Cargando
El Renato que conoció Ramón E. Azócar A.
Conocí a Renato Rodríguez (1927), un día de lluvia de 1991, en el café Santa Rosalia, situado en el casco central de la ciudad de Mérida-Edo. Mérida-Venezuela. Conocí primero al hombre…Recuerdo haberle preguntado: “¿usted ha escrito algo?” Eran días buenos; de café y tertulia. Nos acompañaba esporádicamente Gilberto Ríos, el poeta de la luz, Alberto Jiménez Ure, el escritor de lo terrible, Carlos Danés, el poeta de los ángeles; yo apenas un muchacho universitario, tejiendo sueños y colmado de ilusiones.
Por aquellos días el Instituto de Cultura del poder regional de Mérida, publicó la obra “El hongero apasionado”, de Gelindo Casasola (joven poeta italo-venezolano que se había suicidado en a comienzo de los 80 de la década de los siglo XX), una recopilación de poemas dispersos que habían quedado en manos de amigos.
Lo cierto del caso es que Renato me habla del asunto y me invita a que vaya y pida un ejemplar para él y otro para mí. Fui a la oficina y me vi de repente recibiendo cincuenta ejemplares y una colección de las obras publicadas por la Fundación Cultural; lo asombroso para mí es que me hacen firmar un papel de recibido en el cual aparecía en vez de mi nombre, que nunca creo que dije, el de Gelindo Casasola. Firmé en su lugar con mi nombre sin preguntar nada (ella imaginaría que firmaba así) y me fui. Al estar en el café de nuevo le cuento el asunto a Renato, y él viendo uno de los ejemplares me increpa: “¡Qué vaina pa´ buena! Es que tú te pareces a Gelindo!!!”. Me muestra la contra portada donde hay un muchacho con cabellos lisos y cara perfilada, parecida a la mía de aquel entonces. El asunto tuvo su razón de ser: la secretaria me confundió con Gelindo. Pero tronco de secretaría tenía la Fundación Cultural que ni había leído el descriptivo de la contraportada donde se contaba que el poeta había muerto. Esa fue una historia que me unió a Renato y hoy la recuerdo y la comparto, celebrando que aún existe, en ese pequeño pueblo de Tasajera, en la Victoria, Edo. Aragua. Allí, con un bastón echo de tubos de agua, con ochenta y pico de años acuestas, con el Premio Nacional de Literatura 2006, con historias, con sueños, vive el gran margariteño que me transcribió mi tésis de grado en 1993, en su pequeño procesador de palabras Apple, y que fue amigo, hermano; un ejemplo en esa tarea que me llevó a escribir…Saludos amigo…
Como reconocimiento a Renato, concentró algunos trabajos acá, entre ensayos y entrevistas, que han estado a disposición en la red…
1.- Renato Rodríguez, topo de la narrativa venezolana
Por: Luis Barrera Linares
Renato Rodríguez ha sido en mi labor de escritor e investigador de nuestra literatura un autor y personaje infaltable desde que leí su primer libro (Al sur del equanil, 1963). Siempre he considerado que pudiera ser el escritor venezolano más sortario de todos, por cuanto ha tenido la dicha de personificar una luminosa vida de narrador casi clandestino que al mismo tiempo pudiera ser útil para contextualizar una excelente novela de aventuras. No ha tenido necesidad de inventarse persecuciones, exilios o censuras para tener algo que contar. En esto lo comparo con otros dos autores nuestros que padecieron de similar síndrome, aunque en distintas direcciones: Julio Garmendia y Rafael Bolívar Coronado.
Admirado desde hacía tiempo por lo que para mí y para mi tía Eloína había significado esa magistral novela, estuve indagando hasta que lo pude conocer personalmente en 1985, en Mérida (por intermedio de Alberto Jiménez Ure) y luego alternamos un par de correspondencias. En esos días me percaté de que en verdad Renato semejaba la estampa de un personaje de sus propias novelas. Perdí su pista personal, más no literaria, una vez que tomó la decisión de mudarse al estado Aragua, donde ahora lo encuentra el Premio Nacional de Literatura.
Podría aludir aquí a dos percepciones distintas por las que desde un principio acaparó mi atención la novela Al sur del equanil. Una tiene que ver con mi actividad como docente de literatura, la otra con mi concepción de lo narrativo y mi libertad de lector.
Para explicar la primera percepción, podría decir que es ésta una de las primeras novelas venezolanas contemporáneas que se toma en serio ese fenómeno que después de los años ochenta comenzará a llamarse pomposamente “metaficción”. Una de las variantes de esa modalidad se relaciona con el juego de la ficción dentro de la ficción. Y Renato la practica desde los tempranos sesenta.
La segunda percepción, la más libre si se quiere, la de escritor y de lector libre, es consecuencia de la que acabo de referir. Se relaciona con los vínculos entre el escritor de ficción que es Renato y la ficción escritural con la que ha logrado construirse a sí mismo. Entre lo que cuenta oralmente y lo que aparece escrito en sus novelas, siempre parecemos estar en la frontera exacta entre lo real y lo ficcional.
Admiro profundamente a quienes han sido capaces de tomarse la creación narrativa como parodia de la existencia, como contrapartida de la formalidad y rigidez que ha caracterizado a buena parte de nuestros escritores, como algo que va más allá de lo acartonado si se trata de cautivar lectores. Y eso, precisamente, es lo que me ha impactado de la narrativa de Renato Rodríguez. Igual que lo he percibido en otros dos narradores venezolanos: Francisco Massiani y José Rafael Pocaterra.
Por eso he creído que Renato personifica uno de los proyectos literarios venezolanos más auténticos. Nada más enterarme de que Al Sur del Equanil se pudo haber llamado Al sur del Ecuador (recordemos que el Equanil es un medicamento antidepresivo, también conocido como Meprobanato y que, aunque aparece referido en la novela, Ecuador muy poco nos habría dicho, de allí la ganancia del título que llegó por azar según nos contó alguna vez Salvador Garmendia). Tampoco puedo imaginar que hubiera podido titularse Al sur del Meprobanato o Al norte de París. Creo en la magia y creo que los textos literarios, cuando están destinados a la permanencia, buscan sus propios títulos hasta que los encuentran, sin que los autores debamos entrometernos.
Nada más leer aquella contraportada de la edición de su primer libro en la que no había juicios o alabanzas, sino antejuicios y presuntos rechazos hacia el autor y su obra, escritos con sorna por él mismo; nada más saber que alguna vez, en su labor de artesano y para un desfile, elaboró Renato una cabeza de dragón que luego, con ayuda de sus amigos, hubo de sacar por la ventana, desde una altura de tres pisos, porque no cabía por la puerta; nada más saber que su padre acudió a la escuela primaria con el poeta Andrés Eloy Blanco y que el propio Renato compartió con Julio Cortázar, con Vargas Llosa y con tantos otros escritores que han logrado la más absoluta notoriedad mientras él casi ha permanecido (por voluntad propia) en la penumbra; pues basten estos pocos “nada más saber” para expresar mi admiración total por un escritor venezolano que viene a ver la luz después de haber tenido que publicar artesanalmente, y a sus propias expensas, buena parte de sus libros.
No quiero decir con esto que uno necesariamente deba escribir sobre lo que ha vivido. Pero sí me parece que uno de los logros más importantes de la literatura es que el escritor termine pareciéndose a los personajes que crea y no al revés ( es decir, y no que los personajes tengan algo nuestro). Lo segundo es más fácil. Y para que pase lo primero, es decir, para que el autor termine pareciéndose a sus personajes, creo que hay que hacer un mayor esfuerzo creativo. Me parece muy atractiva la idea de que los lectores terminen preguntándose sobre la posibilidad de existencia real de los personajes a quienes da vida el escritor. Por eso disfruto cuando los lectores me preguntan si mi tía Eloína existe o no existe, asunto que a estas alturas ni yo mismo he resuelto. Y a mí me ha ocurrido siempre como lector de Al sur del Equanil. Nunca he estado seguro de si David (el protagonista) o alguno de sus heterónimos se salió de esa novela para volverse Renato Rodríguez o de si Renato se cansó del mundo exterior y decidió meterse a vivir en ésa o alguna otra de sus novelas.
Aquí lo presento para quienes no lo conocen: René Augusto Rodríguez Morales, escritor nacido en Porlamar, isla de Margarita, Venezuela, Sur América, en 1927, creador del personaje-escritor Renato Alberto Rodríguez (RAR), editor forzado de algunos de sus libros bajo la firma editorial Libros RARos, ha sido una especie de topo de nuestra literatura que por fin, ahora, emerge a la superficie. Pero, cuidado, no por voluntad propia, ni porque ha buscado a sus amigos periodistas para que le sirvan de aparentes paparazzis y lo catapulten antes de tiempo. Emerge por el impacto de sus cuentos que casi son novelas, razón por la cual las denomina Quanos (Quasi Novelas, 1997), y por la maravilla narrativa de sus textos más extensos como El Bonche (1976), ¡Viva la pasta! (1984), La noche escuece (1985), Insulas (1996). Así, ha llegado por su propio peso y valía a donde tenía que llegar: al Premio Nacional de Literatura de Venezuela. Celebro entonces que el personaje haya salido de sus novelas para recibirlo.
2.- La noche escuece (o las deambulaciones de Renato Rodríguez)
Por: Rafael Rattia
La narrativa de Renato Rodríguez es la fiel réplica de una vida nómada, inquieta y azarosa. Escritura de la nocturnidad; bares, postìbulos, andurriales urbanos, vividuras bucólicas que sazonan la hiriente realidad de todas las ciudades que han marcado la piel de una conciencia que no experimenta sosiego ni siquiera en los estados más profundos del sueño.
Sabemos que Renato Rodríguez es un ser de ninguna parte. El azar quiso que naciera en Porlamar, Isla de Margarita, en un país llamado Venezuela: «El país más chévere del mundo». Siendo un adolescente el autor de La noche escuece, partió no se sabe hacia qué geografías, allende los mares, para vivir intensamente, con el pesado fardo de las encandilantes noche solares de Manhattan, Berlín, París, New York, cual beduino de la literatura: Renato Rodríguez es un esperanzado y derrotado por la certeza de que todo lugar (todo país quiero decir ) es igual a cualquier otro; la misma escoria sobrenatural reinado por doquier, enseñoreándose a través de los intersticios más recónditos de la sempiterna esculticia generalizada que unos y otros llaman, indistintamente, vida.
La noche escuece es una novela como pocas. En ella los personajes llevan una vida insensata, sedienta de aventuras, personajes de la diáspora nacional. Seres trashumantes, itinerantes, en fin; estamos en presencia de una novela de la gitanería venezolana. La vida de los personajes de Renato está signada por excesos sibaríticos y dandysmo irresponsable. El trabajo es una manifestación de escarnio; trabajar es considerada una actividad envilecedora por excelencia. Una prueba de ello es la labor heteroproductiva que realiza Pedrito el artista, alumno adelantado —summa cum laude— egresado de la Academia Manos de Seda de Bogotá. El mayor orgullo son sus elegantes zapatos de goma espuma que usa haciendo gala de su inigualable arte.
El negro, eterno alter ego de Renato, (el otro) amante de las interminables borracheras en el bar El Trocadero o en el Sport que terminaban en El Yoraco, ese bar que al decir de Renato Rodríguez se parece tanto a la vida por la infinita variedad de clientes que quedan prendados al sortilegio, la fascinación y la sugestión de algo ignoto propio de esas auténticas otras iglesias donde se sacraliza la noche con su miserias y sus esplendores rutilantes de verbo ebrio o de hormigueo cafeínico.
Renato Rodríguez, en su inagotable imaginación, logra construir, pacientemente, oscuras psicologías filosóficas que, subsumidas en irreductibles monólogos, en delirantes introyecciones metafísicas, se debaten entre puntuales ideas domésticas y las más abstrusas elaboraciones estético-poéticas que alcanzan el estatuto de universalidad. Tal es el caso de Aurelio, filósofo autodidacta que después de «saltar el charco», opta a su regreso por una espeluznante indiferencia frente a todo lo que normalmente tiene un supuesto interés para el común de los ciudadanos que habitan estas aceras del planeta.
La noche escuece es toda una elaboración magistral de esos temas arduos, aunque cotidianos, difícilmente abordables por una escritura en filigrana, zurcisa con un estilo inigualable.
Ya quisieran los pusilánimes literatos subsidiados por el mecenazgo gubernamental escribir algo siquiera parecido a esa joya de la literatura hispanoamericana que es Al sur del ecuanil. La soledad, el desarraigo y el absurdo son condiciones existenciales asumidas como inevitables componentes de una vida enfrentada enconadamente a los convencionalismos éticos y estéticos de un consenso asqueroso que la sociedad literaria impone a sus dóciles y genuflexos borregos de la tinta a cambio de sus puntuales quincenas.
La narrática de Renato es decir la narrativa, elogia el sui géneris universalismo de uno de los más admirables ladrones que ha tenido este país; Petróleo Crudo. Ni que decir de Irureta. Ni Francois Villón, el gran poeta homicida, asesino y atracador, puede emparentarse al linaje aristocrático y excelso de Pedrito el artista.
Desde los bares de la Candelaria, la flamenquería que exhalan las tascas de la ciudad del hombre, pasando por la Guaira, San Sebastián de los Reyes, San Cristóbal, Mérida, Margarita, Cumaná, etc., todo un delicioso Gólgota, envidiable itinerario a bordo de un Studebaker, fiel hasta el colmo de la nobleza con unos seres en su interior decidimos a no sentar cabeza mientras sus fuerzas se lo permitan.
La verdad sobre un autor, digo, debe buscarse entre la hojarasca de su obra y no en el estilo de vida que ostenta.
Realmente no me importa mucho el modo de vida que eligen llevar ciertos escritores; si llevan una vida pródiga o miserable no creo que ello sea óbice para la creación de una auténtica obra de arte. Conozco a no pocos mimados por quienes disponen de los presupuestos culturales del Estado venezolano ya ni tan benefactor pero aún en condiciones de brindar protectorado a cierto estatofilicos tinterilleros de la literatura. Y son legión los que se reclaman novelistas.
Sé, perfectamente, que Renato Rodríguez no ha formado parte de la escatología pseudoliteraria con escafandras de estetas de la palabra.
Leyendo La noche escuece uno siente un lenguaje a la vez refinado y procaz, sicalíptico y con un alto pedrigree. Esta novela proporciona sensaciones de consternación y enternecimiento, de asco y complicidad. Leer a Renato es padecer los edulcorados y ácidos susurros de la beltenebra poética contenida en las hórridas maravillas que reposan en trescientas cincuenta y cinco páginas plenas de vivencias absolutas, integras. Nada está narrado sin ser vivido hondamente.
Febril, con una violenta taquicardia, incapaz de seguir solo por más tiempo, al final de la lectura, salí en busca de alguien, cualquier transeúnte, para relatarle fragmentos de cómo se vive una vida sin estridencias; con la humildad de las piedras preciosas, de los pedernales, pero con la integridad de un loco sin locura que el estado óptimo que es el estado que padecen los que han sido abandonados por el sueño.
Nunca en Venezuela se había escrito una novela basada en experiencias tan devastadoras como el hastío y la intolerable rutina, el splín y el dulce no hacer nada. Porque «aburrirse es mucho más torturador que soportar un trabajo, aunque sea en el fondo de una minar: aburrirse es experimentar la nulidad de cada instante con la certeza de que el siguiente será más nulo aún». De allí al suicidio no hay más que un milímetro.
¡Qué negra grandeza ha logrado Renato Rodríguez confeccionando esta reliquia de la literatura latinoamericana¡ Bendita sea la insoportable felicidad y el no menos goce estético que sufran quienes se acerquen a esta obra de arte, única en su género; si es que existen géneros literarios.
3.-Exilio y desarraigo en la narrativa de Renato Rodríguez
Por: Aura Marina Boadas
RESUMEN
Este trabajo se centra en las representaciones del exilio y la otredad que se ponen de manifiesto en la narrativa del escritor venezolano Renato Rodríguez, descritas y analizadas a partir de las clasificaciones propuestas por diversos estudiosos de esta temática. Aquí el exilio es físico, cuando los individuos se ven obligados a dejar su tierra, y también mental, cuando permaneciendo en su país escapan de su entorno por vía de la imaginación. Al analizar las imágenes del exilio, aparecen también alusiones a los "nacionales" y a los "extranjeros", importante fuente de información para estudiar quién es el Otro y las valoraciones que de él se hacen. Del análisis de estos elementos se desprende la percepción de los personajes con respecto a sus coterráneos, a su tierra, a la nación.
Palabras clave: Renato Rodríguez, exilio, desarraigo, narrativa
EXILIO Y DESARRAIGO EN LA NARRATIVA DE RENATO RODRÍGUEZ 1
El exilio, el viaje, el desarraigo son temas recurrentes en la literatura caribeña, pues siempre han estado representados en las obras de creación y, en la última década, también han irrumpido con gran fuerza en los textos críticos.
Poemas, novelas y cuentos han hecho suyas numerosas escenas que nos hablan de exilio. Veamos algunas: los primeros viajes, canoas y carabelas; el primer desarraigo, la Trata; escabullirse en un bote, escape hacia la isla vecina; viajar a Europa, acceso a los estudios; echarse al mar en yola, esperanza de otra vida; atravesar ríos y fronteras, huida del terror; montarse en la guagua aérea, vida en la metrópoli; pensar la isla, viaje imaginario de retorno.
Al iniciar nuestra lectura sobre el exilio y el desarraigo en la obra narrativa del venezolano Renato Rodríguez (1927) –recientemente galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2005– constatamos que ya en el título del primer capítulo de la novela Insulas (1996) se describe la acción que nos interesa estudiar: "pasar la mar". El hecho físico es efectivamente trasponer la barrera del mar; no obstante, la motivación y los efectos es lo que nos corresponde analizar con más detalle, para lo cual comenzaremos deslindando los diferentes términos utilizados por los críticos literarios y culturales para aludir al desplazamiento.
a. LOS NOMBRES DEL EXILIO2
Edward W. Said (2006) elabora una suerte de ordenamiento terminológico para el que toma en cuenta quién parte, por qué y los sentimientos que le acompañan. Dice Said:
Si bien es cierto que cualquiera al que se le impida regresar a su hogar es un exiliado, pueden establecerse algunas distinciones entre exiliados, refugiados, expatriados e inmigrados. (p. 188)
Y a partir de esta enumeración pasa a explicar cada categoría.
El exilio –señala Said– nació de la antigua práctica del destierro [...]. Los refugiados, por otra parte, son una creación del siglo XX. [...]
Los expatriados viven voluntariamente en un país extraño, normalmente por razones personales o sociales. [...]Los emigrados gozan de una ambigua condición. Técnicamente, un emigrado es cualquiera que emigra a un nuevo país [...] puede en cierto sentido vivir en el exilio, pero no ha sido desterrado. (p. 188)
En cuanto a los sentimientos que le acompañan, el exiliado lleva una vida solitaria, anómala y es estigmatizado como extranjero; el refugiado se asocia con colectivos, inocencia, indefensión y ayuda internacional; el expatriado, por su parte, "...comparte la soledad y el extrañamiento del exilio, pero nosufre sus rigores...", mientras el emigrado puede sentirse en el exilio, pero no está desterrado y en esta medida permanecer lejos es su elección por lo que finalmente pierde el carácter de exiliado cuando se incorpora a la vida local(Said, 2006: 188).
Desde una perspectiva literaria, las imágenes a las que aludimos al comienzo también han sido estudiadas y sistematizadas en novelas del Caribe franco, anglo e hispanohablante, por los críticos cubanos Luis Álvarez Álvarez y Margarita Mateo Palmer (2005):
La cuenca cultural caribeña, por su propia ubicación intercontinental, ha sido, desde el inicio de la etapa precolombina, una región de migraciones. Esta característica, que necesariamente marca la cultura, se ha mantenido e, incluso, hasta se ha incrementado en el presente, y ha sido peculiaridad de los países más diversos del grupo caribeño, tanto del núcleo insular, como del anillo inmediato a aquel. (p. 172) Esta concreta realidad de la cultura del Caribe habría de tomar cuerpo en su cultura. Así pues, el tema de la emigración constituye otra constante importante de la literatura caribeña. (p. 173)
A partir de numerosas referencias a obras y autores caribeños, Álvarez y Mateo Palmer organizan las referencias a los desplazamientos de población en cuatro grandes grupos: la inmigración intra-antillana, el viaje por razones personales, la migración europea a América y la emigración caribeña hacia las metrópolis. Como se observa, se trata de cuatro términos que definen el desplazamiento, aludiendo así a motivaciones y direcciones diferentes: la inmigración, el viaje, la migración y la emigración. Esta propuesta nos pone ya en la vía del estudio de esta temática, pero nos topamos con que en el título de nuestro trabajo tenemos dos términos más para aludir a la temática: exilio y desarraigo.
En busca de aclarar esta profusión terminológica podemos acercarnos a las propuestas de la estudiosa de la literatura caribeña, Michaelle Ascencio (2004), quien también se ha ocupado del tema del exilio a partir de novelas del caribeño franco y anglo-caribeño. Ascencio señala que "...el motivo que atraviesa y contiene..." a la narrativa antillana es la comparación del exilio contemporáneo de los antillanos con el exilio inicial de los africanos traídos a América como esclavos (p. 111).
La repetición de este motivo le da continuidad a una preocupación del colectivo antillano como es la búsqueda del centro y de la totalidad perdida, representada en algunas novelas por África, y, en otras, por la metrópoli.
Podríamos decir entonces que lo que nos cuenta la narrativa antillana esla desesperación y la desdicha que ocasiona la pérdida del centro, de ese centro que significó y sigue significando, al menos para la poesía y la tradición oral, la patria ancestral. Paralelamente a esta desdicha por la pérdida los antillanos ‘aspiran a vivir lo más cerca posible del Centro del Mundo´, tal como señala Eliade 3 para el hombre de las sociedades premodernas. (Ascencio, 2004: 111)
Esta búsqueda permanente de estructura que Ascencio califica como la "configuración del Complejo de la Trata", se ficcionaliza a través de diferentes manifestaciones: el exilio transitorio, cuando los personajes parten con la idea o la esperanza de regresar; el exilio interior, cuando el desplazamiento no es físico sino mental; el exilio voluntario, suerte de migración en que el individuo decide dejar el país, aunque puede regresar si así lo desea; el exilio absoluto, cuando los personajes son forzados a partir y no existe la idea del retorno y, finalmente, el exilio-errancia, cuando los personajes en exilio ya no piensan en retornar, sino en adaptarse al país de acogida, actitud que los lleva a apartar el miedo que los impulsó a huir y la nostalgia por el país lejano.
Estos distintos acercamientos a la problemática del exilio que hemos presentado tienen en común el punto de partida: todos toman en cuenta quién parte, por qué lo hace y los sentimientos que le acompañan antes, durante y después de la partida. Esta será pues nuestra pauta de trabajo al acercarnos a la obra de Renato Rodríguez.
b. "PASAR LA MAR"
El lugar, geográfico y emocional, desde el que se inicia el viaje en las novelas de Renato Rodríguez es la isla de Margarita, lar natal de todos los personajes en quienes Renato Rodríguez delega la narración (en ¡Viva la pasta! [1984] no se explicita esta condición pero la descripción de la casa materna pareciera remitir también a la isla). El arraigo y la necesidad de reafirmar ese origen insular es tal que el narrador de La noche escuece (1985) cambia su identidad mas no su lugar de nacimiento:
Garaicoa [...] me confeccionó dieciocho cédulas de identidad, todas con mi vera efigie, aunque con nombre, edad y estado civil diferentes. Lo único que nunca permití que me fuera cambiado fue el lugar de nacimiento. Llegó un momento en que no sabía a ciencia cierta quién era y me conformaba con la única certeza que tenía; la de que era un margariteño más. (1985: 50)
El terruño de los personajes-narradores presenta múltiples facetas, unas muy positivas, otras menos favorables. Concentrémonos en la forma como se conciben las islas en la novela cuasi-homónima, Insulas (1996), donde el personaje-narrador desarrolla un amplio discurso sobre esos espacios mediante múltiples referencias directas:
...la isla de Robinson Crusoe (I, p. 13, 14), isla de ficción que descubrió siendo niño en los libros que le leía su abuela; las islas descritas por Jack London o Herman Melville, también provenientes de las lecturas de su abuela y que le servían de modelo para imaginar su terruño insular bajo tormentas de nieve, con buques de alto bordo y tabernas (I, p. 19); Los Testigos y Margarita (I, p. 12), islas reales con cayucos, curiaras y una "penetración" de turistas que deforman las costumbres, el idioma y la geografíalocal; Elba, If, Santa Helena, Cayena [isla-territorio], Alcatraz (I, p. 70), isla del Burro, San Carlos (I, p. 87), islas prisiones, confinamientos; Saba, Guadalupe, Saint-Martin, islas de las Antillas con lenguas y etnias diferentes; Trinidad, isla del exilio donde se aprendía inglés; Ischia, Capri, islas por conocer; Córcega, Cerdeña, Saint Martin, Guadeloupe,Los Testigos, la Barataria y las de San Balandrán y Tahití (I, p. 113), islas reales e islas ficticias que ejercen gran fascinación sobre el narrador. (Boadas, 2006: 4)
Como se observa, la isla es una y diversa al mismo tiempo, aunque de todas estas imágenes nos parece que el espacio insular como confinamiento es la que priva, pues influencia directamente los sentimientos y acciones de los personajes. Detengámonos en la dedicatoria de Insulas, paratexto que marca la necesidad de la partida y la ruta del viaje:
A la memoria de Rafael Emilio Bermúdez, mi abuelo adoptivo, cuya sensatez me permitió saber, a su debido tiempo, lo que es pasar la mar. (I, p. 5)4
Una rápida mirada a la primera página de cada una de las novelas de Renato Rodríguez nos confirma la tendencia a la partida y la preeminencia de la diversidad espacial, pues la acción se ubica fuera del país (Venezuela) o refiriendo un viaje. El narrador de Al sur del Equanil (1963/1985) inicia su relato en el momento en que llega a París; el de El Bonche (1976) está enNueva York esperando un tren en la estación de Boro Hall; el de ¡Viva la pasta! (1984) se encuentra también en Nueva York y se ha venido por tierra desde San Francisco; en La noche escuece (1985) la narración de ubica en Caracas, aunque el narrador refiere que no hace mucho regresó de un viaje a Margarita; finalmente, en Insulas (1996) la acción se inicia en París.
c. MOTIVACIONES PARA EL VIAJE
En Al sur del Equanil, el personaje-narrador rememora su primer intento de escapar de la casa, durante su adolescencia, iniciativa fallida pues su compañero de aventuras desistió a la hora de embarcar. Una carta explicativa para la familia sobre los motivos de la partida echa luces sobre nuestra investigación. Dice el narrador:
...habiendo querido hacer bien las cosas les dejé a mis parientes una carta explicativa, donde les manifestaba lo insoportable que se me hacía la vida a su lado, me quejaba de su falta de cultura y del estado de atraso mental en que todos ellos se encontraban. (ASE, p. 10)
En las otras novelas se encuentran referencias similares a la antes mencionada, que aluden a falta de iniciativa, al rechazo por las transformaciones que sufre la isla, a la falta de interés en la vida insular, a lo intolerable que se hace su ritmo.
Al volver sobre las orientaciones teóricas que presentamos al inicio, podemos afirmar que los personajes-narradores de las novelas de Renato Rodríguez corresponden a lo que Edward Said (2006) llama "los expatriados", que su desplazamiento se da "por razones personales" como lo describen Álvarez y Mateo Palmer (2005), y que se trata de un "exilio voluntario", según el paradigma propuesto por Ascencio (2004).
Estamos, pues, ante una serie de personajes que no son obligados a irse de su tierra, pero que asumen el viaje como una necesidad, como una opción de supervivencia ante un espacio que los limita, que los ahoga, que los anula.
d. DESTINO, EL MUNDO
Al partir de la isla, los personajes toman rumbos diversos como se señalaba en la presentación de las primeras páginas de las novelas de Rodríguez. Ciudades venezolanas –Caracas, San Cristóbal, Valencia, La Guaira, Mérida– y ciudades del mundo –París, Nueva York, San Francisco– están en el itinerario de los personajes, quienes andan en busca de nuevos espacios y de nuevos estilos de vida.
Sin embargo, el nuevo espacio no va a constituir el destino final, pues después de un tiempo en el lugar de acogida los personajes comienzan a sentir nuevamente la necesidad de desplazarse, de viajar en busca de otro espacio, otra geografía. Para ellos el retorno a la isla no está prohibido, pero tampoco es una opción. Dice el personaje-narrador de Insulas:
Un día sentí enormes ganas de irme de Hamburgo; algo me faltaba, ese no sé qué que aspiro a realizar sin saber lo que es me pareció que no iba a ser posible allí. Pasados algunos meses mi situación había comenzado a hacerse un poco repetitiva, rutinaria, no se producían nuevas experiencias de ninguna clase y decidí dejar Hamburgo... (I, p. 150)
La partida será hacia otras ciudades, "...alguna entre un par de docenas de ciudades esparcidas por el mundo que nunca he visitado –dice el personaje" (I, p. 140), ciudades cuyos nombres han atrapado la atención de nuestro personaje, sin que en muchos casos sepa o se interese por el país en el que se encuentran. Estas ciudades son percibidas como espacios aislados, lo que nos hace pensar en la acepción de isla como "islote urbano" amurallado y con fosos de agua. Chevige Guayke (1994), escritor nacido también en la isla de Margarita, habla de "yentes" y "vinientes" para aludir al movimiento de entrada y salida del territorio insular. Estos vocablos parecieran adecuarse perfectamente para describir el movimiento de los personajes-narradores de Rodríguez, que van y vienen de un espacio a otro, de una isla a otra isla, de una isla-ciudad a otra isla-ciudad, conociendo otras realidades, estableciendo nuevas relaciones.
Estamos ante personajes que no tienen un hogar, que desempeñan trabajos temporales para sobrevivir, que no se comprometen emocionalmente y que están en permanente movimiento, lo que les permite conocer, incorporar y amalgamar nuevas lenguas, diferentes tradiciones culturales y múltiples referencias históricas. En cuanto a la confluencia de lenguas, el francés, el inglés y el alemán construyen un mundo particular de alusiones en las novelas que estudiamos. De mucho mayor alcance resulta el italiano que inunda las páginas de ¡Viva la pasta! al incorporarse extensos textos en esa lengua. Las marcas culturales son mucho más que referencias, destacan las corridas de toros, tema ampliamente desarrollado en La noche escuece, y que también está presente en las dedicatorias de Al sur del Equanil y El Bonche. Igualmente cabe referir aquí la alimentación, tópico que encuentra en ¡Viva la pasta!, un espacio propicio para mostrar las prácticas de diferentes culturas, los puntos de encuentro y de divergencia entre ellas y en relación con el quehacer nacional. Hay en esta obra una rápida pero significativa referencia a las hallacas,5 platillo que no es especialmente apreciado por el perso- naje-narrador, quien sin embargo reconoce que su preparación es sinónimo de solidaridad familiar. Por ello, no sin un dejo de humor, se alarma al referirse a las hallacas industrializadas, carentes del trabajo colectivo: "Ir al supermercado y comprar hallacas congeladas es abominación y que hayan llegado a convertirse en producto industrial es una vergüenza nacional, una forma de alienación" (VP, p. 19).
Este modus vivendi de partida sin retorno, de contraste con otras realidades y adaptación a otros espacios, parece acercarnos a lo que Michaelle Ascencio denomina el exilio-errancia, noción muy cercana al nomadismo que propone Edouard Glissant (1990) –siguiendo a Deleuze y Guattari–, para referirse a un estilo de vida que reconoce el origen múltiple del ser (rizoma) en oposición a la identidad única y fija (raíz), que propugna la primacía del multilingüismo por encima del monolingüismo. Plantea Glissant que cuando el exiliado se fija en un nuevo territorio aferrándose emocionalmente a la tierra de origen y a sus valores genera un nuevo sedentarismo que no le permitirá conectarse con su propia identidad, por lo que tendrá que partir nuevamente. En la errancia la identidad se forja continuamente en contraste con el entorno y en diálogo permanente con el pasado, recuperado a través de la memoria infantil. En las novelas que nos ocupan esta memoria emerge frecuentemente para rescatar pasajes de la infancia que vehiculan valores y prácticas, como las escapadas del narrador-personaje de Insulas hacia la mar y la participación de su colega de ¡Viva la pasta! en la elaboración de comidas en casa de la abuela.
e. CONSIDERACIONES FINALES
A partir de la lectura de las novelas de Renato Rodríguez que estamos proponiendo, podemos afirmar que estamos ante una obra marcada por una profunda búsqueda de identidad, que ya no se concibe como una raíz o esencia única inamovible sino como un estado en devenir permanente que se desarrolla a partir del conocimiento y el contraste con otras realidades.
La noción de insularidad que permea toda la obra de Rodríguez parecierapreparar el camino de los personajes para incorporarse a esta búsqueda del otro que favorecerá el reconocimiento de los rasgos que conforman la propia identidad, múltiple y en devenir constante.
CORPUS
1. Rodríguez, R. (1963/1985). Al sur del Equanil (novela) (edición revisada por el autor). Caracas: Libro Raro. (Primera edición 1963).
2. Rodríguez, R. (1976). El Bonche (novela). Caracas: Monte Ávila Editores.
3. Rodríguez, R. (1984). ¡Viva la pasta! o Las enseñanzas de Don Giuseppe (novela culinaria o culinovela). Caracas: Libros Raro.
4. Rodríguez, R. (1985). La noche escuece (novela). Caracas: Libros Raro.
5. Rodríguez, R. (1996). Insulas (novela). Caracas: Fundarte.
6. Rodríguez, R. (1997). Quanos (cuasi novelas). Caracas: Monte Ávila Editores.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Álvarez Álvarez, L. y Mateo Palmer, M. (2005). El Caribe en su discurso literario. Santiago de Cuba: Editorial Oriente.
2. Ascencio, M. (2004). El viaje a la inversa. (Reflexiones acerca del exilio en la narrativa antillana). Caracas: Fondo Editorial de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela.
3. Boadas, A. M. (2006, noviembre). La insularidad en tres novelas venezolanas. Ponencia presentada en las IX Jornadas de Investigación Humanística y Educativa FHE-UCV, Caracas. (Inédita)
4. Eliade, M. (1973). Lo sagrado y lo profano. Madrid: Ediciones Guadarrama.
5. Guayke, C. (selecc. y notas). (1994). Antología de narratistas orientales: Morovara y Morokuma. Porlamar: Fondo Editorial del Caribe/CONAC.
6. Gliss ant, E. (1990). Poétique de la relation. Poétique III. París: Gallimard.
7. Said, E. W. (2006). Reflexiones sobre el exilio. En Reflexiones sobre el exilio. Ensayos literarios y culturales (R. García Pérez, trad.) (pp. 179-195). [Caracas]: Debate. (Primera edición en inglés 2001).
8. Solanes, J. (1993). Los nombres del exilio. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Autora: AURA MARINA BOADAS; Es Licenciada en Letras en la Universidad Central de Venezuela y Doctora en Literatura de expresión francesa en la Universidad de Burdeos. Es profesora en la Escuela de Idiomas Modernos y la Maestría en Literatura Comparada (UCV). Participa en proyectos de investigación sobre las literaturas caribeñas.
Notas
1 La primera versión de este trabajo fue presentada en el XXII Simposio Anual de la Asociación Venezolana de Estudios del Caribe (AVECA): "Caribe endógeno / Caribe exógeno". Cumaná, 20 al 22 de noviembre de 2006.
2 Los nombres del exilio es también el título de una obra de José Solanes sobre la temática del exilio.
3 Eliade (1973: 42)
4 En lo sucesivo, para la referencia de las novelas en las citas utilizaremos las siguientes siglas: (ASE)=Al sur del Equanil, (EB) = El Bonche, (VP) = ¡Viva la pasta! , (LNE) = La noche escuece e (I) = Insulas.
5 Plato navideño venezolano, constituido por un bollo de masa de maíz, relleno con carne guisada (res, cochino y/o gallina) a la que se le añaden pasas, alcaparras, aceitunas, pimentón (según las regiones del país, se añaden ingredientes adicionales) y se envuelve en hoja de plátano (de otras plantas en el occidente del país) para cocinarse en agua hirviendo.
Renato Rodríguez se penetra a sí mismo en la escritura
Se le acabó la pólvora, eso cree él. Recostado en una poltrona roja del Hotel Coliseo en Sabana Grande, Renato Rodríguez, ganador del Premio Nacional de Literatura 2004/2005, dice que ya no le viene a la mente nada que poner en palabras. Sólo por eso dejó sin voz al papel desde hace un tiempo atrás.
"Uno tiene que saber cuando hacer mutis. El actor que sigue hablando después que le toca hacer mutis, mete la pata. Entonces yo no me voy a poner a fabricar obras para mantener un prestigio de escritor", aclara mientras se repasa la barba recién afeitada y estira un poco los pies.
A esa hora, tres turistas españoles miran el cielo casi azul de las tres de la tarde, gracias a una puerta de vidrio que resguarda la entrada trasera del hotel. A cada rato, desfilan taxis y maletas. Repica el teléfono de la recepción y siempre contesta una mujer. Un empleado del Coliseo, ocioso y uniformado, recorre el lobby con aires de inspector.
Rodríguez levanta la voz, se acerca la mano a su oreja izquierda porque no escucha bien. Cada vez que habla (o grita) los tres turistas españoles apartan la vista del cielo y se vuelven a mirarlo a él.
Autor de textos como Al sur del Equanil (1963), El bonche (1976) ¡Viva la pasta! o Las enseñanzas de Don Giuseppe (1984), La noche escuece (1985) y Quanos (1997), cuyos derechos cedió de manera exclusiva a Monte Ávila Editores junto con los de sus obras aún inéditas; Rodríguez, trotamundo, afecto al desenfado, viajero pertinaz, también hizo alguna vez de aeromozo, técnico en refrigeración, recepcionista nocturno, obrero de montaje, administrador, ayudante de cocina, mesonero, conserje y corrector.
Su vocación literaria, confiesa, se la reveló el Padre Ojeda, director del Liceo San José de Los Teques, donde cursó estudios de secundaria. Entusiasta lector desde su infancia, un día de sus quince años a Renato le sobrevino "la noche negra del alma", en palabras de San Juan de la Cruz. Es decir, la crisis espiritual.
- Entonces, resulta que yo le dije, mire Padre Ojeda yo he decidido abrazar el sacerdocio y quiero que usted me ayude a ingresar al noviciado. Él me respondió: pero chico, ¿tú estás malo de la cabeza?, ¿tú estás loco?, tú no sirves para eso. ¡Cómo no voy a servir padre Ojeda!, yo tengo tres meses que rezo el rosario todos los días, comulgo y en esos tres meses no he cometido un solo pecado ni mortal ni venial. Y me dice él, caramba vale, tú eres mejor que San José, entonces. ¿Cómo padre?, le contesto yo. Sí, porque la escritura dice que San José es la encarnación del hombre justo, pero el hombre justo peca siete veces diarias y tú en tres meses ni una ¡tú eres mejor que San José, chico! Padre Ojeda, entonces qué hago yo, no sirvo para nada. Me dice, sí hay una cosa para la cual tú sirves. Y qué es eso, Padre Ojeda. Bueno para escribir, eso es lo único para lo cual tú sirves.
- ¿Se decidió desde aquel momento?
- Bueno, yo lo empecé a intentar, pero no me salía nada. Traté de escribir y tal y qué sé yo, pero qué va.
Testimonio de papel
- ¿Por qué desconfía usted de la palabra escritor?
- Bueno, porque ocurre que escritor es una condición social en muchos niveles y en muchos países. Y escribir es otra cosa. Escribir es un fenómeno psíquico, un fenómeno anímico. Entonces, yo le comentaba a alguien en estos días que aquí en Venezuela hay muchas personas que quieren ser escritores, pero hay muy pocas que quieren escribir.
- ¿Qué significa para usted la escritura? Hable un poco más de ese fenómeno psíquico
- La escritura significa una investigación en el ser íntimo de uno y lo que uno pone en el papel no es sino un testimonio. Escribir no es eso de llenar hojas y hojas y hojas. No, escribir es penetrarse uno mismo hasta el fondo de su corazón, de su alma, de lo que sea. Eso es un testimonio.
- ¿Es doloroso o es placentero?
- A veces una cosa y a veces la otra.
- ¿Cómo ha sido en su caso?
- En mi caso ha sido a veces placentero y a veces doloroso. Hay un autor francés llamado Montaña que tiene una frase muy curiosa, dice: "el hombre sólo puede hablar de lo que en la sangre le pasó por el hígado". Eso significa que puede ser muy doloroso y muy placentero también, solamente que es una experiencia, algo que ocurrió con la persona que narra o escribe. Mire, esto lo he citado varias veces, Guillermo Meneses fue la primera persona que a mí me tiró algo en una revista que él tenía llamada Cal , me publicó allí dos o tres veces. Yo hablaba mucho con él, lo visitaba en su casa de Chapellín de vez en cuando y echábamos unas cotorras increíbles. Una vez él me comentó con toda sinceridad: "Renato, a mi no me gusta eso que tú escribes". Y yo le dije, pero don Guillermo y entonces porque lo publica. Me respondió: "porque yo no me considero autorizado para decirle a nadie cómo escribir, cada quien escribe como le sale y de acuerdo con lo que tenga en el buche" (risas).
- ¿Considera necesaria la búsqueda de distintos paisajes para propiciar la escritura?
- No son los paisajes, lo que pasa es que un viaje por la geografía conlleva a un viaje en el interior de la persona. Hoy en día la gente viaja en avión, se montan aquí y llegan allá y no recorren ningún camino, no ven los precipicios, las montañas, la gente que anda por ahí deambulando, trabajando en los cerros. Entonces, el viaje es doble, el viaje físico que es moverse de un paisaje a otro y que conlleva un viaje espiritual, la impresión que le produce a uno estar viendo cosas. Así es como yo veo mi viaje, viajé físicamente pero también lo hice al fondo de mi buche.
- ¿Qué le aportaron esos viajes a su literatura?
- Por una parte, información. Por la otra, anécdotas, características de las personas, tipologías, porque uno va entrando en contacto con mucha gente.
- ¿Alguno de los tantos oficios que desempeñó por el mundo lo llegó a marcar de manera particular?
- No, yo estaba conciente de que lo hacía para ganar unos pesos.
- ¿Pero nada lo atrajo más de todo lo que hizo?
- El trabajo agropecuario, por ejemplo, producir leche, vacas, gallinas, ¡me encantan las gallinas!, sembrar hortalizas, manejar un tractor. Esas fueron cosas que me dieron mucha satisfacción.
Literatura personal
- ¿Al inicio de su carrera de escritor a qué autores admiró?
- Hay una cosa muy curiosa, a mí el empujón definitivo para escribir me lo dio un autor venezolano llamado Costa García con su libro Don Secundino en París . Me lo regaló un vecino, yo lo leí y me volví loco con él.
- ¿Por qué?
- Porque tiene lo que ahora llaman desenfado, ahí estaba presente el desenfado en una época en la que no estaba de moda.
- ¿Qué otros autores eran de su preferencia en aquel momento?
- Yo leí a autores norteamericanos, leí a Henry Miller, a Jack Kerouac, a Ernest Hemingway, a otros escritores ingleses y franceses, pero alguno que influyera particularmente en mí, no. Me sucedió que en Caracas yo conocí a un poeta chileno y le regalé un ejemplar de Al sur del Equanil , unos cuantos días después me lo encontré y me dijo: "Renato, me dio mucho gusto leer tu libro porque es un gran placer para mí encontrar a un venezolano que escribe como venezolano". Yo le digo ¿y eso? porque a mí me llamaban el Henry Miller margariteño y cosas así. Sí, me explicó, en tu libro está presente el desenfado de Costa García en Don Secundino en París , está presente el lenguaje escatológico de Antonio Arráiz en Puros hombres y está la desarticulación del tiempo de Enrique Bernardo Nuñez en Cubagua .
- Hay algo que se manifiesta en varios de los personajes de sus novelas: el aislamiento. ¿Es necesario el aislamiento para un escritor?
- Yo creo que esa es una cosa que se produce por diversos motivos, hay personas en las que el aislamiento es una condición sicológica, la concentración en sí mismas, y otras en las que se produce por su poca capacidad para comunicarse, para entenderse con otros.
- ¿Usted por qué ha preferido vivir aislado?
- En mi caso, yo fui desde niño un poco segregado. Por ejemplo, en la escuela yo no tenía amigos, y no es que no me agradara pero parece que yo no era divertido. Andaba por la playa solo, me iba a pescar solo de madrugada en Margarita.
- ¿Comparte la opinión de que hay mucho de su propia vida en su literatura?
- Sí, porque el hombre como dice Montaña sólo puede hablar de lo que en la sangre le ha pasado por el hígado. O sea, eso se refiere a la experiencia personal.
- En varios de sus libros sus personajes siempre están en la búsqueda de algo ¿es esa misma búsqueda la que usted emprendió en su literatura?
- No es la búsqueda, si no la disposición a encontrar. Porque cuando uno busca, sabe lo que está buscando. Pero cuando uno está dispuesto a encontrar no sabe lo que le sale al paso, lo que le ocurre.
- ¿Qué estaba dispuesto a encontrar usted cuando comenzó a escribir?
- Lo que fuera, cualquier cosa.
- ¿Y qué encontró?
- A un tipo que espera encontrar algo.
- ¿Qué ganó al hacerse escritor?
- Ni gané ni perdí, simplemente me di el gusto de hacer algo que quería hacer. Ahora sí, ahora me gané el premio.
Al sur del Equanil
- ¿Cuántos libros has publicado? - le preguntó Cirilo a Eduardo.
- Hasta ahora ninguno ¿Te extraña? El hecho de haber publicado un libro no es lo que hace a un hombre escritor y a la larga ni siquiera haberlo escrito. Para ser escritor no se necesita diploma como para médico o abogado. Escritor se es o no se es independientemente de cualquier otra consideración. Es una condición del espíritu.
(.)
- ¿Manuel? ¿Manuel es escritor también?
- Desde luego, de nacimiento, sólo que Manuel no llega a escribir, mejor dicho, no se sabe, puede que descubra o no su condición de escritor, pero hasta el fin de la novela no lo hace. Ya te dije que se trata de una condición del espíritu y quien sabe si hasta del organismo. En ti, por ejemplo, están ciertos rasgos y detalles característicos que se repiten en los escritores.
- ¿En mí?
- En ti, tú eres un escritor.
- Esta vez como que te equivocas, Eduardo, yo no escribiré nunca nada, yo tengo mi destino muy claro.
-¿Sí? ¿Tan seguro estás? Si quieres toma nota de la hora y fecha en la que predigo que un día dejarás todo y te dedicarás a escribir y nada más; no tendrás ninguna otra preocupación. No sabes qué suerte de personaje eres, serías capaz el día que sientas la necesidad de escribir, de abandonar no importa qué cosa, de mandar todo al diablo, con tal de poder hacerlo.
- Francamente.
- Eres escritor, que no lo sepas no importa, tarde o temprano escribirás, y muy bien por cierto.
- Y ¿Si yo no quisiera?
-Peor para ti, llevas la seña trágica, estás marcado, yo no me equivoco en esas cosas; es preciso que te aceptes y todo irá bien; en caso contrario te fregarás y serás un desgraciado.
Fragmento de la novela Al sur del Equanil de Renato Rodríguez, publicada por Monte Ávila Editores dentro de la Colección Biblioteca Básica de Autores Venezolanos.
4.- Perfil literario de Renato Rodríguez, Premio Nacional de Literatura 2006 de Venezuela
Por: Jesús Nieves Montero
¿Recuerda su primer contacto con la literatura?
Siempre he leído de todo, muchos autores europeos, latinoamericanos y americanos. Recuerdo a los franceses, como Dumas, con Los Tres Mosqueteros. Pero cuando era un niño mi abuela me sentaba en sus piernas y me leía. Me leyó Los episodios nacionales de Pérez Galdós y algunas cosas de El Quijote. Ella se llamaba Victoria y era una lectora impenitente, en realidad era mi madrina, pero como mis abuelas naturales murieron yo la nombro como mi abuela; era cómico porque fui un lector antes de aprender a leer. A mí me leían. De hecho, recuerdo que luego comenzaron a regañarme, porque leía mucho.
¿En que momento sintió la necesidad de expresarse escribiendo?
Siempre hubo indicios. Mientras estudié en Los Teques, sentí el llamado de Dios y pensé que me iba a dedicar al sacerdocio. Me sumergí en lo que San Juan de la Cruz llamó "la noche oscura del alma", y comencé con una rezadera y comulgaba a diario. Finalmente, al hablar con el padre Ojeda, que era el superior, y contarle mi problema, se rió de mí diciéndome que si estaba loco, que no tenía madera para eso. Como estaba tan mal, tan confundido, le dije que para mí ya no había nada. Y él fue el primero en decirme que tenía que dedicarme a escribir, porque ese era mi oficio. Eso lo recuerdo muy especialmente.
¿Recuerda esos primeros intentos?
Empecé a escribir propiamente en Chile, porque tenía un amigo que me volvía loco diciéndome que debía ser escritor. Resulta que una noche andábamos caminando por las calles de Santiago y él me dijo: `Ya tú estás listo, vete a tu casa y ponte a escribir’. Como autómata me fui a mi cuartico alquilado y me pasé el resto de la noche escribiendo una historia, que resultó muy mala, era de prostitutas y burdeles, algo muy inmaduro y común.
¿Cómo fue su encuentro con el novelista peruano Julio Ramón Ribeyro?
Nosotros tuvimos una gran amistad que me marcó mucho. Desde que nos conocimos hicimos buenas migas. Lo recuerdo muy bien, era un tipo no muy alto, como de mi estatura, delgado y de un trato muy afable. Tenía cierto tiempo escribiendo, e incluso le habían publicado. Como yo era un autor inédito, él me tenía mucha estima y siempre me daba consejos. Con nuestras conversaciones aprendí muchísimo, y siempre íbamos a La Contraescarpe donde pasábamos horas hablando de libros, mujeres, y bebiendo vino. En esa misma esquina vivía un pintor peruano de apellido Orellana, al que solíamos despertar tarde en las noches para continuar hablando en su minúsculo taller. Eran otros tiempos donde todos estábamos en París como exiliados, pero se creaba mucho, todo el mundo escribía. Recuerdo que allí conocí también a Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique.
¿En ese entonces ya se gestaba Al sur del equanil?
Claro, mientras he vivido, siempre he estado escribiendo. Para mí, la escritura nunca fue un pretexto, siempre fue mi vida y en esa novela condensé mucho de lo que me había pasado. También me encantó vivir en Nueva York, donde me decían rubber legs (piernas de goma), por mi facilidad para el baile. Allí viví en la Pequeña Italia, específicamente en el barrio San Antonio. Tengo muy presente en la memoria el buzón que estaba ubicado en la calle Grant para depositar las contribuciones a la mafia. Todos me tomaban por un italiano más, decían que era napolitano, porque trabajaba en un restaurante donde hacía pizzas, que me quedaban muy bien. En el minúsculo apartamento donde me alojaba poseía un gramófono. Yo miraba a través de un agujero del gramófono y siempre veía a Caruso cantando adentro, de pie.
5.-Renato Rodríguez: “Orlando Araujo era escritor y yo contador de historias”
Por: Alberto José Pérez
AJP: ¿Cuando y en qué circunstancia conociste a Orlando?
RR: En realidad yo conocí a Orlando hace muchos años, por los años cincuenta, cuando él era economista y yo comerciante. Yo tenía una oficina en el cuarto piso del edificio “El Nacional”, donde funciona el diario que todos conocemos, pero en ese tiempo sólo ocupaba el primer piso, la planta baja y los sótanos; y Orlando estaba con la Compañía Anónima Venezolana de Alimentos que funcionaba también en el cuarto piso frente a mi oficina. Pero a mí se me olvidó y a él también se le olvidó que nos habíamos conocido y después, muchos años después, como veinte años más tarde lo vine a tropezar: él era escritor y yo contador de historias.
AJP: ¿Cómo fluyó nuevamente la amistad?
RR: Por diversas razones he podido cantarle a Orlando la canción de Panchito Rizek, una que dice “te odio y te quiero”.
AJP: ¿Por qué?
RR: ¿Por qué? Bueno, por una razón muy simple. Primero: he podido decirle te quiero porque él me rescató del olvido. Yo fui expulsado del Olimpo, del Olimpo venezolano. Me expulsó la OCI, mediante un proyecto que escribió Salvador Garmendia en el año 66 y entonces a él (Salvador) se le olvidó que yo existía. Por eso digo que fue la OCI pero a través de Salvador Garmendia. A mí me dejó muy sorprendido eso porque en primer lugar, fue Salvador Garmendia el que me lanzó públicamente como escritor; la primera persona que me nombró públicamente como escritor fue Salvador Garmendia en una entrevista que le hicieron en El Nacional en el año 62 o 63, no recuerdo con exactitud.
AJP: ¿Y el te odio?
RR: Pero a Orlando he podido decirle, también, te odio, bueno, chico, porque resulta que mi mamá peleaba mucho conmigo por cualquier motivo, por ejemplo: una cosa que ella siempre me reprochaba eran los zapatos sucios porque yo jamás limpio los zapatos. Desde chiquito tenía esa cosa, lo primero que me veía eran los zapatos. Esos zapatos están muy sucios, me decía. Y un buen día se me ocurrió regalarle, a ella, un ejemplar de Compañero de viaje y le encantó y entonces cada vez que pelaba conmigo me decía:
—Ya que eres tan escritor, ¿por qué no has escrito nada como Compañero de viaje?
Y la última vez que me lo dijo fue cinco minutos antes de morir, más o menos.
Cuando yo entré al cuarto donde ella estaba recluida, muy enferma, lo primero que hizo fue que me miró los zapatos y repitió lo de siempre:
—Esos zapatos están sucios, ¿desde cuándo no los limpias?
—Mamá. Tú sabes que yo nunca limpio los zapatos, yo no soy político, ni profesor ni financiero ni nada; yo lo que soy es un simple escritor.
Entonces me respondió:
—¿Sí? ¿Si eres tan escritor por qué nunca has escrito nada como Compañero de viaje? —y cerró los ojos y no los abrió más nunca.
AJP: ¿Luego, cómo crecieron en el afecto?
RR: Mi amistad con Orlando Araujo tuvo una agradable consecuencia, digamos, creo que... sí, porque ya yo tenía en proyecto, medio escrito, un libro que tiene cierto parentesco con Compañero de viaje; contiene cuatro relatos que podrían emparentarse. Pero bueno, yo no lo escribí por eso. En el prefacio explico por qué lo escribí, porque cuando mi mamá empezó con ese castigo, por allá en el año 72, entonces me empeñé en terminarlo. Yo creo que la lectura de Compañero de viaje me dio unas luces, en ese sentido, algunas no, probablemente más de una aunque me cueste reconocerlo, y el libro al cual me refiero está inédito. Es un libro que contiene cuatro relatos y se llama Quanov, ese es un nombre que yo acusé porque oí decir muchas veces que mis libros no llegaban a novelas, que lo que yo hacía eran intentos fallidos. Entonces una vez estaba leyendo un libro de Isaac Asimov que se llama Introducción a la ciencia y él habla ahí de los cuerpos celestes y nombra una palabra que yo había conocido siempre como una marca de televisores, resulta que no, que “Quasart” es un cuerpo celeste que está en proceso de ser estrella. O sea, casi estrella. Y entonces me dije, nada, ahí está el nombre para lo mío y como lo mío son casi novelas vamos a ponerle Quanov.
AJP: ¿Cómo te sacó Orlando del olvido?
RR: Orlando me rescató del olvido, bueno, eso ocurrió porque él dijo una vez que había llegado al conocimiento de mi existencia como autor a través de Juan Rulfo, porque curiosamente yo le caí en gracia a Rulfo, a pesar de que nunca lo conocí personalmente. Las cosas ocurrieron de esta manera: cuando salió Al sur del ecuanil, yo le envié un ejemplar a Teresa Selma, actriz venezolana que para entonces vivía en México, y ella conocía a Juan Rulfo y le pasó el libro y lo leyó y parece que le agradó porque siempre se expresó en buenos términos de mí. Así fue que vino Orlando a enterarse de mí, de que yo existía como escritor. Como dicen: son extraños los caminos del Señor.
AJP: ¿De qué año me hablas?
RR: Eso fue cuando vino Rulfo a Venezuela el año 76 a invitar para un congreso de escritores que tuvo lugar en México al año siguiente y entonces quiso invitarme a mí y se encontró con la novedad de que nadie sabía que yo existía, es decir, muchos lo sabían pero se hacían los locos para no quedar mal con la OCI, y Orlando oyó eso y le pidió a una de mis hermanas que le consiguieran un ejemplar de Al sur del ecuanil y lo leyó y posteriormente Rafael Diprisco le dio información complementaria sobre mi oficio de escritor. Tengo entendido que así ocurrió. Luego Orlando se empeñó en escribir el prólogo de la segunda edición de Al sur del ecuanil, pero Monte Ávila Editores se lo había encargado a Roberto Lovera de Sola y, cuando Orlando se enteró, armó un zaperoco y dijo que ese prólogo no lo escribía nadie sino él, y que si no lo escribía él no dejaba que saliera el libro. Entonces lo tuvieron que complacer y después Lovera de Sola en vez de odiar a Orlando me detesta a mí. Cuando yo regresé el año 73 de los Estados Unidos de Norteamérica, lo volví a ver en la Galería del Inciba que quedaba en el edificio de Pro Venezuela. Orlando tenía una “mona” grandísima que yo creo que ni se acordó después que nos encontramos allí, posteriormente cuando le dieron a él un premio entonces yo le dejé una carta en la librería Suma, manifestándole mi alegría porque le hubiesen dado el premio y luego el me llamó por teléfono y a partir de esa llamada seguimos viéndonos con cierta periodicidad.
AJP: ¿Como definirías al escritor Orlando Araujo?
RR: Yo creo que con una frase muy corta podría expresarte la opinión que me merece Orlando como ser humano, tuvo altos y bajos pero hay una cosa de la cual yo estuve siempre seguro y esa cosa es que carecía de una cualidad que abunda mucho entre nosotros, particularmente, entre la gente que escribe o que hace algo en el campo de la creatividad: carecía absolutamente de envidia; nunca tuve indicios de que envidiara nada, era sumamente generoso en sus actitudes. Apartando la gran calidad de su libro Compañero de viaje, que es una especie de hito en la literatura propiamente venezolana, porque se puede decir que es uno de los libros que tienen realmente características de narrativa venezolana; fue un gran promotor de infinidad de cosas, no solamente de literatura. Fue un hombre sumamente entusiasta de las causas nobles de la vida como la vida misma; por ejemplo, y como te dije anteriormente, carecía totalmente de envidia y esa cualidad es poco común.
6.- Renato Rodríguez viaja por su memoria: “La escritura nunca fue un pretexto, siempre fue mi vida”
Por: Albinson Linares
Renato Rodríguez Travels Through His Memory: “Writing Was Never A Pretext, It Was Always My Life”
From his refuge in Tasajera, the winner of the National Prize in Literature [2006] talks about his obsession with Latin America, Europe and the United States, which led him to live in various countries and write titles such as Al sur del Equanil (1963), El bonche (1976) and La noche escuece (1985), novels in which his experiences as a wanderer are told with particular mastery.
It takes nearly two and a half hours from Caracas. The extreme changes in temperature pass from the warm steam of the capitol to mountainous cold, while one ascends on a narrow road that snakes its way to Tasajera. In the middle of the mountains of Aragua state, breathing the fresh air that imposes itself at 1,250 meters of altitude and in a building that was once a saw mill, lives Renato Rodríguez.
The aroma of a certain type of piled up wood reigns in the little house where, since a few years ago, the winner of this year’s National Prize in Literature lives. A small living room in which an old television and a bookshelf stuffed with books occupy almost the entire space, barely leaving room for the dark leather armchairs where the interview takes place. Renato is thinner, maybe the result of his convalescence from a fractured femur he sustained a few months ago, after a fall.
The humidity makes the air heavy and, at the end of the room, a rusted oil lamp presides the table in the improvised kitchen area. With some difficulty, the writer clings to his walker while he settles in front of his library, a peculiar display of literary remains from many travels, throughout half the world.
McLuhan and Count Villamediana, Balzac and Stendhal, next to books about Italian and Spanish cuisine. Hesse and Goethe take spots between Rafael Pocaterra and Eduardo Liendo, among the writers the author has been going through recently. The roar of the rain that assaults the fragile tin roof marks the moment when the author, pulling on his whitish beard, begins the twisted transit of his memory. Then, the journey begins.
Al sur del Equanil
– Do you remember your first contact with literature?
– I’ve always read everything, many European, Latin American and American authors. I remember the French, like Dumas with The Three Musketeers. But when I was a child my grandmother would sit me on her lap and read to me. She read The National Episodes by Pérez Galdós and some things from Don Quixote. Her name was Victoria and she was an impenitent reader, she was actually my godmother, but since my natural grandmothers died I speak of her as my grandmother; it’s funny because I was a reader before I learned how to read. I was read to. In fact, they eventually started to scold me because I read so much.
– There has always been talk of a tense relationship with your father. Were you named after him?
– No, my name is René Augusto, but ever since I was a child everyone called me Renato like my father. I’m the oldest, the only boy and I carry his name like an old custom. You could say our relationship was never very good. I remember that dad went to elementary school with Andrés Eloy Blanco, in fact, our families were close and the Blancos’ crib ended up in my house, and that’s where I slept when I was a child. Although I never spoke with him, I tended to see him in Caracas, and on several occasions I witnessed his drunkenness.
– Your travels begin when you are a child. When do you have to move away to various places in order to study?
– Yes, actually everything began here in Venezuela because I studied in Porlamar, La Asunción, Carúpano, Los Teques and Caracas. It used to be very difficult, because in the interior of the country there were no secondary schools, only federal schools that only presented two years, which would always alternate. So you would study your first year at one, your second at another, and so on. That’s why you had to live in different places.
– At what moment did you feel the need to express yourself through writing?
– There were always signs. While I studied in Los Teques, I felt the calling of God and I thought I would dedicate myself to the priesthood. I immersed myself in what St. John of the Cross called “the dark night of the soul,” and I began praying and taking communion on a daily basis. Finally, when I spoke to Father Ojeda, who was the superior, and told him about my problem, he laughed at me and said I was crazy, that I wasn’t made for such a calling. Since I felt so bad, so confused, I told him that nothing existed for me anymore. And he was the first person to tell me that I had to dedicate myself to writing, because that was my trade. I remember that very clearly.
– Do you remember those first attempts?
– I began to write on my own in Chile, because I had a friend who was driving me crazy telling me that I should be a writer. It turns out we were walking around the streets of Santiago one night and he told me: “Now you’re ready, go home and start writing.” Like an automaton I went to my little rented room and spent the rest of the night writing a story, which turned out to be very bad, about prostitutes and brothels, something very immature and common.
– When you left on that first trip, did you think you would visit so many countries in those years?
– I left Venezuela for the first time in 1947. I left for Bogotá and I ended up living in Ecuador, Perú and Chile. I had desire, youth, and now I believe that was my destiny. I was obsessed with my continent, which gave me strength to live and open a path for myself. Besides, in those times people were marvelous, very attentive and cordial.
– What anecdotes do you recall from that first voyage?
– Caramba! There’s so many of them. I remember I traveled from Cúcuta to Bogotá in the same plane as Jorge Eliécer Gaitán, who at that time was on a tour for his electoral campaign. Out of sheer coincidence I emerged from the plane right after him and, at that instant, I realized that Libertad Lamarque was also on board. Imagine my surprise when I saw myself on the front pages of all the Colombian newspapers the next day. That was a marvelous city, in the Gran Colombia café on Seventh Avenue, I met many Colombian writers, such as Arango and León de Greiff. I was in Perú when Gaitán was assassinated, which was horrible. I used to frequent some of the circles of the APRA [Alianza Popular Revolucionaria Americana] and met Víctor Raúl Haya de La Torre, who I also coincided with in Paris. In Santiago, which is a city that enchanted me, I always went to a café named after a woman, I think it was the Flora, and there I engaged in delicious conversations with poets like Nicanor Parra, Violeta Parra, Pablo and Carlos de Rohka. I remember that’s where I met Albert Camus, who was a friendly guy who spoke Spanish very well. Then I returned to Venezuela, stopping before in Chiclayo, a city in Perú, where my father had to “rescue” me because I had a stomach virus.
Old Europe
– When did you depart for the old continent?
– I was in Caracas for nearly 10 years, until 1960. Because of a political deception I decided to leave the country and I fell into a desperate crisis, a very serious one. I remembered that as a child I always tended to see a freight ship on Margarita island called “El Colombie,” and actually, at a certain moment, my grandmother once took me on a guided visit to the ship when it was in port. So, the idea came to me to enter a travel agency where a friend of mine worked and when I asked him about the ship he casually answered that it was making its final trip and no longer came to Venezuela but to Guadalupe instead. I went to Guadalupe, got on board and shared a cabin with captain Joseph Ropars, a very pleasant man from Martinique; as soon as I entered with my luggage, I noticed a box of rum. I remember he said to me: “Look, my friend, we have to drink this box of rum because customs won’t let me enter with it.” Of course, we traveled very happily and the “twelve girls” lasted for the entire trip to England. Although I must recognize that on the leg between the Azores and Great Britain, the sea became very violent and the rum almost ran out. That really would have been a tragedy.
– How important was it for a young writer to live in the “City of Light”?
– Very important, a dream come true. I still remember when I arrived at Le Havre, I was still dizzy from the amount of rum I had drunk and as soon as I got off, a pretty prostitute asked me if I wanted to go out with her; it was really something unforgettable. I did everything: I was a night receptionist, a cook, a worker and I also organized travel packets to a French dependency. There were writers and painters from all over the world. In the Latin Quarter even the air you breathed was artistic. As soon as I arrived, I registered at the Sorbonne, in Literature and Human Sciences, so I could eat at the university cafeteria, where one could eat well for little money. I attended a few classes, but soon grew bored.
– What was your encounter with the Peruvian novelist Julio Ramón Ribeyro like?
– We shared a great friendship that marked me a great deal. Since we first met, we got along well. I remember him very well. He wasn’t too tall, about my height, thin and always very affable. He had been writing for a while and he had even been published. Since I was an unpublished author, he always cared about me a great deal and would always give me advice. I learned a lot from our conversations, and we’d always go to La Contraescarpe where we would spend hours talking about books, women, and drinking wine. On that same corner lived a Peruvian painter with the last name Orellana, whom we’d wake up late at night to continue the conversation in his miniscule studio. Those were other times when we were all exiles in Paris, but we were creating a lot, everyone wrote. I remember that’s where I also met Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa and Alfredo Bryce Echenique.
– At that time, were you writing Al sur del Equanil?
– Of course, while I’ve lived, I’ve always been writing. For me, writing was never a pretext, it was always my life and that novel condensed much of what had happened to me. I also loved living in New York, where they called me Rubber Legs because of my talent for dancing. I lived in Little Italy, specifically in the Saint Anthony neighborhood. I still vividly recall the mailbox located on Grant Street for contributions to the mafia. Everyone assumed I was just another Italian, they said I was Neapolitan, because I worked as a pizza cook in a restaurant, and my pies were always good. In the miniscule apartment where I lived I owned a gramophone. I used to peek through a hole in the gramophone and I always saw Caruso singing inside, standing up.
Political Deceptions
– What do you remember from your time as a political activist for the Copei political party?
– Many things. When I began I was still a student and it wasn’t a political party yet, but instead it was busy supporting candidates in elections. I liked it because I felt I was being useful, and this was a country that was being shaped in democracy.
– Why did you abandon its ranks before you went to Europe?
– When I returned to Venezuela from my journey through South America I rejoined Copei, which was already a political party, but there came a time when I became disillusioned; I always questioned the party because I had the impression that it had become an organism merely destined to support Rafael Caldera’s aspirations.
At that time, because of my travels and readings, I had learned a great deal about the structures of political parties and I knew that those institutions needed to have a defined ideology, a social and economic proposal, a vision for the country. Y grew disenchanted and I was a real pest for other activists, because I would question many of the politics and declarations of the leaders.
– Is it true that someone accused you of being a conspirator?
– Of course! Someone in the party accused me of being a conspirator. That was fashionable in those times, because democracy was just beginning with Rómulo Betancourt’s government, and the famous Punto Fijo Pact had just been signed. Anyone who didn’t support the pact totally and completely was considered a conspirator.
One time, a friend of mine who worked for El Nacional called me, because he was in Copei and among its higher circles. He told me: “Look René, be careful because someone in the party denounced you as a conspirator and they’ve already given the order twice for Digepol to arrest you.” When I asked him what the party was going to do about it, he answered that Horacio Moros had gone twice to talk about the topic with Oscar Zamora Conde and hadn’t been received; in other words, they didn’t care about me.
When that happened, I renounced my position as Secretary General of Sabana Grande, in the parish of El Recreo, and in the branch I had founded in Chapellín; that’s when I decided to retire completely.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Hola Ramón, me topé con tu blog siguiendo la pista de Renato... sabes exactamente en qué parte de Tasajera está la finca donde está viviendo? o de qué manera puedo localizarlo? muchas gracias de antemano
Ah por cierto mi correo es Tabita.luis@gmail.com
Publicar un comentario