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POESÍA TRUNCA CARCELARIA DE JOSÉ VICENTE ABREU

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En la poesía panfletaria y carcelaria, Venezuela ha tenido momentos estilísticos muy concretos. Uno que si bien no estuvo representado por poetas contestatarios, si hubo influencia en ellos de esa realidad social que minaba las bases de la igualdad y la solidaridad. Los llamados "españolistas", en donde se sitúan las obras de Ida Gramcko, Ana Enriqueta Terán y Luz Machado; mujeres poetas que ocupan un sitio de privilegio en las décadas de 1940 y 1950. En la actualidad destacan la poesía muy personal de Yolanda Pantin, así como las de Margara Russoto, Edda Armas, Cecilia Ortiz y Lourdes Sifontes; que si bien son poetisas de un lenguaje cuidadoso y sensible a la naturaleza humana, tienen en su poesía la fuerza del reclamo y la reflexión.

El término trunco, aplicado en nuestro caso a la literatura que en cualquier país, en determinadas épocas ha sido sometida a la censura de cualquier régimen político o al silencio voluntario del escritor (que también es una manera de truncar), nos da pie para hacer, de manera especulativa, una aproximación clasificatoria de la literatura de protesta, contestataria, trunca y carcelaria.

Siempre se ha sostenido que la literatura (especialmente el género de la poesía) es símbolo de rebeldía; y de los poetas, que son heroicos ciudadanos. Según Brito García (1998) “ellos encarnan la sobriedad, la discreción, el silencio, la modestia, la conducta cívica, el amor a la tierra, la pasión por comprenderla y enaltecerla. Los heroicos ciudadanos lo son por su desprendimiento y por su grandeza de espíritu. Jamás le pasan cuentas ni facturas al país por sus desvelos ni piensan que el país está en deuda permanente con ellos”.

La literatura, como clarín de rebelión anunciando tempestades ante el imperio de la injusticia, nos brinda la ocasión de clasificarla, en primer lugar como clandestina anónima o escrita bajo el amparo de un pseudónimo. ¿Cuántos escritos, manifiestos, poemas, textos panfletarios y hasta sagradas escrituras han sido concebidos entre sombras y soledades, huyendo de la vigilia del fantasma de la paranoia? ¿Cuántos escritores han dejado de firmar un texto comprometedor, o han utilizado el secreto encanto del pseudónimo para resguardar su integridad? ¿Cuánta porción de esa literatura clandestina se ha quedado trunca, en el anonimato, bien por el temor de las consecuencias posteriores o por abulia o descuido del escritor?

Un digno ejemplo del verbo clandestino (en gran parte) es el del primero de los libros (la Biblia), verdades, ficciones, parábolas, predicciones y revelaciones ideadas en los oscuros ambientes del escondite de aquellos escritores y mártires cristianos perseguidos por los autócratas y tiranos de la época. Por su parte, la cárcel como purgatorio de penas humanas, infierno donde se calcina el talento del hombre, ha sido –por fortuna- cantera inagotable, permanente, para la fructífera producción intelectual de los más insignes talentos hostigados por el despotismo. De allí nuestra definición de literatura carcelaria. El siglo XVII dio a luz al más grande de los libros de habla hispana: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, mientras su autor Miguel de Cervantes pagaba condena en una cárcel de Sevilla.

Subversión y redención han sido dos de las diversas causas que han marcado el destino penitenciario de muchos orfebres de la palabra durante el siglo XX. Roque Dalton (poeta salvadoreño) que resistió con valor las adversidades de la prisión. Armando Valladares (poeta cubano) condenado en 1960 a 30 años de presidio por disentir de Fidel Castro. Fue objeto de trabajos forzados y maltratos físicos que lo condujeron a padecer de polineuritis, asma severa y paraplejia flácida en sus piernas, y hasta se le negó tener acceso a la silla de ruedas que le donara la Cruz Roja holandesa. Su poesía, además de ser carcelaria, será trunca hasta que la ilumine el sol de la libertad.

Entre todos los escritores de arrojo revolucionario del siglo XX sobresale José Vicente Abreu, quien produce la más significativa obra referente a la antes mencionada dictadura: Se llamaba S N, publicada en 1964.El periodista y escritor larense Rafael Montes de Oca Martínez comenta en el diario El Carabobeño (17-10-1964): “En estos días hemos leído en Barquisimeto la novela-testimonio de Abreu, novela donde predomina una narración cruda y veraz. Más que novela es un doloroso reportaje con personajes con nombres propios tomados de la realidad, así como personajes ficticios, pero no menos históricos. Este extraordinario libro nos recuerda a “Memorias de un venezolano de la decadencia” de José Rafael Pocaterra, “Fiebre” de Miguel Otero Silva” y “Puros Hombres” de Antonio Arráiz, donde los hechos históricos dan vida a la temática”.

En materia de poesía, de Abreu no se conocía ninguna obra completa hasta que la U.C.A.B. (2000) publicó un poemario intitulado Camarada Santa (yo soy el guerrero muerto).El mismo título refleja la filosofía de su contenido: las confesiones del guerrero, ya no en reposo, sino en retiro. En el mismo año 1964, cuando se publica Se llamaba S N, el renegado bardo payareño era nuevamente preso político, esta vez de la democracia, por insurgir en un levantamiento cívico-militar contra el gobierno del Presidente Rómulo Betancourt, desde esas mazmorras “democráticas” envía a su editor un manojo de poemas producidos entre 1962 y 63, el mismo que hoy presentamos ante los lectores, a petición del incansable José Agustín Catalá. Verdaderamente, en Camarada Santa, editado por la UCAB) se aprecia la madurez del poeta, cantando y contando sus tormentosas vivencias pretéritas a una mujer, como dice Mario Benedetti: “querida o a querer”, a la que considera su sagrada confidente. Un fluido verbo, macerado y destilado en el sacrificio, para ser libado y catado en copas de libertad, aunque acosado todavía por los espectros de su ineludible paranoia, como para evocar una copla carcelaria anónima escrita en una celda de la vieja penitenciaría de Guanare-Portuguesa: “Estoy tan hecho al dolor/y el dolor tan hecho a mí,/que ya no siento el dolor/ni el dolor me siente a mí”.

Camarada Santa es una prueba de la perseverancia en el ejercicio literario que da como fruto la plenitud del escritor; no obstante, al compararlo con esta producción poética carcelaria, trunca hasta ayer, se vislumbra en ésta otra la presencia del amor sagrado, del amor de siempre... “amores que en la vida... como dice, ingenuamente, el bolero “Inolvidable”...nunca pueden olvidarse”, el amor sacrosanto de su Camarada Paloma, como única pócima, como único aliciente para mitigar el dolor de la tortura y de la angustia de ese encierro carcelario, que producen en el reo una incurable enfermedad de ausencia y fluye entonces el verso como aquella otra copla también de algún poeta desconocido: “De qué le sirve al cautivo/tener los grillos de plata,/tener las cadenas de oro,/si la libertad le falta”.

En este rápido recorrido por la esencia humana de la poesía carcelaria y su racimo de ideas que la hacen “trunca”, surge necesario que se distinga un poco más la figura poética venezolana de José Vicente Abreu; por ello es preciso reconocerlo un poco más antes de abordarlo en su creación viva: en su lugar común con la palabra.

José Vicente Abreu nace en San Juan de Payara (Edo. Apure), un 20 de junio de 1927; y se nos va de la existencia humana, en Caracas un 25 de mayo de 1987. Fue un narrador, ensayista, periodista y, sobre todo, un poeta de convicciones democráticas y revolucionarias. Vicente Abreu era descendiente de Gabriel Abreu (talabartero) y María de Jesús Rincones Sosa, ambos personas de sumo carácter que en todo momento influyeron en modelar en Vicente ese espíritu de persistencia y tenacidad. Los estudios primarios y secundarios los realizó en San Fernando de Apure, pueblo en el que inició su actividad literaria a los 12 años colaborando en periódicos escolares; para 1949 se graduó de periodista en la Universidad Central de Venezuela, y al año siguiente obtuvo el título como profesor de castellano, literatura y latín en el Instituto Pedagógico Nacional. A partir de 1950, se destacó como uno de los más importantes líderes juveniles de Acción Democrática (AD) en la clandestinidad durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Capturado por la policía estuvo preso en las cárceles de Guasina (1951-1953), Sacupana (1954-1955) y Ciudad Bolívar, permaneciendo en esta última hasta 1957, año en el que fue expulsado a México.

Regresó a Venezuela en 1958, asumiendo la jefatura de redacción del periódico comunista Tribuna Popular, cargo que ejerció hasta la clausura del mismo en 1960. En 1962, un tribunal militar lo condenó a prisión por su participación en la Insurrección de Carúpano, la cual había acontecido el 04 de mayo de 1962. A salir de la cárcel viajó de nuevo al exilio, viviendo en varios países comunistas como Cuba, Rusia, Checoslovaquia y Bulgaria, país éste en cuya capital, Sofía, se desempeñó como profesor universitario de literatura española y latinoamericana. De nuevo en Venezuela, dirigió la Imprenta de la Universidad Central de Venezuela y formó parte del cuerpo de directores del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG). Su bibliografía consta de unos de 29 títulos entre los cuales destacan, Manifiesto de Guasina (1952), obra inspirada en su experiencia en la cárcel del mismo nombre, a la cual fue trasladado en 1951, texto que fue publicado en 1959, bajo el título de Guasina, donde el río perdió las siete estrellas, que en su momento fue catalogado por la crítica como «poemario-tragedia» y «novela histórica»; Se llamaba SN (1964) y Palabreus (1985). También realizó biografías a destacadas figuras de la cultura y la política venezolana como Rómulo Gallegos, Vicente Emilio Sojo, Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevali, y Antonio Pinto Salinas, entre otros. Durante su vida como escritor y político, utilizó varios seudónimos, entre ellos, los de Martín Martínez, Máximo Miliciano, Guanipa y José Bello.

Pero esta remembranza de Abreu más que de hablar de él, nos lo oculta, porque él como poeta rebelde, como poeta confinado a sufrir el cerco de su libertad, no era una simple fecha o una nota histórica. Su trascendencia iba más allá del hombre cronológicamente tapiado de hechos, ya que él significaba muchas historias.

Según Jesús Sanoja Hernández (“Nueva voz popular”, Caracas, 14 de marzo de 1969): “Al explicar José la variación en torno a la cárcel, en forma de cartas de sus viejos papeles de presión, aducía que no sólo se trataba de reconstruir una situación histórica, sino proyectarla como ejemplo hacia las nuevas generaciones… A Abreu lo obsesiona que olvidemos, al paso de las trampas de la democracia representativa, estos padecimientos carcelarios, estos sacrificios y cristalizaciones de la lucha”.

Otro poeta y ensayista, de origen merideño, Rigoberto Henríquez Vera (“La República”, Caracas, jueves 13 de agosto de 1969), escribiría refiriéndose al sentido de la poética de Abreu: “…vivió en carne propia los procedimientos infamantes de las cárceles y campos de concentración del perezjimenismo. Varios millares de venezolanos corrieron igual suerte y padecieron iguales atropellos. No hay exageración, fantasías ni falsedad…”

Y no menos descriptiva es la reacción de Frank Peñaloza (“El Mundo”, Caracas, martes 18 de agosto de 1964): “José Vicente Abreu, en manos del verdugo implacable, fue capaz de sobreponerse a la degradación que le querían imponer y nos ha enseñado a gritar: vengan con su crueldad, yo los espero: no tengo miedo de ustedes. Pero: ¿cuántos de nosotros llegarían con el protagonismo hasta el límite del tratamiento aplicado por venezolanos a venezolanos? O para ir más lejos: ¿un paso más en la pureza de los métodos para que toda posibilidad de una victoria personal como ésta desaparezca?”.

Si hablamos de Abreu como un poeta actual tendríamos que decir: su poesía es europea, latinoamericana, norteamericana, entre otras; son de tan distintas especies cada modular de estrofas que marca huella en su poética, pero habría que referirse más bien a esa poesía de Abreu que temblorosamente se produjo de calabozo en calabozo. En el poeta preso se ve una especie de avanzada, sus imágenes están intentando no copiar, con una visión personal de libertad, y eso inquieta. Este fenómeno en los poetas, de crear con sufrimiento extremo, es una excusa para referirse al sentir y al vivir libremente desde un plano excelso de soledad. Los poetas rebeldes que han calcado tanto sufrimiento en su proyección a través de la palabra, tienden a confundirnos con el desasosiego. Vicente Abreu rompe ese paradigma del poeta en la cárcel demente y desquiciado, se arma de valor y hace lo único que su energía vital sabe hacer: escribir.

Así nos llega la razón de ser del presente libro: poemas dispersos escritos entre los muros y barrotes de una prisión. Y estos poemas inéditos, no leídos y apreciados por nadie en mucho tiempo, hoy toman vida propia, se alimentan del claro manantial de la esperanza y se hacen vigentes, impetuosos, reaccionarios: descriptivos de lo que fue la vida carcelaria desde el punto de vista de un protagonista excepcional: José Vicente Abreu.

Hacer poesía política como la que está impresa de manera trunca en estos poemas que hoy presentamos de Vicente Abreu, no significa hacer poesía panfletaria, sino que su creación profundiza en hechos históricos y situaciones que tienen que ver con la comunidad y con la lucha de la comunidad debido a algunos factores que tienen relación con estas utopías que dan por muertas muchos demasiado prontamente. Toda esa poesía tiene gran un valor, por ejemplo, no deja de ser poesía política las Alturas del Machu Pichu, que es una obra maestra. Una cosa no está reñida con la otra. Lo esencial no es el tema, sino que sea buena poesía, y de eso está sobradamente expresado en los escritos de Abreu. Pero en el ámbito de la idiosincrasia venezolana, el calificativo de poesía trunca carcelaria toma otra connotación: es la poesía que no pudo ser lacerada por el autor; una poesía que al salir es tomada por el pueblo y se dispersa en las voces de la calle para que a través de los labios del bodeguero, del taxista, del buhonero, pueda surcar los caminos y convertirse, definitivamente, en poesía estructural y con sentido. La poesía de Abreu es carcelaria, porque su espacio físico de nacimiento e inspiración fue la cárcel, y cárcel pagada por pensar diferente, por aspirar motivar a un colectivo a que cambiara los viejos esquemas retrógrados por unos nuevos más visionarios y emancipados.

Ahora bien: ¿qué significado tienen los poemas inéditos de José Vicente Abreu? ¿Es una poesía rebelde o panfletaria o es una poesía política y humana?

Esta recopilación de poemas de Vicente Abreu, se remonta a la década de los sesenta, concretamente a los años 1962 y 1963. Contiene excelentes poemas que no son políticos de manera directa, sino que por lo contrario son poemas humanos, descriptivos de la soledad que consume a un reo en el calabozo; poemas lanzados a conquistar los espacios del alma más que los de las ideas; pero son poemas a vez surgidos en esa experiencia de privación de libertad, lo cual los hace rebeldes, impetuosos, desafiantes de realidades que corrompen esa belleza sutil y profunda que anida en el interior del poeta.

Quienes se topen con este libro encontrarán una poesía diligente; se sorprenderán de la ubicuidad ideológica del autor, que hace posible leer sus poemas en forma casi intercambiable. Obviamente hay muchos que llevan inscrito su momento y su blanco: “Que escriban los demás/de lo que quieran,/ yo no le niego a nadie /un lugar,/un trozo de sí mismo/para hacer /en su casa, /en la calle,/en el bosque/o en el/pico/de un ave/de su propio tamaño/las hogueras… (Cuartel San Carlos, 21 de enero de 1963)

Ahora bien, estos poemas dispersos son un canto en silencio a su adorada Beatriz (compañera del poeta en aquellos días de cárcel a comienzo de los sesenta), a quien él expresa su profunda melancolía por no tenerla y su profundo dolor e indignación por no contar con la libertad para ofrecérsela. Un ejemplo de ello es este poema: Media noche, amada, /aún no duermo…/estoy contigo, /pero extiendo/mi mano/y sólo encuentro /el vacío sepulcral/de las tinieblas/al lado de mi cama…/Media noche,/empiezan a cantar /unos gallos,/allí lejos,/aún no duermo/faltan aquí/tus manos que me dan/la certeza del alba.

Más interesante que el trabajo convencional de clasificar al poeta político es el análisis de su forma de operar políticamente en el interior del lenguaje. A este respecto, se le podría aplicar a Abreu los conceptos que un brillante ensayista chileno, Martín Hopenhayn (ideas tomadas de un artículo de Ignacio Valente, publicado en El Mercurio, Santiago, 18 de diciembre de 1983, refiriéndose a la obra de Nicanor Parra), el cual los usa para definir la operación verbal y crítica de Kafka, salvada las diferencias de la analogía. Hopenhayn llama "literatura del trapecio" a la que exagera ciertas facciones de su objeto -como una caricatura- para vulnerarlo y trascenderlo: lo violenta, lo empuja hasta sus límites y así patentiza su limitación; enfrenta el lenguaje como discurso ideológico y justificación del orden, el lenguaje como discurso insurrecto: "El escritor es un trapecista que le vende el alma al diablo para derrotarlo". Pues bien, la poesía política de Abreu es esencialmente una "literatura del trapecio" y también, si queremos, del baile en la cuerda floja. Cuando Abreu asume de cierto orden establecido expresiones como: “No puedo irme ahora, / hijos míos, /No puedo irme/”; lo que hace es precisamente invertir el sentido del discurso ideológico: subvertir. De un slogan convencional extrae su efecto inverso, la caricatura que lo hiere y trasciende: “Esas ametralladoras están allí/exclusivamente/para dispararme/si me voy como cualquier/ mortal/con mis hijos y la amada/de la mano.”

La ironía política y el humor negro se mezclan en la poética de Abreu inyectando en el interior un discurso convencional cargado de profundidad. Es evidente que no todos los poemas políticos de Abreu se dejan explicar por este procedimiento, pero eso ocurre con muchos de ellos, y sobre todo con los mejores. Hay otros que pagan un excesivo tributo a la idea, a la conclusión o moraleja, sin verbalizar la operación subversiva.

José Vicente Abreu escribe una poesía de denuncia o de solidaridad, que fácilmente podría, como ya se ha expresado, salir panfletaria y/o carcelaria, sin embargo consigue mantenerse en el tono poético exacto. Dentro de este contexto hay una continua y sistemática convergencia entre la insurrección social y alzamiento erótico de la mujer. Debe subrayarse el talento de Abreu para luchar por tres cosas que en estos poemas se identifican extrañamente: la libertad y democracia, el amor de hombre por su mujer, y la vida diaria del preso descrita en el rigor de la palabra poética.

Esta poesía hace buena alianza con la condición militantemente del hombre contemporáneo hacia la naturaleza y hacia el rescate de la condición humana; no incurre en los clásicos moldes de la poesía rebelde, ni tampoco en las proclamas de un ideologismo convencional, sino que revela ciertas profundidades del alma del poeta en el acto mismo de su insurrección pólítica, por lo cual tiene algo de cósmico.

Sin embargo, esta constante búsqueda de una definición esencial del hombre y la libertad, quedaría de algún modo trivializada si sólo se sostuviera en la conjunción con la nota de protesta social, por lo contrario los poemas se abren así mismos, dejando a un lado todo compromiso político, se da rienda suelta al misterio de la intimidad del poeta con su anhelo de libertad.

Estos poemas de José Vicente Abreu, truncos y olorosos a cárcel, a diferencia de los escritos y publicados en el texto “Camarada Santa”, son un muestrario de un gran poeta romántico y nostálgico. Es una recopilación de versos dedicados a los sueños, anhelos y esperanzas. No quedan en el simple ejercicio poético, van más allá, crecen y se glorifican en el cuerpo de Beatriz Catalá, musa y amada del poeta; hilándose entre recuerdos y situaciones de la vida dura del preso. Es perennemente el canto a la libertad que todo hombre lleva por dentro y que sólo es capaz de describir cuando se encuentra privado de la vida libre: de su autodeterminación como ser humano.

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