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DEL DÍA DE LA RAZA A LA RESISTENCIA INDÍGENA

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Hay un viejo decir del pueblo (o del vulgo como es el término más exacto), de que “nadie destruye a nadie, uno solo se destruye”. No tardaremos en apreciar que las avenidas y ministerios públicos pasarán a futuro a ser renombrados con el epónimo de los líderes del proceso bolivariano venezolano. Y ello nos hace apreciar como el Día de la Raza haya pasado a ser el Día de la Resistencia Indígena. Ante estos cambios es necesario, en este nuevo 12 de Octubre, generar una reflexión profunda y evidenciar por qué no se puede estar por encima de la historia que hemos venido escribiendo.

El mes de Octubre es el décimo mes del calendario gregoriano, consta de 31 días; es el mes más antiguo del calendario romano; su nombre indica: octubre, en latín octo, ocho. Cuando los romanos fijaron el 1 de enero como el comienzo del año, octubre se convirtió en el décimo mes, marcando en su margen situacional histórico algunas de las fiestas más sobresalientes de la sociedad Occidental: la conmemoración del descubrimiento de América en 1492, fiesta que adoptó en Venezuela la denominación de Día de la Hispanidad o de la Raza, hasta la proclama de Chávez que la ha denominado Día de la Resistencia Indígena, celebrada en España y los países hispanoamericanos; así mismo la fiesta de Halloween, que tiene lugar la noche del 31 de octubre, víspera del Día de Todos los Santos, y que se celebra en los países anglosajones, aunque cada vez más en los de habla hispana.

El Día de la Hispanidad, denominación acordada por importantes miembros de la Academia de la historia en España, es una conmemoración propuesta hacia 1915 y secundada por los países hispanoamericanos, y cuyo día escogido fue el 12 de octubre, en Venezuela tomó vigencia a partir de 1936 como parte del relanzamiento del proceso educativo venezolano; por su parte México la adoptó oficialmente durante el régimen del presidente Álvaro Obregón a sugerencia del filósofo y maestro José Vasconcelos, que era entonces titular de la Secretaría de Educación, quien acuñó además, como lema de la Universidad Nacional, la expresión “Por mi raza hablará el espíritu”, aplicando el concepto de raza a la comunidad de países latinoamericanos hermanados por su lengua y cultura.

El Día de la Raza, fue denominado así en América para celebrar con discursos y ofrendas florales ante los monumentos erigidos a Cristóbal Colón, como símbolo de la importancia que significó el acercamiento de la cultura aborigen de América con la Europea Occidental. Esa unión cultural hizo posible que existiera un continente Americano y que se unificaran en un solo proceso histórico el desarrollo civilizatorio en el mundo. Es, sin duda alguna, el primer antecedente de la globalización y el primer peldaño de un grupo social heterogéneo y disperso, para unificar una sociedad con identidad y valores. El propio filósofo mexicano Leopoldo Zea expresaría que el asunto no es si nos colonizaron y martirizaron, sino que teníamos que pasar por esa situación para encontrar nuestros valores autóctonos.

Durante algunos años los grupos radicales que se oponen a esta conmemoración han promovido marchas y plantones en las cercanías de los monumentos (en Mérida, hay una pequeña plaza que tiene el busto de Colón y por estas fechas es manchada con pintura roja en señal del rechazo de un grupo de personas hacia lo que consideran el inicio de una era de esclavización y barbarie para el pueblo aborigen Americano) dando lugar a confrontaciones. Ello ha llevado a algunos países latinoamericanos a crear una conciencia acerca del Día de la Raza como proceso de transformación de la sociedad de forma negativa a partir del asentamiento de los españoles y el establecimiento de los virreinatos y licencias de Gobierno en el Nuevo Mundo. En el caso del Perú, un grupo de intelectuales e indígenas andinos han interpretado el reclamo a la celebración del Día de la Raza como una protesta justa a las formas impuestas por el modelo colonial, contraponiendo el valor de los aborígenes a la supervivencia, sin abandonar los elementos fundamentales de su cultura indígena. Es la fórmula que la moderna historiografía peruana denomina “aculturación y resistencia”.

La resistencia indígena siempre existió en el proceso de colonización. Se mantuvo viva en la región andina de América, en especial en la elite cuzqueña de Vilcabamba (hasta 1572) como en las numerosas acciones que se produjeron a lo largo de todo el periodo colonial, en las que está presente la idea mesiánica del inca, que cristalizó de forma especial en los levantamientos del siglo XVIII, protagonizados por Juan Santos (Atahualpa), en 1742, y, en 1780, por José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru). Al mismo tiempo, la incorporación de la nobleza inca a la colonia era utilizada como una fórmula de legitimación, que se expresó incluso con la publicación de grabados en los que aparecían los reyes de España como continuadores de la dinastía inca.

Los reclamos para que se reconociesen los derechos nobiliarios de los curacas (destacadas figuras de la estructura social inca) fueron muy numerosas y entre ellas no faltaron las falsificaciones de quienes se fabricaban a la medida una ascendencia inca, que les aseguraba una posición de prestigio ante las autoridades coloniales. Cuando los nombramientos de autoridades indígenas coincidían con los esquemas andinos, la relación entre la comunidad y el curaca era fluida, ya que respondía a una idea muy precisa de la procedencia de las fuentes de poder. En el caso contrario, se producían numerosos problemas derivados de la presencia de una autoridad no aceptada por la tradición indígena. En el terreno religioso, el sincretismo facilitó el mantenimiento de una actitud de aceptación del cristianismo junto a la pervivencia del culto a las divinidades andinas. La persecución de la idolatría, en la que destacaron jesuitas como el padre Pablo José de Arriaga, no impidió que otros miembros de esta misma orden favorecieran la identificación de la Virgen María con la Pachamama inca y la superposición de símbolos cristianos a las divinidades andinas. En una palabra, la resistencia indígena tuvo sus triunfos en el proceso de colonización, lo cual hace destacar que pretender venir en el siglo XXI, a promulgar actos de justicia con el pueblo aborigen por la vía de un renombramiento del Día de la Raza, es una evidente “estupidez” histórica: ¿cómo se puede hacer un acto de justicia cuando esa parte involucrada ha tenido por siglos un espacio de opinión y disentimiento? Como murieron aborígenes de nuestro continente Americano, murieron conquistadores y aventureros; fue una lucha encarnizada, profunda y maligna, pero no injusta. Cada bando confrontó sus expectativas y se impuso la que para entonces contaba con la mayor fuerza de inteligencia y recursos.

Entonces: ¿cuál es el sentido de este día 12 de Octubre? Es el día de la unión de las razas, de la mezcla perfecta que ha dado un hombre Americano sensible, creativo, visionario, transformador; somos la raza perfecta, esa frase se la tomo al presidente Chávez para enaltecer esta fecha como el Día de la Raza y no como el Día de la Resistencia Indígena, el cual nos queda muy poco claro como fecha o como interpretación concreta de la historia que aspiramos conmemorar y ofrendar. El asunto no es de oligarcas, es de utilizar las palabras en el marco de la precisión histórica y sin disonancia, porque ello nos deja una cacofonía tan evidente que rompe lo armónico y acústico del discurso progresista-civilizatorio.

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