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Los ideales ácratas para una sociedad común

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A finales del siglo XIX, Eliseo Réclus (1830-1905) publica un pequeño ensayo titulado “Evolución y Revolución”, en el que, mediante un lenguaje claro y directo, sustenta lo lúcido del pensamiento socialista libertario, en cuanto a la realidad social de la época y en cuanto a las directrices que las sociedades futuras deben seguir para lograr desplazar al Estado liberal fundado en la protección del interés burgués.
Réclus inicia sus reflexiones asentando el principio de que la “evolución es movimiento infinito de cuanto existe, la transformación incesante del universo en todas sus partes”. Pero esa evolución que Réclus expone, no abarca sólo los seres vivientes sino “el conjunto de las cosas humanas” (el “nomos”). Equidistante a esta evolución, de Instituciones y de hombres, aparece la revolución como paralelismo evidente en los acontecimientos parciales que constituyen el total de la vida de las sociedades.
La evolución, sinónimo de desarrollo gradual, continuo, en las ideas y las costumbres, se define como “a antítesis de...la revolución, que implica cambios más o menos bruscos en loa acontecimientos”. De esta forma aparece unido el crecimiento natural de las sociedades, con los necesarios cambios trascendentales que corrijan o terminen de desviar, el trayecto de las civilizaciones hacia el bienestar y la paz.

De una manera clara, Réclus define el anarquismo necesario de su época, el cual, a su entender, reúne un espíritu enérgico y combativo. El anarquismo, según Réclus es evolucionistas en toda la línea, igualmente revolucionario en todo, porque la historia misma no es otra cosa que la serie de hechos realizados, sucediendo a la serie de preparación. La gran revolución intelectual que emancipa los espíritus, trae por consecuencia lógica la emancipación, de hecho, en sus relaciones con los demás individuos. La evolución procede a la revolución y ésta a nueva evolución, causa eterna de las revoluciones futuras.

Para Réclus, todos los grandes movimientos fueron inconscientes de la multitud. Fueron promovidos por unos pocos sobre quienes el interés del triunfo incidía directamente. Durante la Reforma, por ejemplo, la clase aristocrática fue la que recogió las ventajas; en la Revolución Francesa, la clase burguesa agotó sus fines y luego retribuyó a la mayoría con explotación y sometimiento a una nueva tiranía. En fin, nuestra historia siempre ha consistido en el manejo de intereses y de pequeños grupos, que bajo banderas de igualdad y libertad, han sometido a los eternos soñadores de la humanidad: el pueblo. Es ante esta desventaja que la historia misma se ha encargado de trasmitir que los socialistas libertarios formulan sus principios con el fin de diseñar un pensamiento social alternativo para los grandes oprimidos, no sólo de las clases más necesitadas, sino de todas las clases.

Ese sentimiento de libertad, del dejar fluir nuestra fuerza interna según el camino preferido, no involucra, irrespeto al orden y propiedad natural de convivencia. La libertad por sí misma implica orden; un orden en el que cada quien debe ejercer su papel dejando que otros cumplan con el suyo, un orden que no jerarquiza al individuo sino lo integra haciéndolo parte de un amplio todo que genera beneficios colectivos. Pero como ocurre, hasta en las mejores familias, han surgido detractores; defensores del Estado Liberal existente que han dicho que los revolucionarios (o socialistas libertarios), en un sentido general, son enemigos de la religión, de la propiedad y de la familia. Y ciertamente no se han equivocado. Réclus responde sabiamente a estas imputaciones: Sí; los anarquistas rechazan la autoridad de un dogma y la intervención de lo sobrenatural en su vida, y en este sentido, cualesquiera que sea el grado de entusiasmo que sientan por la lucha en defensa de su ideal de fraternidad universal, son enemigos de la religión. Sí; es cierto que quieren la supresión del tráfico matrimonial, y defienden la unión libre fundada en la afección mutua, el respeto propio y la dignidad de sus semejantes, y también en este sentido, por amantes y fieles que sean a los seres cuya vida está asociada a la también que quieren suprimir el acaparamiento de la tierra, y en este sentido, la felicidad que a todos produce el goce de ser dueños de todos los frutos del suelo, al igual que todos los seres humanos, es una prueba de que son enemigos de la propiedad (citas textuales de la obra de Eliseo Réclus “Evolución y Revolución”, corresponden a la traducción que de dicha obra hizo. A. López Rodrigo, Ediciones Jucar, España, 1979.)

Como línea general que concentra el eslabón entre el hombre y el pensamiento anarquista, encontramos un deseo por la paz, la armonía entre los seres y el derecho a alcanzar la meta máxima libertaria: la Libertad.

Hemos iniciado esta etapa de discernimiento con Réclus, en razón de que es el depositario de un pensamiento social del espíritu libertario. Réclus acumula la influencia de Proudhon y Bakunin, y la extiende en un pensamiento claro y contemporáneo con respecto a su época. Ahora bien, valdría la pena detallar, en forma concreta y explicativa, en qué ha consistido ese influjo en Réclus, y cuáles han sido los caminos evolutivos que el Socialismo Libertario ha recorrido para llegar a ser una doctrina política, con programa y acción directa sobre la sociedad.

El pensamiento anarquista emerge en dos grandes corrientes: la filosofía, abstracta o académica, que genera un pensamiento especulativo, contemplativo y asentado en la serenidad y la búsqueda de la libertad; y la ideología, concreta y práctica, que genera un pensamiento situado históricamente y que ha sido absorbido por grupos sociales particulares, a fin de utilizarlo como instrumento reivindicatorio de valores perdidos, así como alternativa organizativa en circunstancias en que pudiera lograrse derrumbar el orden existente.

A nivel filosófico, el pensamiento anarquista se equilibra en dos principios básicos: el libertario, que se muestra como la aspiración máxima del anarquismo (la meta final: la libertad), y que idealiza la libertad como la suma de todas las libertades en todas las tendencias de la sociedad. Y el federalista, que se refiere a lo que debe ser y a cómo deben ser ordenadas las relaciones político-económico-sociales, en una sociedad dada, a fin de estructurar un orden convivencial inspirado en un determinado sistema de valores.

Desde el punto de vista ideológico, el pensamiento anarquista se respalda en su respuesta de esperanza y revolución ante las actitudes despóticas del Estado liberal capitalista Pero no sólo el anarquismo sirve como modelo de oposición al capitalismo sino a cualquier sistema que intente minimizar al individuo en su derecho a la libertad e igualdad social. Al Anarquismo, con mayúscula, aunque surge, se desarrolla y alcanza su mayor fuerza dentro de la clase obrera, es una ideología de todas las clases oprimidas y explotadas en cuanto tales, mientras sean capaces de liberares sin oprimir o explotar a otras clases; quiere decir que, si bien halla ante todo en la clase obrera su protagonista, corresponde así mismo a otras clases sometidas e inclusive puede extenderse a minorías discriminadas. En una nota explicativa Cappelletti, complementa la idea diciendo: “Meltzer y Stuart Christie sostienen que, aunque todas las clases pueden ser revolucionarias y producir grandes cambios en la sociedad.

Un claro reflejo de este proceso de reconocimiento del individuo de pensamiento libertario entregado a su disposición, en la tarea ardua de la emancipación, es lo escrito por Réclus en su mensaje titulado: “A mi hermano el campesino”.

El campesino le pregunta a Réclus: “¿Es cierto que tus compañeros, los obreros de la ciudad, quieren desposeerme de la tierra, de esta hermosa tierra que yo amo, que me produce doradas espigas, ciertamente tras mucho trabajo, pero que sin embargo, me las produce?...” A lo que Réclus responde: “—No, hermano mío; no es cierto. Puesto que es tuyo el suelo y eres tú quien lo cultiva, a ti solamente pertenecen sus mieses. Nadie tiene derecho, antes que tú, que haces crecer el pan, a comerlo en compañía, de tu mujer, de tus hijos. Guarda tus campos con toda tranquilidad, conserva su azadón y tu arado para remover la tierra endurecida, separa la semilla para fecundar el suelo. Nada existe más sagrado que tu labor. ¡Maldito mil veces quien intente quitarte este suelo por ti fecundado!”.

Proudhon, en 1840, dio a la palabra “anarquía” un sentido concreto. Antes de él se había utilizado mayormente en sentido peyorativo. Los diccionarios de la época la describían como desorden por ausencia de gobierno en el Estado. Para N. Converti no se quiere comprender la palabra anarquía. Los burgueses tienen en que no se comprenda. Para ellos anarquía y desorden son una misma cosa. ¡Y pensar que han perdido tantos años yendo a la escuela!
El concepto de anarquía ha estado condicionado a la interpretación de los intereses de la clase dominante pero resulta que aún aquella concreta definición de Proudhon sobre anarquía tiene validez el estado armónico, resultante natural de la supresión de todo aparato gubernamental.

En un nivel semántico, nos dice S. Faure, la palabra anarquía viene el griego y está compuesta de la partícula privativa “a” y de “archía”, poder, mando, autoridad. Etimológicamente, pues, la anarquía, que debiera escribirse anarquía, significa estado de un pueblo, o dicho con más exactitud, de un medio social sin gobierno.
Como ideal social y como realización efectiva, anarquía quiere decir manera de vivir en la cual el individuo, desembarazado de toda coacción legal y colectiva que tenga a su servicio una fuerza pública no tendrá otras obligaciones que las que le imponga su propia conciencia.

Esta manera de vivir implica un régimen social del que está desterrada, de hecho y de derecho, toda idea de salario y asalariado, de capitalista y proletario, de amo y servidor, de gobernante y gobernado.

Kropotkin era alfo más concreto en cuanto al verdadero significado de la anarquía, no tanto como movimiento social o filosófico, sino espíritu: “el anarquismo surge de la misma entraña de al vida práctica”.

Erich Fromm, en su libro “¿Tener o ser? (1976), describe el anarquismo como un medio de protesta con fines reivindicativos de los valores humanistas: La deshumanización del carácter social y el surgimiento de la religión industrial y cibernética produjo un movimiento de protesta, el brote de un nuevo humanismo, que tiene sus raíces en el humanismo cristiano y filosófico desde fines de la Edad Media hasta la época de la Ilustración. La derecha y la izquierda, unánimemente, criticaron el sistema industrial y el daño que causaba a los seres humanos. En esa izquierda, nos dice, se dejan ve reminiscencias de las ideas de Proudhon y Bakunin, en cuanto a autorregular las relaciones entre los hombres y prescindir así del aparato estatal que por medio de sus redes burocráticas impide que los hombres defiendan su derecho a la vida sana y duradera.

Otro pensador que se esforzó por emitir una descripción del significado y valor del anarquismo, fue Robert Michels (el célebre autor a quien se le acuña la “Ley de hierro de la oligarquía”). Michels nos dice que el anarquismo rechaza la autoridad, ya que esta es fuente, así lo considera, de servilismo y esclavitud. Como movimiento social y político, resalta, no tiene una organización estable.
El escritor italiano Edmundo De Amicis publicó en 1904 un interesante ensayo titulado “Lotte civili”, en el cual destaca el retrato psicológico de un anarquista es el amor al poder. Los medios que utilizó para ganar adeptos en el siglo XIX, fueron de “apóstol”, de “orador”; el poder “encendido por el pensamiento, la grandeza del auto-sacrificio, la profundidad de la convicción”, como bien extrae Michels de los escritos de De Amicis. Aun más, el anarquista no busca dominar en la organización sino en la conciencia; en la m ente de cada hombre, a fin de llenar el intelecto de una superioridad moral que al oponerse a las aberraciones del Estado Burgués, logre no sólo vencerle, sino intimidarle en su más entrañable convicción.
En este mismo sentido, si bien es cierto que el anarquismo rechaza toda organización a nivel político, no lo hace así en el aspecto económico. Lo económico, en opinión de la gran mayoría de los pensadores anarquistas, ha de tener un orden preestablecido a través de un programa coordinado que garantice el cuido de las necesidades fundamentales y que vigile la sana distribución de los bienes colectivos. En una sociedad donde el Estado ha sido demolido, deben ser creadas bases de sustentación administrativa que impidan que el pueblo vuelva a ser víctima de las artimañas del estatismo burocrático y del clientelismo que se crea en torno a la amistad y las deudas.

A todas estas, el anarquismo tiene, como objetivo máximo, “instaurar un medio social que asegure a cada individuo la mayor felicidad posible adecuada a cada época, según el progresivo desenvolvimiento de la humanidad”.

Las líneas anteriores describen el significado, en varias voces especializadas, del anarquismo como ideal filosófico e ideológico. Ello nos permite situarnos en los objetivos que como movimiento plantea el pensamiento anarquista, pero valdría la pena insertarnos en algunos conceptos, o principios, que conforman el marco intelectual anarquista, a fin de poder ampliar nuestra visión, no tanto de los objetivos, sino de los alcances como alternativa de administración pública.

Es de destacar también que no se diferenció con propiedad entre “anarquía”, como nombre, y “anarquismo” como verbo, o palabra. Primero, porque se deseó insertar en un todo compacto las ideas matrices que definieron las bases filosóficas e ideológicas de los pensadores anarquistas; y segundo, porque se ha querido destacar la afinidad de un término (anarquía), que devela un medio social sin gobierno y todo un sistema de conjugación que el anarquismo descubre para la sociedad, como medio alternativo de cambio político, social y económico. La anarquía es el espíritu de libertad; el anarquismo el cuerpo de ideas, que conjugando esa libertad; diseña una propuesta al medio social para que éste alcance “la mayor felicidad posible”.

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