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Paul Valéry y la transfiguración marina

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Por Cynthia Lerna


“À ce point pur je monte et m’accoutume
Tout entouré de mon regard marin;”
Paul Valéry, Le cimetière marin.


En lo profundo, aquello que yace bajo la fibra de lo visible y lo dispar, se basó la apuesta del francés Paul Valéry como poeta y como hombre. Su “locura del agua” y su “locura del mar” lo acompañaron entrañablemente en su desciframiento del mundo y la existencia. El arte simbólico de Valéry como lo fue en un principio para la figura emblemática de Edgar A. Poe, consistió en la facultad de percibir y modificar el objeto percibido para transformarlo según las fuentes internas de la estructura mental. El lenguaje se convirtió, de esta manera, en el medio para objetivar estas transformaciones metafísicas que el poeta realizó en su interior, no para estudiar la realidad, si no, para revelar los ocultos lazos que unen los elementos del mundo. El mar despertó en el espíritu del poeta las primeras impresiones en su búsqueda de lo relativo y lo absoluto. Así, el lenguaje y la existencia se corresponden en su obra de forma diversa y continua con el eterno y misterioso ulular de las aguas del mar.

El cementerio marino, como lo afirmaría el mismo Valéry, es un reflejo fehaciente de su recorrido interno hacia lo absoluto. Tras evocar la mirada suspendida sobre la luz que el mediodía proyecta entre los pinos y las tumbas de un cementerio, el poema sigue en 24 estrofas el movimiento sensible, mental y simbólico del ser que intenta describir el carácter del Yo puro. El cementerio marino aparece publicado por vez primera en 1920, entonces ya han pasado tres años desde que Paul Valéry decide retomar la escritura y publicar después de un silencio poético que duró aproximadamente dos décadas. A lo largo del poema se da un juego continúo de transposiciones donde la esencia de elementos aparentemente dispares u opuestos se mezclan, combinan y funden: la vida y la muerte, el pensamiento y la intuición, el lenguaje y el silencio, la luz y la sombra, el fuego y el mar.

El mar surge en el poema como la consecuencia inmediata del fulgor solar. La evocación de su carácter intrínseco, ese vaivén infinito de su movimiento, es también la constatación de la manera en que el poeta, portando en sí la esencia del agua y de la sal, devela el carácter del mar en las texturas del mundo y en esta ocasión en la textura lumínica:

Ce toit tranquille, où marchent des colombes,
Entre les pins palpite, entre les tombes;
Midi le juste y compose de feux
La mer, la mer toujour recommencée!
O récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme des dieux!

[Techo quieto, paseo de palomas/ Entre pinos palpita, y entre losas;/ Mediodía el justo de fuegos plasma/ La mar, la mar, ¡siempre vuelta a empezar!/ ¿Oh, recompensa, después de pensar,/ El contemplar de los dioses la calma!]

Esta posibilidad poética en que las cualidades del mar se transponen con las de la luz, o en palabras más precisas, esta cualidad interior del poeta de verter un paisaje marítimo entre el tejido lumínico del mediodía es el efecto de un proceso racional y minucioso del que resulta una experiencia espontánea, contemplativa y silenciosa ante el juego de la luz y el agua. Fue esta vía, a la vez racional e intuitiva, a través de la cual el poeta aspiró hacia lo absoluto, hacia el Yo puro que él mismo definió como la operación única y uniforme de desprenderse automáticamente de todo rasgo individual para integrar al ser, sutil y silenciosamente, en una experiencia total y unificadora.

Este singular misticismo de Valéry conduce al pensamiento a elaborar combinaciones que engendren una nueva creación, una nueva experiencia a partir de lo percibido. En este conjunto de transformaciones lo que es puede transfigurarse en lo que no es e integrarse así a la composición del espíritu; en este conjunto de transformaciones lo imperceptible se convierte en certitud, en experiencia. Cada una de las fases particulares que sigue el pensamiento a través de esta vía se corresponde y liga a una cierta forma de las cosas. He allí la luz, los finos destellos del espacio en El Cementerio Marino como la alegoría del pensamiento que penetra un misterio y revela la espuma marina que subyace en la cualidad del tiempo y el espacio.

Quel pur travail de fins éclairs consume
Maint diamant d’imperceptible écume,
Et quelle paix semble se concevoir!

[¡Qué obra más pura de lampos anula / Tanto diamante de invisible espuma, / Y que sosiego parece nacer!]

El sol, fuente de luz, fue descrito por Valéry como la idea suprema de orden y unidad general de la naturaleza. Esta deidad más elevada respecto al mar y el viento se encarna precisamente en el mediodía, en ese momento en que el sol está en el punto más alto de su elevación sobre el horizonte. Como principio de creación, la luz en el poema de Valéry hace manifiesta el carácter orgánico del espacio. ¿La palpitación que el poema descubre bajo los fuegos del mediodía no es acaso la prueba de un espacio vital, aparentemente sólido y ordenado, cuya composición se transmutará gradualmente en un universo marítimo a través de la labor vivificante del intelecto?

Ce toit tranquille, où marchent des colombes,
Entre les pins palpite, entre les tombes;
Midi le juste y compose de feux
La mer, la mer toujour recommencée!

[Techo quieto, paseo de palomas,/ Entre pinos palpita, y entre losas;/ Mediodía el justo de fuegos plasma/ La mar, la mar, ¡siempre vuelta a empezar!]

Así, de las palomas sobre el techo que se evocan de manera referencial al principio del poema no quedarán bajo el efecto de la luz, más que rastros de su movimiento en la vela de los navíos que yacen al final de esta transmutación poética.

El lenguaje fue para Valéry el instrumento a través del cual podía triunfar sobre el carácter inasible de lo absoluto. Las palabras que colman una y otra vez sus poemas se despojan de su sentido común para transformarse, a través de una reflexión minuciosa, en la cristalización de su pensamiento, de su búsqueda interior. Sin embargo, las simbolizaciones que constituye Valéry no tienen un carácter unívoco. Así, el destello del sol parece unas veces encarnar el trabajo perspicaz de su pensamiento y otras, el carácter de lo absoluto. Pero esto no sería de extrañar cuando en el conjunto de transfiguraciones internas, según Valéry, el espíritu que transforma, a su vez se transforma en lo que busca y crea.

El mar, el mar que inunda el poema, que se revela finalmente bajo el movimiento del polvo que levanta el viento, encarna también diversos símbolos. Unas veces se revela como el elemento que constituye la esencia del hombre, como estructura de su grandeza interna o como el movimiento tembloroso de su sombra. Pero sobre todo, la cualidad del mar, en El cementerio marino, figura el abandono del espíritu hacia el Yo puro: como el flujo de las aguas que se aparta de la orilla, el hombre olvida su nombre y su particularidad para abandonarse en lo absoluto. Sin embargo, si la experiencia del Yo puro, como la concibió el poeta, es sólo posible en el silencio y la contemplación, ¿qué momento acordará esta conciencia reflejada en su lenguaje poético?

Le vent se lève!....Il faut tenter de vivre!
L’air immense ouvre et referme mon livre,
La vague en poudre ose jaillir des rocs!
Envolez-vous, pages tout éblouies!
Rompez, vagues! Rompez d’eau réjouie
Ce toit tranquille où picoraient des focs!

[¡Hay que intentar vivir, si nace el viento!/ Abre y cierra mi libro el aire inmenso,/ ¡Brotar osa la espuma de las peñas!/ ¡Volaos!, ¡ea!, ¡deslumbrados pliegos!/ ¡Romped, olas gozosas, este quieto/ Tejado en donde pican las velas!/...]

El poema da su giro final con la presencia del viento, entonces las manos han dejado de manipular las páginas del libro para librarlas al mar y a la luz donde al poeta no le queda, al parecer, más que el último entusiasmo de su voluntad ante lo absoluto.

Se ha dicho que posiblemente la poesía de Valéry sea la más marina de toda la que posee la literatura francesa. Las aguas del mar mediterráneo que de joven marcarían sus primeras impresiones, habrían de convertirse efectivamente en el tamiz esencial a través del cual el espíritu de Paul Valéry intentaría descifrar los secretos del mundo.


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Bibliografía

Valéry, Paul, La joven parca / El cementerio marino. Ed. bilingüe de Monique Allain-Castrillo y Renaud Richard. Madrid, Cátedra, 1999. 247 pp. (Letras universales)

Bastet, Ned, Le symbolique des images dans l’oeuvre poétique de Valéry. Aix-en provence, La Pensée Universitaire, 1962. 171 pp.

Cain, Lucienne Julien, “L’Être vivant selon Valéry”, en: Trois essais sur Paul Valéry. Paris, Gallimard, 1958. 197 pp.

Lanfranchi, G., Paul Valéry et l’expérience du Moi pur. Laussane, Mermod, 1958. 63 pp.


Tomado de: http://www.lasiega.org/index.php?title=Paul_Val%C3%A9ry_y_la_transfiguraci%C3%B3n_marina.

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