi juicio correctamente, es la ausencia en estos países de una tradición o una cultura política de legitimidad del Estado por las reglas de procedimiento que se siguen en la selección de gobernantes y en la toma de decisiones; esto es, la ausencia de una tradición de legitimidad legal-racional del Estado democrático. A lo que eso nos conduce es a un doble vínculo de dependencia: el Estado depende en su legitimidad de su capacidad para ofrecer mejoras económicas a un conjunto de actores sociales que, a su vez, dependen del Estado sustancialmente para mantener su posición económica y social

Esta matriz de articulación política y social centrada en el Estado puede verse sin embargo como consecuencia de un régimen social de acumulación (Nun, 1987) que se asienta a partir de la dinámica de la industrialización para la sustitución de importaciones, en la medida en que esta dinámica crea actores con preferencias y estrategias que favorecen aquella matriz.

No pretendo sostener que la economía explique siempre la política, pero parece que en este caso, dadas las condiciones de partida, era muy poco probable que los actores sociales y políticos pudieran actuar de forma radicalmente distinta a aquella en que de hecho lo hicieron. El punto clave es, a mi juicio, la apuesta por una industria protegida frente a la competencia exterior. No es difícil comprender que, partiendo de situaciones de baja capitalización, la apuesta contraria (por una industria competitiva) implicaba inicialmente moderación salarial, lo que no sólo habría contado inicialmente con la oposición de los trabajadores, sino también de los propios industriales, a los que se exigiría hacer crecer las inversiones más rápidamente que la rentabilidad, ya que sin crecimientos salariales significativos el mercado interno sólo registraría una lenta expansión. Es más, cuando el modelo contó con la posibilidad de inversiones extranjeras éstas diseñaron sus estrategias sobre situaciones casi de monopolio en el mercado interno, y sólo secundariamente para la exportación. Una vez puesta en marcha esta dinámica, era muy difícil que cualquier actor, social o político, pudiera corregirla.

En este sentido, el populismo es sólo una de las configuraciones políticas que podían cristalizar en un régimen social de acumulación mercado internista. Si cabe dar alguna definición de populismo, ésta debe incluir un doble vínculo por el cual el Estado favorece la inclusión y movilización de los sectores populares a la vez que crea mecanismos caudillistas y autoritarios para el control de esos mismos sectores. Se puede decir que en este punto se parecen el peronismo, el Brasil anterior a 1964 y el régimen mexicano posterior a Cárdenas.

Pero estos rasgos no se dan en Chile ni en Uruguay, y sin embargo en estos países el régimen social de acumulación se mantiene dentro de la misma dinámica.

Resulta interesante señalar algunos equívocos frecuentes que surgen en el análisis de este problema. El primero y más frecuente es culpar al dirigismo estatal de los males del modelo.

Esta crítica se ha planteado sobre todo desde los años 70, en un momento en que la administración y las empresas públicas ya no eran financiables, y al mismo tiempo la capacidad del Estado para cambiar la dinámica del modelo era mínima por la relación misma de los gobiernos con los actores sociales.

Ahora bien, este mismo hecho lo que revela es que el Estado no era demasiado fuerte, sino que había llegado a ser demasiado grande (para sus posibilidades financieras reales) precisamente porque era demasiado débil, es decir, porque carecía de la autonomía precisa, respecto a los actores sociales, para corregir el régimen social de acumulación. El Estado no era dirigista, sino seguidista: arrastrado por la dinámica de la sustitución de importaciones, era cautivo de los actores sociales surgidos de ésta, y crecía para satisfacer sus demandas, no según un proyecto autónomo de sociedad o de crecimiento económico.

A su vez, esto se hace patente en los intentos de las dictaduras militares de los años 70 de conseguir autonomía estatal para cambiar el régimen social de acumulación2: reprimiendo a los actores sociales y suprimiendo a los actores políticos, los gobiernos militares pretenden salir del círculo vicioso en que ha desembocado el crecimiento mercado internista. Pero aquí de nuevo surge un equívoco: el de que la salida vendrá dada por la simple retirada del Estado de la economía y la consiguiente ampliación del papel del mercado como regulador social.

Parece evidente, a partir del ejemplo de la política económica argentina con Martínez de Hoz, que el abandono del proteccionismo y el ultraliberalismo no bastan para llegar a un nuevo régimen social de acumulación. En Chile, en cambio, la apuesta (desde el Estado) por un modelo no sólo abierto, sino competitivo hacia el exterior, sí parece haber cristalizado.

No cabe analizar aquí el precio social que impusieron las dictaduras, en términos de represión y de dualización social; por otra parte son cuestiones sobradamente conocidas. El punto es que en Argentina esos costes sociales se pagaron por nada, pero en Chile condujeron a un nuevo régimen social de acumulación, que al menos de momento parece más viable que el anterior, y que en principio debería poder corregirse en un sentido más redistributivo sin poner en peligro la viabilidad del crecimiento económico. Y lo que interesa subrayar es que el cambio de modelo exigió autonomía del Estado y apuesta por una integración competitiva en el mercado internacional, con políticas dirigidas específicamente a este fin.

Dicho de otra forma: en los años 80 se cierra en América Latina un ciclo determinado por la lógica del crecimiento mercado internista, que llega a hacerse inviable, como régimen social de acumulación, por la caída de los precios y cuotas de mercado de las exportaciones tradicionales y la falta de competitividad internacional de una industria dirigida exclusivamente al mercado interno. El régimen social de acumulación entra en quiebra al no poder financiar la redistribución interna que era la clave del crecimiento: la consecuencia es un déficit creciente y estructural de la balanza de pagos. Este déficit se enmascara durante la década de los 70 gracias al crédito fácil que genera la inyección de petrodólares en los mercados financieros, pero a comienzos de los 80 la política de altos tipos de interés que trae la presidencia de Reagan en Estados Unidos hace estallar la crisis de la deuda y revela dramáticamente que América Latina ha vivido casi una década por encima de sus posibilidades.

El problema se ha agravado por el recurso a la inflación como mecanismo redistributivo a corto plazo para satisfacer las contrapuestas demandas de los actores sociales en una situación que objetivamente constituye un juego de suma nula. La deuda y la inflación sumadas crean las condiciones macroeconómicas de inestabilidad en las que la región debe afrontar el calvario de los años 80.

Pero, volviendo al razonamiento anterior, la salida a la crisis exigía una reconversión del régimen social de acumulación que sólo podían poner en marcha Estados fuertes y con un proyecto claro de reinserción competitiva en el mercado internacional. Y lo que revela el fracaso de la mayor parte de América Latina en afrontar esa reconversión es la debilidad objetiva del Estado: un Estado hipertrofiado respecto a la sociedad civil, pero que es cautivo de las demandas de los actores para mantener su legitimidad, en ausencia de una tradición de legitimidad democrática legal-racional, procedimental. Un Estado grande pero débil en cuanto carente de autonomía, dependiente de unos actores sociales con fuerte capacidad de veto pero dependientes a su vez para sobrevivir del mantenimiento de ciertas políticas estatales. Parafraseando a Gramsci, tenemos una extensa sociedad civil gelatinosa frente a un Estado que enmascara su debilidad en la hipertrofia.

Para escapar del círculo vicioso, como se señalaba antes, el Estado debe lograr una esfera de autonomía. La dictadura puede ser una fuente de autonomía, pero Chile es el único caso en que el régimen militar (en una segunda fase, desde 1984) aprovecha su oportunidad. En los demás casos el enorme coste social de la dictadura no sirve para salir de la espiral. En México, el pacto corporativo (personalizado en la sobrevivencia de Fidel Velázquez) permite un ajuste económico para la reconversión, aunque el régimen ve desafiada su legitimidad desde 1988. Pero el pacto corporativo no es una forma moderna de concertación, sino un residuo tradicional de la capacidad del régimen para controlar a los actores sociales cooptando a sus cúpulas dirigentes en el aparato del poder. No sería imitable ni aunque se creyera que es un modelo a imitar. Existe un tercer ejemplo de Estado que alcanza autonomía para salir del círculo infernal: Bolivia.

Lo que singulariza el caso boliviano son dos rasgos peculiares. El primero es que el Estado se libera de su dependencia respecto a los actores sociales gracias a un gobierno de amplio consenso. La legitimidad de la democracia representativa es esgrimida frente a la capacidad de veto de los actores sociales (y en especial la COB), y logra imponerse a ella (Palermo, 1990). El segundo es que el resultado económico es un simple equilibrio a la baja: un marco de estabilidad sin una perspectiva inmediata de redistribución.

El caso boliviano abre varios interrogantes. El primero es si la eficacia en la resolución de problemas (en hallar una salida a la crisis económica, en este caso), no podrá ser sustituida como fuente de legitimidad por la simple efectividad, por la simple capacidad de aplicar un programa y fijar reglas de juego estables para los actores sociales y económicos (Linz, 1987). El segundo es saber si el ejemplo boliviano podría apuntar hacia una matriz de articulación de sociedad y Estado en la que el sistema de partidos se institucionalizara como mediador de intereses, rompiendo la dualidad entre la representación corporativa ante el Estado (propia del populismo) y la representación democrática.

La crisis de unos actores

Ambas interrogantes remiten en apariencia a problemas distintos (las expectativas sociales respecto al gobierno y la capacidad de intermediación de los actores sociales y políticos). Puede pensarse sin embargo que estos dos problemas responden a una misma variable: la crisis de los propios actores sociales. Para adelantar mis conclusiones, se diría que el repetido fracaso de los actores sociales en cumplir su papel tradicional de mediación de intereses concede a corto plazo autonomía al sistema de partidos y al Estado. Al sistema político, en suma. Pero no es nada evidente que esto baste para crear una nueva legitimidad democrática, basada en las reglas de procedimiento, si el sistema político no es capaz de garantizar su efectividad y si a medio plazo no logra eficacia en la resolución de los problemas estructurales.

El punto de partida es lo que se apuntaba como segunda hipótesis de este trabajo: con el final del ciclo de crecimiento hacia adentro, mercado internista, los actores sociales que le impulsaron y que recibían su fuerza de él están condenados a desaparecer o a modificar sustancialmente sus estrategias. Tras haber demostrado en repetidas ocasiones su capacidad de veto ante alternativas concertadas de transformación del régimen social de acumulación (como las de Siles Zuazo en Bolivia o de Alfonsín en Argentina4), mientras la situación económica y social se deterioraba imparablemente, los actores se ven impotentes frente a una coalición parlamentaria (Bolivia), o frente a una mayoría elegida con un discurso populista y que pone en juego una implacable política de desmantelamiento del régimen social de acumulación en crisis (Argentina, Perú o Brasil).

Una posible excepción a esta regla podría darse en Chile, donde la prioridad de consolidar la democracia favorecería estrategias posibilistas de los actores sociales. No es fácil decir, sin embargo, cuánto puede durar el período de gracia: la experiencia española es equívoca al respecto, ya que la incertidumbre creada por el intento de golpe del 23 de febrero de 1981 prolongó la moderación negociadora de los agentes sociales. Pero la huelga general del 14 de diciembre de 1988 mostró que (tras tres años de recuperación económica) los actores sociales pueden sentir una preferencia por la liquidez incompatible con criterios de prioridad para la creación de empleo o la creación de condiciones de crecimiento sostenido (Paramio, 1990). Pero lo más importante es advertir que el porvenir inmediato parece traer una profunda crisis de los actores sociales. Pedir a éstos que modifiquen sus estrategias es pedirles que impongan a sus bases prioridades globales a costa de restricciones individuales. Podrían contar para hacerlo con el repetido fracaso de las estrategias tradicionales para ofrecer resultados positivos a lo largo de los 80, pero ello exigiría una profunda renovación de su discurso, y probablemente también de su liderazgo. Cabe temer que ésos sean procesos demasiado largos para los rápidos movimientos que impone la profundidad actual de la crisis. Y en todo caso hay que contar con que los actores sociales se ven perjudicados por un profundo desencantamiento de sus bases, que les resta fuerza para imponer giros drásticos en sus estrategias. Es probable así que las direcciones opten por una lealtad sin salida, los grupos más lúcidos por una voz que será poco escuchada, y amplios sectores por la salida (Hirschman, 1977).

Todo apunta, por consiguiente, a un proceso de desarticulación de la acción colectiva popular. Se podría pensar entonces en un paso a primer plano del sistema político democrático como mecanismo de representación de intereses. La crisis de los actores populistas abriría así el paso a la política de ciudadanos, a actores sociales modernos, que a la vez podrían articularse en grupos de interés desligados ya del doble vínculo con el Estado propio de la matriz de centralidad estatal. Ese podría ser el final feliz de la historia, aunque a un alto precio, como el desmantelamiento del Estado en nombre del neoliberalismo podría ser el precio para la futura constitución de Estados pequeños pero fuertes en un escenario económico distinto. No cabe descartar tal posibilidad, pero se puede decir que hoy por hoy las tendencias a corto plazo no van en esa dirección.

En efecto, la posibilidad de un Estado democrático depende de la credibilidad de los actores políticos (el sistema de partidos) y del Estado (de su efectividad y su eficacia). Dadas las circunstancias actuales, cabe temer que en general esta credibilidad sea crecientemente erosionada por la ausencia de expectativas de salida de la crisis económica. El mismo problema que afecta a los actores sociales (incapacidad para obtener resultados) afecta también a los políticos: una década de ajustes caóticos sin perspectivas de salir del túnel, y a menudo con alternancia de las principales opciones políticas en el gobierno, ha disminuido seriamente la credibilidad de los partidos tradicionales como mecanismos de selección de liderazgo y como canales de representación de los intereses populares.

No es extraño que, en este contexto, los únicos actores políticos que vean aumentar su credibilidad sean opciones nuevas que parecen capaces de cambiar el sistema tradicional de partidos: la Alianza Democrática M-19 en Colombia sería un ejemplo. Pero la rápida erosión del PRD cardenista en México parece mostrar pautas de lo que se podría llamar consumo político vertiginoso (Cavarozzi, 1991): las nuevas opciones pierden rápidamente credibilidad si no obtienen resultados, con mayor rapidez aún que las tradicionales, y una vez ensayadas éstas (por ejemplo, en Argentina, tras el balance negativo de la gestión económica de Alfonsín y los sucesivos escándalos del gobierno de Menem), cabe pensar en candidaturas personalizadas, definidas ante todo por su rechazo de la política tradicional (candidatos que se definen por no ser políticos), y probablemente de duración efímera. Mal material, en todo caso, para consolidar un mapa estable y eficaz de mediaciones partidarias.

Si este problema parece difícil de superar a corto plazo, para la credibilidad del Estado en cuanto tal las expectativas no son mucho más halagüeñas. En primer lugar, las Constituciones presidencialistas que son la norma en América Latina hacen que casi inevitablemente la pérdida de credibilidad de un gobierno afecte a la propia jefatura del Estado: no existe ese delicado pero útil fusible que en los regímenes parlamentarios o semipresidencialistas representa el primer ministro o presidente del gobierno. Por tanto el fracaso de un gobierno aparece a los ojos de la sociedad como el fracaso del Estado: éste no es un proceso que se pueda repetir demasiado sin poner en peligro la propia legitimidad democrática, más aún si aceptamos que en la tradición política latinoamericana esta legitimidad proviene más de los resultados materiales que de los procedimientos para la toma de decisiones y selección de gobernantes.

Pero es que, además, lo que puede ser la principal fuerza de la legitimidad democrática ante una situación de fracaso de los actores sociales es, precisamente, la caída de las expectativas sobre los resultados exigibles a un gobierno. Como veíamos en el caso boliviano, la afirmación de la mayoría parlamentaria ante las reivindicaciones de los agentes se traduce en la creación de un marco de certidumbres para la acción social y económica, un equilibrio de mínimos. Esta puede ser una situación de credibilidad del Estado (que demuestra efectividad), pero no es una situación que favorezca la participación y el apoyo al régimen democrático.

De hecho, fomenta precisamente lo contrario: la resignación y la apatía ante la democracia entendida como mal menor. Se acepta la democracia ante la ausencia de caudillos que ofrezcan soluciones milagrosas, o ante el descrédito de toda una sucesión de soluciones milagrosas: pero no existe una adhesión activa a los valores democráticos.

En teoría se puede racionalizar el diagnóstico anterior pensando que unos electores cada vez más racionales castigan a los partidos por su ineficacia o muestran poco apoyo a regímenes democráticos minados por la corrupción. Pero ésta es una falsa salida: el problema es tratar de imaginar qué opciones políticas podrían mostrar mayor eficacia en un sistema político de tan alta volatilidad del voto. En efecto, un programa capaz de dar salida a la situación terminal del régimen social de acumulación heredado exigiría un alto consenso social (incluyendo la mayoría parlamentaria) mantenido durante el tiempo suficiente para fijar certidumbres mínimas, impulsar una recuperación de la confianza y, al mismo tiempo, modificar sustancialmente las reglas de juego en la sociedad y en la economía. No parece nada fácil que puedan conseguir un apoyo de este tipo formaciones políticas nuevas o aquellas que, por ser tradicionales, están obligadas si quieren ser realistas a modificar su proyecto anterior y tratar de modificar las expectativas de sus seguidores.

A esto se une el problema de la reforma del Estado. Es bastante obvio que la prolongada decadencia del modelo mercado internista ha creado pautas de rapiña en las burguesías locales y en buena parte del personal político y la administración pública. No es útil, en una situación de permanente incertidumbre económica, lamentarse de que la burguesía evada capitales o se dedique a la especulación financiera o simplemente monetaria en busca de ganancias. Pero de la misma forma, no parece fácil convencer a un número significativo de funcionarios de que, en ausencia de posibilidades reales de solucionar la crisis o gestionar eficazmente, no conviertan su paso por el poder en un apresurado pillaje que consolide su situación económica personal.

Cuando, como sucede en bastantes países, la corrupción pública es casi una tradición, sólo cabe esperar que la tendencia se acelere en momentos de descomposición. Y, sin embargo, con un sistema de partidos inestable, y quizá premodernos, una alta volatilidad del voto, y una administración pública minada por la corrupción, la tarea prioritaria en la búsqueda de salidas para América Latina parece pasar por la reforma del Estado. Si aceptamos que uno de los rasgos fatales de la matriz de centralidad estatal era la existencia de un Estado hipertrofiado, débil por su carencia de autonomía frente a los actores sociales, pero demasiado grande para sus posibilidades reales de actuación eficaz, parece obvio que en la búsqueda de un nuevo régimen social de acumulación es preciso avanzar en la construcción de un Estado pequeño y fuerte, capaz de influir realmente en la orientación de la inversión y en la fijación de certidumbres económicas, y a la vez capaz de impulsar políticas de redistribución y expandir el mercado interno por un mecanismo distinto del reparto de rentas estatales.

Referencias

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Un texto de Elias Canetti inédito: “Libro de muertos”, Apuntes 1942-1988

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Por: WINSTON MANRIQUE SABOGAL –el pais.com/ Madrid - 05/04/2010

"Apuntes contra la muerte. Aquí doy comienzo por fin al libro que me había propuesto escribir hace años y decenios". Así empieza Elias Canetti su cuaderno de notas, el 1 de noviembre de 1983. Un proyecto literario que se le ocurrió en los en los años treinta, después de Auto de fe (1935), y que no llegó a concluir, pero que a partir de mañana verá la luz en una edición en primicia mundial bajo el título de Libro de los muertos. Apuntes 1942-1988, editado por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, que llega a las librerías esta semana. Pero un avance de esos escritos del premio Nobel lo ofrece hoy Babelia, la revista cultural de este diario, en exclusiva en la edición digital de EL PAÍS

Durante cada día de noviembre y diciembre de aquel 1983, el autor de Masa y poder trató de enderezar, como él mismo dice, ese proyecto que lo acompañó casi toda su vida y donde deja clara su posición en contra de la muerte. La de un intelectual de origen búlgaro pero nacionalizado británico y que escribía en alemán. Aforismos, frases, ideas, pensamientos, oraciones en cuyo género y registro halló Canetti un arma eficaz para ahondar en los vericuetos y resortes del comportamiento humano. Apuntes sabios, reflexivos, geniales, inquietantes, tiernos, inequívocos, tristes, irónicos o alegóricos...

Irónicos: "El currículo antes, el currículo después de la muerte".

Inquietantes: "¡Oh, edad, edad!, ¿habrías muerto con más esperanza antes?"

Revolucionarios: "La mariposa como fantasma de la oruga".

Combativos: "El derecho a hacer que regrese un muerto, uno solo".

Angustiosos: "Él pidió una prórroga a Dios. Éste le dio una hora".ó".

Frases e historias mínimas como estas del Libro de los muertos estuvieron a punto de ser publicadas en Alemania hasta que se descubrió un material nuevo. Entonces se optó por aplazar la edición a fin de investigar, descifrar y estudiar más dichos textos. En vista de que es una labor que no se sabe cuando terminará, la editorial española, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, ha decidido avanzar para el mundo hispanohablante ese esperado libro póstumo, con la autorización del editor alemán y de los herederos de Elias Canetti (Bulgaria, 1905-Suiza, 1994). Un volumen donde se aprecia el pensamiento de unos de los escritores e intelectuales fundamentales del siglo XX. El libro consta de varios capítulos con aforismos escritos a los largo de media vida, entre los que destaca el relacionado con sus Apuntes contra la muerte de 1983, cargados de múltiples sentidos.

Son anotaciones de un autor al que Babelia dedicará unas páginas especiales el próximo sábado. Además del análisis de este importante legado inédito de Canetti, sobre su obra y trascendencia general escriben los filósofos y escritores Fernando Savater y José Luis Pardo y la poeta, narradora y filósofa hispano-belga Chantal Maillard. Tres artículos que ayudan a comprender mejor a uno de los pensadores que más ha influido en el mundo contemporáneo. Savater recuerda unas palabras clarificadoras del propio Canetti: "El objetivo serio y concreto, la meta declarada y explícita de mi vida es conseguir la inmortalidad para los hombres". Y en este volumen a través de "apuntes", que como escribe Maillard, "es probablemente la forma literaria que mejor le conviene a la posmodernidad", al condensar en muy pocas palabras historias, pensamientos, ideas, sentimientos, sentidos e intenciones diversas. Y Elias Canetti no olvidó el secreto que compartimos casi todos: "Desaparecer y no ser encontrado. Gran tentación".

1491. Una nueva historia de las Américas antes de Colón, de Charles C. Mann*

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Reseña del Libro




Éste es un libro fruto de la curiosidad y el entusiasmo. De la curiosidad que le produjo al autor un viaje a la península del Yucatán, y del entusiasmo que le provocaron los vestigios de civilizaciones desconocidas hasta entonces para él. Curiosidad azuzada por la polémica que estos restos suscitaron entre los científicos a los que acompañaba como reportero. Ese viaje fue el inicio de una serie de investigaciones y de encuentros con las culturas precolombinas.

LOS INDIOS

Norteamericano, Mann conocía el término "indio" desde pequeño. Los libros de historia que había estudiado le habían enseñado que los indios eran unos seres tribales de pasado inmóvil, para los que los siglos habían ido pasando sin que sus vidas cambiaran lo más mínimo. Seres ajenos a la civilización y al progreso. Lo que Mann nos va mostrando en este libro es una América precolombina rica en civilizaciones diferentes, que se fueron superponiendo y sucediendo entre conflictos y avatares, como cualquier otra civilización objeto de interés para los historiadores, arqueólogos y antropólogos que trabajan en otras latitudes.

Después de mucho escuchar, viajar, documentarse y reflexionar, Mann se pregunta por qué los avances en el conocimiento de lo que fueron las culturas anteriores a la llegada de Colón a América, siguen siendo conocidos solamente por una minoría de expertos. Por eso escribió este libro en el que, con una agilidad y una honestidad intelectual sorprendentes, nos acerca lo que se sabe y lo que aún se ignora de nuestros vecinos de ultramar.

La agilidad le viene al autor de su habilidad como periodista científico y de su calidad de escritor, que es capaz de dar vida a personajes, paisajes y episodios con los que crea relatos que se fijan en la memoria por su vigor, su color y su claridad. Y la honestidad la muestra desde las primeras páginas, en las que no oculta ni su inclinación por una de las interpretaciones, ni los argumentos que pesan contra ella.

EL DEBATE SOBRE EL DESARROLLO DE LA AMÉRICA PRECOLOMBINA

La esencia del debate es si, antes de Colón, América era un territorio casi virgen, próximo al paraíso terrenal, o era, al contrario, un territorio densamente poblado, en el que los humanos habían manipulado la naturaleza.

Es curioso que esta segunda hipótesis, que es la que el autor presenta con mayores avales, sea rechazada sobre todo por los ecologistas e indigenistas, quienes ven en ella la refutación de su imagen idílica de un continente en el que, antes de la llegada del hombre blanco, los indios vivían en armonía perfecta con la naturaleza virgen. Al contrario, incluso en zonas que hoy consideramos vírgenes, los sistemas de colonización de las tierras eran entonces tan sofisticados o más que los que sus coetáneos utilizaban en Europa.

EL ERROR DE HOLMBERG

En nuestra percepción de la América precolombina seguimos anclados en lo que Mann denomina "el error de Holmberg". Holmberg fue un investigador que llegó a Bolivia en los años cuarenta y entró en contacto con uno de los pueblos nativos, los sirionós, una pequeña población de poco más de un centenar de personas que al científico le parecieron supervivientes de un periodo ancestral, como "petrificaciones de nuestro pasado". La comunidad científica aceptó las hipótesis de Holmberg y se reafirmó en el convencimiento de que América era un continente sin pasado, en el que simplemente los siglos habían transcurrido sin que los grupos humanos evolucionaran y sin que el ser humano tuviera ninguna curiosidad ni pulsión innovadora.

Veinte años después, la visión de los sirionós cambió completamente. Nuevas investigaciones, con técnicas más modernas, mostraron que el escaso número de sirionós se debía a un "cuello de botella genético", que se produce cuando hay una gran reducción de población en un periodo muy breve. Una epidemia de gripe y viruela había reducido en más del 95% la población de sirionós, justo unos años antes de que Holmberg entrara en contacto con ellos. Además, el ejército boliviano pretendía desalojarlos de sus lugares tradicionales de vida, donde la presión de los ganaderos era cada vez mayor. Lo que Holmberg calificó de nómadas de la selva sin recursos propios para subsistir, no eran restos del paleolítico, sino supervivientes que trataban de seguir sobreviviendo en condiciones muy adversas.

Estos mismos sirionós que sirvieron para alimentar el mito del salvaje permanente, poblaban las llanuras del Beni, una zona del interior de Bolivia muy llana, que se inunda completamente durante la época de lluvias. En estas llanuras todavía se aprecia, al sobrevolarlas, que los habitantes habían construido un sistema de diques, montículos y pasos elevados que les permitían no solamente vivir en ellas todo el año, sino también sacar el máximo partido al sistema de inundaciones. Por los restos hallados y por la magnitud de la obra, necesariamente tuvo que ser un pueblo numeroso y con una organización social sofisticada.

EL DESCONOCIMIENTO PERDURA

Éste es solamente un ejemplo de hasta qué punto hemos desconocido y mal interpretado la historia de América. Es cierto que todavía no se sabe exactamente cuándo se pobló América. Las hipótesis coinciden en que fue en un pasado relativamente reciente, que oscila entre treinta mil y trece mil años. Ni tampoco se sabe si la emigración llegó solamente por el norte, a través del estrecho de Bering, o también por el sur, a las costas de Chile, donde se han encontrado restos de hace treinta mil años.

El libro rebate ideas muy afianzadas: la escasa población, su carácter predominantemente nómada, la simpleza de sus civilizaciones, la pobreza teológica de sus religiones, que contesta reproduciendo un diálogo entre monjes franciscanos y sacerdotes mexicas, o su espíritu sanguinario, que compara eficazmente con las prácticas europeas del momento, desde la tortura hasta las crueles ejecuciones en la plaza pública, que entusiasmaban a los numerosos espectadores.

PERSPECTIVAS DIFERENTES

Mann nos abre perspectivas diferentes, y lo hace apelando a nuestra imaginación tanto como a nuestro raciocinio. Su habilidad y su fuerza como narrador van en paralelo con los requisitos de credibilidad y de solvencia que debe tener un ensayo. La introducción concluye con una visita guiada por el continente a vuelo de pájaro, una visita por el espacio y por el tiempo. En ella entramos en contacto con pueblos míticos que construían, antes del año 1000, ciudades mayores de lo que París era en aquel momento, con sistemas de alcantarillado y diseños urbanos mucho más limpios que cualquier urbe europea, y que, antes de que los conociéramos, perecieron o desaparecieron por las guerras y sobre todo, según se cree, por fenómenos climáticos como los llamados "mega Niño", periodos en los que la gran corriente del Pacífico produjo sequías y olas de calor mucho más intensas de las que se vivieron en 1925, y que acabaron con muchas civilizaciones del alto Amazonas y de Perú.

Este vuelo nos sitúa en condiciones de recorrer la América de 1491 y de tratar de descubrir lo que realmente se encontraron los conquistadores, y por qué desapareció en tan pocos años tras su desembarco.

PRIMERA PARTE. ¿NÚMEROS CAÍDOS DEL CIELO?

Ésta es una historia de América antes de Colón, y sus protagonistas son los indios que vivieron en primera persona las relaciones con los recién llegados.

TISQUANTUM

Tisquantum, un wampanoag de la costa de lo que hoy conocemos como Nueva Inglaterra, trabajó como intérprete y asesor para los Peregrinos del Mayflower que llegaron en 1621. Tisquantum conocía la lengua inglesa porque años antes había sido apresado por el capitán John Smith, el de Pocahontas, y trasladado a Inglaterra, donde había vivido como atracción en casa de un noble.

A modo de relato de aventuras, la vida de Tisquantum, su alianza con los Peregrinos y su conspiración fallida contra el sachem (jefe) de su propio pueblo le sirven al autor para irnos contando lo que ahora se sabe sobre los Massachusett, los Wampanoag, los Nauset y los Narragansett, los pueblos que habitaban la costa este. Eran numerosos, hermosos, sanos y mucho más limpios que los europeos recién llegados, a los que consideraban bastante tontos. El relato concluye con la práctica desaparición de los pueblos de la costa, exterminados no por las armas de los recién llegados, sino por la viruela. Los cálculos más recientes estiman que el 90 por ciento de la población murió por esta enfermedad.

¿POR QUÉ CAYÓ EL IMPERIO INCA?

Algo parecido sucedió entre los incas de Atahualpa, coincidiendo prácticamente con la llegada de Pizarro. El gran imperio inca, equiparable en extensión, organización y riqueza a cualquiera de los que han existido en la historia, se había desarrollado durante siglos, extendiéndose territorialmente, provocando numerosas migraciones internas, promoviendo una lengua común y estructurando la sociedad de forma eficaz, en el sentido de conseguir una riqueza generalizada y que no hubiera hambre en el imperio.

¿Por qué cayó ante menos de doscientos recién llegados? Mann desmiente que fueran las armas de fuego, poco precisas y menos eficaces que las hondas incendiarias o las flechas de los indios, ni tampoco los caballos, que, tras el susto inicial, los indios aprendieron a abatir con las bolas enlazadas por cuerdas que lanzaban contra sus patas. La superior tecnología metalúrgica de los recién llegados es un argumento que también contesta el autor: los incas trabajaban el metal con tanta o más sofisticación que los europeos, pero con otros objetivos: no buscaban la resistencia, la dureza y el afilado, sino la plasticidad, la maleabilidad y la contundencia. No fabricaron acero no porque no tuvieran hierro ni la tecnología para hacerlo, sino porque preferían trabajar el oro y la plata.

Las razones que Mann suscribe para la rápida caída de los incas fueron la desunión interna en el momento de la llegada de Pizarro, con una verdadera guerra de sucesión en marcha, y, de nuevo, las enfermedades: la viruela y la hepatitis. Entre 1533 y 1565 están documentadas varias epidemias de viruela, además del tifus y la gripe, y, años después, la difteria y el sarampión. En menos de un siglo, las epidemias acabaron con nueve de cada diez habitantes de la "Tierra de las cuatro regiones", como los incas llamaban a su imperio.

EL EFECTO DE LAS EPIDEMIAS

La devastación causada por las epidemias plantea otro interrogante: ¿por qué estas enfermedades se cebaban en los indios, mientras que los europeos eran prácticamente inmunes a ellas?

Las hipótesis más creíbles hablan de una vulnerabilidad genética que tiene dos causas: los indios no habían estado expuestos antes a los agentes patógenos y, por eso, no habían desarrollado la inmunidad de los portadores europeos, y su homogeneidad genética era mayor que la de los europeos, lo que acentúa el efecto de las epidemias.

A ello se añadió que, sin conciencia de epidemia, los indios tampoco aplicaban las prácticas de cuarentena y aislamiento de los europeos, con lo que las enfermedades se propagaban a gran velocidad. Y, en fin, los patógenos no solamente se contagiaban de los humanos, sino también de los animales domésticos que los conquistadores llevaban consigo.

SEGUNDA PARTE: HUESOS MUY ANTIGUOS

La segunda parte trata de los orígenes de los habitantes de América, y de cómo se formaron las civilizaciones que los europeos encontraron a su llegada. Los protagonistas, en este caso, no son los indios, sino los arqueólogos y antropólogos que, en Perú y en México sobre todo, llevan más de un siglo especulando, discutiendo y enfrentándose, sin haber conseguido llegar todavía a un consenso mínimo.

DIFERENCIAS ENTRE ESTUDIOSOS

Estas diferencias son tan virulentas que trascienden el ámbito académico y, quizás por eso, cada hipótesis y contrahipótesis, cada teoría y la polémica que la acompaña, o la interpretación dispar de cada nuevo yacimiento excavado, dan pábulo a todo tipo de charlatanes que aprovechan la circunstancia para llenar el mercado de best sellers que se asemejan, en sus argumentos, a las novelas de ciencia ficción.

Mann resume e ilustra "el progreso realizado en la compresión de la antigüedad, la diversidad, la complejidad y la sofisticación tecnológica de las sociedades indias". Sin caer en la tentación de dar por cierto lo que aún es dudoso, proporciona elementos clave para comprender que, a las cuatro civilizaciones que siempre hemos estudiado que conformaron el mundo que conocemos (la sumeria, la egipcia, la india y la china), habría que añadir la americana.

La resistencia a aceptarlo se debe probablemente al menor conocimiento que tenemos de ella; en parte a que nos ha sido ajena, en el sentido de que no se ha interrelacionado con la cultura europea como las otras; y en parte, a que era una civilización totalmente diferente. Por ejemplo, la agricultura no se desarrolló principalmente para la alimentación, sino también para el vestido: el cultivo fundamental del Pacífico era el algodón. La cultura del maíz contribuye a esa visión diferente, porque el maíz no era, como el trigo o el arroz, una planta que creciera en estado salvaje y que el hombre aprendiera a cultivar y mejorar. El maíz es una "creación" del propio humano y se cultivaba en pequeños campos acompañada de cultivos complementarios como las habas y las calabazas, proporcionando una visión completamente diferente a la que los habitantes del delta del Nilo podían tener de las enormes extensiones de tierra convertida en alimento.

Otra diferencia sustancial es que no son civilizaciones surgidas alrededor de grandes ríos, sino al borde del mar y en los pantanos, con todo lo que esto implica para la percepción del tiempo, de la tierra y de la vida. Esto explica también que, conociendo la rueda, la utilizaran para realizar juguetes y no la desarrollaran para el trabajo: en los pantanos las ruedas no son útiles, y sin animales de tiro, tampoco.

Así, sucesivamente, el autor va desgranando los elementos de unas civilizaciones fascinantes, tan ricas y diversas que consiguen abrumar a los propios arqueólogos. Y al lector, que no sale de su asombro al comprender el manejo de los tres calendarios que utilizaban en Mesoamérica o al situar allí el primer uso que se conoce del cero como concepto matemático.

TERCERA PARTE: PAISAJE CON FIGURAS

Una que vez que Mann ha desmontado, o al menos sembrado dudas, sobre el escaso número de pobladores de la América precolombina y sobre la pobreza de sus civilizaciones, en la tercera parte Mann discute el tercer lugar común: que los indios vivían en la naturaleza, pero no intervenían en ella. Lo hacían, y de tal forma que, en ocasiones, esta intervención es una de las causas fundamentales del declive o la desaparición de una determinada civilización.

TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA

En América del Norte, la idea de que los indios se limitaban a cazar los bisontes que vivían en las praderas es un espejismo. Los indios conservaban y creaban praderas mediante el fuego, realizando grandes quemas con las que generaban ciclos de destrucción de bosques y propiciaban, al mismo tiempo, su regeneración posterior. Actuaban como reguladores, como lo hace la propia naturaleza con los rayos o las erupciones volcánicas, pero también como diseñadores, dirigiendo el fuego y planificando las quemas en función de sus intereses y sus necesidades.

Además del fuego, realizaron obras de ingeniería hidráulica de las que se tiene certeza en los alrededores de San Luís, desviando ríos con consecuencias muy desfavorables a largo plazo, sobre todo porque estas obras se unieron a la deforestación y provocaron inundaciones y avalanchas que arruinaron las poblaciones. Resulta llamativo, como señala Mann, que esos mismos errores los sigamos cometiendo todavía.

Los mayas tampoco se privaron de intervenir sobre el territorio. Al contrario, una de las causas de la desaparición de la civilización maya en el sur del Yucatán parece ser que estriba en que su vida dependía de la irrigación y las canalizaciones gracias a las que mantenían los cultivos; un largo periodo de guerras hizo imposible mantener estas infraestructuras y la consecuencia fue una hambruna tal que las grandes ciudades desaparecieron.

Pero quizás la mayor trasgresión de Mann está en su alineamiento con quienes defienden que la Amazonia tiene también mucho de paisaje artificial. Cuando Orellana descendió por primera vez el río, su expedición dejó constancia de grandes poblamientos en las riberas, con soldados acompañados de músicos que atacaban según el sonido de los instrumentos, con canoas, trajes, adornos y armas. Sus testimonios, entre los que incluían a las amazonas guerreras, no fueron tenidos en cuenta, y siglos después los científicos los refutaron claramente al elaborar la teoría de la "limitación ecológica", según la cual los escasos pobladores del Amazonas solamente podían practicar rudimentarias técnicas de quema y desbrozado en pequeñas parcelas que la selva cubría de nuevo al cabo de dos o tres cosechas.

LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS

Esto excluía cualquier posibilidad de que hubieran existido civilizaciones amplias y perdurables. Mann defiende, por el contrario, que los pobladores que ahora conocemos son producto de una regresión ecológica provocada al huir de las zonas que habitaban tradicionalmente ante la presencia de los colonizadores y sus enfermedades.

Los indicios en que se apoya son los restos arqueológicos y el análisis de las tierras y los árboles, que demuestran que los indios habían desarrollado técnicas de plantación de frutales que contenían el avance de la jungla y eran capaces de enriquecer los suelos fabricando la llamada terra preta, una especie de carbón vegetal. En su opinión, el prejuicio generalizado ante la deforestación nos está impidiendo reconocer las vías originales mediante las que las culturas ancestrales actuaron sobre la naturaleza sin destruir por eso la riqueza amazónica. Al contrario, generaron una diversidad que permitía al ser humano vivir en ese entorno.

La llegada de los europeos tuvo, a corto plazo, dos efectos simultáneos sobre el ecosistema en términos biológicos: la práctica desaparición de los indios, "especie clave" para la regulación de la naturaleza, y la importación de especies hasta entonces desconocidas en el continente.

Algunas de estas especies no se adaptaron, pero otras lo hicieron con tal ímpetu que transformaron por completo el ecosistema. En realidad, eso es lo que ha ido pasando en todo el planeta a lo largo de los siglos. Lo que sucede hoy día es que cada vez más seres humanos se espantan de la destrucción que han generado. Y, al mismo tiempo, esos seres humanos son precisamente los que viven en Londres, París o Nueva York, o incluso en Brasilia o Sao Paulo, igualmente alejados de esos otros humanos que conviven con la naturaleza y la necesitan para vivir.

CONCLUSIÓN

La conclusión que Mann extrae es que "si hay una lección que tener muy en cuenta es que, si queremos pensar como los habitantes originales de estas tierras, no debemos poner nuestras miras en reconstruir un entorno del pasado, sino en concentrarnos en dar forma a un mundo en el que sea posible habitar en el futuro".

*.- Fuente: http://www.ojosdepapel.com/Blogs/ojosdepapel/Blog/Charles-C-Mann-1491-Una-nueva-historia-de-las-Americas-antes-de-Colon-Taurus-2006