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El color de Néstor Betancourt

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Foto: El ya fallecido maestro Mauro Mejías y el artista Néstor Betancourt.

Cuando un ensayo tiene la intención de hacer un comentario acerca del valor literario o plástico de un artista, es en esencia un punto de vista aislado de un observador que se erige crítico y que hace de su juicio una ventana desproporcional desde donde ver la realidad. Es un acto de traición a lo que un autor o artista quiere expresar. Muy en la honda de los traductores: traidores de la realidad.

Pero qué sería eso de la “traición”; según la Real Academia de la Lengua Española, es la falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener; y es precisamente en donde la subjetividad nos hace inferir una traición, porque la fidelidad que transmitimos al escribir, no es más que la nuestra, no la del autor o artista sobre quien comentamos. Por ello, estas líneas sobre el trabajo de Néstor Betancourt estarán siempre imantadas por la posibilidad de traicionar su realidad, pero de lo que si estoy seguro es que jamás traicionaré la mía que es el punto de vista desde donde aprecio el “color de Néstor Betancourt”.

Referirse a la obra pictórica de Betancourt es retroceder veinte o veinticinco años atrás y apreciar retrospectivamente la evolución de un pintor que desde sus inicios fue construyendo una técnica y un estilo hacia el control total de la pureza del color. Su obra, en sus inicios, gravitó en el paisaje del pie de monte de la llamada zona norte de Portuguesa-Venezuela, Biscucuy. En esos parajes de serranías y verdes frescos, fue elaborando en su paleta instrumentos de comunicación más puros de lo conocido. Él no sólo quería colocar un amarillo, un turquesa o un rojo, en la pulcritud de su pigmentación, sino llevarlos hasta el punto más elevado de pureza, de color. Así, sus paisajes toman forma de frescura, de vitalidad ante el observador que ve con asombro una técnica que lejos de ser embellecedora, lo que busca es ser leal a un color, no a la realidad.

En una entrevista que le hiciera Farell Espinoza Álvarez en el 2003 (aparecida en la revista dominical del el diario “El Impulso”, de Barquisimeto), Betancourt se refiere que el gran defecto que él aprecia en el arte contemporánea es el desconocimiento del color. Según él, “mientras más colores sean, pueden ser más vivos pero menos luminosos”; por ello ve la urgencia de atender en su concepto artístico este vacío y generar una demostración real y estética de lo que con el color se puede llegar hacer sin que con ello se rompa el equilibrio de la realidad.

Néstor Betancourt en ese ahora contemporáneo en el cual su obra paisajística ha tornado en un impresionismo que llamaríamos “modular alterado” (por su estilo de trabajarlo por partes y luego de terminada la obra, descollar pinceladas que alteran el realismo de la composición), hace de los objetos y el espacio una excusa para producir un color de alta pureza que vaya más allá de realidades y presente nuevas alternativas desde donde llegar hasta lo profundo de lo que nos rodea. Su obra actual quiebra el paradigma de lo convencional y de la inmediatez; es una obra profunda, lacerada en el contacto con el color y sus matices, sin descuidar las sombras y la luz, siendo celoso de la línea y el punto, permitiendo un contacto de la obra con el espectador de carácter íntimo.

Baeatrice Viggiani, experta en arte y mujer dedicada al estudio de las nuevas tendencias pictóricas latinoamericanas, ha escrito sobre Betancourt innumerables veces, manteniendo su percepción de que la soledad del artista, vista como su privacidad a la hora de crear, la densidad de sus personajes y su razón de ser de ir más allá de la materia y de la corporeidad, dan el valor absoluto a una obra que a pasos agigantados hoy se inscribe en una nueva generación artística que se puede catalogar de “románticos de la luz”; y es que la obra de Betancourt no sólo es excepcional, sino genuina, personal.

Ahora bien, es necesario ver la obra de Betancourt, para ello dejamos algunas pinceladas de sus últimos trabajos. Todos realizados en su taller en Duaca, estado Lara-Venezuela; siendo su secreto confeso de la técnica, el uso de las matemáticas y el trabajo lento y cuidadoso de los detalles. El pasado 26 de marzo estuvo de cumpleaños, por lo tanto este escrito-comentario no es más que una vía para felicitarlo y decirle que Portuguesa está inmensamente identificada con su arte y su sensibilidad artística.

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