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En el mundo hay cada vez menos pobres

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Antes de entrar en detalles, convengamos en que, contrariamente a la visión apocalíptica de muchos latinoamericanos, según la cual la globalización está aumentando la pobreza, lo que está ocurriendo a nivel mundial es precisamente lo contrario. La pobreza en el mundo —si bien continúa a niveles intolerables— ha caído dramáticamente en los últimos años en todos lados, menos en América latina. La globalización, lejos de aumentar el porcentaje de pobres en el mundo, ha ayudado a reducirlo drásticamente: tan sólo en los últimos veinte años, el porcentaje de gente que vive en extrema pobreza en todo el mundo —con menos de 1 dólar diario— cayó del 40 al 21 por ciento. Y la pobreza genérica —el número de gente que vive con menos de 2 dólares por día— a nivel mundial ha caído también, aunque no tan dramáticamente: pasó del 66 por ciento de la población mundial en 1981, al 52 por ciento en 2001. De manera que, en general, el mundo está avanzando, aunque no tan rápidamente como muchos quisiéramos.

Pero, lamentablemente para los latinoamericanos, casi toda la reducción de la pobreza se está dando en China, India, Taiwan, Singapur, Vietnam y los demás países del Este y Sur asiático, donde vive la mayor parte de la población mundial. ¿Por qué les va tanto mejor a los asiáticos que a los latinoamericanos? En gran parte, porque están atrayendo muchas más inversiones productivas que América latina. Hace s décadas, los países asiáticos recibían sólo el 45 por ciento del total al de las inversiones que iban al mundo en vías de desarrollo. Hoy en a, el porcentaje de inversión en Asia ha subido al 63 por ciento, según ras de las Naciones Unidas.5 Y en América latina el fenómeno ha o a la inversa: las inversiones han caído dramáticamente. Mientras países latinoamericanos recibían el 55 por ciento de todas las invernes del mundo en desarrollo hace tres décadas, actualmente sólo reciben el 37 por ciento.

Hay un monto limitado de capitales en el mundo, y el grueso de s inversiones en los países en vías de desarrollo se está concentrando China y otras naciones de Asia, los países de la ex Europa del Este, y algunos aislados de América latina, como Chile. Y a pesar de que hubo un repunte de las inversiones en Latinoamérica en 2004, China recibiendo más inversiones extranjeras que todos los 32 países latinoamericanos y del Caribe juntos. En efecto, China, sin contar Hong Kong, está captando 60 mil millones de dólares por año en inversiones extranjeras directas, contra 56 mil millones de todos los países latinoamericanos y caribeños7 Si sumamos la inversión extranjera directa en Hong Kong, China capta 74 mil millones de dólares anuales, y la diferencia con América latina es aun mayor. Y, lo que es más triste, las inmensas familiares que envían los latinoamericanos que viven en el exterior están a punto de superar el monto total de las inversiones extranjeras en la región.

No hay que ser ningún genio, entonces, para entender por qué a China le está yendo tan bien: los chinos están recibiendo una avalancha de inversiones extranjeras, lo que les permite abrir miles de fábricas nuevas por año, aumentar el empleo, hacer crecer las exportaciones y reducir la pobreza a pasos agigantados. En las últimas dos décadas, desde que se abrió al mundo y se insertó en la economía global, China logró sacar de la pobreza a más de 250 millones de personas, según cifras oficiales. Y mientras ese país ha estado aumentando sus exportaciones a un ritmo del 17 por ciento anual en la última década, América latina lo ha venido haciendo a un ritmo del 5,6 por ciento anual, según estimaciones de la Corporación Andina de Fomento. A medida que corre el tiempo, China está ganando más mercados y desplazando cada vez más a sus competidores en otras partes del mundo. En 2003, por primera vez, desplazó a México como el segundo mayor exportador a los Estados Unidos, después de Canadá.

¿Qué hacen los chinos, los irlandeses, los polacos, los checos y los chilenos para atraer capitales extranjeros? Miran a su alrededor, en lugar de mirar hacia adentro. En lugar de compararse con cómo estaban ellos mismos hace cinco o diez años, se comparan con el resto del mundo, y tratan de ganar posiciones en la competencia mundial por las inversiones y las exportaciones. Ven la economía global como un tren en marcha, en el que uno se monta, o se queda atrás. Y, tal como me lo señalaron altos funcionarios chinos en Beijing, en lugar de enfrascarse en interminables discusiones sobre las virtudes y los defectos del libre comercio, o del neoliberalismo, o del imperialismo de turno, China se concentra en el tema que considera prioritario: la competitividad. Y lo mismo ocurre en Irlanda, Polonia o la República Checa, que ya son parte de acuerdos de libre comercio regionales pero saben que la clave del progreso económico es ser más competitivos que los demás. A diferencia de muchos países latinoamericanos, que están enfrascados en debates sobre el libre comercio como si éste fuera un fin en sí mismo, los países que más crecen no pierden de vista el punto central: que de poco sirven los tratados de libre comercio si un país no tiene qué exportar, porque no puede competir en calidad, en precio ni en volumen con otros países del mundo.

“Aquí todavía se puede vivir muy bien”

Cuando les comenté a varios amigos dedicados al análisis político en América latina que estaba escribiendo este libro, tratando de comparar el desarrollo de Latinoamérica con el de otras regiones del mundo, muchos me dijeron que estaba perdiendo el tiempo. Era un ejercicio inútil, decían, porque partía de la premisa falsa de que hay grupos de poder en la región que quieren cambiar las cosas. Aunque muchos miembros de las élites latinoamericanas saben que sus países se están quedando atrás, no tienen el menor incentivo para cambiar un sistema que les funciona muy bien a nivel personal, me decían. ¿Qué incentivos para cambiar las cosas tienen los políticos que son electos gracias al voto cautivo de quienes reciben subsidios estatales que benefician a algunos, pero hunden a la sociedad en su conjunto? ¿Por qué van a querer cambiar las cosas los empresarios cortesanos, que reciben contratos fabulosos de gobiernos corruptos? ¿Y por qué van a querer cambiar las cosas los académicos y los intelectuales “progresistas” que enseñan en universidades públicas que se escudan detrás de la autonomía universitaria para no rendir cuentas a nadie por su ineficiencia? Por más que digan lo contrario, ninguno de estos sectores quiere arriesgar cambios que podrían afectarlos en el bolsillo, o en su estilo de vida, encogían de hombros mis amigos. Mi esfuerzo era bienintencionado pero totalmente inútil, decían.

No estoy de acuerdo. Hay un nuevo factor que está cambiando la ecuación política en América latina, y que hace que cada vez menos te esté conforme con el statu quo: la explosión de la delincuencia. En o, la pobreza en América latina ha dejado de ser un problema exclusivo de los pobres. En el pasado, los niveles de pobreza en la región eran altísimos, y la distribución de la riqueza era obscenamente desigual, pero nada de eso incomodaba demasiado la vida de las clases s pudientes. La gente sin recursos vivía en las periferias de las ciudades y —salvo esporádicos brotes de protesta social— no alteraba la cotidiana de las clases acomodadas. No era casual que los turistas americanos y europeos que visitaban las grandes capitales latinoamericanas se quedaran deslumbrados por la alegría de vida que se piraba en sus barrios más pudientes. ‘QLos latinoamericanos sí que n vivir!”, exclamaban los visitantes. Las vacaciones de cuatro semanas, los restaurantes repletos, el hábito de la sobremesa, las reuniones familiares de los domingos, el humor ácido sobre los gobernantes de turno, la pasión compartida por el fútbol, la costumbre de tomarse un café con los amigos, la riqueza musical y el paseo por las calles le daban a la región una calidad de vida que no se encontraba en muchas partes del mundo. Quienes tenían ingresos medios o altos decían, orgullosos: “A pesar de todo, aquí todavía se puede vivir muy bien”. Aunque América latina tenía una de las tasas de pobreza más altas del mundo, y la peor distribución de la riqueza del planeta, su clase dirigente podía darse el lujo de vivir en la negación. Los pobres estaban presentes en el discurso político, pero eran invisibles en la realidad cotidiana. La pobreza era un fenómeno trágico, pero disimulable detrás de los muros que se levantaban a los costados de las autopistas.

Esa época llegó a su fin. Hoy día, la pobreza en América latina ha incrementado al 43 por ciento de la población, según cifras de las Naciones Unidas. Y el aumento de la pobreza, junto con la desigualdad y la expansión de las comunicaciones, que está llevando a los hogares mas humildes las imágenes sobre cómo viven los ricos y famosos, están produciendo una crisis de expectativas insatisfechas que se traduce en cada vez más frustración, y cada vez más violencia. Hay una guerra civil no declarada en América latina, que está cambiando la vida cotidiana de pobres y ricos por igual. En las “villas” en la Argentina, las “favelas” n Brasil, los “cerros” en Caracas y las “ciudades perdidas” en Ciudad de México, se están formando legiones de jóvenes criados en la pobreza, sin estructuras familiares, que viven en la economía informal y no tienen la menor esperanza de insertarse en la sociedad productiva. En la era de la información, estos jóvenes crecen recibiendo una avalancha de estímulos sin precedentes que los alientan a ingresar en un mundo de afluencia, en un momento histórico en que —paradójicamente— las oportunidades de ascenso social para quienes carecen de educación o entrenamiento laboral son cada vez más reducidas.

La región más violenta del mundo

La combinación del aumento de las expectativas y la disminución de las oportunidades para los sectores de menor educación es un cóctel explosivo, y lo será cada vez más. Está llevando a que progresivamente más jóvenes marginados estén saltando los muros de sus ciudades ocultas, armados y desinhibidos por la droga, para adentrarse en zonas comerciales y residenciales y asaltar o secuestrar a cualquiera que parezca bien vestido, o lleve algún objeto brillante. Y a medida que avanza este ejército de marginales, las clases productivas se repliegan cada vez más en sus fortalezas amuralladas. Los nuevos edificios de lujo en cualquier ciudad latinoamericana ya no sólo vienen con su cabina blindada de seguridad en la entrada, con guardias equipados con armas de guerra, sino que tienen su gimnasio, cancha de tenis, piscina y restaurante dentro del mismo complejo, para que nadie esté obligado a exponerse a salir al exterior. Tal como ocurría en la Edad Media, los ejecutivos latinoamericanos viven en castillos fortificados, cuyos puentes —debidamente custodiados por guardias privados— se bajan a la hora de salir a trabajar por la mañana, y se levantan de noche, para no dejar pasar al enemigo. Hoy, más que nunca, la pobreza, la marginalidad y la delincuencia están erosionando la calidad de vida de todos los latinoamericanos, incluyendo a los más adinerados.

En estos momentos, hay 2,5 millones de guardias privados en América latina.8 Tan sólo en Sáo Paulo, Brasil, hay 400 mil guardias privados, tres veces más que los miembros de la policía estatal, según el periódico Gazeta Mercantil. En Río de Janeiro, la guerra es total: los delincuentes matan a unos 133 policías por año —un promedio de dos por semana, más que en todo el territorio de los Estados Unidos— y la policía responde con ejecuciones extrajudiciales de hasta mil presuntos sospechosos por año. En Bogotá, Colombia, la capital mundial de secuestros, hay unos siete guardias privados por cada policía, y es-prosperando varias industrias relacionadas con la seguridad. Un empresario llamado Miguel Caballero me contó que está haciendo una tuna diseñando ropa blindada de última moda. Ahora, los empresarios y los políticos pueden vestir guayaberas, chaquetas de cuero o trajes forrados con material antibalas, cosa de que nadie se percate. “Hemos desarrollado una industria pionera”, me señaló con orgullo Caballero. empresa vende unas 22 mil prendas blindadas por año, de las cuales una buena parte son exportadas a Irak y varios países de Medio Oente. “Ya tenemos 192 modelos. Y estamos desarrollando una línea femenina, de uso interior y exterior”, agregó el empresario. América latina es actualmente la región más violenta del mundo Ya se ha convertido en un chiste habitual en conferencias internacionales sobre la delincuencia decir que uno tiene más probabilidades ser atacado caminando por la calle de traje y corbata en Ciudad de Mexico o Buenos Aires que haciéndolo en Bagdad disfrazado de solo norteamericano.

Según la Organización Mundial de la Salud, _Ginebra, la tasa de homicidios en América latina es de 27,5 víctimas por cada 100 mil habitantes, comparada con 22 víctimas en África, 15 en Europa del Este, y 1 en los países industrializados. “Como región, América latina tiene la tasa de homicidio más alta del mundo me dijo Etienne Krug, el especialista en violencia de la OMS, en á entrevista telefónica desde Ginebra. “Los homicidios son la séptima causa de muerte en América latina, mientras que son la causa número 14 en África, y la 22 a nivel mundial.” Y las posibilidades de e un homicida o un ladrón vaya a la cárcel son reducidas: mientras la población carcelaria en los Estados Unidos —una de las más altas 1 mundo— es de 686 personas por cada 100 mil habitantes, en la Argentina es de 107 personas por cada 100 mil habitantes, en Chile de , en Colombia de 126, en México de 156, en Perú de 104 y en Venezuela de 62.12 En otras palabras, la mayoría de los crímenes en Américalatina permanecen impunes.

Fuente Consultada: Cuentos Chinos de Andrés Oppenheimer

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