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Por: Martin Heidegger

No resulta ninguna novedad afirmar que el rasgo que define el pensamiento de Heidegger es la pregunta por el sentido del ser. Él mismo ha confirmado este hecho en múltiples declaraciones autobiográficas. Sin embargo, lo que en la actualidad todavía puede despertar el interés del lector de Ser y tiempo, a medida que los primeros cursos universitarios del período de juventud han ido saliendo a la luz, es observar cómo el horizonte de esa pregunta se va perfilando en el contexto de un rico juego de superposiciones filosóficas que, de una u otra manera, intenta recorrer el camino que conduce de la vida humana a la cuestión del ser. En sus primeros años de joven doctorando, Heidegger comienza su andadura filosófica entre la rigurosidad de la teología católica y la sistematicidad del neokantismo imperante en las aulas universitarias alemanas de principios del siglo xx. Pero no tarda mucho en distanciarse de este clima intelectual excesivamente formal y apartado de las cuestiones de la vida real. En el período de posguerra empieza a bucear en las fuentes de los místicos medievales y de las epístolas paulinas, de los escritos de Agustín y de Lutero en el marco de unas exploraciones filosóficas que giran en torno a la constitución ontológica de la vida humana. Todo ello se enmarca en un entusiasta y precoz descubrimiento de la fenomenología de Husserl y su capacidad de llegar a la raíz de las cosas mismas. Apesar de sus profundas diferencias con la fenomenología transcendental de Husserl, este último ya no le abandonará, al igual que la hermenéutica de Dilthey y, sobre todo, la filosofía práctica de Aristóteles. Sin duda, tres personajes fundamentales a la hora de comprender el itinerario filosófico y académico de un joven Heidegger empeñado en repensar el sentido del ser en toda su radicalidad.

Después de 1918 la vida histórica se convertirá en la clave de bóveda de su incipiente proyecto filosófico. Pero con esta nueva perspectiva, reconoce Heidegger, no se ha ganado mucho mientras permanezca indeterminado el concepto mismo de «vida». El auténtico fenomenólogo se pregunta: ¿qué actitud debo elegir para que la vida humana pueda mostrarse en propiedad? La filosofía académica que discurre por las coordenadas de la teoría del conocimiento se mueve exclusivamente en el terreno de la reflexión teorética. Sin embargo, el fenómeno de la vida inmediata pertenece a otra esfera: la esfera originaria de lo preteorético. vida humana se nos escapa de las manos cuando pretendemos captarla en actitud puramente reflexiva y teorética, pues no da cuenta de la riqueza de matices del mundo de la vida. Ajuicio de Heidegger, la verdadera filosofía, es decir, la filosofía en un sentido originario, emerge desde el fondo del mundo de la vida. Vida y mundo son dos realidades correlativas que se necesitan recíprocamente. La vida guarda una íntima relación con su mundo circundante y con el horizonte poblado por los otros individuos. posibilidad de elaborar un nuevo concep-to de filosofía emana de esta relación de la vida con el mundo, más alláde cualesquiera cosmovisiones religiosas, artísticas, científicas y políticas. El mundo es el manantial de vivencias y situaciones del que bebe la vida y que posteriormente se puede someter a reflexión; esto significa tanto como afirmar que el origen de toda filosofía se remonta al subsuelo -todavía no horadado por la reflexión y la determinación- del mundo de la vida. Este mundo no se entiende a la manera de un receptáculo que contenga la totalidad de las cosas percibidas, sino como un mundo revestido del manto de la significatividad. No se trata, pues, de recuperar un misterioso lazo divino, ni de descender al mundo del inconsciente, sino de comprender la realidad directa de la vida. El verdadero propósito de la filosofía es, como sentencia en el Informe Natorp de 1922, la existencia humana en cuanto interrogada por su forma de ser. Desde este momento el modo de ser propio de la vida humana se convierte en el hilo conductor de la pregunta por el sentido del ser.

A partir de esta idea central que atraviesa toda la obra temprana de Heidegger trazamos el horizonte en el que se enmarca el tratado de 1924, El concepto de tiempo, en torno a los siguientes seis ejes: 1) dibujamos los principales rasgos del contexto intelectual en el que se enmarca el pensamiento del joven Heidegger; 2) trazamos brevemente su itinerario filosófico; 3) desgranamos el núcleo de su programa filosófico de juventud que gira en torno a la aprehensión originaria del fenómeno de la vida humana, una cuestión que le lleva a una interesante relectura en clave ontológica de la filosofía práctica de Aristóteles, las epístolas paulinas, los escritos de Agustín, la mística medieval y la teología de la cruz de Lutero; 4) exponemos los problemas metodológicos a los que tiene que hacer frente Heidegger desde sus primeras lecciones de Friburgo de 1919 para acceder a la esfera primaria de la vida fáctica, una tarea que desemboca en un primer y profundo cuestionamiento de la fenomenología reflexiva de Husserl; 5) señalamos el núcleo temático que Heidegger desarrolla en el tratado El concepto de tiempo, insistiendo especialmente en la dimensión histórica y temporal de la existencia humana y, 6) ofrecemos un amplio apéndice bibliográfico acompañado de un extenso apartado de notas aclaratorias en el que se comentan detalladamente los principales conceptos utilizados por Heidegger en el mencionado tratado, se justifican las soluciones de traducción, se traza su genealogía y se establecen correspondencias con otros textos de la misma época.

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