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Orígenes del Pensamiento Racional
La actitud racional
Hubo un momento en la historia de la humanidad en que se dieron las condiciones que hicieron posible la aparición del pensamiento especulativo. El hombre estuvo entonces en capacidad de pensar en si mismo y de pensar en el mundo de las cosas que lo rodeaba.
Es de imaginar que el hombre, quedo impresionado por ese deslumbramiento, por ese fascinante poder que de pronto brindaba su razón. En ese momento tuvo lugar históricamente, en el siglo VI a.C. en las colonias griegas del Asia Menor, y fue protagonizado por los pensadores de la escuela de Mileto. Se suele decir que en la venerable pregunta de Tales: ¿Cuál es el principio del que han partido todas las cosas? Se encuentra el punto de partida de la filosofía y de las ciencias occidentales. A esta nueva manera de situarse el hombre al mundo, lo hemos denominado actitud racional, de la cual señalaremos las siguientes características:
-El hombre asume la responsabilidad de explicarse los fenómenos naturales sin ayuda nadie, confiando exclusivamente en la capacidad de su propia razón.
-El hombre, partiendo del asombro originario que le produjo la existencia de las cosas, fue gradualmente superando dicho asombro, gracias a las respuestas que su curiosidad fue arrancando a las cosas que le observaba.
-Todo ello le condujo a una absoluta confianza en sus capacidades cognitivas, principalmente -La Razón-. Ahora el hombre confía en que la razón le permitirá la explicación de la realidad última que subyace en el fondo de cada fenómeno.
En los primeros tiempos encontramos, la actitud racional de todo intento de explicación de los fenómenos tanto físicos como humanos.
El pensamiento racional o el coraje de aceptar las propias limitaciones
El primer despuntar del mundo griego acontece con la cultura cretense (hacia finales del tercer milenio), a la que sigue la llamada cultura minoica, desde el 2.000 hasta mediados de milenio, en la que surge la floreciente cultura micénica (entre1600 y 1200). Posteriormente, bajo la if1uencia del pueblo dorio, Grecia entra en una época oscura (1200-800).
Por aquel entonces Grecia era un conglomerado heterogéneo de pequeñas ciudades autónomas ("polis"; en plural "poleis"), bastante aisladas entre sí y dedicadas mayoritariamente a la agricultura, así como también al comercio y la navegación. Sin embargo, a pesar de su aislamiento e independencia, sus habitantes se consideraban a sí mismos "helenos" (frente a los demás, que eran "bárbaros"), pues tenían en común un mismo idioma, unas técnicas y costumbres bastante parecidas, así como una cierta religión bastante sui generis, sin dogmas estrictos ni sacerdotes. Al igual que en otras culturas, cada polis tenía su dios autóctono, con su culto, templo y festivales propios, aunque también existían santuarios comunes (como el de Delfos y el de Olimpia, donde se celebraban cada cuatro años los Juegos Olímpicos).
El pensamiento griego se movía primordialmente dentro del modelo mítico. Homero había incluido en la Iliada y la Odisea muchos elementos mitológicos populares, situados en un tiempo remoto y primordial, pero fue Hesiodo, nacido hacia la segunda mitad del siglo VIII antes de nuestra era, el que intentó ordenar y sistematizar los numerosos mitos existentes en el mundo griego.
Especialmente en su obra “Teogonía”, Hesíodo afirma que al principio todo era caos, del que proceden todos los seres, incluidos todos los dioses. Hesíodo lleva a cabo un minucioso y profuso relato del origen de cada dios y de cada uno de sus parientes y descendientes, con ciertos detalles e interpretaciones que recuerdan algunos mitos mesopotámicos.
Esta actitud mitológica se vio posteriormente reducida gracias a la obra de algunos pensadores, mayoritariamente jonios. Así, por ejemplo, Heródoto (484-425, aprox.) y sobre todo Tucídides (nacido en Atenas alrededor del 460), manifiestan una voluntad de narrar hechos con una mayor objetividad y apoyándose en fuentes directas e indirectas fidedignas. Sin embargo, siguen creyendo que los dioses rigen los destinos y los acontecimientos, además de exagerar y manipular bastantes datos de sus historias.
Sobre estas mismas fechas (460 antes de nuestra era) surge también la figura de Hipócrates, considerado padre de la medicina y autor del llamado “Hábeas Hippocraticum”. Convierte el curanderismo y las prácticas mágicas en un saber racional del cuerpo humano y de los elementos que cooperan a la salud o a la enfermedad. Concede gran importancia a la observación de los síntomas empíricos del enfermo, si bien soslaya esta recomendación en su archiconocida de los cuatro humores o elementos fluidos fundamentales del cuerpo humano (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema) de cuya combinación y equilibrio depende no sólo la salud, sino también el temperamento de cada individuo.
Es obvio, por tanto, que el pensamiento de la Grecia arcaica era aún eminentemente mítico. Ahora bien, si la vida humana y la naturaleza entera se ven regidas sobre todo por el destino y la fatalidad, por la voluntad –a veces sumamente arbitraria- de los dioses, por fuerzas mágicas y ajenas al control humano y a las leyes de la naturaleza, la ciencia y el pensamientos racional son entonces imposibles.
Sin embargo, hacia el siglo VI antes de nuestra era, bajo el dominio hegemónico de la gran Persia, ocurrió algo portentoso en Mileto, una de las ciudades más florecientes y vitales de la Jonia (en la línea divisoria entre el mundo griego y el imperio persa), en plena costa anatolia del Egeo.
La Jonia era una región muy emprendedora, dedicada básicamente al comercio, a lo intercambios mercantiles con todo el mundo conocido oriental y occidental, y en constante expansión, pus iba fundando nuevas colonias, configurando así un mundo desbordante de vitalidad económica, técnica e intelectual. En aquella época Mileto era una de las mayores ciudades de todo el mundo griego. Sus ciudadanos, los milesios, eran gente de talante abierto, conocedores del mundo, sin grandes prejuicios y dados a los viajes, a la navegación y al contacto con otras gentes y culturas. A través suyo penetraron en Grecia elementos importantes del pensamiento, la ciencia y la técnica de Mesopotamia y Egipto, con los que ellos estaban en contacto.
Pues bien, unos cuantos milesios hicieron algo completamente nuevo: tuvieron la osadía de enfrentarse a los interrogantes que durante miles y miles de años habían preocupado a muchos seres humanos con un talante y una actitud muy distintas. En pocas palabras, se preguntaron en qué consiste propiamente el mundo en su conjunto y cada una de las cosas que existen en el mundo, pero sin recurrir ya a las tradiciones mitológicas o populares, a fuerzas divinas o supranaturales o a unos tiempos originarios anteriores a la historia y a la realidad conocidas. Se plantearon qué hace que un árbol sea árbol, o el agua, agua, o el ser humano, un ser vivo diferente del resto de los animales.
Tenían, pues, muchas preguntas y casi ninguna respuesta, pero estas carencias no les arredraron. Muy al contrario, lejos de cejar en su empeño, en vez de recurrir a los relatos y las tradiciones míticas, a los ritos mágicos, a las artes adivinatorias o a cualquier otra suerte de superstición, emplearon básicamente su inteligencia, sólo su inteligencia y nada más que su inteligencia. A la vista de los resultados obtenidos, muy poco aportaron objetivamente a la historia de los descubrimientos científicos, pero en cualquier caso tuvieron el innegable coraje de enfrentarse racionalmente al mundo asumiendo las limitaciones que su postura conllevaba.
Mucho se ha escrito sobre la mayor o menor originalidad del pensamiento racional jonio (y griego), así como de sus deudas con respecto a otras culturas, especialmente la mesopotámica, la egipcia y la fenicia. El hecho es que en Jonia se produce por primera vez el intento de plantearse preguntas y de hallar respuestas por sí mismos, recurriendo exclusivamente a su capacidad racional, y no a las tradiciones del pensamiento mítico.
Los griegos en general y los jonios en particular tuvieron la inmensa fortuna de poder pensar sin la presión de las escuelas y de los santones y ascetas hindúes, sin la supervisión de los puntillosos y escrupulosos funcionarios chinos, sin la vigilancia de la clase sacerdotal y cortesana egipcia y sin el peso abrumador del mundo mítico y religioso en la política y la sociedad mesopotámicas. Los jonios conocían mundo, sabían de su diversidad, se movían con entera libertad por tierra y por mar, hablaban de lo divino y de lo humano sin censuras y sin dogmas que respetar o que temer.
TALES DE MILETO
El primer pensador jonio al que se le atribuye esta nueva actitud racional es Tales de Mileto (primera mitad del siglo VI). En los libros de texto de Historia de la Filosofía se dice de Tales que era una especie de sabio enciclopédico, ingeniero, inventor, matemático y astrónomo. Por ejemplo, se le atribuye la invención del método para calcular la distancia existente entre barcos en alta mar y para mantener el rumbo de un barco teniendo como referencia a la Osa Menor. Asimismo, probablemente conocedor de la astronomía mesopotámica y egipcia, predijo al parecer un eclipse de sol. Probablemente por las mismas influencias, desarrolló en el mundo griego la matemática, especialmente el cálculo de magnitudes geométricas.
A Tales le parecía evidente que hay muchas cosas en el mundo, todas ellas distintas y diferentes. También que todo está sujeto a un constante proceso de cambio, en el que no sólo las cosas modifican su aspecto o el lugar donde están situadas, sino en el que nacen seres hasta entonces inexistentes y mueren otros que minutos antes comprobábamos que estaban vivos. Tales se pregunta, yendo más allá de todo ese cambio y toda esa diversidad, en qué consisten las cosas y los seres del mundo. Claro que este individuo es tebano y ese otro persa y aquél efesio, pero esa descripción de tales individuos humanos puede que no expliquen ni exhaustiva ni radicalmente la cuestión de qué es en último término un ser humano, qué es lo que hace que tú y yo y que nuestros amigos y que todos y cada uno de los seres humanos del mundo seamos humanos, y no dromedarios o palmeras o gallinas.
Si se piensa con detención, no es una cuestión baladí. Una afirmación es gratuita mientras no vaya respaldada por una razón que la fundamente o justifique. Tales se pregunta por qué las cosas y el mundo son como son. Hasta entonces, con los mitos y las tradiciones religiosas, el porqué era externo al propio sujeto que planteaba la pregunta, la respuesta estaba ya dada de antemano y la obligación fundamental del ser humano era informarse de las explicaciones míticas existentes, más que de cuestionar por sí mismo el mundo y hallar algún tipo de respuesta.
Tales se pregunta, pues, si más allá de las apariencias, de la diversidad, de los cambios y las diferencia, hay algo en el mundo que sea quizá común a todas las cosas o, al menos, a unas cuantas. ¿Hubo al principio una materia común, quizá única, de la que se originaron todas y cada una de las cosas y los seres del universo? Con ello Tales está planteando el primer problema del pensamiento humano racional: la posibilidad de que el mundo se origine de un elemento unitario común del que está compuesto todo (qué es la naturaleza en su conjunto y la naturaleza de la ser; en griego lo denominan “Physis”). En tal caso, la segunda cuestión consiste en saber cuál sería ese elemento o principio último radical que hace que la naturaleza de cada cosa o ser sea como es y se comporte como se comporta (los griegos lo denominan “arjé”.
Preguntarse entonces por esa naturaleza o Physis comprende al universo entero (en este sentido decimos, por ejemplo, “hay que cuidar la Naturaleza) y al ser profundo y específico de cada ser del universo (Fulano tiene una naturaleza muy robusta o estudiar la naturaleza de un asunto). Investigar la naturaleza de algo es buscar sus leyes propias, aquellas que le hacen ser como es y comportarse como se comporta (en sentido negativo, no hacerlo ya dependiente o víctima de la voluntad o arbitrariedad de algún dios o ser mítico o mágico).
El mundo aparece así como un conjunto de fenómenos y seres sujetos todos ellos a unas leyes naturales, constantes y objetivas. El mundo en ningún caso es “caos” (regulado en un cierto momento por el dios de turno), sino “cosmos”, es decir, con unas leyes regulares y permanentes, que nuestra razón intentará descubrir y explicar.
Concretamente, Tales afirma que el principio constitutivo último o “arjé” de la naturaleza es el agua o lo húmedo. Todo está compuesto de agua y se origina del agua. Al hilo también de ciertas cosmovisiones egipcias y mesopotámicas, sostiene que la Tierra es un disco achatado que flota sobre las aguas del universo. Evidentemente, no se trata de descubrimientos científicos propiamente dichos. El mérito de Tales no radica en las tesis que sostiene, sino en la actitud intelectual que manifiestan. En efecto, sus planteamientos y respuestas se centran exclusivamente en los datos que la naturaleza misma puede proporcionar.
A veces nos puede dar la impresión de que muy poco o nada permanece quieto, estable y sereno (desde nuestro estado de ánimo y nuestras obligaciones hasta las amistades, las modas o las generaciones, pasando por la salud, la muerte, el amor, o tantas y tantas cosas a las que nos aferramos como si en ellas nos fuera realmente la vida). Es el momento de contemplar la vida con quietud y serenidad, con espíritu crítico y lucidez mental, e intentar hallar lo realmente necesario de cada persona, cosa y situación, así como las realidades y las metas mismas que las hacen de hecho necesarias. Tales es una invitación a pensar en la posibilidad de lo permanente, de lo constante, de lo esencial (los griegos hablan de "sustancia" o “ousía”). Otro mensaje por parte de Tales y del pensamiento jonio es el siguiente: conocer algo no es simplemente tener información sobre ello, o creer lo que otros dicen, o aprender como papagayos lo que nos digan y ordenen, por muy maravillosas y grandes que supuestamente sean esas verdades. Conocer algo es también y sobre todo llegar a saber lo que real y verdaderamente es, sin prejuicios, sin apoyaturas falsas, con la fuerza -tan inmensa como limitada (si se piensa bien, no se trata de ninguna contradicción)- de nuestra inteligencia, sólo y exclusivamente de nuestra inteligencia racional.
ANAXIMAMDRO Y ANAXÍMENES
Lo dicho hasta ahora sobre Tales de Mileto es aplicable por entero a los restantes pensadores jonios. Tradicionalmente, se habla de Anaximandro de Mileto y Anaxímenes de Mileto (pertenecientes ambos al siglo VI antes de nuestra).
Anaximandro (al parecer, fue también un renombrado ingeniero: se le atribuye la introducción en el ámbito griego del "gnomon", una especie de palo para medir la altura y dirección del sol, así como también la confección de un mapamundi) plantea el problema de la naturaleza en los mismos términos que Tales, pero es muy posible que no encontrara razón alguna para identificar un determinado elemento o principio como constitutivo del mundo y de los seres del mundo. Más bien, piensa que todas las cosas -concretas, determinadas y singulares- se originaron y consisten en un elemento indeterminado, básico y común a todas las cosas (que denomina "apeiron", es decir, "ilimitado" o "indeterminado"). En este "apeiron" existen muchas tendencias contrapuestas (frío-caliente; seco-húmedo...). En cada momento parece que una tiene más fuerza sobre las otras y se produce un desequilibrio, pero finalmente siempre se restablece el equilibrio. La realidad es, pues, dinámica y en constante proceso de inestabilidad y de retorno a la armonía entre los impulsos antitéticos. El mundo, tal como lo conocemos, no es otra cosa que un producto de esos mismos procesos. Concretamente, imagina la Tierra como un cilindro que flota en el espacio, sin apoyo alguno, pues equidista por igual de todos los extremos del universo.
Por lo mismo, supone que en el transcurso del tiempo ha habido y habrá otros muchos mundos, además del nuestro, que sucederán a todos los que vayan desapareciendo. Incluso llega a exponer una cierta teoría de la evolución: al evaporarse el agua a causa del calor del sol, surgen nuevas tierras a la superficie y otras se ven inundadas por el océano, tal como se comprueba por los numerosos fósiles hallados hoy muy tierra adentro. Todo está sujeto a este proceso de evolución, incluidos los seres humanos, que procedemos de los peces, pues los primeros seres vivos se originaron en el agua.
Evidentemente, al igual que ya se ha dicho de Tales, las tesis de Anaximandro no son verdades científicas objetivas y rigurosas, pero revelan una clara actitud racional, alejada de los modelos míticos anteriores. Y lo mismo se puede aplicar a Anaxímenes de Mileto. A Anaxímenes no le convencía la propuesta de Tales relativa al agua como constitutivo último del mundo ni el "apeiron" de Anaximandro, y consideró que probablemente consistía en algo muy sutil (el aire, o la bruma, o la niebla..."aer", "pneuma"), que puede ir condensándose de muy diversas formas e intensidades en un mismo espacio, hasta llegar a constituir todas las cosas del mundo, tan diversas y diferentes entre sí.
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