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Beautiful Losers: arte a pie de calle

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En la ilustración: Una canción de Leonard Cohen inspiró el nombre que escogió Aaron Rose para homenajear a toda una generación de cultura alternativa. En la imagen una instalación de McGinness de las obras de la exposición que se puede ver en la Casa Encendida.



"Todos los artistas son souvenirs en los museos", afirma Aaron Rose, iniciador del movimiento underground estadounidense, que expone en La Casa Encendida, de Madrid

Por: TONI GARCÍA 08/11/2008

Aaron Rose no es un nombre conocido en los circuitos del arte, al menos no en los del arte "convencional"; sin embargo, para bien y para mal, este californiano de 39 años es el responsable de la universalización del talento de calle, y por qué no decirlo, de la entrada de las multinacionales en el juego de la cultura urbana. Su huella se encuentra en muros, galerías, museos, vallas, paredes y cines de todo el globo y, aunque para el público en general sea un misterio, probablemente le hayan consumido -a él y a los suyos- en grandes cantidades.

Hace dos décadas Rose empezó a construir lo que acabaría siendo un homenaje a su generación, que él denominó, en honor a una canción de Leonard Cohen, Beautiful Losers (que podría traducirse como preciosos perdedores). "En 1984 descubrí toda esa cultura alternativa: el skate, los skin-heads, los mods... Todos íbamos juntos a todas partes. De alguna manera, y por aquel entonces, ya estaba todo conectado. Yo tocaba en bandas y dibujaba, así que me consideraba una persona creativa. Cuando me gradué, a los 18, me metí en una banda y decidimos embarcarnos en un tour, pero uno de esos con furgoneta cutre. Acabamos en Nueva York, yo tenía 19, perdimos la cabeza, y el dinero, así que me vi atrapado en la Gran Manzana", cuenta el estadounidense del que sería su primer contacto con el mundo del arte.

Rose empezó entonces a frecuentar el downtown de Nueva York de los años noventa y a conocer a pintores, diseñadores, ilustradores. Tiempos en los que el llamado street-art era "sólo una manera elegante de decir graffiti, lo cual no era mucho decir", y los medios de comunicación seguían cultivando una imagen negativa de todo lo relativo al mundo del "arte urbano".

Así fue como se introdujo en la cultura del graffiti, que en Los Ángeles "era una historia que se limitaba a las bandas chicanas". En 1992 empezaba su proyecto personal: "Conocí a una chica que tenía una tienda en un rincón de Nueva York, una especie de sótano sucio. La calle entera era un hervidero, con un montón de heroinómanos en cada esquina, supongo que por eso el alquiler valía 400 pavos. En fin, lo alquilamos con unos colegas, nos costaba 150 dólares a cada uno vivir allí y eso hicimos durante tres o cuatro meses haciendo todo tipo de fiestas. De un día para otro empezamos a montar exposiciones con artistas de todos los ámbitos y los vecinos se animaron a venir, había arte en el barrio... No fue premeditado, no había un plan de empresa, pero de repente venía tanta gente que aquello se convirtió en un negocio. Un montón de revistas y periodistas empezaron a interesarse por aquello y así surgió lo que tenemos ahora entre manos". Había nacido la Alleged Gallery.

Lo que diferenciaba aquella iniciativa de muchas otras que surgieron antes o después fue la entidad de sus colaboradores, por aquel entonces poco conscientes de su enorme potencial, y su familiaridad con el tejido callejero de la época: el fotógrafo Terry Richardson, toda una leyenda del mundo de la moda, empezó su andadura junto a Aaron Rose y sus socios. Lo mismo puede decirse de directores de cine como Larry Clark, el polémico realizador de Kids o Paranoid Park; de Evan Hecox, un diseñador que a posteriori iniciaría la legendaria revista Art Prostitute, o de otros como Shepard Fairey, más conocido como Obey, que ha adquirido fama mundial al diseñar la camiseta más vendida de la historia dedicada a un político: la de Barack Obama con la palabra Hope (esperanza). En la inacabable lista de pioneros que pasaron por aquel espacio del Lower East Side también figuraban nombres como los de Futura 2000 (uno de los primeros graffiteros en pintar trenes en Nueva York a finales de la década de los setenta), Ed Templeton (legendario skater reciclado a fotógrafo) o Mike Mills, diseñador, ilustrador, dibujante y director de cine. Así hasta llegar a las cuatro docenas de artistas cuyos trabajos podrá contemplar el visitante de esta exposición, una mezcla imposible de cuadros, juguetes de vinilo, fotografías, montajes en todos los formatos posibles, tablas de skate, revistas, fanzines..., un auténtico repaso a la cultura underground estadounidense de los últimos 15 años.

Mills, precisamente, ha declarado en los últimos años, a raíz de la llegada de artistas como Kaws, Barry McGee o Os Gemeos (los tres forman parte a su vez de este colectivo) a las colecciones de los museos, que el street-art "es sólo un souvenir para ellos". Rose afirma estar de acuerdo, pero con matices: "Todos los artistas son souvenirs en los museos, no sólo los artistas callejeros".

Rose ha declarado que los Beatiful Losers fueron la primera generación del underground estadounidense que tuvo que lidiar con el envite de las grandes multinacionales: "Es una cuestión interesante, en Estados Unidos no hay fondos públicos para financiar a los artistas. Te dan dinero sólo si pintas algo relacionado con la historia americana, cosas tipo un cowboy, así que de alguna manera las grandes corporaciones han ido convirtiéndose en los motores del arte. En el caso de este grupo, que nació como un movimiento totalmente underground, la cosa fue relativamente sencilla: 10 millones de chavales sabían quiénes éramos, de repente alguien en algún despacho pensó que con nosotros en su barco tendrían acceso a 10 millones de mentes. Así es como empezó. Con los chavales".

Beautiful Losers se ha convertido este mismo año en un documental dirigido por el propio Rose ("teníamos 450 horas de metraje. Al final lo hemos reducido a 90 minutos. Ha sido un milagro") y la exposición itinerante que empezó hace cinco años en Estados Unidos llega a Madrid. Una muestra del trabajo de la generación de artistas más orgullosamente callejera que jamás ha pisado un museo. "De eso se trata aún hoy: de exponer lo mejor de lo mejor de una época", concluye Rose. -

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