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La literatura entra a ciegas en el cine
José Saramago y Fernando Meirelles conversan sobre la adaptación de obras narrativas a la gran pantalla - El brasileño estrena su película basada en el libro del Nobel
Por: JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS -El País, Madrid - 04/03/2009.
"Hola otra vez, José", le dice Fernando Meirelles (São Paulo, 1955) a José Saramago (Azinhaga, Portugal, 1922) tocándole la mano con afecto al tiempo que se sienta a su lado en una sala de la Casa de América de Madrid. Desde que se conocieron hace dos años en el restaurante Farta Brutos de Lisboa, el premio Nobel de Literatura de 1998 y el director de El jardinero fiel no han dejado de verse.
De esa relación habla mucho Diario de rodaje de 'A ciegas' (Ocho y Medio), el libro que Meirelles publica en España coincidiendo con el estreno, el próximo día 13, de su adaptación de Ensayo sobre la ceguera (Punto de Lectura), la novela que Saramago publicó en 1995. Julianne Moore, Mark Ruffalo, Gael García Bernal y Danny Glover forman parte del "reparto multiétnico" que ha puesto cara a la historia descarnada de una ciudad cuyos habitantes sufren una repentina ceguera.
Pregunta. Señor Saramago, ¿por qué se decidió a autorizar la adaptación de su libro después de años de negarse a ello?
José Saramago. Cuando salió la novela, Meirelles preguntó a mi editor si yo estaría interesado en la adaptación. Dije que no. Luego llegaron más de 30 ofertas, casi todas de Hollywood, pero yo temía que, siendo una novela fuerte, violenta incluso, se usara esa violencia de forma gratuita. Hasta que llegaron a mi casa unos productores canadienses y pensé que podía fiarme de ellos. Lo que no había era director. Cuando me llamaron para proponerme uno resultó ser Fernando Meirelles.
P. No se han hecho realidad sus temores.
J. S. Al contrario. Pero mi rechazo se basaba también en que pensé que no me gustaría ver las caras de mis personajes.
P. ¿La adaptación es fiel?
Fernando Meirelles. Creo que sí, sobre todo porque no conseguí liberarme del libro. A veces me preguntan si adapto novelas porque no encuentro historias propias, pero para mí Ciudad de Dios, El jardinero fiel y A ciegas [basadas en novelas de Paulo Lins, John le Carré y José Saramago] son propias. Soy un lector compulsivo, y hacer una película me parece una buena excusa para seguir metido en el mundo del libro.
J. S. Tampoco hace falta que una adaptación sea fiel. Incluso demasiada fidelidad no es buena. Es lo que ocurrió con La balsa de piedra [dirigida en 2002 por el francés George Sluizer]. Parece que el autor debería decir que cuanto más fiel mejor, pero hay infidelidades beneficiosas. La película cuenta la misma historia que el libro por otros medios.
P. ¿La imagen puede matar la imaginación?
J. S. Eso no me da miedo. Lo que la mata son los efectos especiales, que no dejan que el espectador ponga nada de su parte.
P. Sus otras películas tenían un escenario concreto (Brasil, África). A ciegas es una utopía. ¿Le costó más imaginarla?
F. M. Nunca tengo la película en la cabeza antes de rodarla. La descubro a medida que la hago. Es igual cuando se escribe, ¿no?
J. S. Sí, las cosas se hacen haciéndolas. En el trabajo vas resolviendo problemas que al empezar ni sabías que tenías.
P. ¿Fue distinto el trabajo con Lins, Le Carré y Saramago?
F. M. Paulo Lins se implicó mucho. Venía al rodaje una o dos veces por semana. Nos ayudó mucho en la ambientación. Nos decía: "La gente no llevaba esos zapatos". Le Carré y Saramago dijeron que hiciera lo que quisiera.
J. S. Le tocaba trabajar a él.
F. M. Lo mismo dijo Le Carré.
J. S. Cuando vino a verme a Lisboa traía un montón de preguntas, y yo le dije: "Haz lo que quieras con la novela, pero no preguntes nada".
P. ¿El cine pierde la parte reflexiva que tiene la novela?
J. S. Tiene que recogerla por otros medios. Mientras el cine es sintético, la literatura es analítica.
P. ¿Hay algo de la novela que eche de menos en la película?
J. S. No. Bueno, una frase de una mujer: "Hay dentro de nosotros algo que no tiene nombre, y eso es lo que somos". Yo puedo pensar en eso una hora, pero el cine no te da ni 15 minutos.
F. M. En la versión que pasamos en Cannes estaba esa frase, pero era demasiado literaria.
J. S. ¿Y qué tiene de malo lo literario?
F. M. Que no funciona porque se impone al espectador.
J. S. Lo que pasa es que en el cine hay una forma canónica de contar historias que se repite de película en película. Habría que romper con ella.
F. M. Vaya, estuve seis meses dudando si mantener la frase y ahora me pones en un conflicto.
P. La novela se publicó hace 19 años y la película se estrena en plena crisis. ¿Serviría como metáfora de un mundo degradado?
J. S. Deberíamos haber sabido que pasaba algo raro. Ese no querer darse cuenta era una especie de ceguera. Los personajes no son ciegos, están ciegos.
P. Y las víctimas se convierten en verdugos.
J. S. No hay una víctima que lo sea en todas las circunstancias. Siempre hay un momento en el que la víctima pasa a tener alguna autoridad, y si la tiene, la usa.
P. La película parece más optimista que el libro
F. M. Es menos dura porque es más soportable leer una escena cruda que verla. Mi primera versión del final era más duro. La probamos con algunos espectadores y se salían. Eso pasa también con un libro, pero al libro puedes volver, mientras que si la audiencia se sale del cine ya no vuelve.
J. S. Pero los únicos que pueden cambiar el mundo son los pesimistas. A los optimistas ya les parece bien como está.
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